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lunes, 26 de diciembre de 2011
Entrevista en Página/12
sábado, 24 de diciembre de 2011
Cuento de Navidad 2011
miércoles, 21 de diciembre de 2011
El caos de hace 10 años
sábado, 17 de diciembre de 2011
Presentación de "Resistir en la esperanza", libro de Adolfo Pérez Esquivel
Thomas Merton (1915-1968), un francés de madre neozelandesa, educado en Inglaterra y ciudadano estadounidense, fue un monje trapense que se doctoró en Cambridge con un trabajo sobre "la naturaleza y el arte en William Blake".
Se convirtió al catolicismo en 1938 y en 1941 ingresó a la Abadía de Getsemaní, en Kentucky, donde se ordenó sacerdote en 1949 y tomó el nombre de Father Louis.
"La montaña de los Siete círculos" es su obra más reconocida, leída y traducida (es de 1948), en tanto declaración de fe pacifista, integradora de razas y especie de larga oración en favor del diálogo interreligioso. Merton luchó también por los Derechos Civiles y la Justicia Social, y perfectamente podemos considerarlo uno de los antecesores filosóficos de la Teología de la Liberación.
También poeta contemplativo, fue amigo de Ernesto Cardenal y en la Argentina lo tradujo al castellano un poeta judío, Miguel Grinberg.
Junto con Robert Lowell (también convertido al catolicismo) ambos figuran entre los poetas más importantes de los Estados Unidos en la segunda mitad del Siglo XX.
Por su parte Mahatma Gandhi, o Alma Grande para el pueblo de la India (1869-1948) es mundialmente conocido como líder espiritual y padre de la Resistencia Pacífica. Dirigió la lucha por la Independencia de la India (lograda en 1947, ya casi octogenario) y estuvo preso del colonialismo inglés por muchos años. En la cárcel empezó sus célebres ayunos como expresión y modo de la protesta no-violenta.
En 1947, al proclamarse la Independencia de la India, Gandhi procuró la unidad de su gigantesco y milenario país impulsando la integración entre hindúes y musulmanes, y estuvo muy cerca de lograrlo. Pero como todos ustedes saben, esa idea magnífica fue frustrada por un fanático de la intolerancia que lo asesinó y cuyo nombre miserable no merece ni mención en la Historia. De esa tragedia personal nació la tragedia contemporánea de dos gigantescos países (India y Pakistán) que desde entonces coexisten como dos vecinos que se odian.
De San Agustín, en cambio, seguramente Fortunato sabe mucho más que yo. Por eso diré solamente que este teólogo latino nacido en Hipona, en el Norte de África, en lo que hoy llamamos Argelia, fue uno de los primeros grandes pensadores del Problema del Mal, al cual vinculaba con la fe impuesta y no fundada en la razón. De origen maniqueísta, Agustín de Hipona analizó la naturaleza del Mal a partir de la idea de que "Dios es luz, sustancia espiritual de la que todo depende y que no depende de nada". El Mal, para él, debe ser entendido como pérdida de un bien, como ausencia y no como sustancia.
Luchador tenaz e incansable contra las herejías y los cismas que amenazaban a la ortodoxia católica, cuando Roma cayó en manos de Alarico (en el año 410), y se acusaba duramente al cristianismo de ser responsable del derrumbe y de todas las desdichas del imperio, Agustín de Hipona escribió La Ciudad de Dios. El tema central de su pensamiento siguió siendo la relación del alma, perdida por el pecado y salvada por la gracia divina, con Dios. De ahí el carácter espiritualista que se aprecia en sus Confesiones, en las que se planteó un largo y ardiente diálogo entre la criatura y su Creador.
Por supuesto, yo no vine aquí a hablar de Teología, que no es mi materia, ni tampoco de Literatura, que sí lo es. Como ustedes, estoy aquí para presentar el libro de Adolfo Pérez Esquivel, nuestro Presidente de la Comisión Provincial por la Memoria, mentor y amigo, hombre plural de nuestro tiempo. Y digo plural porque siempre tuve la impresión de que Adolfo, sin perder nada de su individualidad, ES, con los demás. ES, en la moralidad extrema de una formación que me parece espartana. Y sobre todo ES, en lo colectivo. Quizás por eso me resulta curioso que haya sido galardonado con el Premio Nóbel, que suele ser más bien un reconocimiento individual.
