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jueves, 8 de noviembre de 2018

LECTURARIO # 61. José Luis Peixoto, Laura Alcoba, Luis Sepúlveda, Pedro Peretti, Cecilia Muse.

Es sabido que el ascendente narrador portugués José Luis Peixoto es ya una de las voces (antes se decía "plumas") más poderosas de la lengua de Luis de Camoes y José Saramago. Y en esta novela poética y sutil que leo con deleite, "Nadie nos mira",Peixoto imprime un magnetismo exquisito para una historia que se diría rural, evocativa de los climas de Juan Rulfo, pero en estas páginas con la presencia inquietante, omnipresente y sutil del Diablo. Fascinante personaje, clásico de la literatura de todos los tiempos, tratado aquí con naturalidad y sutileza ejemplares. Los desposeídos, la humillación en el ambiente rural, el dolor y la prosa suave pero implacable y delicada hacen de ésta una novela preciosa. No se la pierdan. (Arlequín).

* En otros Lecturarios me ocupé de la interesante obra narrativa de Laura Alcoba, escritora argentina que escribe en francés porque Francia es su patria adoptiva desde su infancia como hija de exiliados. Desde sus primeras obras, la saga que viene escribiendo denota un ligero ascenso; a "La casa de los conejos", su primera, subyugante obra, la que siguió la potente y coral, y a su modo conmovedora, "Los pasajeros del Anna C". Esa temática del exilio y la tragedia argentina toda es muy poderosa en la mirada de esta escritora que ahora retoma la línea original con "El azul de las abejas", novela en la cual la niña aquella que reencontraba a su madre en el exilio, ahora parece cerrar el ciclo con la presencia enigmática de una araña que parece acompañar la expectativa de las cartas del padre, preso de la dictadura. Pero esta es, de las tres novelas, la menos tensa, aunque acaso también la de ambición más sutil y en tono bajo. (Edhasa).

* En "Historia de un perro llamado Leal" refulge, una vez más, la extraordinaria capacidad de observación que junto con la ternura recurrente son sellos seguros, algo así como marcas de fábrica, que aparecen y deslumbran en toda la obra del gran narrador chileno Luis Sepúlveda. En esta historia breve y de creciente tensión, luce, impactante y conmovedor, un perro de gran porte que se crió en una aldea mapuche del sur continental, donde aprendió a respetar a la naturaleza y a distinguir, a su modo, el bien del mal. Esa es la materia prima con la que Sepúlveda compone un verdadero poema sobre la lealtad de un perro hacia el niño que es su compañero de aventuras. Y perro, también, que estando al servicio de quienes representan todo lo contrario se mide, heroicamente, en la persecución y prueba asombrosa que conduce al final, emotivo y dramático, (Tusquets).

* En "¿Quién mató a Francisco Netri?"el chacarero y escritor santafesino (así suele presentarse) Pedro Peretti, indaga en la tragedia personal de un dirigente agrario que, apasionado e incorruptible, protagonizó las primeras luchas agrarias en los albores del Siglo 20. Y tragedia en la que se condensan las formas perversas de la violencia política, cínica y brutal que parece constitutiva de la historia política argentina, que es mucho más sangrienta que lo que se admite, preñada de mafias en cada década y a la vez sobrada de cinismo en todos los niveles decisorios, particularmente los más encumbrados.
            Esta novela cabe en varios géneros: en el policial negro, en el registro de la historia, desde luego en el género político. Y como todos los libros de Peretti, con la característica inquietante de la revelación de episodios ocultos, se diría la parte negra, de la vida nacional. Y cuyos rasgos determinantes de las tramas son el lógico resultado de la apasionada e incesante búsqueda de verdades sepultadas que apasiona a este autor. Como ya sucedió con su anterior investigación, "El asesinato del Capitán Laurent", ahora este texto también a primera vista parece lejano y superado, aunque enseguida resulta –y este libro lo prueba– que es tan cercano y de tan dolorosa vigencia.
            Crítico y original, riguroso y fundado en documentos y testimonios inapelables, Peretti ofrece una nueva perspectiva, original y necesaria, acerca de las miserias pueblerinas y sobre todo de los atropellos agrarios que sufrió y sigue sufriendo nuestro país. La acción se centra en el sur santafesino, donde el gringaje trajo esfuerzo, sudor, producción y abnegación, pero también parió un repertorio de miserias humanas y un espíritu mafioso que todavía hoy padecemos. (Homo Sapiens).

* Saludo aquí también el notable libro de la académica cordobesa Cecilia Muse, "La entrevista", que lleva por subtítulo "Argumentación, puntos de vista y subjetividad" y es un ensayo basado en tres entrevistas de la autora, con Carlos Cullen, Santiago Kovadloff y el autor de este Lecturario, razón esta última por la que me eximo de elogiar esta obra que, como ensayo lingüístico, estimo irreprochable. (Biblos. Lingüística aplicada). *

sábado, 15 de septiembre de 2018



Dice Adrián Paenza en el prólogo:

 Si quiere saber qué hay que hacer con la tierra, lea las 20 propuestas finales. Si se pregunta quiénes se apoderaron o apoderan de la tierra, encontrará algunas respuestas en este libro". 

viernes, 14 de septiembre de 2018

Mis dos recientes artículos en Página/12

El lunes 3 de Septiembre:
https://www.pagina12.com.ar/139628-videos-economia-y-politica

El lunes 10 de Septiembre:
https://www.pagina12.com.ar/141177-el-odio-la-negacion-y-la-tarea

lunes, 30 de julio de 2018

SOBRE LOS CONTENTOS QUE VOTARON ESO, QUERIDO NOÉ

MI ARTÍCULO DE HOY EN PÁGINA/12.
Creo que necesario porque tod@s tenemos amig@s o conocid@s que votaron "esto"...

https://www.pagina12.com.ar/131765-sobre-los-contentos-que-votaron-esto-querido-noe

miércoles, 25 de julio de 2018

Lecturario # 60. Salinas Basave, Sodero, Enriquez, Toscana, Rozenfeld, Claudel, Perina

Voy a reivindicar, ante todo, el sentido de esta serie que bauticé, hace años, "Lecturario", y que me gusta e inquieta, me genera autoreproches y también reafirmaciones, y sobre todo me agrada sentir que es una especie de tardío recuento de lecturas, o, mejor dicho, acaso el simple recuento de mis lecturas de veteranía. De hecho inicié esta serie, si mal no recuerdo, después de cumplir 60 años, por lo que se trata, obviamente, de mis lecturas últimas, diríanse finales de una vida en la que hice muchas cosas, quizás demasiadas y demasiado variadas (teatro, música, literatura, docencia, política, ensayo, culto de la amistad con pocas buenas y definitivas personas) pero una sola de ellas inclaudicable, irrenunciable y definitiva: la lectura, mi única pasión indeclinable.
            Es curioso el número antedicho, además, porque redacto estos pensamientos en ocasión de cumplir 60 Lecturarios. Y en la certeza –o mejor, la esperanza– de que habrá más, y espero que muchos más puesto que mi plan secreto es vivir muchos años y todos leyendo a lo bestia y enseñando a amar la lectura y a ser lector@s.

