NOTA 1 (de 5) - Del 3 al 5 de Octubre.
Domingo 3 de Octubre. Noche.
Ezeiza parece invadido por escritores, periodistas y funcionarios. Me dirijo con Horacio González y Ricardo Forster al salón de American Express. Luego llegan Luisa Valenzuela y Elsa Osorio, y la pasamos bomba, nos bebemos una botella de Chivas de 18 años que da gusto. De ahí al avión de Lufthansa, que parece una estudiantina. Por aquí las chicas de la prensa: Silvina Friera, Patricia Kiolesnicov y Mora Cordeu, que andan siempre juntas como las hermanas Arrufat, de Marco Denevi. Más allá Diana Bellesi, en otra punta Sandra Russo, en otra Eduardo Jozami, Hernán Brienza y también Canela y Graciela Araoz. Por allá Juan Sasturain con su mujer, y Vicente Battista y Mario Goloboff y tutti quanti. Hago un comentario en voz alta: si este avión se cae se acaba por un buen rato la literatura argentina, o se salva definitivamente.
Nadie festeja mi chiste, que sigo pensando que no es tan malo.
En el vuelo me toca de vecino Osvaldo Quiroga. Charlamos, leemos. Llegamos el lunes a la tarde, molidos, y nos llevan al Hotel Intercontinental en dos micros enormes y lujosos.
Lunes 4 de Octubre. Noche.
Después de descansar un rato, vamos todos al Museo Judío de Frankfurt. Un lugar de hermosa arquitectura, con un auditorio amplio y luminoso. Nos vamos sentando para un acto que muchos sospechamos plomísimo. Hay los que sacan fotos de todo lo que ven; yo en cambio me las dibujo. No sé si está bien pero me da calor pedir a alguien que me tome una foto con este fondo o con aquel colega. Si las cosas salen, que salgan, pero pedirlas...
Están todos, y más, muchos más que vinieron en otros vuelos. En la primera fila, funcionarios: Héctor Timerman, Alberto Sileoni, Jorge Coscia, el embajador en Alemania Victorio Taccetti, Ignacio Hernáiz, Rodolfo Hamawi y media cancillería, encabezados por Magdalena Faillace, alma mater de todo esto.
Saludo a Juan Gelman, a quien ya encontré antes en el hotel, y también me acerco a María Kodama, siempre tan amable, y entonces llegan Daniel y Kuki Divinsky y varias escritoras amigas: Shúa, Lojo, Plager, Vlady Kociancich, Cristina Mucci, Elsa Osorio y Laura Alcoba que vino de París y está cada día más linda. También Osvaldo Bayer, Pablo de Santis, vaya, eso es una constelación: por donde uno mire se encuentra con novelas, cuentos y poemas que ha leido y admirado.
La "Expo Juden in Argentinien Jubileo 200" recuerda el Bicentenario con una muestra de la presencia judía en nuestro país desde 1810. Se inaugura con un cuarteto llamado "Nigun Tango", que hace música fusión de tangos con canciones tradicionales hebreas. Son buenísimos, es un placer escucharlos. Llueven aplausos.
Hasta ahí, fenómeno, pero luego empiezan los discursos y como no hay traducción simultánea hay que escucharlos dos veces, una en castellano y la otra en alemán, idioma que en sus construcciones es más extenso que el nuestro. Una de las primeras en huir subrepticiamente es Hinde Pomeraniec, ex Clarín y Canal 7, ahora editora jefa de la casa colombiana Norma. Se va a un costado a caminar. Yo la sigo y en segundos viene un pelotón. Recorremos la muestra, que está bien buena, imaginativa y original, con impactantes ilustraciones de Pedro Roth, y unos pocos decidimos no esperar las empanadas y el vino prometidos, y en cambio vivir una noche alemana, aunque sea lunes y a cualquier costo.
Salimos en pos de una cantina donde comer salchichas con chucrut y beber alguna cerveza como corresponde. El grupo original lo componemos González, Fórster, Rodolfo Hamawi, el dramaturgo Jorge Alemán que ha venido de Madrid, y yo. Después de caminar más de una hora fracasando en un montón de bares a punto de cerrar, encontramos un bodegón irreprochable en la Dom/Römer Platz, cerca del río. Luego se sumaron otros/as compatriotas.
Regresamos cantando tangos en la alta noche alemana.
Martes 5 de Octubre. Cristina en la tarde.
