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sábado, 8 de junio de 2013

La LIJ y el problema de la lectura­­­


Esta semana que pasó fui invitado por la Biblioteca de las Misiones, de Posadas, donde me hicieron el honor de pedirme la conferencia de clausura del 2º Foro Internacional de Literatura Infantil y Juvenil. He aquí una síntesis del texto que leí.

La LIJ y el problema de la lectura­­­

Aunque soy más conocido como autor de cuentos y novelas para adultos, también soy autor de varios libros para niños. Y aunque no me ha ido mal con ellos, la verdad es que siempre me he sentido un extranjero en este género (...) Me crié leyendo libros maravillosos a los que no he dejado de rendir homenaje cada vez que he podido. José Bento Monteiro Lobato en primer lugar (...) ¿Qué problema tenía la lectura, entonces, para mí? Ninguno. ¿Por qué razón iba a ser un problema la lectura? Al contrario, era un placer incomparable (...) El problema de la lectura se me planteó mucho después, (...) con el reconocimiento del mundo que me rodeaba (...)
            Fui el padre de la primera revista de literatura infantil de la Argentina en la recuperación de la Democracia. Desde 1986, como editor de la revista Puro Cuento, inicié el proyecto que más adelante se llamaría Puro Chico. En las páginas de esa revista que alcanzó una gran popularidad, publiqué a decenas de autores y autoras de la época: M.E.Walsh, Fausto Zuliani, Graciela Cabal, Ana María Shúa, Susana Itzcovich, Elsa Bornemann, Sara Gallardo, Graciela Montes, Jorge W. Abalos, Javier Villafañe, Graciela Falbo, Iris Rivera y de aquí de Misiones a Rosita Escalada Salvo y por supuesto Horacio Quiroga y más y más... Sus cuentos aparecieron en las páginas que yo editaba con un par de amigos en un pequeño departamento del Barrio de Coghlan, en Buenos Aires. Y fue una época gloriosa para mí, además, porque Puro Cuento y Puro Chico no eran revistas sobre literatura infantil, sino de literatura infantil. Eran la creación y la lectura lo que daba razón de ser al proyecto.
            No negaré que me duele, y mucho, el silencio para mí inexplicable que rodeó y rodea todavía a aquella gesta periodística y literaria. Nadie se acuerda hoy de mi revista, en la que también nacieron a la literatura, puedo decir, autores y autoras hoy reconocidos como Sandra Comino, Verónica Sucákzer, Paula Bombara y sigue la lista (...) Después de seis años de lucha y resistencia, de 36 ediciones y 6 revistas específicas para niños, mi empresita fue devastada por la crisis económica que nos trajo a los argentinos el sistema económico-político más dañino y perverso que jamás padeció nuestro país.
            (...) En aquellas dos revistas nos planteamos, ante todo, llegar a los pequeños lectores. Sabíamos que eran los niños el sujeto que le daba razón a nuestro trabajo. Nos saltábamos a los maestros, los padres, los editores, e íbamos directo al grano en diálogo de tú a tú con los chicos y chicas que nos leían. Y que nos escribían cartas y nos mandaban sus opiniones, sus reclamos, sus deseos. Y también sus historias y sus rimas. Y (...) en ese diálogo sin intermediarios nosotros no considerábamos que la literatura pudiera ser infantil. Pensábamos, sabíamos, que la literatura era adulta cuando era de calidad y que por eso mismo llegaría, si bien escrita, al corazón de los niños y niñas de todas las edades y clases sociales.
            Si nosotros éramos capaces de recordar nuestros comienzos como lectores con amor y lealtad a nuestros propios pasados, y si gozábamos aún con los textos que nos habían conmovido cuando fuimos niños, entonces nosotros íbamos a ser capaces de sembrar el amor a la literatura. Que es la puerta de oro para entrar al mundo de la lectura.
            Y no entrábamos como mediadores, no, ni sabíamos lo que era mediar. Y tampoco pretendíamos inculcar moral alguna, ni ser emisarios de nada ni hacer docencia. No. Para nosotros la literatura para niños (que no llamábamos LIJ, porque la verdad es que nos resistíamos al vocablo "infantil") era una oportunidad de compartir literatura nosotros con nuestros compatriotas de menor edad. Respetuosa, francamente, sentíamos ese amor y esa pasión de compartir que además, lo sabíamos, nos hacía mejores a nosotros porque al estar eximidos de todo paternalismo y todo prejuicio nos descubríamos más sensibles y más informados, más democráticos.
            La gran literatura bien podía tener un destinatario de pocos años. Y nuestra tarea de adultos era encontrar el modo de interesarlos e incorporarlos al vasto, gigantesco, inagotable y maravilloso mundo de la lectura literaria. Y para lograrlo sabíamos que contábamos con la gran literatura universal, que estaba ahí, esperándonos y esperándolos (...) Seguíamos entonces a algunos maestros que hoy, también injustamente, muy pocos recuerdan. Inficionados de traducciones muchas veces prescindibles, hoy se recuerda poco y mal a Enrique Anderson Imbert, que fue quien enseñó que los mejores cuentos del mundo antiguo "se confundían con las formas narrativas de la religión, la historia, la filosofía y la oratoria” y (...) que sus primeros lectores fueron pueblos que intelectualmente eran niños.
