Encuentro este apunte entre mis
papeles, fechado en otro Marzo: el de 2011. El apunte dice: "Esta
semana murió David Viñas. No haré un obituario pero sí quiero decir que yo lo
apreciaba aunque no puedo decir que fuimos amigos. Pero lo respeté siempre y me
parecía un tipo genial, con el que sostuve varias charlas que me encantaría
reproducir. La última fue en el Bar Ramos, de Lavalle, creo, hace un par de años,
cuando él ya había terminado su relación con Soledad Silveyra. Hablamos del
país, de la literatura porteña, de lo que no estábamos escribiendo. Era un
cabrón en su estilo, pero cuánto sabía. Se lo va a extrañar al cabrón."
Ahora, en
2015, pienso en su muerte y la juzgo prematura. Lo que es raro, porque estaba
anunciada aunque no era tan viejo (David nació en 1927, o sea que murió a los
84 años pero entero y lúcido al mango). Y tampoco sé por qué, pero de pronto recuerdo
la bronca que sentimos muchos en 1984, 85, cuando él abandonó su cátedra de la
UNAM intempestivamente. Así se dijo entonces y fue un garrón para la comunidad
argentina del exilio, o de lo que quedaba del exilio. Una porteñada, definió un
coetáneo de él que ahora prefiero no nombrar. Y tenía razón, porque eso no se
hace. Pero David lo hizo: dejó plantados a todos y se volvió a Buenos Aires sin
avisar, o casi.
Claro
que ahora aquello puede parecer como que ya no tiene importancia. No lo sé,
pero sí sé que la muerte de David, con todo lo arbitrario, jodido y contradictorio
que fue en vida, resultó una pérdida enorme para la literatura argentina.
Enorme, porque su talento y agudeza fueron impares. Porque escribió libros
necesarios. Porque pensó la literatura y la política con originalidad, y porque
fue un polemista tan temible como brillante.
Pero no
seguiré con su muerte. Mejor decir que hace poco un lector para mí desconocido,
muy amable y muy atento, me escribió un email en el que me dijo: "De pura
casualidad descubrí un video que circula en Internet (en YouTube), donde se lo
puede apreciar junto a David Viñas. Le doy mi palabra que debe ser el mejor
registro existente de David conversando sobre literatura (...) Me puso muy
feliz saber que era usted quien estaba allí, en esa tarde de los años 80, junto
al gran Viñas. Me dije, ahí está el mayor ensayista argentino junto al mejor
novelista." Más allá de la exageración, esta última, ese email me recordó
que, en efecto, en el exilio mexicano David y yo fuimos filmados una tarde por
una editorial norteamericana. Creo que fue Saúl Sosnowski quien condujo aquel
reportaje a dúo. Un día de estos tengo que buscarlo en Internet. No sé qué
habré dicho pero hoy tengo la impresión, casi seguridad, de que hace 35 años yo
no sabía nada.
Termino
esta evocación con el tema del "ninguneo", vocablo que David usaba a
menudo, como lo usamos todos/as los que vivimos varios años en México sin
encerrarnos en la irrealidad, o sea que nos dejamos impregnar por la cultura
azteca, y enhorabuena. "Ningunear" es un verbo que se atribuye a Octavio
Paz, porque él lo instaló en su extraordinario "El laberinto de la
soledad", y luego algunos exiliados pusimos de moda en la Argentina al
regresar. Yo lo usé en varios artículos y luego desarrollé el concepto en "El
país de las maravillas", un libro que algún día quizás me lance a
reeditar.