Esta semana que pasó fui invitado por la Biblioteca de
las Misiones, de Posadas, donde me hicieron el honor de pedirme la conferencia
de clausura del 2º Foro Internacional de Literatura Infantil y Juvenil. He aquí
una síntesis del texto que leí.
La LIJ y el problema de
la lectura
Aunque soy más conocido como autor de cuentos y novelas para adultos,
también soy autor de varios libros para niños. Y aunque no me ha ido mal con
ellos, la verdad es que siempre me he sentido un extranjero en este género
(...) Me crié leyendo libros maravillosos a los que no he dejado de rendir
homenaje cada vez que he podido. José Bento Monteiro Lobato en primer lugar
(...) ¿Qué problema tenía la lectura, entonces, para mí? Ninguno. ¿Por qué
razón iba a ser un problema la lectura? Al contrario, era un placer
incomparable (...) El problema de la lectura se me planteó mucho después, (...)
con el reconocimiento del mundo que me rodeaba (...)
Fui el padre de la
primera revista de literatura infantil de la Argentina en la
recuperación de la Democracia. Desde 1986, como editor de la revista Puro
Cuento, inicié el proyecto que más adelante se llamaría Puro Chico. En las
páginas de esa revista que alcanzó una gran popularidad, publiqué a decenas de
autores y autoras de la época: M.E.Walsh, Fausto Zuliani, Graciela Cabal, Ana María
Shúa, Susana Itzcovich, Elsa Bornemann, Sara Gallardo, Graciela Montes, Jorge
W. Abalos, Javier Villafañe, Graciela Falbo, Iris Rivera y de aquí de Misiones
a Rosita Escalada Salvo y por supuesto Horacio Quiroga y más y más... Sus
cuentos aparecieron en las páginas que yo editaba con un par de amigos en un
pequeño departamento del Barrio de Coghlan, en Buenos Aires. Y fue una época
gloriosa para mí, además, porque Puro Cuento y Puro Chico no eran revistas sobre
literatura infantil, sino de literatura infantil. Eran la creación y la
lectura lo que daba razón de ser al proyecto.
No negaré que me
duele, y mucho, el silencio para mí inexplicable que rodeó y rodea todavía a
aquella gesta periodística y literaria. Nadie se acuerda hoy de mi revista, en
la que también nacieron a la literatura, puedo decir, autores y autoras hoy
reconocidos como Sandra Comino, Verónica Sucákzer, Paula Bombara y sigue la
lista (...) Después de seis años de lucha y resistencia, de 36 ediciones y 6
revistas específicas para niños, mi empresita fue devastada por la crisis
económica que nos trajo a los argentinos el sistema económico-político más
dañino y perverso que jamás padeció nuestro país.
(...) En aquellas dos
revistas nos planteamos, ante todo, llegar a los pequeños lectores. Sabíamos
que eran los niños el sujeto que le daba razón a nuestro trabajo. Nos
saltábamos a los maestros, los padres, los editores, e íbamos directo al grano
en diálogo de tú a tú con los chicos y chicas que nos leían. Y que nos
escribían cartas y nos mandaban sus opiniones, sus reclamos, sus deseos. Y
también sus historias y sus rimas. Y (...) en ese diálogo sin intermediarios
nosotros no considerábamos que la literatura pudiera ser infantil. Pensábamos, sabíamos,
que la literatura era adulta cuando era de calidad y que por eso mismo
llegaría, si bien escrita, al corazón de los niños y niñas de todas las edades
y clases sociales.
Si nosotros éramos
capaces de recordar nuestros comienzos como lectores con amor y lealtad a nuestros
propios pasados, y si gozábamos aún con los textos que nos habían conmovido
cuando fuimos niños, entonces nosotros íbamos a ser capaces de sembrar el amor
a la literatura. Que es la puerta de oro para entrar al mundo de la lectura.
Y no entrábamos como mediadores, no, ni sabíamos lo que era mediar. Y tampoco pretendíamos inculcar moral alguna, ni ser emisarios de nada ni hacer docencia. No. Para nosotros la literatura para niños (que no llamábamos LIJ, porque la verdad es que nos resistíamos al vocablo "infantil") era una oportunidad de compartir literatura nosotros con nuestros compatriotas de menor edad. Respetuosa, francamente, sentíamos ese amor y esa pasión de compartir que además, lo sabíamos, nos hacía mejores a nosotros porque al estar eximidos de todo paternalismo y todo prejuicio nos descubríamos más sensibles y más informados, más democráticos.
Y no entrábamos como mediadores, no, ni sabíamos lo que era mediar. Y tampoco pretendíamos inculcar moral alguna, ni ser emisarios de nada ni hacer docencia. No. Para nosotros la literatura para niños (que no llamábamos LIJ, porque la verdad es que nos resistíamos al vocablo "infantil") era una oportunidad de compartir literatura nosotros con nuestros compatriotas de menor edad. Respetuosa, francamente, sentíamos ese amor y esa pasión de compartir que además, lo sabíamos, nos hacía mejores a nosotros porque al estar eximidos de todo paternalismo y todo prejuicio nos descubríamos más sensibles y más informados, más democráticos.