• Este año he sido jurado de la segunda edición del Premio Literario de la Fundación El Libro, junto a queridos amigos como Ana María Shúa y el primer editor que tuve en mi vida: Jorge Lafforgue, y con ellos el colega puertorriqueño y Premio Rómulo Gallegos, Eduardo Lalo, y el narrador Carlos Gamerro a quien había leído pero no conocía personalmente. 
            Fue una tarea muy agradable, que con rápida unanimidad nos llevó a premiar dos libros estupendos, tan buenos que decidimos declarar desierto el tercer premio. Ambos son excelentes y nosotros los jurados sentimos una rica sensación de felicidad porque las dos colecciones de cuentos tienen méritos parejos y sus autores son jóvenes narradores latinoamericanos de la generación que hoy bordea los 40 años de edad.
            El primer premio fue para el mexicano Daniel Salinas Basave (1974), natural de Monterey, Nuevo León, pero avecindado desde hace veinte años en la ciudad de Tijuana, punto emblemático e híperconflictivo de la extensa frontera méxico-norteamericana. El libro se titula "Juglares del Bordo"y es una colección preciosa e intensa de cuentos que yo incluiría perfectamente en el género negro. Historias duras de gente dura, con un romanticismo jamás forzado y personajes tiernos y nobles que sobrellevan la dura vida cotidiana de esa región, una de las más violentas de toda nuestra América. 
            El volumen consta de nueve cuentos de ambiente periodístico en esa frontera diariamente sacudida, cuentos que cuentan el dolor de la dura vida en Tijuana, y cuentos preñados de códigos periodísticos pues "El Bordo" es el nombre del periódico en que se referencian casi todos los relatos. Son además destacables por la ambientación y la riqueza lingüística, y traslucen una valentía cívica notable y un aire romántico por momentos conmovedor. 
            El otro libro premiado se titula "Animal"y su autor es César Sodero, un patagónico rionegrino nacido en 1977 en Sierra Grande y autor de un cuento memorable, quizás el mejor que todos coincidimos haber leído como jurados en los últimos años. Un cuentazo que por sí solo ameritaba ser premiado. 
            Ambos libros han sido ya publicados por la Fundación El Libro. 

• Y a propósito de este autor, déjenme contarles que mi entusiasmo lo motivó a enviarme poco después, y por correo postal, su primer y hasta ahora único libro publicado: un cuentario titulado "Sierra Grande", que leí sin parar, apasionado por historias patagónicas marginales y de prosa contundente, y que hoy para mí es de lo mejor que leí de un joven autor argentino en los últimos tiempos. 
            Una joyita de libro, éste de César Sodero. Vayan y búsquenlo, y lean "Los rusos", lean "Los castigos", lean "Los extraterrestres", y sobre todo lean "Odisea", un cuento que ya querrían escribir much@s narrador@s de renombre. Y es que el tono natural, los diálogos manejados con soltura y verosimilitud, la riqueza de imágenes y la controlada pero suave firmeza de este notable narrador, auguran una obra renovadora y original, si bien Sodero tendrá que cuidarse de comentarios como éste y de muchos otros halagos que sin dudas recibirá, para nunca dejar de tener los dos pies bien plantados en la LIteratura y en ninguna otra cosa. El desafío es grande, pero creo que tiene con qué. (Alto pogo).

• Tengo demorados muchos comentarios de libros leídos en los últimos tiempos y tengo claro que a algunos los dejo pasar azarosamente. Pero no quiero que me suceda con "Los peligros de fumar en la cama", de Mariana Enriquez, una docena de cuentos notables, claramente inscriptos en el género gótico, originales casi todos por inesperados y por la prosa seca que los hermana. Y que no dejan de lado aristas graciosas, sutiles ironías y, en muchos, ese tono casual de las primeras voces potentes que son ideales para abordar lo sobrenatural. En la línea de su anterior libro de cuentos, el consagratorio "Las cosas que perdimos en el fuego", la narrativa de Enriquez respresenta un aire saludablemente renovador para una cuentística –como la argentina, y la porteña en particular– que es tan parecida a sí misma desde Borges, Cortázar, Ocampo y tant@s más. Yo creo que ahí, en lo desusado, lo inhabitual, está su mérito mayor. (Anagrama).

• Y ahora comento dos novelas: una que desde hace tiempo tenía sin terminar y cuyo autor es un amigo que aprecio, también mexicano de Monterey que vivió varios años en Polonia y luego se radicó en Tarifa, frente al Peñón de Gibraltar. David Toscana es su nombre y en esta novela, "El ejército iluminado", su imaginación se desborda en un relato con personajes entre exóticos, delirantes y grotescos que deliran alrededor de la idea de reconquistar Texas, ese inmenso territorio perdido en la guerra de 1845-47.
            Como en otras novelas fronterizas (Monterrey, Nuevo León, es el ámbito ideal para el neonacionalismo mexicano hoy en boga en la literatura del norte de México), ésta también logra un clima envolvente de deseos estrambóticos, fantasías y delirios. Un tanto pausada la prosa, y como de ritmo cansino por momentos, la pintura de personajes es sabrosa y convincente. (Alfaguara). 

• Leo también "El informe de Brodeck", enigmática y atrapante novela del muy promocionado narrador francés Philippe Claudel (1963), un interesante narrador del que tenía vagas noticias y que me agradó seguir en esta saga sobre un hombre extraño en un pueblo extraño de la que yo llamaría Alemania profunda, ésa que al terminar la Segunda Guerra Mundial se ocupó de restañar heridas y recuerdos y culpas, pero nunca del todo. Un tipo, Brodeck (me choca un poco la cercanía del título con "El Informe de Brodie" borgeano) se ocupa de investigar en forma amateur un asesinato inconveniente, cuya develación parece incomodar a todo el pueblo, empezando por el propio Brodeck. Bien armada y de ritmo intenso y buena pluma (es notable la traducción, de José Antonio Soriano Marco), puede inscribirse en el género negro contemporáneo, esa moda. (Salamandra).

• Aunque fuera de mi línea habitual de lecturas, leo "La resiliencia: esa posición subjetiva ante la adversidad", interesante trabajo de la psicoanalista y académica porteña Ana Rozenfeld. No es mi especialidad, pero la lectura me resulta reveladora de un –diría yo– fenómeno que empezó a estudiarse, creo, muy recientemente. Recomendable. (Letra Viva).

• Y otra lectura heterodoxa, que leí con sostenido interés y curiosidad, es "Una mujer pionera. La Jueza Lucas, su vida y sus tiempos", notable biografía de María Luisa Lucas, jurista y militante política de mi provincia, quien a sus casi 90 años preside aún el Superior Tribunal de Justicia del Chaco. Escrita por su sobrino, Rubén Miguel Perina, quien es académico de ciencias políticas radicado en los Estados Unidos y ex alto funcionario de la OEA, es ésta una biografía interesante y complaciente pero bien documentada y de muy amena lectura. (ConTexto). 

lunes, 23 de julio de 2018

He aquí mi libro 9 HISTORIAS DE AMOR, en traducción al búlgaro.

Es un libro que aprecio mucho, y que lamentablemente luego de agotar una edición no fue reeditado y prácticamente desapareció de librerías argentinas.

Al menos ahora en Bulgaria podrán leerlo!

domingo, 22 de julio de 2018

Lecturario # 59. Celebración de la poesía: Masín, Fracchia, Peluffo, Operé, Arlandis, Pérez López, Roldán, Valente, Gómez Beras, Meloni, Guastoni.