Para toda la delegación argentina que invade esta ciudad, yo diría que fue un día especial: agitado, activo, emocionante. Pasado el mediodía, en el Frankfurter Hoff, que es el hotel más elegante de la ciudad y de hecho el centro de decisiones de todas las ferias que se hacen aquí cada año, todo el año, se firma un acuerdo entre la Secretaría de Cutura de la Nación, la Biblioteca Nacional y el sindicato unificado de docentes de Córdoba, por un lado, y el Instituto de Investigaciones Sociales local, más conocido como "Escuela de Frankfurt" y que fuera espacio de discusión del marxismo durante décadas. Luego de la firma se esperan jugosos discursos, y desde ahí seguiremos camino a la Feria, que se inaugura oficialmente a las cinco de la tarde.
La sorpresa está dada por la aparición del Canciller Timerman seguido del Embajador Victorio Taccetti. Al ratito nomás entran unos tipos que obviamente son de ceremonial y tras ellos la Presidenta.
Es la segunda vez en mi vida que la veo de cerca (la primera fue en 2004, en Rosario, en el almuerzo de inauguración del Congreso de la Lengua) y me parece una estupenda oportunidad para observarla detenidamente.
Ella me honra reconociéndome: "Cómo le va, Mempo", me dice desde la mesa que preside el acto. También saluda a Horacio González, a Ricardo Forster, a Jorge Alemán, y dice: "Qué linda gente hay aquí..." y sonríe. Se la ve descansada, perfectamente maquillada, elegantísima con un traje de saco corto cerrado y con medias y zapatos negros altísimos. Es inevitable evocar cómo se la critica por sus atuendos, como si cuestionando sus ropas se consiguiese rebajarla políticamente. Para mí, que no entiendo nada de vestimentas femeninas, está muy bien vestida, y dicho sea esto aunque algún idiota pueda acusarme de "kirchnerista" por decirlo.
Pero también me parece un poquito sobreactuada. Sobre todo cuando se muestra simpática, o intenta serlo adrede. Durante el acto me da la impresión de que se esforzara por ser ocurrente y descontracturada. Incluso divertida. Pero ésa no es su función, y ella debiera saberlo. Alguien tendría que ocuparse de asesorarla en ésta y otras cuestiones menores. Porque son cuestiones menores, seguro, pero que la afectan a ella y nos afectan a todos. La cuestión de la imagen no es una pavada.
Como sea, la Presidenta se ve muy contenta, y eso sí me sorprende. Debe haber viajado toda la noche, puesto que ha llegado esta mañana, pero se la ve espléndida. Segura en su papel y chocha por desempeñarlo. Es una linda mujer, debe tener 55 años o poco más y está fantástica. Siempre pensé, viéndola por televisión, que se había operado la boca y que no le hicieron un gran trabajo. Sin embargo ahora, a sólo dos o tres metros de distancia, casi no se le nota cirugía alguna y la verdad es que resulta mucho más interesante. Sonríe todo el tiempo y se la ve disfrutar, como encantada de estar en un salón lleno de intelectuales.
El acto se desarrolla con discursos en castellano y en alemán, por suerte breves. Sigo mirándola, impresionado por cómo escucha todo concentrada y asintiendo, con algunos mohines que parecen estudiados o dando leves cabezazos de conformidad que le hacen caer bucles de pelo negrísimo sobre la frente y los ojos. Ni por un segundo dejo de pensar en el magnetismo de esta mujer y en las reacciones que concita: ese odio salitroso que le dispensa la oposición amalgamada; ese asentimiento gelatinoso que la sigue y aplaude muchas veces con más lambisconería que convicción.
No es la primera vez que sucede en nuestro país; parece ser un condimento infaltable de la tragedia argentina. Y es una pena porque esta mujer es muchísimo más inteligente y valiosa que lo que hacen ver los sistemas mediáticos. Sin dudas menos revolucionaria que lo que estiman sus incondicionales y quizá ella misma, pero indudablemente es una mujer con estatura de estadista, por la firmeza de sus puntos de vista, su oratoria sorprendente y su olfato político excepcional.
Si yo fuera opositor —digo para mí— lo último que haría sería subestimarla, y en todo caso mi esfuerzo mayor se dirigiría a comprenderla, ante todo, para mejor combatirla.
Y si fuese partidario de ella, o sea kirchnerista, intentaría por todos los medios ayudarla a despojarse de cierto estilo chocante que tiene, preñado de gestos irritantes y actitudes que bordean lo naîve y que destiñen el brillo natural que ella muestra con sólo hablar.
Porque es una oradora brillante y lo demuestra una vez más al final del acto. Está al tanto de la Escuela de Frankfurt y habla con solvencia de las críticas al marxismo, con citas apropiadas y oportunas, no mete la pata ni a cañonazos y maneja los tiempos de manera de cerrar todo, sobriamente, en menos de quince minutos.
