* Deslumbrado página a página, releo "Zama", la novela consagratoria del narrador mendocino Antonio Di Benedetto (1922-1986). Con un delicioso y agudo Prólogo de Juan José Saer (1937-2005), la lectura me lleva a replantearme el concepto que tenía de esta obra, que ahora me doy cuenta que no había leído completa.
Además, y quizás porque él tenía edad para ser mi padre o directamente a causa de la Dictadura, el hecho cierto fue que siempre me sentí muy lejos de este escritor al que tantos elogiaban. O acaso fue que no teníamos amigos comunes y él se exilió en Europa y yo en México, pero siempre me sentí distante de él. Y cuando lo conocí personalmente, una noche de 1984 en el porteño Centro Cultural San Martín, alguien nos presentó y apenas charlamos unos minutos, educada y fugazmente.
No me dediqué a leer su obra, aunque siempre admiré su cuento "Aballay", una joya narrativa que años después, en el cine, resultó bastante menos de lo que prometía, y de hecho su "Zama" quedó entre los libros pendientes de relectura.
Hasta que ahora, muchos años después, ya grande y en un soleado día a orillas del río Paraná, empecé a releer "Zama" en la edición de la Biblioteca Argentina dirigida por Ricardo Piglia y Osvaldo Tcherkasky, que me regaló Samantha Schweblin y que integra el sector que lleva su nombre en la Biblioteca de nuestra Fundación.
Durante una semana, lentamente y robándole tiempo a mi habitual rutina de trabajo, me entregué a la fascinación de esta novela magistral y única.
Con un lenguaje inusual, en los años 50-60 del siglo pasado y en su serenidad mendocina Di Benedetto escribió la historia de un Diego de Zama en tiempos de la postconquista y en un ambiente que pudo ser Misiones, Salta o incluso el Chaco. Historia de vida de un burócrata al servicio del rey de España, su soledad, frialdad y espíritu burocrático trazan un fresco de época y de desamores pintado con mano firme y un conocimiento que seguramente fue lo que deslumbró a Saer, autor de otro fresco epocal –"El entenado"– obra también alusiva a la chocante instalación de los españoles en estas tierras.
"Zama" es una novela fundacional de la que, confieso, sólo ahora y en esta segunda lectura advierto su trascendencia y calidad. (Serie Clásicos, AGEA)
* En mis años de exilio mexicano tuve oportunidad de conocer al impactante Maestro de la Literatura Latinoamericana que fue Juan José Arreola (1918-2001). Admirado en todo el continente por sus clásicos "Varia invención", "Confabulario" y "Bestiario", en los años 70 y 80 Arreola era también un personaje fascinante y atractivo de la televisión azteca, en la que brillaba con sus clases y monólogos televisados.
Ahora leo, en una preciosa edición universitaria que encuentro en la librería de la UNAM, en la Feria del Libro de Guadalajara, "La palabra educación", libro que yo desconocía y que ahora advierto que es una de las piezas fundamentales de lo que yo llamaría el sistema arreoliano. En este libro uno de sus discípulos y también reconocido narrador, Jorge Arturo Ojeda, recopila fragmentos notables de la extensísima prosa oral de Arreola, quien fuera un fantástico y agudo charlista, tanto presencial como radial y televisivo, acerca de una de las cuestiones que más le interesó siempre: el rol del maestro y la educación en el devenir cultural de México y Latinoamérica.
Desde su vasta erudición, Arreola fue un agudo educador. Maestro también en el ejercicio virtuoso de la palabra hablada, este libro sabio y agudo lo muestra en plenitud en el abordaje de los infititos problemas de la educación y la cultura de nuestro tiempo. Aunque dificilísimo de encontrar en Argentina, no se lo pierdan si lo ven en alguna librería. (Editorial de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, México).
* Soy un amante (nostálgico, claro) de los barcos y los trenes. Seguramente porque mi abuelo inmigrante trabajó a fines del 19 en el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico y mi papá desde muy joven navegó en la Marina Mercante hasta que el buque en que navegaba atracó en Barranqueras y el Chaco le cambió la vida. No dudo que fue por esos antecedentes que me conmovió tanto leer "Por la vía. El ferrocarril en la Argentina: palabra e imágenes", delicioso libro de la poeta y narradora santafesina Marta Rodil, quien me lo obsequió hace años y sólo ahora leí, hurgando al azar en la para mí acusadora y enorme sección de libros aún no leídos de mi biblioteca.