Posteado aquí con demora, porque olvidé hacerlo hace un mes, cuando sí lo posteé en mi FB.

• He declarado más de una vez más –y lo escribí en Lecturarios anteriores– que leo mucha poesía. En cambio escribo poca, poquísima, y casi no publico. En mi vida adulta apenas publiqué algunos poemas en antologías compartidas, casi todas en el extranjero, y un único poemario, titulado "Tanta noche", que en marzo de este año publicó en España la editorial valenciana Calambur.
            No voy a referirme ahora a mis trajines poéticos, pero sí quiero comentar –este Lecturario no es sino una sucesión de comentarios del lector que soy– que suelo entrar en casi todos los poemarios que me llegan, y me llegan muchísimos. Trato de por lo menos hojearlos, y leo y leo con variados entusiasmos o enfados. 
            Así, tarde o temprano incursiono en los libros no solicitados que me llegan, que son muchísimos. Curioso o escéptico, sobrevuelo esa vasta producción irregular (no podría ser de otra manera) que se intenta en el mundo y que no tiene mercado. Lo cual yo celebro, porque si hay algo que si es valioso es seguro que jamás tendrá mercado, eso es la poesía. De ahí que no deja de ser interesante que las grandes editoriales del mundo no se interesen por publicar este género. De lo contrario, el desastre sería inevitable. 
            Por eso, muy pocas veces me rindo ante poemarios que me cautivan. Y eso es todo, y estimo que mi actitud no es censurable. Para mí la poesía es la esencia misma de lo que suele llamarse Gran Literatura: esa que te deja la boca seca y enciende tu capacidad de asombro y admiración. 
            Cuando eso no sucede, afortunada y simplemente es mejor el silencio. 

• Siempre he pensado que la poesía es a la vez susurro y grito. Al menos en mi pequeña producción lo siento así y lo he observado en muchos poetas que leo y respeto desde siempre: Ezra Pound, Czeslaw Milosz, Mariángeles Pérez López, Juanele Ortíz, Antonio Machado, Olga Orozco, el gran Federico y el siempre intenso y con tan mala prensa Mario Benedetti. Susurran, como si te hablaran al oído, pero a la vez sus versos son gritos, advertencias, filosofía y ardor en estado puro.
            Y es eso, susurro y grito, lo que me impresiona de la poesía de Claudia Masin, chaqueña como yo, que acaba de publicar su notable antología "La desobediencia. Poesía reunida". En la que me parece advertir huellas de Alfredo Veiravé, que es como decir reminiscencias indirectas de Juanele Ortíz. Y eso es bueno porque quién, qué poeta permanece inmutable, quién puede seguir igual de alma después de leer a Juanele. Y veo aires también, o vientecitos, de Adolfina Mondín y Sylvia Lesa, dos poetas pioneras de estas tierras feroces que sólo amamos quienes las padecemos. Quizás porque querer es también un modo amable del verbo soportar. Y en esta vasta antología poética de Masin veo también, acaso más nítido, el aura de Eduardo Fracchia, nuestro poeta y filósofo que en sus "Antipoemas" dejó huellas decisivas para la antropología poética chaquense. 
            En Masin creo verlo: "Cada muerte deja sobre ellas un dibujo diferente" dice Claudia de las piedras labradas por el viento. Y también nombra "el desconcierto de quien no cree en las palabras, pero teme al silencio"
            Hay una sólida conciencia lírica y también una firme conciencia feminista en esta poeta. Allí las mujeres son, como en la vida, protagonistas. "Algunas tienen cuerpos, y otras cuentan". En cambio la figura masculina por antonomasia, el padre, está desdibujado, apenas sujeto de dolorosa presencia.
            En esta obra completa hasta aquí, como diría Isidoro Blaisten, impera la letanía constante de la infancia, tratada como territorio de ensoñaciones: "La memoria de la infancia es un continente en miniatura que, como la Atlántida, espera la creciente para ser olvidada"
            Susurro y grito de lo que está pasando aunque no lo veamos y no queramos ver, pero sucede: "No hay olvido. La memoria del daño, como la memoria del placer, nunca termina". (ConTexto Editorial).

• Menciono a Fracchia, a mi amigo de infancia Eduardo Antonio Fracchia (1945-1999), camarada de siestas y descubrimientos, luego filósofo audaz y notable, catedrático de la Universidad Nacional del Nordeste, y cuya obra singular algún día la Argentina toda reconocerá. Recomiendo la edición completa de sus "Antipoemas" que acaba de publicar la muy chaqueña y audaz Editorial ConTexto.

• Declaro asimismo otra sorpresa: los poemas de Luisa Peluffo, reconocida narradora patagónica (nacida en Buenos Aires, pero radicada en Bariloche desde 1977), de quien leo un libro notable: "Fotografías".
            Ignoraba el trabajo poético de esta sólida novelista de perfil bajo y consistente trayectoria, y quizás por eso me asombró este hallazgo, que se caracteriza por la delicada sensibilidad que gobierna un poemario que se lee con placer y subrayando, lapiz en mano, y en el que destaco especialmente versos sugerentes como estos, que prefiguraron la tragedia de Santiago Maldonado y en particular de Rafael Nahuel:

            yo supe ser un lonko
            hijo de esta patria 
            y del cacique huincahual

            los blancos 
            me quitaron la tierra y el río
            mataron a mis hermanos 
            robaron mis caballos

            la tristeza me echó al suelo

            yo no tengo dos pensamientos
            me quité la pilcha del huinca
            y hablé la lengua de nosotros:

            mas itainko xaleshem

• Quiero dar cuenta también de otros poemarios que leí en los últimos meses, obras de poetas que estimo, que admiro o que voy descubriendo porque sus versos son necesarios. Entre ellos el más reciente poemario de Fernando Operé, madrileño afincado en los Estados Unidos desde hace 40 años, catedrático en la Universidad de Virginia y hermano que la vida me regaló. "Pureza demolida" es el título de esta rigurosa y sensible obra poética que se suma a su sólida cosecha, también publicada por la valenciana Calambur. Casa editora que lleva de la mano otro poeta original y de voz poderosa llamado Sergio Arlandis, a quien es una pena que se le ignore –todavía– en Argentina y Nuestra América, y cuya última obra es un poemario titulado"(In)verso", libro experimental y arriesgado por su propuesta, lenguaje y tono.

• Y como en otros Lecturarios, destaco la reciente producción de una de las poetas que más admiro: la salmantina Maríángeles Pérez López, quien es en mi opinión una de las grandes voces poéticas de la lengua castellana actual, y además catedrática de la Universidad de Salamanca. Conozco, creo, casi toda su obra, que ella gentilmente me hace llegar con puntualidad . Ahora es el turno de "Fiebre y compasión de los metales"(Vaso Roto Ediciones), notable festival de endecasílabos brillantes, precisos, originales:

            El sol es una herida transparente
            incisión que suturan las abejas
            con su amor al hexágono y al polen.

Y también:

            En la imaginación del cereal
            la hoz no se reduce a una herramienta.
            Media luna que canta en el centeno
            su amor diseminado en cada corte,
            la violencia más dulce del verano.