La gran literatura
bien podía tener un destinatario de pocos años. Y nuestra tarea de adultos era
encontrar el modo de interesarlos e incorporarlos al vasto, gigantesco,
inagotable y maravilloso mundo de la lectura literaria. Y para lograrlo sabíamos
que contábamos con la gran literatura universal, que estaba ahí, esperándonos y
esperándolos (...) Seguíamos entonces a algunos maestros que hoy, también
injustamente, muy pocos recuerdan. Inficionados de traducciones muchas veces
prescindibles, hoy se recuerda poco y mal a Enrique Anderson Imbert, que fue
quien enseñó que los mejores cuentos del mundo antiguo "se confundían con
las formas narrativas de la religión, la historia, la filosofía y la oratoria”
y (...) que sus primeros lectores fueron pueblos que intelectualmente eran
niños.
(...) También en otras culturas, de las que
tenemos una enorme ignorancia, prosperó este género en forma de fábulas, de
enseñanzas, de lecciones de vida o de entretenimientos ejemplares, casi siempre
destinados a los niños. En China, en India, en Persia, desde antes de la era
cristiana, prosperaron tradiciones cuentísticas formidables con fines
religiosos, morales, pedagógicos, propagandísticos y educativos.
Por ejemplo en la
India, el Panchatantra (que se supone
escrito entre los siglos II a VI) consta de 70 relatos fabulosos de principios
morales recogidos para los hijos del rey Amarasakti (...) y su popularidad en
Europa fue tan extraordinaria que, durante toda la Edad Media, se sucedieron
las traducciones y su difusión. Y en la China antigua, aún antes, el cuento en
forma de fábula para niños ya era popular (...) Qué curioso resulta que la
riqueza de aquellos cuentos breves, fácilmente memorizables y repetibles,
estuvo siempre dada en la intención satírica, en la discusión moral o religiosa,
y en la crítica de costumbres.
(...) Mucho más acá y en nuestro país, y
después de los relatos de Constancio C. Vigil y Monteiro Lobato, que tanto
influenciaron a varias generaciones, fue la poeta María Elena Walsh la que
cambió la historia. En 1960 se inició como autora de cuentos y canciones para
niños, y como todso sabemos llegó a ser una de las escritoras más populares de la Argentina.
En 1987 ella misma me contó, en una entrevista que publicamos en Puro Cuento,
que se había criado con el cuento en verso y la poesía narrativa. Las nursery rhymes (versos para niños) que
cantaban en la escuela, decía ella, "en una cuarteta te contaban un
cuentito, una historia. Tenían principio, medio y un final, que a veces era
dudoso, generalmente dramático. Versificado, tenía estructura de cuento".
(...) También entrevisté para mi revista a
Elsa Bornemann, quien (...) adoraba a Lewis Carroll y Edgar Allan Poe, a los hermanos
Grimm, Quiroga, Elflein y Villafañe. Y aunque se resistía a dar una receta para
la literatura para niños, me dijo esto: "Creo que sólo podría proponer dos
o tres cosas: una es tomar en cuenta sus necesidades y sus intereses; otra es
no menospreciar la capacidad receptora y perceptora del interlocutor de pocos
años. Y otra más: la estética, la ética, términos que a muchos adultos les
suenan obsoletos o absurdos en tanto deban considerarse como valores en una
obra para niños. Y una última: recordar que un cuento que los chicos aman suele
ser igualmente apreciado por los adultos, aunque pocos lo reconozcan".
(...) Con todas ellas —mi madre, mi hermana y después María Elena, Elsi, Graciela Cabal— yo aprendí que la literatura (...) es la
versión infinita e irrepetible de lo que la humanidad ha sublimado (...) Es curioso que, habiendo sido las tres más grandes creadoras de
este género en la Argentina, las tres fueron educadoras pero ninguna escribió
"para educar".
De hecho cuando hace diez años, en 2003, convoqué el
primer equipo de autoras para preparar la antología LEER X LEER, que publicó y
distribuyó en todo el país el Ministerio de Educación de la Nación, no fue
azaroza mi elección: con Angélica Gorodischer y con mis tres Gracielas (Bialet,
Falbo y Cabal) nos pasamos un año entero seleccionando centenares de textos que
queríamos que los chicos argentinos recibiesen del Estado. Y en ningún momento
pensamos en otra cosa que la gran literatura universal. Ahí están los 5 libros
de esa colección en todas las bibliotecas y escuelas del país.
Y esto es clave, porque ahí radica la importancia
fundamental de las primeras lecturas, las que nos formaron y que hoy proponemos
como formativas para cada generación que pasa por nuestras manos, nuestras
aulas, nuestras bibliotecas. Cada lectura en voz alta, cada texto que
compartimos, cada preceptiva lectora que establecemos, individual o grupal, es
un lazo y es un puente para sacar de la oscuridad a quien está del otro lado. Y
siempre, siempre hay alguien del otro lado. Esa certeza es lo que da
sentido al trabajo de los docentes, los bibliotecarios, los mediadores de
lectura.
(...) Hoy es moda pensar que todo ha cambiado, pero
algunas cosas no cambiaron tanto. O sólo cambiaron tecnológica y
semánticamente. Pienso en las llamadas nuevas tecnologías, que tanto asombran
como recelan a los adultos de hoy. Pero no a los chicos, que se crían
estableciendo relaciones naturales con lo que a nosotros, y sólo a nosotros los
grandes, nos asombra. Los chicos no se asombran; los chicos se desenvuelven.
E igual sucede con la LIJ y el así llamado "problema
de la lectura". Los chicos leen cada vez más, al menos en nuestro país y
gracias a la acción sostenida del Estado y de muchas entidades privadas como
nuestra Fundación. El problema de la lectura, el verdadero problema de la
lectura en la Argentina, hoy, es que la mayoría de los maestros no leen, y los
papás y mamás de los chicos tampoco. Ése es el problema, y ésa es la tarea. •
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