La verdad es que desde hace un par de días vengo pensando cómo mostrar en este pequeño texto a este hombre que se muestra a sí mismo, transparente y sencillo, en este libro que es, casi, una autobiografía.
Pero una autobiografía, tengo para mí, sólo se explica cabalmente a partir de lo que formó al biografiado. Su esencia está en lo que lo constituyó, y lo que constituye a las personas de nuestro tiempo y de todos los tiempos son sus lecturas. Con lo que estoy diciendo, por cierto, que incluso en este mundo cibernético y tecnológico, digital y virtualizado, no hay constitución de pensamiento, no hay esquema ideológico ni conocimiento ni moral, si no surge de las lecturas. Como le pasó a Sarmiento, a Lugones y a Roberto Arlt, por mencionar algunos intelectuales moralistas de nuestra Argentina. O si algunos de ustedes quieren otros ejemplos, ahí tenemos al Ché Guevara y a Jauretche, como más recientemente a David Viñas o León Rozitchner. Y tantos más.
Con lo que estoy diciendo, si consigo ser claro, que todo biografiado se explica intelectualmente mediante sus padres fundadores. Y es así como yo encuentro a Merton, a Gandhi y a San Agustín en Adolfo Pérez Esquivel. Podríamos sumar a Martin Luther King, desde ya, y por qué no a la Madre Teresa de Calcuta. Pero confieso que ignoro casi todo de sus legados, de modo que por eso me concentré en estos tres poetas —que lo fueron— quienes, para mí, determinaron la construcción del hombre plural y luminoso que es nuestro Adolfo. Quien ha escrito este libro —o quizás debemos decir que lo fue escribiendo a lo largo de muchos años— que es editado por uno de sus nietos, Andrés, y que instantáneamente se convierte en un libro al que de ahora en más vamos a ir leyendo a menudo todos y todas, los que estamos aquí y los de extramuros.
Y digo que "lo vamos a ir leyendo" porque RESISTIR EN LA ESPERANZA no es un libro para leer de punta a punta, como leemos habitualmente, sino que es un libro para consultar. Para leer de a traguitos, digamos. Tan conceptuoso es, este libro, que esta mañana yo pensaba que ese estilo prosódico de Adolfo, ése su marcar acentos y pronunciaciones, viene de ahí mismo, de la conjunción de influencias que él mismo reconoce desde el vamos, en la página 14, donde reconoce sus lecturas iniciales de Merton, de Gandhi y de San Agustín. Especie de triunvirato moral que rige su vida, si se me permite conjeturar semejante cosa, toda vez que conjeturar vidas ajenas es algo que no debe hacerse, y mi mamá, si viviese, ya me lo estaría reprochando por maleducado.
Pero ese triunvirato, me parece, ejerce un magisterio trascendente y sutil. Lo vemos en varias páginas (p.e.44), y también podemos apreciarlo en uno de los textos para mí más conmovedores de este libro: "El terrorismo y el color amarillo" (pág. 114), que termina con prosa conceptual y poética. Lean ustedes esa página 117 y ya me dirán si no están allí Merton, Gandhi y Agustín.
Comentado así este libro, al pasar, déjenme concluir opinando que me parece otro acierto la interesantísima organización que realizaron abuelo y nieto, que repasa los grandes temas de preocupación de este hombre plural que llamamos confianzudamente Adolfo, y quien además de plural es un hombre impar y al que por todo eso honramos esta tarde.
El libro se compone de estos capítulos:
-La Paz, la Democracia, los Derechos Humanos.
-La Religión.
-La Deuda Externa. La Juventud, la Educación.
-El Mundo, América Latina, los Pueblos Originarios, la Argentna.
Y dentro de estos últimos hay un recorrido impactante y vastísimo por figuras de nuestro tiempo con los que de un modo u otro Adolfo ha interactuado, y nosotros con él: el Ché Guevara, Fidel Castro, Evo Morales, Hugo Chávez, Las Madres y las Abuelas, y, sobrevolando todo, esa hechura notable que es el Servicio Paz y Justicia.