• Una sorpresa y de las más agradables, y en este caso para mí inesperada, es "Balada del aullador", poemario póstumo de Gustavo Roldán (1935-2012). Otro paisano chaqueño, aporteñado por la vida, que llegó a ser un grande de la literatura para niños de este país. Respetada y elogiada con justicia, la obra de Gustavo ocupa un lugar destacadísimo en la literatura argentina, pero yo confieso que no conocía su obra poética, que ahora me llena de gozo, ternura y nostalgia en cada verso de este libro (Calibroscopio).

Vean este poema, titulado "Palabras":

Digo agua y el agua
moja las plazas y los patios
Digo viento
y los veleros
se alejan de los muelles
hasta ser un punto en la distancia.
Digo sol
y mi sombra dormida
se despierta y se alarga
sobre el piso y la pena.
Digo tu nombre 
y la palabra
en vano
resuena en la ventana. 

• Leo con curiosidad y entusiasmo creciente otro poemario inesperado: "Poesía reunida", antología más que personal, diríase íntima, de la producción casi secreta del editor y poeta portugués Manuel Valente. A quien conozco desde hace más de veinte años y, aunque ignoraba sus poemas, sé que vive rodeado de poesía. De hecho su pareja es la gran poeta portuguesa Rosario Pedreira, de quien ya he comentado un par de libros en estos Lecturarios.
            Y pues ahora Manuel me envía, con elogiable modestia, este libro cuyo subtítulo reza: "Un poco que sobró de casi nada". Ejercicio de modestia, claro, porque ni los poemas son sobrantes ni la subvaloración se justifica, si bien el tono del poemario es de recato. Como en el inicio de "Telegrama":
            
"Estoy bien y continúo / resisto / cuesta más de mañana / cuando me visto / meto en el bolso la esperanza / y asisto / a un día más"
            
Retratos de amor a Lisboa, versos encendidos de pasadas ilusiones políticas, poesía militante y militancia de amor, más una notable y acertada colección de sonetos perfectos y de impecable sonoridad, todo eso da, me parece, la bienvenida a un editor de oficio que es a la vez poeta con beneficio. (Quetzal Editora, Lisboa).
            
• Y hay más poemarios que me interesaron en los últimos meses, digamos lo que va del año, entre ellos "Mapa al corazón del hombre", de Carlos Roberto Gómez Beras, poeta dominicano radicado en Puerto Rico, donde dirige una editorial estupenda: Isla Negra Editores. Y libro éste que dispara directo y sin concesiones a las emociones de cada lector/ora.
            
• Y también, claro, destaco la muy recomendable "Poesía elegida", de Aledo Luis Meloni (1912-2016), hermosa antología del querido vate chaqueño, maestro mío y de cuanto escribidor hubo y hay en esta partecita del mundo. Desde "Tierra ceñida a mi costado"(1965), Aledo impactó por su talento coplero y su calidad humana excepcional, ahora reluciente en este libro adorable. (ConTexto).

• Y dejo para el final un libro muy especial, atado a una anécdota inesperada.           Hace un par de meses, en una peña folkórico-política en Caseros, Provincia de Buenos Aires, una amabilísima mujer me entrega un libro de edición de autor. Es un episodio muy común, y que generalmente me incomoda, porque me siento obligado a por lo menos hojear libros que dudo mucho que me interesarán. Pero esta vez la sorpresa es grata. "El ánfora de la playa"es el título de este notable poemario de Juan Carlos Guastoni, de quien el libro no trae dato alguno pero a quien imagino un hombre mayor y lector avezado. Casi todos los poemas de este libro son sólidos, bien pulidos, de buen tono y acertadas rimas, y además denotan una obsesión marina muy interesante. La mayoría son sonetos endecasílabos perfectos, que evocan a Paul Valery y Rafael Alberti. @

lunes, 2 de julio de 2018

UN POSIBLE LEGADO DE RUSIA 2018

MI NOTA DE HOY LUNES, EN PAGINA/12, CON MI AGRADECIMIENTO A MUCHOS LECTORES QUE ME ENVÍAN COMENTARIOS Y MAILES DE RECONOCIMIENTO Y ALIENTO.

https://www.pagina12.com.ar/125653-un-posible-legado-de-rusia-2018

martes, 13 de marzo de 2018

ADN MACRISTA, GENOCIDAS Y UNA ESPERANZA EN SAN LUIS

MI NOTA DE AYER LUNES EN PÁGINA/12:
https://www.pagina12.com.ar/100994-adn-macrista-genocidas-y-una-esperanza-en-san-luis

jueves, 8 de marzo de 2018

De FANTASÍAS, CANTITO Y CENSURA

MI NOTA DE LA SEMANA EN PÁGINA/12:
https://www.pagina12.com.ar/99464-de-fantasias-cantito-y-censura

sábado, 3 de marzo de 2018

LECTURARIO € 58. Osorio, De Isla x 2, Martínez, Isaías

Lecturario # 58. Osorio, De Isla x 2, Martínez, Isaías.
 
• "Doble Fondo" es un verdadero zarpazo inesperado. Una novela típica, diría, de Elsa Osorio, de quien ya conocemos, entre otras novelas, la conmovedora "A veinte años, Luz". Aquí nuevamente estamos ante un riguroso mecanismo de relojería literaria alrededor, podría decirse, de la historia de un cadáver.
            Una médica respetada aparece muerta en la costa de un río de un pueblito de Francia, y entonces Muriel, reportera ambiciosa, tenaz y pasional, se pone a investigar lo que es mucho más que un caso. Es una historia tremenda sucedida años atrás en un país lejano de Sudamérica, llamado Argentina, donde el horror y el cinismo reinaron sin límites.
            Una militante montonera prisionera en la ESMA logra sobrevivir, chantajeada por la liberación de su hijo, que le fue arrancado por un marino que se ha convertido en su protector enamorado, si ello es posible. La trama va tejiéndose a sí misma como una suma de acciones inesperadas y ominosas, propias de psicópatas depravados y, claro, allí cabe todo el repertorio de horror de que fue capaz el poder absoluto de la dictadura. Pero el resultado es una novela impresionante porque va mucho más allá de la tragedia que ya conocemos. En estas páginas obsesionantes y de prosa sin tregua, la tragedia argentina es diseccionada con maestría, con dolor y amor, desde el punto de vista francés y europeo, en su afán de comprender una sociedad para ellos ­–­y quizás para nosotros también– completamente incomprensible.
            Novela ardua, dura y dolorosa, pero de lectura apasionante, se lee como un policial de Simenon y también como un informe, como una confesión, como el sostenido diario de una tragedia en primeras y terceras personas.
            Elsa me hizo el honor de pedirme que la presentara en Diciembre pasado, en Dain Usina Cultural, de Palermo, en Buenos Aires, junto a Miriam Lewin y Patricio Contreras. Fue una velada muy emotiva y yo dije más o menos todas estas cosas. (Tusquets, 2017).

