Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)
(La presente foto es de mi amigo Daniel Mordzinski)
En casi todos los textos de ficción incluimos materiales autobiográficos, lo cual me parece que no es otra cosa que una limitación de nuestra imaginación ya que necesariamente uno apela a los recuerdos cuando la capacidad de invención es magra.
Es claro que en la creación literaria es mejor prescindir de todo lo personal e íntimo, pero lo que digo es que si no siempre lo conseguimos es nomás porque no se puede. Y eso, creo, nos sucede a todos y todas.
La enormidad de Borges —también, y precisamente— radica en mi opinión de que él sí alcanzó a pleno semejante logro. En él casi no hay autobiografía; en él presumimos que todo es fantasía, abstracción, imaginación en estado puro.
Y si el oficio de escritor es también un ejercicio de simbiosis entre lo vivido y lo soñado —de donde muchas veces resulta la gran literatura— pocos casos son tan ejemplares como el suyo, y además incuestionables.
Quizás lo tengo muy idealizado, pero a mí se me hace que hay problemas y reparos que Borges no debió enfrentar jamás. Él escribía desde un escalón superior: la vasta literatura universal que todos y todas más o menos conocemos él la dominaba en sus pormenores. Su ceguera, acaso, o su timidez y el haber vivido tanto tiempo al resguardo de Doña Leonor —quién sabe— deben haber contribuído no sólo a forjarlo como intelectual erudito sino también como inventor pertinaz, eximio analista de los intersticios de la creación e infatigable asociador de lo divino y lo profano.
Establecida tal distancia, les diré que a mí muchas veces me escribieron —lectores/as que no conozco— preguntándome si eran verdaderas algunas situaciones que yo había narrado en mis libros. Cuento dos, que ya evoqué en una conferencia que pronuncié en 2005 en la Universidad de Virginia, en los Estados Unidos:
"Llama a la Fundación un señor desde Buenos Aires, habla largamente con Adela y le explica que su mujer, que es paraguaya, ha leído La revolución en bicicleta y está conmocionada porque su mamá se llamaba Guadalupe Sosa, igual que uno de mis personajes, y era tal cual yo la describo en la novela, y entonces quiere venir al Chaco para que yo le cuente cómo investigué su vida. Me deja perplejo: ¿cómo explicarle que jamás conocí a nadie con ese nombre y que todo fue una invención literaria? ¿Le miento de nuevo y continúo la mentira como una fuga hacia adelante, o le rompo la ilusión? ¿O le explico cómo funciona la literatura, a riesgo de que esta buena señora piense que soy un cretino?"
Segundo caso: "En una edición dominical del diario "La Voz del Interior", de Córdoba, se publicó en Junio pasado (2004) un capítulo de Final de novela en Patagonia en el que describo la decadencia de la ciudad de Sierra Grande después del cierre de la mina de hierro. En ese texto hablo del dolor que me produjo ese pueblo que en el año 2000 parecía condenado. A mi rabia por la estafa política la vestí con ropajes literarios y comparé a Sierra Grande con Comala, el desolador pueblo de la novela de Rulfo. Bueno… Pues sucedió que algunos lectores no lo comprendieron así, o no entendieron que la literatura es alusión y, por lo tanto, el único terreno en el que la mentira no es condenable. Entonces me llovieron decenas de e-mailes insultantes, se acordaron muy mal de mi mamá, desearon mi muerte y me mandaron al infierno sin escalas y hasta me acusaron de haber votado a Menem, que es lo peor que alguien puede decir de mí... Fue como si en mi texto yo dijera: "Se trata de literatura, muchachos, cuenten conmigo" y esos lectores me respondieran: "Váyase al carajo".
Esas cosas, a Borges, no debían sucederle. Todo debe haber sido para él más controlado —no encuentro un verbo mejor— dicho sea en el sentido de un mundo interior menos emocional. Una vez Juan Filloy me lo dijo, asertivo como era y no sin ironía: "Borges es perfecto, Mempo, pero es demasiado frío. No hay sangre, no hay coito en Borges".
Creo que Filloy tenía razón. No obstante, igual confieso que me hubiera encantado conocer al autor de "Emma Zunz". No superficialmente, como me fue dado, sino en profundidad. Y además, me hubiese gustado charlar y discutir con él de colega menor a colega mayor, absorbiendo su sabiduría de Maestro. Como pude hacerlo con Filloy, por cierto.
En cambio, mi acercamiento al Universo Borges se dio a través de terceras personas. Con algunas de sus amistades mantuve siempre un vínculo afectuoso, y casi íntimo, como si yo hubiese sido parte de la vida borgeana. Incluso, debí hacer equilibrio más de una vez, practicando una discreción blindada cuando hablaban de él sus allegados: Adolfo y Silvina, desde luego, pero también María Esther Vázquez, María Angélica Bosco y muchos otros y otras que presumían de ser más o menos íntimos o cercanos y a quienes escuché explayarse con toda libertad acerca de Borges, como si me considerasen miembro del club, lo cual yo no era.