Tentados a escoger fragmentos, por todos lados encontramos sabiduría y un tono moral tan severo como inclaudicable. Todo eso que, más allá de muchas ideas que hoy son ya lugares comunes, sabiduría popular establecida, hace de este compendio un ideario perfecto. El ideario de un hombre inusual, por su coherencia y su militancia consecuente.
Gracias por haberme dado esta oportunidad de celebrarlo. •
jueves, 8 de diciembre de 2011
Presentación de mi libro CARTAS a CRISTINA
martes, 6 de diciembre de 2011
Mi nota de hoy en Página: Seguir con la buena memoria
sábado, 3 de diciembre de 2011
El décimo infierno: película terminada
jueves, 1 de diciembre de 2011
Mi nuevo libro en librerías, desde hoy
Publicado en estos días por Ediciones B, he aquí el texto de la contratapa del libro:
"Cristina –así, a secas– es una figura convocante, popular, polémica, amada y rechazada sin matices. Cristina es la mujer que se quiebra cuando recuerda a Néstor Kirchner, la que desafía a los poderes antagónicos, la que reprende a sus ministros, la que nos representa en el mundo y es reconocida como una política brillante hasta por sus detractores.
sábado, 26 de noviembre de 2011
EL VIAJE, LITERATURA Y REALIDAD
Ayer viernes pronuncié una conferencia con este título en un congreso organizado por la Universidad de Fribourg, Suiza. Esta es una versión sintetizada del texto que leí. ¡ Buen fin de semana para todos/as !
El viaje ha sido siempre, para mí, literatura, quizás porque mi vida no ha sido otra cosa, en síntesis, que leer, viajar y escribir. Leer es la primera aproximación a los viajes que le es dada a nuestra inteligencia, a nuestra formación intelectual. De ahí nace, supongo, esta rara vocación andariega, esta identidad trashumante en un mundo que incita al zarandeo pero cuyos habitantes son, en su inmensa mayoría y generación tras generación, más bien reacios a los cambios, acaso conservadores por temor a las mutaciones y a lo imprevisible. No lo sé, no lo tengo claro, pero puedo considerar que si en toda mi literatura ha habido y hay permanentemente viajes, exilios, migraciones, mudanzas, fugas, traslados, y hubo y hay viajeros y conflictos relacionados con la itinerancia, todo eso se debe a cierta inclinación mía por las heterodoxias.
Estoy cierto de que la trama general de mi escritura puede asemejarse al relato de un loco que sólo se sintiera bien en el aquí del allá y en el ahora del jamás. Uno cuyo relato no se completa en ninguna parte y por eso busca historias en todas partes, sabedor de que no existe ancla que lo establezca en sitio alguno que no sea la vasta e inagotable literatura, la universal que lo ha parido y la íntima y personal que él mismo procura, acaso necia, vanamente (...)
Puede, también, que todo derive de mis ancestros. Mi tatarabuelo abruzzés, hasta donde pude reconstruir, fue navegante en el Adriático, un pescador pobre, botero que recorría las costas entre Pescara y el Gargano. Mi bisabuelo, que emigró a la Argentina a finales del Siglo XIX huyendo de la pobreza, fue patrón de una tropa de caballos con los que prestaba servicios entre Buenos Aires y diversos pueblos de la pampa, hasta que decidió que sus corceles le darían mayor plusvalía en la ciudad arrastrando carros fúnebres, y casi se hizo rico con la muerte hasta que ella misma se le cruzó hecha daga en una pelea en un callejón. Mi abuelo fue inspector en los ferrocarriles ingleses que unían el Atlántico con el Pacífico, entre Buenos Aires y Santiago. Y mi padre fue marino en la flota fluvial que unía Buenos Aires con Asunción y Montevideo, donde llegó a ser comisario de a bordo hasta que se enamoró de mi mamá y dejó todo por ella y se instaló en el Chaco.
Comienzo por aquí porque entiendo a la Literatura como viaje a la fantasía, como disparador de la imaginación que nos impulsa a descubrir. Si la Literatura es un camino hacia el conocimiento, ante todo es una incursión en lo desconocido. La indagación filosófica y la exploración psicológica —en tanto viajes interiores— bucean en el alma humana y se hacen Literatura. En Final de novela en Patagonia el narrador dice: "Escribimos emigrando; escritura como movimiento y escritura en movimiento, que es como yo escribo. Escritura como el viaje que la literatura es. Escritura con la permanente nostalgia de allá cuando estoy acá, y de acá cuando estoy allá. Por eso en cualquier lugar del mundo mi única casa inmutable y permanente es el sitio en el que puedo colocar mi ordenador y escribir con la pasión de siempre, la de ahora, la de este instante."