• En el Lecturario anterior, el 57, comenté mi viaje del año pasado a Monterrey, Nuevo León, en el norte de México. Y ahora regreso allí, porque también de Monterrey es mi viejo amigo y colega Pedro de Isla, escritor de muy bajo perfil que desde que lo conozco, hace más de veinte años, viene consolidando una obra narrativa que ya merecería un más justo reconocimiento en su país.
            México, por cierto y como siempre, es el núcleo de su narrativa. Que en dos novelas que me ha obsequiado luce como refulgente fantasía de una realidad tremenda, sí que fascinante. La primera que leo se titula "Tuyo es el reino", y allí me topo con el viejo, interesantísimo rescate de una fantasía de muchos regiomontanos y otros habitantes del norteño Estado de Nuevo León: independizarse de México.
            Por razones históricas, sobre todo, pero en el fondo porque Monterrey es no sólo la segunda ciudad de la república sino también la Sultana del Norte, como la llaman por su potencial de centro industrial productor de las mayores riquezas industriales de ese país. En esta ficción un grupo clandestino prepara clandestinamente la secesión mediante una especie de golpe de estado. Delirante por momentos, y con estructura de novela policiaca, el texto sirve para exponer motivos, debatir una cuestión siempre reprimida, y al mismo tiempo una trama de misterio y elusiones muy llevadera. Mereció el Premio Nuevo León de Literatura 2016. (Conarte, 2017).
            La otra novela de Pedro que leo tiene un título que me parece un hallazgo: "Los andamiajes del miedo". Y una trama de novela negra moderna, intensa y sostenida, en la que reluce el típico repiqueteo autoral acusativo que se dirige a una segunda persona, que hace décadas impuso Carlos Fuentes en la literatura azteca. La historia se basa, al parecer, en un hecho verídico: en 1977 un intento de violación a una muchacha acaba en un asesinato que provoca un delirio xenófobo en las clases medias regiomontanas, acicateadas por la amoralidad y el cinismo, y el rol perverso de los medios periodísticos tradicionales, que, como se sabe, adoran la sangre. Ajena y comercial. (Universidad Veracruzana, 2016).

• Una grata sorpresa me resulta el libro de un joven periodista chaqueño, de mi misma Ciudad de Resistencia. "Cómo se siente un tiro", de Bruno Martínez, es un libro perfectamente periodístico, de casos locales pero con un aliento que promete y apunta a más, gracias una prosa directa, concreta, abigarrada, literariamente periodística, si se me permita decirlo así. Todo va al grano en estos relatos-crónicas que vencen cualquier resistencia, local o foránea, porque cada texto es interesante, llevadero y tiene médula. Como el notable relato que da título al libro, como la historia de San La Muerte aquí revisitada, e incluso algunas de las reseñas-entrevistas periodísticas, que, claro, no son lo mejor del libro. Pero cuando un tipo joven como Bruno Martínez, a los treinta y pocos años es capaz de contar, conmover, entretener y haces pensar como logra este llibro, ¿qué más pedirle? O acaso exagero porque, lo confieso, yo jamás había leído sus crónicas y notas de periodismo de color en los diarios locales, que casi no leo. Una sorpresa, pues, para poner una ficha a futuro. (Editorial ConTexto).

• Leo también, y con sereno placer, "Lluvia de marzo", creo que la última producción de ese notable poeta rosarino que es Jorge Isaías, un vate maduro y sólido que sobresale de entre la abundancia de poetas de buena voluntad que suele haber en las provincias.
            Isaías canta al paisaje de su tierra sin remilgos ni golpes bajos, como un observador agudo que se pregunta "¿Qué hará esa nube / quieta / que ninguna brisa / mueve? / ¿Qué hará / cuando algún viento / la deshaga / como a los sueños míos?"
            Curiosamente, yo tenía este posteo listo y demorado nomás, cuando me enteré de que Isaías fue galardonado en España con el Premio Dámaso Alonso, que otorgan la Academia Hispanoameriana de Buenas Letras y la Fundación Andrés Bello, de Madrid. Merecido reconocimiento a uno de los poetas fundamentales de la Argentina extendida y profunda, ésa de perfil bajo pero tan necesario como el cielo y el sol de nuestro país.
            Santafesino de veras y compacto en sus versos, siempre me agradó saborear los poemas del Tigre Isaías, como lo llaman sus íntimos. A mí me encanta ese aire que suelen tener, algo campero y con bichos volando y recuerdos de pasados siempre memorables y algo tristes. Mundo peculiar el suyo, melancólico y evocador, con suavidad de río manso, de algunos poemas de Juanele. Será el aire litoraleño, digo yo. (Ciudad Gótica).
• Y si de poesía se trata, les y me prometo un Lecturario específico puesto que tengo en mi mesa una treintena de poemarios que me llegaron en los últimos meses y a los que, por lo menos, quiero darles acuse de recibo. @

jueves, 1 de febrero de 2018

Una charla con María Elena WALSH (1930-2011)

Hoy 1º de Febrero la inolvidable María Elena Walsh hubiese cumplido 88 años. 
Fue mi amiga, y me acompañó en la revista Puro Cuento
Como homenaje lleno de cariño y agradecimiento, comparto con ustedes la entrevista que le hice en su casa una larga jornada de la primavera de 1987, durante la que tomamos mate y comimos sconnes recién horneados hablando de literatura.