Con María Kodama, su viuda, ya dije que nos brindamos un aprecio mutuo, y cada vez que nos encontramos charlamos con afecto y creo que ella sabe que a mí jamás se me ocurriría inmiscuirme en los asuntos borgeanos. Y eso se debe, lo sé, a que mi relación con Borges fue siempre y por fortuna puramente literaria.
Lo descubrí siendo muy joven, cuando estaba en plena forja y él ya era un clásico. El primer cuento en el que dialogo con él es "Como los pájaros", que escribí a poco de llegar a México en el 76. Es un cuento que me gusta mucho —aunque es de nula popularidad— y se forjó en el ardoroso amor a la literatura de Joao Guimaraes-Rosa que sentí aquel horrible año, desbordado por el esplendor de esa novela-mar que es "Grande Sertão: Veredas" y luego por sus cuentos. Decidí entonces que nuestra América tenía dos gigantes literarios, de lenguas vecinas, y la imaginación de ambos avivó evidentemente la mía. "Como los pájaros" es una especie de diálogo textual entre narraciones de JLB y de JGR. Es un texto que a mí me encanta, repito, aunque soy consciente de que es el menos comprendido de mis cuentos. No importa.
El segundo es "La entrevista", que es de los 80 y en el que sí hay un párrafo autobiográfico: "Fue un hecho casual el que me puso frente a la obligación —luego convertida en placer— de leerlo. Y ese hecho fue el haber ganado un campeonato de ajedrez en la revista en que trabajaba. El premio, instituído por el editor, consistió en las obras completas de Borges".
Este cuento sí fue muy leído. Se publicó por primera vez en España, en una preciosa edición de Almarabú, y después apareció en varios otros libros y mereció algunos estudios críticos.
El tercero de mis textos, digamos, borgeanos, es "El libro perdido de Jorge Luis Borges", que es de finales de los 90 y está en mis "Cuentos Completos". Lo escribí cuando trabajaba en el diario Perfil, el año 98. Ya para entonces llevaba algunos años viviendo en Paso de la Patria y dividía mi residencia entre el Paso y Coghlan. Un día el Bebe Martínez, que dirigía el suplemento literario de Perfil, me pidió un texto urgente sobre Borges, por no sé qué razón periodística de esas que nunca son bien explicadas pero seguro son urgentes. Y ahí nació ese cuento, que de toda mi invención borgeana es el más conocido y el que más satisfacciones me dio, quizás porque se publicó en los Estados Unidos inmejorablemente traducido por Alfred McAdam, catedrático del Barnard College de Nueva York.
En ese cuento amplié la confesión personal de "La entrevista", seguramente porque se trata de otra narración que escribí como lo que es: una ficción absoluta. Sin embargo, creo que le hice el doble homenaje porque aquel campeonato de ajedrez de la Editorial Abril del año 1975 a mí me desburró, porque hasta entonces yo no había leído a Borges por puro prejuicio, por tonto y soberbio como puede ser cualquier joven intelectual a esa edad. Sólo cuando me rendí ante su grandeza, y desde la admiración que me ganó para siempre, pude escribir esos tres cuentos con Borges como personaje, directo o indirecto.
Desde luego que nunca quise, ni intenté, proceder en su estilo, ni parafrasearlo ni mucho menos imitarlo —siempre supe que no hay peor suicidio literario que imitar a quien admiramos—, pero de todos modos nunca quise sustraerme a la tentación de dialogar con él en algunas de mis ficciones.
Mi cuarta y última aproximación literaria a Borges me la pidió Josefina Delgado cuando era, creo, vicedirectora de la Biblioteca Nacional. Fue en 1999, para el Centenario de JLB, cuando ella coordinó un libro estupendo: "Escrito sobre Borges", publicado por la BN y de lamentablemente pésima circulación. Para esa antología yo escribí un cuento que titulé "La otra forma de la espada" y que es una variación del célebre cuento del Maestro, ambientado en la provincia de Corrientes.
Bueno, me parece que cuatro cuentos inspirados en la vida y la obra de uno de los más grandes autores de la lengua castellana, quizá el mayor desde Cervantes, no están mal como homenaje.
Y también como "punto e basta", como diría mi tía abuela abruzzesa.
Laburos canallas:
• La enorme negra gorda que controla la seguridad en el aeropuerto O'Hare de Chicago y cuya misión, sentada de espaldas y a la altura del culo de todos los viajeros, es checar que cada pasajero encienda su ordenador antes de pasar.
• El melenudo disfrazado de gaucho que toca la guitarra en una trattoría de Biarritz mezclando temas brasileños con "El cóndor pasa" y "Zamba de mi esperanza".
• El joven veterinario que en la expo rural debe lavar la mierda del culo del toro campeón.
• Los indios profesionales contando chascarrillos y sacudiendo sonajeros, en todo el continente.