Literatura y Viaje son, pienso, andamios paralelos. Todos y todas lo sabemos desde que leemos a Homero y a Virgilio, desde que entramos en Alighieri y en Cervantes y en Rabelais, y en Lewis Carroll y Jonathan Swift. Prácticamente toda la literatura universal tiene al viaje como materia, a la par del crimen, el amor, la moral y la interrogación acerca de esa figura indescriptible que llamamos Dios. La Literatura resulta así un viaje fabuloso hacia lo inexplorado, lo extraordinario, porque todo viaje es siempre ese relato del mundo que nos estaba faltando.
(...) Literatura y Viaje han sido, a lo largo de los siglos, no una misma cosa sino ese paralelo casi perfecto. Podemos pensar que no hay literatura sin viaje, como es casi imposible que un viaje no provoque literatura. Esa es la tradición de los Clásicos (...) El viaje desata, a la vez, una lectura interminable. En la literatura de viajes leemos la piel del mundo porque sobre ella están grabados los pasos anteriores y también nuestros pasos, imperceptibles. Escritura irrefrenable y lectura infinita, viajar, leer y escribir resultan paralelos naturales, casi como una respiración.
Lo que turba y estimula del viaje es la incitación a escribir, la pasión escritural que todo viaje desata y en la que nos acompañan todos los libros que hemos leído. Gracias a ellos hacemos literatura de cada observación. Como cada observación surge de evocar textos de otros. Lo que veo y lo que recuerdo se asocia en mi imaginación. La invención literaria nace y crece.
En la Literatura Argentina, que es mi casa, digamos, el viaje está presente desde el origen, constitutivamente. Pienso desde luego en las dos primeras obras de nuestra literatura, ambas de mediados del Siglo XVI: Viaje al Río de la Plata, del aventurero y marinero alemán Ulrico Schmidl, es el primer libro concebido en mi tierra: sus fabulosos relatos son las primeras crónicas de lo que hoy son el Chaco, la Argentina y el Paraguay, escritos durante y después de la primera fundación de Buenos Aires en 1536.
El otro es Ruy Díaz de Guzmán, autor de La Argentina manuscrita, obra fundacional de la literatura de mi país no sólo porque Guzmán fue el primer escritor nacido en el nuevo continente, en 1558, sino también porque fue el primero que utilizó el topónimo "Argentina". Su obra narra el descubrimiento, conquista y población del Río de la Plata hasta la fundación de la ciudad de Santa Fe en 1573.
Por cierto, ambos lo hacen en un estilo, digamos, de época, pues por momentos a mí me recuerdan el tono de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, libro maravilloso en el que Bernal Díaz del Castillo narra la conquista de México a sangre y fuego por Hernán Cortés, pero combinando en el texto la crónica del viaje con una desatada imaginación y fantasía.
Mi hipótesis es que la extensión territorial determinó esta escritura. Como sucedió en los Estados Unidos, en Rusia, en Brasil y en África. El avance exploratorio hizo que nuestras primeras obras, desde el Siglo XVI, fuesen textos en los que el viaje del conquistador era narrado como testimonio pero siendo también y a la vez elogio de la fantasía (...) Después, entre nuestros clásicos del XIX están el Martín Fierro de José Hernández y Una excursión a los indios Ranqueles de Lucio V. Mansilla, dos viajes literarios fundamentales para la construcción política y cultural de mi país (...)