María Elena Walsh:
El cuento infantil no entra en el Parnaso 
No es fácil que acepte ser entrevistada. Y cuando acepta, luego dice que se ha arrepentido. Habla de leyendas correntinas, prepara un té exquisito y deja al visitante asombrado ante el buen gusto y luminosidad de su piso en el Barrio Norte porteño, de vista magnífica y bibliotecas repletas de ediciones antiguas, en español, inglés y francés, lenguas que domina. El aire que se respira a su alrededor es limpio, fresco, pero es difícil romper sus precauciones. A primera vista, es una mujer que ni seduce ni se deja seducir. Pero a poco de la conversación, del té, de la literatura, asoman su franqueza, su espontaneidad, su carcajada traviesa.
No es fácil entrevistarla, pero es grato hacerlo. De respuestas breves, concisas, es evidente su timidez. Sus modales suaves, su mirada directa y azulísima, sin embargo, crean lentamente el clima propicio para que uno se olvide de que está frente a un personaje famoso, casi una diva. Y aparece una mujer sencilla y lúcida, juguetona, picara, irónica, a la que uno no querría tener por enemiga y de quien seguramente sería hermoso merecer la amistad. Y una mujer, también, que ha escrito algunas de las páginas más bellas de la literatura nacional (sin el aditamento “infantil” al sustantivo) y memorables artículos ensayísticos como aquel que tituló “El país jardín-de-infantes”.
Nacida en 1930 en Ramos Mejía, partido de La Matanza, en las afueras de Buenos Aires, María Elena Walsh se inició como poeta a fines de los años cuarenta. En 1960 se inició como autora de cuentos y canciones para niños, y como todo el mundo sabe es una de las escritoras más populares de la Argentina del último cuarto de siglo. Es miembro, asimismo, del Consejo para la Consolidación de la Democracia. Esta charla se realizó el último día de septiembre de 1987.
GIARDINELLI: Es casi inevitable pensar que el origen de tus cuentos viene de cierta vocación nacida en tu infancia. ¿Es así?
WALSH: Yo me crié, en cierto modo, con el cuento en verso. Y todavía tengo bastante debilidad por la poesía narrativa. No me importa si es buena o mala como poesía; la juzgo como narrativa porque posiblemente fue lo primero que absorbí, en las nursery rhymes (versos para niños) que cantábamos en la escuela. En una cuarteta te contaban un cuentito, una historia. Tenía principio, medio y un final, que a veces era dudoso, generalmente dramático. Versificado, tenía estructura de cuento. Y yo me familiaricé con el cuentito en verso.
—¿Y qué es el cuento, hoy, para vos? ¿Qué significa como género literario, en tu producción?
—Bueno, eso vino en otra época, la de la instrucción. Al ser “leída”, como se dice, ya me fascinaba todo tipo de cuento, pero lo que pasaba es que recibía oralmente, de mis padres, mucho cuento en verso. La cultura familiar, en mi casa, era de mucha lectura pero no de tipo académico. No había universitarios en la familia. Pero sí se tenía afición por la buena lectura, por la novela; se leía a Dickens, a Verne, etc. Y es curioso; prácticamente no tengo recuerdos de que me contaran cuentos, pero sí muchos versos que eran en sí cuentitos, e incluso muchas letras de canciones eran narrativas, dramáticas. Las primeras letras de tangos eran todos cuentos, hechos dramáticos.
—Vos empezaste como poeta en los años cincuenta. Por aquel entonces, ¿tenías alguna fantasía, o vocación inconsciente, para convertirte en narradora? ¿Querías contar?
—No. E incluso no he escrito demasiado. Y últimamente, que me he puesto a escribir, me doy cuenta de que extraño mucho la poesía. La síntesis, los rápidos desenlaces. Sean para chicos o no. Extraño mucho esa forma. Siento algo muy raro, como que es una pérdida de tiempo muy extraña seguir los hilos de un relato.
—¿Leíste mucho cuento? ¿Cual fue tu formación?
—Bueno, habría que acotar esa pregunta, porque uno ha leído tanto... Diría que desde muy temprano, me fascinaron mucho los cuentos de Las mil y una noches. Algo maravilloso, entre lo primero que leí y que aprecié. Y también Perrault, ¿no? Yo sigo pensando que los cuentos clásicos de Perrault, pasada su época de anatema de parte de los psicólogos, son bastante insuperables. Y después descubrí los folklóricos, esos que dan la vuelta al mundo, que florecen en todas partes con ligeros cambios de personajes y situaciones.
—Conociendo tu obra para niños, uno se pregunta qué te pasó con los hermanos Grimm, con Anderson, con Monteiro Lobato...
—Bueno, los junto un poco con Perrault. Son cuentos de una época de la vida en que se los lee conjuntamente.
—¿ Y los fabulistas?
—No, los leí después. En mi etapa formativa no frecuenté la fábula, ni ningún tipo de literatura moralista. Me salvé, diría, porque en el colegio había una literatura y una poesía escolares, pero no especialmente moralista. No sé, se diría que sólo últimamente estoy más atenta al cuento. La verdad es que es un género que voy redescubriendo. Y ese descubrimiento a lo mejor viene de mi lectura entusiasta y constante de la segunda parte de El Quijote, que es una serie de cuentos dramáticos, ¿no?
—Vos hablás de poesía narrativa, y en tu caso creo que es muy evidente que hay un paso de lo poético a lo narrativo, una traslación que se observa en tus canciones, que son versos pero también son cuentos. ¿Cómo se dio eso; de modo inconsciente o fue una elección?
—Me cuesta precisarlo. Creo que es algo que se fue dando; la necesidad y la ilusión de escribir cuentos, y cuentos breves, y de mucha acción. Algo que creo que todavía no he conseguido; es un género muy difícil. Estoy pensando, claro, en cuentos específicamente para chicos. Tengo algunos, pero me salieron —los que parece que están mejores— cuentos largos, casi nouvelles para chicos; los que están en mi libro Chaucha y palitos. Son cuentos quizá un poco barrocos en materia de lenguaje.
—¿Eso es así por una exigencia íntima tuya, o por exigir al niño lector?
—Es una exigencia mía, porque yo quiero exigir al niño. Me preocupa que hoy tienen un lenguaje terriblemente empobrecido: todo es relindo, reesto y relootro, y no me resacás de ahí y me recopa, y bueno... Si no, dicen que agarré la cosa y después estaba el coso... Es pobrísimo. Si Filloy, en el último número de Puro Cuento, dice que el lenguaje de los argentinos es pobre, el de los niños y los adolescentes es pobrísimo, no llega no a 800, yo diría que ni a 400 palabras, salvo el lenguaje técnico que puedan dominar, como el del deporte o de la cibernética. Entonces y por todo eso me dio como un ataque en contra, y escribí para chicos más grandes, para preadolescentes y con un lenguaje rico, incluso con palabras inesperadas, raras, de esas que hay que buscar en el diccionario. Y bueno; que las busquen o que se queden en la sonoridad de la palabra. Pero no podemos contribuir a empobrecer aún más el lenguaje.
—¿En tus canciones hay una clara estructura narrativa, cuentística. Pienso en Osiris, en Manuelita, entre tus clásicas. ¿Cómo los trabajaste? ¿Como cuento versificado?
—Salían espontáneamente. Hay un mecanismo muy mágico, que es el de la rima. La rima es la que te lleva a una determinada historia. Va ordenando el ritmo narrativo.
—¿Lo intuiste así o lo buscaste conscientemente?
—No todo lo que se busca resulta. O resulta artificioso, al menos en materia de rima. Es bastante fatal. Se nota el esfuerzo y lo que resulta es terrible. La rima tiene su propia magia; es como un mecanismo inconsciente; y hay momentos en que uno puede dejarse llevar por él, y otros momentos en que no. Es como las actividades parapsicológicas: de pronto uno es vidente, pero lo es un día y no de manera voluntaria.
—¿Creés en la inspiración?
—No, no creo en la inspiración, pero sí creo que muchas veces hay que dejarse llevar por juegos involuntarios, inconscientes. Y no hay problema en no saber explicarlo.
—¿El material de tus cuentos y canciones, de dónde salió? ¿De experiencias vividas, de la realidad, de la pura imaginación?