Aplauso cerrado mientras baja del estrado, y se retira estirando una mano para saludar a dos o tres. Cuando pasa por donde estoy estrecha mi mano con lo que interpreto como una clara indicación de complicidad, diría yo, lo que no deja de ser tan gentil como inquietante. Sale velozmente.
Detrás, nos disponemos a trasladarnos a la Feria del Libro, que ella misma va a inaugurar en una hora más. Me quedo pensando que alguien debería decirle que le convendría ser menos directa, menos enfática, menos, digamos, confianzuda. Sobre todo con los que no conoce, o sólo superficialmente. Quien gobierna un país que quiere ser serio, un estadista cabal sea varón o mujer, debe imponer su autoridad no con simpatía sino con la sola dignidad de su presencia. También la seriedad y distancia de un presidente son necesarias para ennoblecer ellos el cargo, porque ningún cargo ennoblece a una persona que no da la estatura.
La historia argentina está llena de ejemplos en ambos sentidos: excepción hecha del duro ascetismo de Hipólito Yrigoyen, la serena frialdad del último Juan Perón y la un poco forzada majestad de Raúl Alfonsín, los demás no conformaron un carnaval de presidentes sino una sucesión de presidentes de carnaval. Recuerde el lector el engolamiento cuartelero de Onganía y de Videla, la ramplonería de casino de oficiales de Galtieri o la inexpresiva y cínica necesidad de autoamnistiarse de Bignone; y evoque luego a demócratas de cartón como Menem, De la Rúa y Duhalde, e incluso "El Adolfo" y los oscuros legisladores de efímeras presidencias a fines de 2001. Impresentables absolutos —cada uno a su manera— todos ellos se disfrazaron con dignidades que no tenían.
En cambio esta mujer tiene, me parece, y más allá de los apuntados rasgos cuestionables, una imponencia natural que hace mucho tiempo no se veía. Ni siquiera en su antecesor y marido, desde ya, que en mi opinión siempre fue más un militante, un puntero político astuto y oportuno, que un estadista. Con su estilo desgreñado y nada elegante, con su verba pastosa y poco conceptual, siempre me pareció perfecto para un rol de intendente o gobernador provinciano, diputado o, como es ahora, líder de un partido popular.
Comento todo esto con Sandra Russo, que viene siguiendo a la Presidenta para escribir su biografía, y cuando le sugiero que aproveche su cercanía para darle consejos de este tipo, me dice sonriente: "Ah, no, eso decíselo vos". Y luego me sugiere que escriba yo una semblanza de Cristina. Desdeño la idea de Sandra en el momento, pero es quizás lo que estoy haciendo ahora.
Inauguración de la Feria:
Mujeres argentinas y llanto de varón.
Sé que a esto lo han contado los diarios, pero últimamente los diarios (al menos los del sistema mediático dominante, desde Argentina a España, de España a Alemania y de aquí a donde quieran) no cuentan lo que pasa sino lo que quieren que la pobre inocencia de la gente crea que pasa. Están obviamente asociados en mantener engaños cada vez más insostenibles y el enorme poder que tienen les permite hacerlo. Por eso me detengo en ésta mi versión.
El salón del Centro de Congresos de la Feria está completo, tutus mundi está allí. Me recuerda al año pasado, cuando China fue el país invitado de honor. Estaba lleno como ahora, sólo que con abrumadora mayoría de orientales.
Llega la Presidenta y hay aplausos generalizados. Estoy a unas diez filas de distancia y observo. Lo primero que hace es ir a saludar a Juan Gelman y a Osvaldo Bayer. Luego sigue su camino hacia la primera fila, donde están las autoridades y espera, conmovedoramente modesta, Griselda Gambaro.
Comienzan los discursos. La Presidenta es la última de siete. Antes de ella la voz de Griselda, algo débil pero firme en las ideas, llena el escenario con un discurso sobrio, sensato, en el que soslaya inteligentemente las despreciables reglas del mercado para rematar con la idea superior de la independencia intelectual. Dicho ahí, por la enorme mujer bajita que es Griselda, eso resuena como un milagro antes que como un llamado de atención. Y yo creo que eso se debe a que ahí no hay a quien llamarle la atención.
La Presidenta así lo entiende, me parece, al retomar uno de sus motivos políticos fundamentales, reiterado con una consecuencia que más quisieran tener muchos dirigentes argentinos.
Comienza llamando a Elsa Oesterheld, viuda de Héctor, mi amigo Héctor, desaparecido en el 77.
También fueron secuestradas las cuatro hijas de ambos. A todos los mataron.