En el corpus textual argentino la Patagonia ocupa un lugar extraordinario, quizás porque siempre se la consideró una especie de extensión inalcanzable, parte oculta y misteriosa de la Pampa. Hasta ahí llegan las novelas de Osvaldo Soriano y su Colonia Vela que es un pueblo literario en los límites de la Pampa y la Patagonia, borde mismo entre realidad y parodia. La obra de Soriano, como la mía, es hija de las impresionantes novelas Los dueños de la tierra (de David Viñas, 1958) y La Patagonia rebelde (de Osvaldo Bayer, 1972). También Bajo la tierra (1974) y algunos cuentos de Con otro sol, de Diego Angelino. Y entre lo más reciente Fuegia (1991), la extraordinaria novela de Eduardo Belgrano Rawson, que siguió a otra novela de viajes: El náufrago de las estrellas (1987). Y también hay que citar La traducción (1997) de Pablo de Santis y La tierra del fuego, de Sylvia Iparraguirre (1998). Y por supuesto la inmensa producción de los escritores patagónicos que yo conocí entre 1986 y 1992 cuando dirigí la revista "Puro Cuento": Asencio Abeijón, David Aracena, Aquilino Elpidio Isla, Luisa Peluffo, Juan Carlos Moisés y Gerardo Burton, entre otros. Particularmente Abeijón es hoy un clásico de esa literatura por su libro Memorias de un carrero patagónico (1977). Y no cabe olvidar las Aguafuertes patagónicas de Roberto Arlt (publicadas en 1934 por el diario “El Mundo” de Buenos Aires) y más recientemente La Ruta Argentina, estupenda compilación de textos de los Siglos Dieciocho y Diecinueve realizada por Christian Kupchik en 1999. Y desde luego los impresionantes cuentos de La tierra maldita, de Lobodón Garra (publicados en 1945).
(...) Este archivo personal, por llamarlo de algún modo, este compendio patagónico personal que yo llevaba por el mundo, un día se constituyó en urgencia y, quizás como mandato familiar inevitable y constante (exilio, transterración, desplazamiento, viaje interior) me lancé al periplo de que trata mi libro. Claro que ya antes, en Santo Oficio de la Memoria el texto se deslizaba sobre el mar en un barco que navegaba desde Veracruz, México, hasta Buenos Aires, con detenciones en cada puerta de ese Infierno milenario que es la conciencia. Pero ahora en Final de novela en Patagonia el texto se desplaza en un cochecito de ciudad, el "Coloradito Pérez" por el vasto territorio que es el Sur del Sur del mundo. Así como en mi cuento "El libro perdido de Borges" la historia se narra a diez mil metros de altura, en un avión de línea, y en "La noche del tren" es un largo convoy ferroviario que se detiene en medio de la selva chaco-santafesina el que sostiene el texto y también la memoria, el testimonio y el valor de las palabras (...)
Me gusta pensar que no soy un viajero que escribe libros, sino un escritor que viaja. Por eso no escribo viajes. Y sobre todo porque, lo confieso, la verdad es que no tengo la menor idea de cómo se escribe un libro de viajes... Ni siquiera sé si Final de novela en Patagonia lo es realmente. Porque sí es el libro de un viaje, pero al mismo tiempo no lo es. Contiene una novela que nace de las divagaciones de quien a medida que viaja la va escribiendo. Hace un efecto como de espiral: el viaje gesta una novela que es un viaje con una novela que se escribe durante el viaje y así sucesivamente... En realidad, es el viaje el que escribe la novela (...)
Hace muchos años, cuando mi país soportó una larga y brutal dictadura, tuve que exiliarme y viví nueve años en México. Aprendí entonces que un viaje forzoso, forzado, es una circunstancia que uno jamás querría escribir pero que es imprescindible escribir, porque ser sobreviviente del Infierno conlleva, éticamente, el deber de dar testimonio del Infierno. Ese viaje, entonces, no remeda ni equipara al que describe Dante en la primera parte de su célebre poema; apenas lo evoca y lo celebra, toda vez que contar un viaje es haber sobrevivido.
Aquella transterración fue definitoria en mi vida y determinó mi obra literaria para siempre. Pero no porque yo escriba ahora acerca de aquella experiencia —lo hice durante un tiempo, casi como tarea militante— sino porque la experiencia misma condicionó todo lo que vino después. Aquel viaje del Infierno a México fue, como todos, alumbrador; fue una manera de parir textos que no cesan. Como el rayo de Miguel Hernández, yo diría (...)