—Hay de todo. De hecho la génesis de mi literatura es como la de cualquier otra: partir de un hecho o personaje real y transformarlo, o dejar que se transforme sólo a medida que uno lo utiliza y lo describe. También hay otra génesis, que son trabajos de traducción, versiones más o menos libres, de las nursery rhymes. También lo he hecho con algún poema de Lewis Carroll. Y también he utilizado elementos y personajes de otras literaturas, deformándolos. Y también del folklore. Somos sintetizadores de una tradición, y en Argentina eso es notable porque somos todos nietos de gringos, de inmigrantes: hay mucha variedad de tradiciones.
—En tus trabajos hay mucha presencia del folklore, del costumbrismo, del regionalismo. ¿De dónde viene eso; de viajes, de investigaciones?
—No, fue algo precoz. Creo que eso lo absorbí y lo incorporé en mi juventud. Cuando me empezó a interesar el folklore y comencé a observarlo —no sólo el nuestro, sino también lo que había heredado en inglés—, fui sintetizándolo. Yo he viajado muy poco, pero es evidente que el lenguaje y las tradiciones del interior de nuestro país están emparentados con otras, tanto de España como del resto de América.
—Hay una pregunta que te habrán hecho infinidad de veces, y que no puedo evitar: ¿cómo fue que te orientaste hacia el público infantil? ¿A qué se debió?
—¡Esa es la pregunta que no me debías hacer! Porque no hay explicación, ni yo misma lo sé... No tengo respuesta; supongo que sólo puedo decir que sentía la necesidad de hacerlo y al mismo tiempo quizás llenaba un vacío.
—Pero me parece importante establecer si fue una elección o no, perqué hay autores que creen escribir cuentos para niños cuando en realidad hacen cuentos de adultos nostálgicos, dirigidos a otros adultos nostálgicos, con sujetos niños. Que no es lo mismo. En tu caso, es notable cómo a lo largo de veinte o treinta años el destinatario, el interlocutor, es siempre el niño. Y mas allá de que los puedan leer también los papas, los adultos. Y de que han pasado ya dos o tres generaciones de niños que fueron.
—Claro, yo también he notado ese peligro en cierta literatura nostálgica del adulto que está tratando de recuperar su infancia, en lugar de incorporarse a la infancia actual, a los que hoy son chicos. Yo he visto eso con cierto rechazo de mi parte... Pero en mi caso, creo que mis cuentos son vigentes por esa preocupación, o esa carambola, de que siempre he querido estar entre los chicos, y no como adulto que se dirige hacia los chicos. Yo he querido compartir.
—Me parece una respuesta muy humilde, atribuirlo a una carambola, a una casualidad...
—No, pero no es humilde y sí es carambólico. Porque muchas veces buscás eso, el compartir, y no lo conseguís. Hacés un tremendo esfuerzo y los chicos no lo sintonizan. Quizás haya otro tipo de explicación psicológica, psicoanalítica, que sería mucho más precisa, pero esa es otra historia en la que prefiero no meterme. Pero en fin, a creo que hubo algo de carambola, si bien hubo algo de lo que siempre fui muy consciente: que no quería hablar desde la nostalgia, sino que la infancia era algo presente para mí.
—¿Y el humor, la gracia, salieron sin búsqueda?
—Bueno, yo diría que mi preocupación en ese sentido era el chiste. El humor que surge de la situación irreverente; cierta afición por el absurdo. Las nursery rhymes tenían todo eso; era una tradición oral. Ahora, como lecturas, vinieron después: Saki, Jonathan Swift. Pero en general, creo que tuve oreja para absorber el disparate. Tengo buen oído para eso. Y me gustaban mucho las historietas, de humor y fantásticas, tipo “Mandrake el Mago”. 
—Creo que estarás de acuerdo en que en el cuento no hay reglas, pero ¿hay algunas normas inevitables, alguna preceptiva ineludible para el cuento infantil?
—Sí, es posible que las haya, y yo las conozco, al menos a las mías propias. Pero no siempre las alcanzo ni creo poder enumerarlas exhaustivamente. Pero, por ejemplo, el cuento para chicos requiere algunas cosas: acción, mucho humor, gracia, juego con el lenguaje, sentido del disparate...
—¿ Y qué con la perversión, que es un material tan infantil? Me refiero a lo truculento. En tus obras aparece poco o nada.
—Sí, y eso fue bastante deliberado. En las rimas inglesas en las que yo me formé, si uno las lee prestando atención al sentido, hay mucha crueldad, mucha truculencia. Y también la había, tradicionalmente, en todo el material destinado a los chicos. Mucha necrofilia, lo cual es muy español. En lo tradicional español eso es notable; canciones como “Ya se murió el burro” y cosas así.
—Posiblemente eso tiene muchos siglos, ¿no? Las fábulas de Iriarte, de Samaniego, son muy crueles.
—Sí, e incluso el tema de las brujas malas, y los ogros, son tradicionales en todo lo que se destinaba a los chicos, en muchas culturas. Y bueno, todo eso quise romperlo deliberadamente. Quise que entrara un poco de aire fresco, a través de personajes y situaciones graciosas, divertidas, y suprimiendo la crueldad. Claro que no creo que haya que suprimir totalmente la crueldad, ni pintarle un mundo color de rosa a los chicos, pero en ese momento, cuando yo empecé a escribir, me parecía que había que limpiar un poco la escritura para chicos.
—¿Hubo una intención, digamos, ideológica?
—Sí, si se quiere, sí. Sentía la necesidad del aire fresco, más que la intención. Poner más chiste y broma, y menos necrofilia, escuela y solemnidad.
—¿Cuando escribís, pensás en un lector tipo, en un modelo de niño?
—Sí. El niño en el que he pensado siempre, es en general el de edad preescolar. Por eso, no me refiero a cae mundo ya cibernético y galáctico, sino que me dirijo a chicos que necesitan historias simples, utilizando el lenguaje como un juego, y además, esa edad me gusta mucho porque los chicos no están domesticados por la escuela. Sólo hice un libro pensando en chicos más grandecitos, donde hay algún elemento fantástico moderno.
—¿Escribiste cuentos que no fueran para niños?
—No, la verdad es que no. O sí, bueno, he escrito algunos pero nunca los publiqué. No me convencieron.
—-¿Qué vinculación y qué importancia tuvo la música para tus narraciones versificadas, si así puedo llamar a tu género? ¿Escribís pensando musicalmente?
—No, primero se hacen siempre las letras. Es lo que suele suceder; primero se hace el texto y después se experimenta con la música. Cada texto trae su música. Cuando se lo tiene, se trata de encontrarla.
—¿Cómo es tu forma de trabajo? ¿Tenes algún método?
—Depende de muchas cosas. Si encaro un trabajo que sé que puede tomar forma de libro, trabajo de manera obsesiva, todos los días, con muchísimas dificultades, eternas correcciones, reescrituras y recontraescrituras... No soy disciplinada en el sentido de trabajar determinadas horas o páginas por día, que más bien me parece que es el trabajo de los novelistas o ensayistas, pero cuando veo que una obra que tengo entre manos parece querer ser un libro tengo que ser obsesiva, dedicarle todo el tiempo posible, estar metida, pensando sólo en esa obra. Además, creo que cuando uno escribe, también le atraen determinadas lecturas. Yo leo mucho, cuando estoy escribiendo. Cosas estimulantes.
—Un tema odioso, pero inevitable si se te entrevista, es el de la fama. ¿Juega un papel de exigencia para vos?
—No pienso en eso. Como no pienso en escribir para complacer, ni para vender. En todo caso, la única complacencia que me importa es la de los chicos, pues escribo para ellos. Pero no pienso en mantener un nivel de prestigio, ni en el reconocimiento. No niego que puede haber épocas en las que se siente alguna presión, incluso una presión muy grata, de gente que te pide si no tenes un libro, que te quiere editar. Pero no lo quiero sentir como una presión. Es algo que hay que dejar de lado.