             (...) También en otras culturas, de las que tenemos una enorme ignorancia, prosperó este género en forma de fábulas, de enseñanzas, de lecciones de vida o de entretenimientos ejemplares, casi siempre destinados a los niños. En China, en India, en Persia, desde antes de la era cristiana, prosperaron tradiciones cuentísticas formidables con fines religiosos, morales, pedagógicos, propagandísticos y educativos.
            Por ejemplo en la India, el Panchatantra (que se supone escrito entre los siglos II a VI) consta de 70 relatos fabulosos de principios morales recogidos para los hijos del rey Amarasakti (...) y su popularidad en Europa fue tan extraordinaria que, durante toda la Edad Media, se sucedieron las traducciones y su difusión. Y en la China antigua, aún antes, el cuento en forma de fábula para niños ya era popular (...) Qué curioso resulta que la riqueza de aquellos cuentos breves, fácilmente memorizables y repetibles, estuvo siempre dada en la intención satírica, en la discusión moral o religiosa, y en la crítica de costumbres.
             (...) Mucho más acá y en nuestro país, y después de los relatos de Constancio C. Vigil y Monteiro Lobato, que tanto influenciaron a varias generaciones, fue la poeta María Elena Walsh la que cambió la historia. En 1960 se inició como autora de cuentos y canciones para niños, y como todso sabemos llegó a ser  una de las escritoras más populares de la Argentina. En 1987 ella misma me contó, en una entrevista que publicamos en Puro Cuento, que se había criado con el cuento en verso y la poesía narrativa. Las nursery rhymes (versos para niños) que cantaban en la escuela, decía ella, "en una cuarteta te contaban un cuentito, una historia. Tenían principio, medio y un final, que a veces era dudoso, generalmente dramático. Versificado, tenía estructura de cuento".
             (...) También entrevisté para mi revista a Elsa Bornemann, quien (...) adoraba a Lewis Carroll y Edgar Allan Poe, a los hermanos Grimm, Quiroga, Elflein y Villafañe. Y aunque se resistía a dar una receta para la literatura para niños, me dijo esto: "Creo que sólo podría proponer dos o tres cosas: una es tomar en cuenta sus necesidades y sus intereses; otra es no menospreciar la capacidad receptora y perceptora del interlocutor de pocos años. Y otra más: la estética, la ética, términos que a muchos adultos les suenan obsoletos o absurdos en tanto deban considerarse como valores en una obra para niños. Y una última: recordar que un cuento que los chicos aman suele ser igualmente apreciado por los adultos, aunque pocos lo reconozcan".
             (...) Con todas ellas —mi madre, mi hermana y después María Elena, Elsi, Graciela Cabal— yo aprendí que la literatura (...) es la versión infinita e irrepetible de lo que la humanidad ha sublimado (...) Es curioso que, habiendo sido las tres más grandes creadoras de este género en la Argentina, las tres fueron educadoras pero ninguna escribió "para educar".
            De hecho cuando hace diez años, en 2003, convoqué el primer equipo de autoras para preparar la antología LEER X LEER, que publicó y distribuyó en todo el país el Ministerio de Educación de la Nación, no fue azaroza mi elección: con Angélica Gorodischer y con mis tres Gracielas (Bialet, Falbo y Cabal) nos pasamos un año entero seleccionando centenares de textos que queríamos que los chicos argentinos recibiesen del Estado. Y en ningún momento pensamos en otra cosa que la gran literatura universal. Ahí están los 5 libros de esa colección en todas las bibliotecas y escuelas del país.
            Y esto es clave, porque ahí radica la importancia fundamental de las primeras lecturas, las que nos formaron y que hoy proponemos como formativas para cada generación que pasa por nuestras manos, nuestras aulas, nuestras bibliotecas. Cada lectura en voz alta, cada texto que compartimos, cada preceptiva lectora que establecemos, individual o grupal, es un lazo y es un puente para sacar de la oscuridad a quien está del otro lado. Y siempre, siempre hay alguien del otro lado. Esa certeza es lo que da sentido al trabajo de los docentes, los bibliotecarios, los mediadores de lectura.
            (...) Hoy es moda pensar que todo ha cambiado, pero algunas cosas no cambiaron tanto. O sólo cambiaron tecnológica y semánticamente. Pienso en las llamadas nuevas tecnologías, que tanto asombran como recelan a los adultos de hoy. Pero no a los chicos, que se crían estableciendo relaciones naturales con lo que a nosotros, y sólo a nosotros los grandes, nos asombra. Los chicos no se asombran; los chicos se desenvuelven.
            E igual sucede con la LIJ y el así llamado "problema de la lectura". Los chicos leen cada vez más, al menos en nuestro país y gracias a la acción sostenida del Estado y de muchas entidades privadas como nuestra Fundación. El problema de la lectura, el verdadero problema de la lectura en la Argentina, hoy, es que la mayoría de los maestros no leen, y los papás y mamás de los chicos tampoco. Ése es el problema, y ésa es la tarea. •

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