Ahora mismo acabo de terminar una novela, que, hasta este texto, no me había dado cuenta de que también cabe en esta literatura que llamamos "de viajes". En esta novela hay migración: una pareja se va a los Estados Unidos, de donde regresará años después. Mientras tanto, otra pareja se ama clandestinamente en viajes entre el Chaco, en las sabanas del Este, y Mendoza, en la Cordillera de los Andes. Y hay una historia más, la de una muchacha que emigró del Norte hacia Buenos Aires y a la que las durísimas condiciones de la vida marginal convierten en un tango contemporáneo. No hay caso, no puedo evitar las itinerancias, porque, como en toda la literatura de mi país, no es posible concebir una escritura sin movimiento, sin traslación territorial...
Escribí varios libros en el exilio, y años después, cuando el desexilio, también. El ir y el volver resultaron inspiradores. La literatura que me fue dada desde entonces, y que he venido recibiendo como un don acaso inmerecido, siempre ha estado vinculada a esas traslaciones, esas mudanzas, esa precariedad de las raíces que uno padece con el mucho viajar y a las que uno termina por acostumbrarse. Todo discurso —todo texto— resulta entonces fundante, porque todo relato inaugura un espacio, lo crea, lo establece. Y al hacerlo pone condiciones, marca sus fronteras. Así, el viaje a la vez ensancha y acota.
Hace algunos años, en otra reflexión sobre el viaje y en un congreso dedicado a Alexander von Humboldt, en California, desarrollé una visión más política del viaje. En otra ocasión, en El Paso, Texas, y en Quito, Ecuador, hablé de los vocablos que en cierto modo condicionan esta literatura: frontera, límite, borde, o sea los contornos que prefiguran el final de una superficie que solamente es traspasada por el discurso literario, que no tiene límites y entonces no hay frontera que no pueda cruzar porque su razón de ser es indagar en lo desconocido, viajar siempre más allá. Y ya sabemos que más allá, siempre, está el infinito. Y en el infinito sólo hay literatura.
Quizás por eso, también, mis espacios se me hacen algo improbables, y aunque los tomo de la realidad siempre me parece que terminan al borde mismo de lo irreal. A mí me gusta tomar retazos de vidas, pedacitos de gente, y veo cómo se mueven, cómo viajan por la vida, y los miro y dejo que todo eso hierva lentamente en el caldero de mi imaginación. Cuando el hervor hace saltar la tapa, entonces escribo. Y eso es todo (...) Y para terminar, si me permiten, cierro con un pequeño poema de mi FNPat que me parece que lo sintetiza todo:
Soy ese viajero que nunca sabe exactamente a dónde va.
No un poeta preciso.
Soy caminante que busca, frenético, lo buscable,
lo que no se encuentra, lo que confunde.
No un orfebre maravilloso.
Indisciplinado del rebaño,
más bien un paciente que no toma los remedios,
un enamorado que no admite reglas,
un descontrolado -eso- que no respeta cánones.
Ni herrero en la forja ni tampoco el que maneja
la góndola y contempla, sólo contempla,
los amores ajenos.
Trashumante compulsivo, soy furor,
desconcierto, curiosidad, hambre.
Ni competidor ni sabio.
Soy un navegante al que se le ha roto la brújula
impreciso, caprichoso, ni siquiera la muerte ha de ser definitiva
cuando se la resiste a fuerza de marcha
y a marcha forzada. Soy el infatigable hamster prisionero
que camina hasta morir, andariego y movedizo
como el viento, susceptible como quien huye,
soy apenas pendolista, versificador que medita y narra, prosaico y profano
y no reconoce orígenes, acaso un loco,
uno que resiste, un inclasificable, un Bartleby. •
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Una entrevista que me hicieron en el FILBA 2011.
Se trata de la versión casi taquigráfica de una charla abierta que grabaron los amigos de Eterna Cadencia, durante el FILBA, en Septiembre pasado. Seguramente por razones de audición, la transcripción tiene algunos pequeños errores, pero es una entrevista representativa, que agradezco en particular a Paco Gómez y a Patricio Zunini. Si a alguien le interesa, se puede leer en:
martes, 15 de noviembre de 2011
Nota en Página/12: La saludable memoria
lunes, 14 de noviembre de 2011
Nota en La Nación sobre Aerolíneas Argentinas
lunes, 24 de octubre de 2011
La reelección y después
Es la madrugada del lunes 24 y acabo de enviar esta nota a La Nación Online.