—No sé como es la respuesta que has recibido en otros países, pero diría que tu obra es muy argentina, y es obvio que aquí la aceptación es unánime y masiva. ¿Cómo ves a tu lector argentino? ¿Es diferente? Me refiero a que cuando vos decís Jujuy, un chico argentino lo ubica de inmediato. Dicho de otro modo: ¿el color local le ha hecho ganar o perder universalidad a tu obra?
—No tengo la menor idea. Pero por lo que he apreciado a través de mis actuaciones en público —más que por los libros, pues eso es casi imposible de medir— diría que la rapidez y la astucia del público argentino es bastante especial. Sobre todo la rapidez mental; se establece enseguida una corriente de sobreentendidos. En otras partes donde he actuado, en cambio, tenía que hacer explicaciones o necesitaba más tiempo para conmoverla. Pero esto creo que es sólo una cuestión de ritmo. No hay ni quiero decir nada despectivo de otros pueblos, quede claro. Quizá sucede que hay un ritmo humano diferente. Y un sentido del humor distinto. De pronto, en España causa una gracia loca un chiste que a nosotros nos deja duros, y al revés.
—Si embargo, María Elena, en los últimos tiempos yo aprecio cambios en los argentinos. El nivel promedio de lo que se escribe es mucho mas bajo. Siento —aunque sea duro decirlo— que hay como una pérdida de inteligencia, un enorme embrutecimiento. La crisis económica hace que la gente gaste su energía en pensar en términos de dinero, y eso produce embrutecimiento, Y la literatura también lo delata.
—Bueno, querido Mempo, pero ¡es que nos han hecho un lavado de cerebro tremendo en estos últimos años! Nos han tratado de embrutecer, deliberadamente, como propuesta cultural, y eso deja secuelas. ¡Por supuesto que sí! A nuestra juventud se le ha lavado el cerebro, y además, en los últimos veinte años, hay un alarmante deterioro en la educación. Esto, de ninguna manera obedece a la falta de voluntad e interés del gremio docente, que es un gremio maravilloso y heroico, pues hacen todo lo más que pueden. Pero una maestra que está mal pagada, frente a una clase de sesenta chicos carenciados, no puede hacer milagros. Y también es parte del deterioro, quizás —digo quizás porque no lo sé con exactitud—, el aplicar métodos modernos de enseñanza que favorecen mucho el estudio de las matemáticas y que por eso descuidan el lenguaje, la parte humanística, el pensamiento, las ciencias sociales. Yo lo noto en las cartas: ahora un chico de sexto grado me escribe con una redacción equivalente a la de uno de segundo o tercero de hace veinte años.
—En nuestro Taller Abierto sucede algo parecido: los textos de principiantes parecen demostrar que si quien se inicia en el cuento tiene más de cuarenta o cincuenta años, posee una prosa regularmente correcta, aceptable ortografía, cierto dominio de la sintaxis y basta un sentido de la narración. Y si el principiante es menor de veinticinco, digamos, la redacción es muchísimo más pobre; el descuido, los horrores ortográficos, imperan... Ha habido un hiato cultural, ¿no te parece?
—Sí, pero aquí hay también algo muy interesante para señalar: y es que todo el mundo, en Argentina, hoy se quiere comunicar a través de la escritura. Es como un fin en sí mismo, aunque no tengan demasiado éxito. Por eso tanta gente va a talleres literarios, y creo que nunca se ha escrito tanto. Eso me parece maravilloso: que todo el mundo escriba, y gente de toda edad. Ahora bien, hay un nivel de calidad flojo, porque esas personas suponen que escribir no es un oficio. No es como ser carpintero o electrotécnico, que tiene que conocer el oficio y dominarlo. Ellos creen que expresan sus estados de ánimo y nada más. Y por eso recibimos esa escritura, de calidad que nos parece baja. Pero a mí me parece alto, si pensamos en el deterioro en que han querido sumirnos.
—Volviendo al cuento, María Elena, ¿es un género que leés constantemente? Y en tal caso ¿qué leés? ¿A quiénes?
—Sí, yo leo muchísimo, todo el tiempo. Y de lo último, me vienen muchas ganas de mencionar —y pasarle el aviso— al Negro Manauta. Porque tengo especial debilidad por él, y porque me parece un gran cuentista. Sus temas camperos, entrerrianos, son de una extraordinaria agudeza. Yo aprendo en cada línea de él. Está lleno de sabiduría, de sabor, de color. Por lo demás, no tengo autores recurrentes o en todo caso los tengo pero rotativos. La segunda parte de El Quijote como te decía. Carson McCullers es una autora que me gusta muchísimo. Flannery O'Connor es quizá la cuentista más extraordinaria, siniestra, truculenta... Y para seguir con las mujeres, que a veces quedan fuera de estas nóminas, me gusta mucho la cuentística de Doris Lessing. Por ella, conozco África como conozco Ramos Mejía. Y además tengo la suerte de haberlas leído en inglés, directamente. De los clásicos, me encanta Chéjov. De Cortázar, los Cronopios, la parte más lúdica de el. De Marta Lynch me gustaron ciertos cuentos que describían nuestros últimos años de manera un tanto tangencial y con enorme maestría. Y dejo aparte la mención de Juan Rulfo. Es el grande. El gran escritor de lengua española. Por encima de todos.
—En cuanto al cuento que se escribe actualmente en la Argentina, y al margen de nombres que no te pido, ¿creés que hay algo que cambió; alguna característica nueva, diferente? Te pido una intuición, al menos, ya que el tema requeriría un largo desarrollo...
—Sí, me gustaría pensarlo largamente. Pero intuitivamente, e incluso por lo que veo en tu revista, y algunos libros que he leído últimamente, me parece que sí hay cambios. Hay mayor capacidad de síntesis; una pulcrirad formal interesante, y no al divino botón como se ha practicado mucho; necesidad de un cierto rigor para describir una realidad pero no de manera pedestre sino a través de detalles y de climas. Yo creo que cuando se decante toda esta enorme cantidad de escritura que se está cometiendo en este momento, por suerte, va a dar lugar a un estilo, a una definición que habrá que ver más adelante. Pero esto que digo es intuitivo y superficial.
—El genero cuentístico ha sido, a pesar de su riquísima tradición, bastante dejado de lado últimamente (me refiero a un par de décadas, por lo menos). Casi menospreciado por cierta industria editorial. Ahora bien: dentro del género, el cuento infantil ¿ha sido también maltratado algo asi como un primo pobre de la literatura?
—La literatura infantil, claro que sí. Es un arrabal. Y un arrabal desprestigiante. ¿Quién puede considerar que es escritor en serio alguien que escribe para niños? A esta altura ya no me pasa, pero cuando empecé, había muchos prejuicios. En cualquier estudio formal de la literatura de cualquier país, lo infantil no entra. Pensá que Lewis Carroll ingresa en la historia de la literatura inglesa cuando lo descubrieron los surrealistas, tardíamente. Porque era rancho aparte. Y algo de esto persiste, por más que hay un movimiento muy pujante para que se tome en serio el género. Por lo menos, persiste en distintas esferas del poder cultural, por decir así, de diversas ideologías.
—¿Y eso a qué se debe? ¿A menosprecio hacia el niño; hacia la inteligencia infantil?
—Puede ser. Pero no lo sé. Habría que estudiar las causas. Creo que es un concepto antiguo, muy atrasado. El mismo que hace que no se consideren expresiones válidas a la fotografía, la historieta, la ilustración, muchas ramas de la expresión artística. No fueron aceptadas por las academias. Y eso pasa con el género infantil, como pasa con todos los géneros populares, con el radioteatro, el teleteatro. Son subliteratura.
—Pero convengamos en que el teleteatro suele hacer todo lo posible para ser considerado así.
—Es verdad, pero también hay muy mala novela, y mala poesía. Pero están dentro de la categoría académica consagrada. Primero son; después decimos qué malas son... Son criterios antiguos, diría yo. Y a la literatura infantil le pasa más o menos lo mismo. No entra en el Parnaso.
—Cuando vos decís “arrabal” te referís a que el cuento infantil es un subgénero. ¿Qué se siente, pues, siendo escritora de un subgénero?
—Yo me siento muy bien (y se ríe a carcajadas). *