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domingo, 30 de marzo de 2014

Del SALON del LIBRO de PARIS a un Simposio en MARSELLA y una cena en LISBOA


Toda la experiencia del Salon du Livre de París fue maravillosa, y en gran parte por el estupendo grupo de colegas que convocaron la Secretaría de Cultura de la Nación y la Cancillería Argentina. También destaco la buena onda general, la calidad y seriedad de las mesas, la asombrosa cantidad de público que nos acompañó cada día y las ventas record de libros en dicho Salón, según la FNAC, librería encargada de las ventas.

Al día siguiente del cierre del Salón, viajé a Marsella en el fantástico TGV francés. Me encantó esta ciudad, en la que había estado muy fugazmente hace muchos años. Ahora, además, me sentí muy honrado por la realización —el miércoles 26— de un simposio sobre mi obra en la Unidad de Investigaciones Literarias de la Universidad de Aix en Provence. Participaron críticos de varias universidades del país (París, Lyon, Marsella) y obviamente fue, para mí, una experiencia interesantísima, sobre todo por el nivel de las ponencias y porque se realizó en el centro de investigaciones literarias más moderno de Francia, inaugurado hace poco por el primer ministro.

         
De Marsella volé ayer sábado a Lisboa, y anoche mismo, cenando en casa de los colegas José Manuel Fajardo y Karla Suárez, me reencontré con varios amigos, entre ellos el gran poeta colombiano Juan Manuel Roca, quien me obsequió sus poemas traducidos al portugués. Por cierto el traductor fue otro poetazo, Nuno Judice, y el prólogo lo escribió Lauren Mendinueta, también presentes en la cena. Los tres me dedicaron este libro bellísimo, que va a enriquecer la Biblioteca de nuestra Fundación.


martes, 18 de marzo de 2014

LECTURARIO # 21

Tenía listo mi lecturario habitual, que renuevo cada tanto, pero cuando lo estaba revisando y editando para subirlo al blog y a mi FB, se me cruzó esta reflexión, que es también un lecturario y que ahora comparto.

• A punto de partir hacia Francia, invitado al Salón del Libro de París (este año la Argentina es país invitado) pienso que el grupo de escritores e intelectuales que somos estamos yendo hacia donde nos leen o queremos que nos lean. No está mal, eso es incuestionable. Sin embargo, yo estoy déle pensar en lo que he leído de literatura francesa y en lo que recuerdo como formativo, pero, sobre todo, en que me remuerde un poco imaginar todo lo que no he leído de esa gran literatura, y sobre todo últimamente. Y el asunto no deja de sonarme un poco, y a mi pesar, como si yo formara parte de una especie de seleccionado en el que hay mucho talento, sin dudas, pero también hay como un runrún de narcisismo colectivo, plural o como quieran llamarlo.
            Como sea, me sereno pensando que, a mis años, de todos modos algo he leído de esa gran literatura, aunque también sé que leí poco, menos de lo que hubiera debido. Y sobre todo, reitero, de la última producción. Porque sí le entré a alguna novela de la muy promocionada Amélie Nothomb, así como disfruto siempre de las exquisitas novelas de Irene Némirovsky (1903-1942, de quien llevo la última, que acaba de publicar Edhasa, para leer en el viaje) y tengo en mi corazón algunos textos como los siempre sabrosos y estimulantes ensayos de Michel Foucault (hace muchos años "Las palabras y las cosas" me marcó profundamente), de Pierre Bourdie, de Baudrillard y hasta un par de novelas para mí sobrevaloradas de Houellebecq.
            También debo mencionar a Maryse Renaud, narradora y académica de relieve nacida en la Martinica, o sea francesa afrocaribeña, de la que estoy terminando de leer su obra casi completa. Y digo "casi" porque sólo conozco dos novelas —la poderosa "La mano en el canal", que transcurre en la Argentina, y "El cuaderno granate", un texto entre humorístico y desafinado— así como su notable libro de cuentos "En Abril, infancias mil", que creo haber ya comentado en un Lecturario anterior. (Las tres, publicadas en nuestro país por Corregidor).
            Pero sé que todo esto es poco para decir que uno "conoce" una literatura. Por lo que debo confesar, algo avergonzado, que yo no pude o no supe ir más allá de estos autores contemporáneos, si bien leí muchos libros de autores clásicos franceses porque en mi infancia y adolescencia mi mamá era fanática de algunos de ellos. Quizás no sea gran cosa mi conocimiento de la literatura clásica francesa, pero todo lo que leí se lo debo a ella y a mi hermana. Romain Rolland, André Gide (al que ellas devoraban), François Mauriac, algunas novelas de Colette y por supuesto el siempre cuesta arriba Marcel Proust, de quien nunca pude terminar su saga completa aunque sí los dos primeros tomos, que supongo me enseñaron mucho pero me dejaron exhausto.
            Por mi parte, y ya adulto, me encantó el largo viaje hacia la noche de Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) y me volvieron loco las insuperables novelas de Albert Camus (1913-1960), cuyo "L'etranger" fue tan definitorio para mi escritura como las obras enteras de Juan Rulfo, García Márquez o Julio Cortázar. También adoré, como al maestro del género negro que fue, a ese corso enorme llamado José Giovani (1923-2004) y desde luego a Boris Vian (1920-1959), cuyo "Escupiré sobre tu tumba" y los cuentos de "El hombre lobo" todavía releo cada tanto. Y desde luego también debo decir que fui fan, acaso epocal, de varios ensayos de Sartre y sobre todo de la narrativa de Simone de Beauvoir que me encandiló lo suficiente como para, quizás, no advertir todo lo que se creaba entonces a su alrededor. O para seguir de largo como me pasó cuando intenté leer a Nathalie Sarraute, de la que todo el mundo hablaba y a mí me pareció soporífera. Y todo lo anterior matizado con los dramas de Eugene Ionesco y de Beckett (ese fabuloso irlandés al que muchos consideran francés) y con la incesante lectura de poesía, que en Francia es leer por lo menos lo que va de Antonin Artaud y Paul Valéry a Saint-John Perse y Jacques Prevért (quien, por cierto, fue una especie de mentor poético de mi adolescencia).
            No puedo soslayar en este recuento improvisado algunas novelas experimentales de Raymond Queneau, como "Pierrot, le fou", y las ardorosas ficciones de la exquisita y conmocionante Marguerite Duras. Y claro, "El correo del Sur" y "Vuelo nocturno" de Antoine de Saint-Exupery, a quien en mi casa, de muchacho, llamábamos "Sentex" con atrevida familiaridad. Y paro de contar porque de las nuevas generaciones, queda dicho, he leído muy poco y me he llevado una que otra decepción que prefiero mantener en reserva.
            Dejo para un párrafo aparte y final a ese monje irreverente y loco como un montón de cabras que fue François Rabelais (1494-1553), de quien leí con inolvidable goce sus "Gargantúa" y "Pantagruel", a punto tal que fueron mis modelos para la construcción de la Nona de mi "Santo Oficio de la Memoria".
            De manera que así voy a París. No tanto a mostrar sino más bien, como corresponde, a seguir aprendiendo de esa insuperable cultura, y ojalá, también, de escritores/as que yo ignoro y que seguramente han de valer la pena. Hasta la próxima. •