Todo el país sabía que iba a pasar lo que pasó. Y estuvo bueno, quizás eso indica que la Argentina está entrando, finalmente, en la previsibilidad. Igual que en las primarias de Agosto, el frente político de la Presidenta triunfó porque el electorado piensa que el rumbo general de su gobierno garantiza cierta estabilidad. Ese preciado oro que los argentinos han desconocido, por generaciones. Anoche no hubo ninguna sorpresa y sobró alegría entre los partidarios de casi todos los candidatos. Y el plato fuerte fue el discurso de la Presidenta, como debe ser. Y discurso que, para mí, invita a dos lecturas: la del plano personal y la del plano político.
Empiezo por la segunda, que es más trascendente: pienso que quizá esta noche la sociedad argentina, muy mayoritariamente, se pronunció de manera de darle a la Presidenta una legitimación definitiva y contundente. Tantos cuestionamientos al respecto, tantas especulaciones sobre supuestos dobles comandos y demás (en esencia, reparos machistas) ahora quedan todos desautorizados. Ningún jefe de estado argentino, desde Juan Perón, recibió un respaldo de legitimidad como éste.
Otra cosa importante es que esta elección demuestra que todo un aparato mediático, de radio y televisión y prensa escrita, hoy ya no puede torcer la voluntad popular. Lo hicieron durante muchísimo tiempo. Hoy se demostró que perdieron ese poder.
Mi tercera apreciación es que se acabó el mundo exterior ficcional que inventaron tantos dirigentes políticos y corearon periodistas. Se habló con exceso de un mundo que le daba la espalda a la Argentina, y eso acabó anoche: quedarán más aislados los corresponsales que postulan, como ayer mismo en El País, de Madrid, que salir de la crisis exige más ajuste.
La cuarta es que la re-reelección como tema quedó felizmente desautorizado. La Presidenta dio a entender que no aspira más: "qué más puedo querer", dijo con sinceridad evidente y sin ironía alguna. Y además, ¿no es ridículo exigirle un pronunciamiento al respecto desde antes de ser reelecta, y seguir insistiendo la misma noche en que ella triunfa con más de la mitad de los votos de todo el país? Personalmente estoy en contra de toda re-reelección y sólo quiero que se cumplan los mandatos constitucionales. Y si pudiera, y por si acaso ella lee esta nota, le diría: "Señora, no les responda y ordene a sus funcionarios que no hablen del tema. Haga como hizo antes de elegir a Boudou como compañero de fórmula: ni una palabra. Manténgase así lo más que pueda, hasta el último momento. Entonces diga simplemente que no irá por la re-reelección".
En cuanto a la otra, primera lectura, digo que me agradó ese discurso lleno de idealismo, sensibilidad y sentido común. Pero sobre todo me gustó su idealismo cuando, segura de sí, convencida y buscando convencer, dejó sentado que en su segunda gestión no habrá más de lo mismo, sino más de lo mejor.
Me gustó también su referencia respetuosa a los candidatos de la oposición, y su imposición de respeto a los señores Binner, Macri, Alfonsín y los demás, haciendo callar a los desaforados de la tribuna. Ésa es la Presidenta que uno desea tener.
Luego, en la inevitable, lógica alusión a Néstor Kirchner dijo también algo que me pareció muy fuerte: "No hablo como su viuda, sino como su compañera. No hablo de él como marido, sino como militante política. Que nadie se equivoque". Eso me pareció admirable: era una mujer de excepción la que hablaba, dejando de lado a la oradora de barricada para mostrarse adolorida pero serena. Y digo excepcional, además, porque recordé todo lo que la han criticado no por presidenta, ni antes por primera dama o por senadora; recordé todo lo que la rebajaron como mujer. No sólo los machos de la política, y los machos argentinos en general, sino también tantas mujeres. Hay que tener el cuero excepcionalmente duro para bancar eso. Una gran presencia anímica, propia de una estructura fuerte pero a la vez sensible.
La evocación-confesión de que ante la derrota electoral de 2009 en la Provincia de Buenos Aires fue Néstor el que "fue al frente y puso todo y más", me pareció conmovedora. Y cuando dijo "no me la creo" yo le creí. Y por un segundo me quebré, como cualquier ciudadano que ve cómo están cambiando su país, con claroscuros pero para mejor.
Pensé, entonces, que no faltarán los que creen que finge o sobreactúa. Allá ellos, me dije. Y me fui a dormir. •