"Por la vía" es un trabajo notable, de esos que yo haría leer a medio país y no sólo por la rica información histórica que contiene, con fotos y textos y notas de diferentes escritores y escritoras argentinos, sino también por el largo reportaje a Dante Balestro, un viejo maquinista y sindicalista, descendiente de inmigrantes, que narra y describe en lenguaje sencillo la importancia fundamental del tren en la historia argentina de los siglos 19 y 20.
Me encantó leer este libro, sí que también, lo admito, me llenó de furia reconocer una vez más la estupidez (y en tantos casos corrupción) de los sucesivos gobernantes que contribuyeron a destruir un sistema de transporte maravilloso y necesario, que sigue vivo y modernizado, pero en otros países. (Ediciones Universidad Nacional del Litoral)
* También me deleité, y recomiendo enfáticamente, con las cartas primeras de Cristóbal Colón (1450-1506) y de Américo Vespucio (1451-1512) a los respectivos patrocinadores de sus expediciones a lo que en el siglo 15 se llamaba, en Europa, la Terra Incógnita.
Del primero, de quien Augusto Roa Bastos y otros narradores latinoamericanos han escrito novelas memorables, la Universidad Nacional de México ha publicado en un pequeño gran libro la misiva que le escribió a Luis de Santángel, su protector y amigo, el 15 de febrero de 1493, o sea pocos meses después de su "descubrimiento" del octubre anterior. Es una carta preciosa y sugerente en la que describe, todavía deslumbrado, las tierras y las gentes que ha conocido en el nuevo mundo que ha descubierto.
El pequeño volumen se completa con la carta que pocos años después escribió el cartógrafo Vespucio, el 5 de mayo de 1500, dirigida al millonario florentino Lorenzo de Médicis, que había sido su protector. También maravillado por los territorios que acababa de recorrer y por las posibilidades políticas y económicas que se avecinaban para Europa, anticipa en la misiva los primeros mapas, que fueron impresos en 1504 y que le valieron que América lleve su nombre para siempre, en lugar del nombre Colombia, como debió ser. (Ediciones de la Universidad Nacional de México)
* En un hotel de Villa Allende, en las Sierras Chicas cordobesas, una noche de nervios por el estreno de mi película "DON JUAN", devoré un libro breve pero sustancioso de Fernando López, narrador y amigo oriundo de San Francisco, Córdoba, pero mudado hace muchos años a la capital provincial, donde organiza el más importante festival anual de Género Negro de la Argentina, el "Córdoba Mata". Y autor también de una de las primeras novelas de tema malvinero, "Arde aún sobre los años", que recibió en 1985 el Premio Casa de las Américas en Cuba y hoy parece injusta y argentinamente olvidada.
El libro de López que leí ahora, en vigilia hotelera, es "La noche de Santa Ana", una alucinada pero atractiva ficción acerca del cadáver de Eva Perón, alistado el mismo día en que falleció, el 26 de julio de 1952, por el médico Pedro Ara para ser expuesto ante la multitud llorosa que la acompañaría al día siguiente y para siempre. Una ficción inquietante, original y literariamente valiosa. (El Emporio ediciones)
* Leo poetas, como siempre, y destaco ahora a Miguel Ángel Oviedo Álvarez, riojano y académico de la Universidad Nacional de Chilecito, quien me ha enviado ya otros libros y ahora "Palabra concisa" (Ediciones del Dock), que se abre con estos versos:
Anoche
Anoche florecieron cinco rosas
en la isla verde
de nuestro patio.
Respiro el aire liviano
que viene del Famatina
y encuentro
las cinco llamaradas abiertas
como dedos en plegaria
aún están húmedas
bajan por los pétalos
las gotas del rocío.
* Digo que leo poetas, como siempre, y me impactan también los versos de "Agua Florida" (El Suri Porfiado ediciones), un duro poemario de Niní Bernardello, cordobesa-fueguina radicada desde 1981 en Río Grande, Tierra del Fuego. Leamos:
Desierto
¿Querés venir aquí
a esta piel, a esta herida
aquí mismo donde la sal
seca el placer y las manos
se mueven sin sentido?
Abrojo, ahora la vida
es un abrojo punzante
que traspasa escudo
llama, sol y laurel.
* Leo poetas, como siempre, y descubro también a la joven Florencia Lobo, también fueguina, de Ushuaia, que me sorprende con su notable, inquietante poemario "El lento deambular de las tormentas" (El Suri Porfiado ediciones). Vean este poema:
El humo
Hay que encender un fuego cada tanto
sólo para asistir al espectáculo del humo
ver si el fuego entiende aún nuestras señales
y arrastra todavía en su memoria errante
la memoria profunda de los pueblos,
de los árboles.