Cinco crímenes que pesan todavía sobre esta mujer que conmueve a las 1.500 personas presentes cuando simplemente dice, con voz entrecortada, que durante tantos años "yo también creí que estaba muerta; ahora vuelvo a tener esperanza".
Es la primera vez que lloro este día. A lágrima tendida, pañuelo en mano y sintiendo que por fin algo fundamental se vindica en el mundo, y vale la pena, y nosotros somos testigos privilegiados de ello.
Brevísimo análisis de discurso. Pabellón y después.
Del discurso de la Presidenta sólo diré dos cosas: 1) que fue una pieza de oratoria como no hubiese podido pronunciar ningún presidente argentino de los últimos 40 años, y encima fue improvisado, lo cual acrecienta el mérito; 2) que fue un poquitín excesivo en el final, por largo y porque para mí le sobró ese inoportuno chiste acerca del martillo de inauguración puesto sobre la mesa.
En el aplauso final hubo de todo: una enorme mayoría aplaudimos complacidos y orgullosos. Los núcleos kirchneristas duros se mostraban exultantes, entusiasmados a plenitud. Y había también intelectuales escandalizados como si el discurso lo hubiera dicho Menem, o el Chavo del Ocho, que es más o menos lo mismo. Con gestos irónicos y comentarios sotto voce, un cierto, oscuro y profundo gorilismo resurgió en algunos/as, incontenible. No dejaba de ser gracioso.
De ahí la corta marcha al Pabellón Argentino, que está buenísimo. Interesante, sobrio, estéticamente atractivo y agradable a medida que se lo recorre, es a la vez didáctico y funcional. A mí me recuerda un poco al que montó China en 2009, aunque éste me gusta más porque hilvana sutilmente historia, próceres, literatura, política, memoria y artes plásticas.
Está buenísimo, hay que repetirlo. Es justo hacerlo y además así uno puede decir sin ofender que también el Pabellón ofrece un flanco para la crítica que es completamente pavote. Una verdadera minucia que, para mí y para una mayoría de invitados, ha sido la pequeña gran metida de pata de la impecable organización.
Me refiero a cierto exceso de fotografías de la Presidenta a la entrada del Pabellón. En los dos paneles de ingreso, el de la izquierda muestra hermosas fotos de los recientes festejos del Bicentenario; y en el de la derecha hay varias grandes fotos de Cristina, y en una está incluso el Diputado Néstor Kirchner. En un contexto de centenares de fotografías estupendas, y obras de arte magníficas como el impactante mural de Rep, esto es una nimmiedad, una tontera, porque es obvio que este gobierno ha cambiado el rumbo de la historia nacional en muchos sentidos, entre ellos la educación y la cultura, y no hacía falta esta puesta en relieve.
Innecesarios completamente, esos íconos sólo sirven para irritar a la oposición feroz de nuestra república y para dar de comer a las fieras de la prensa mundial asociada.
De hecho Magdalena Faillace debió salir a aclarar frente a la mala leche de algunos medios, y no lo hizo mal, pero mejor hubiera sido no tener que justificar nada.
Lo cierto es que muchos diarios dieron todo el relieve a esta tontería que más parece el distraido acto de un obsecuente que otra cosa. El "Frankfurter Zeitung" se hizo un festival con el argumento de lo "maradoniano" de los argentinos. El mismo estúpido argumento que usó "El País", de Madrid. Y "La Vanguardia" de Barcelona. Y obviamente los "grandes diarios" argentinos. Como si el neo-adjetivo "maradoniano" tuviese importancia y peso para esmerilar la estupenda presentación argentina en la Feria del Libro de Frankfurt.
Y es una pena porque, que yo recuerde, nunca la cultura argentina hizo un esfuerzo semejante, y con tanto lucimiento. Y no lo digo sólo por la delegación y los invitados. Sino porque ademas este año se tradujeron 300 libros de escritores/as argentinos/as apoyados por el Programa Sur. Una inversión ejemplar, que debería continuarse porque al país le brinda un servicio excepcional, y además baratísimo si se compara la relación costo/beneficio.
Concierto en la Ópera.
A las nueve de la noche, en la preciosa y moderna Ópera local, el concierto argentino convoca una multitud. En la sala llena, todos los escritores/as invitados estamos en las filas 6 y 7, a excepción de dos notables parejas que están en la fila 3, junto a autoridades, funcionarios e invitados especiales: Gelman y Gambaro; Kodama y Bayer. Y también, cruzando el pasillo, se ve otra pareja notable: los diputados Graciela Camaño y Federico Pinedo.
A mí me encanta verlos, desde atrás, porque también ellos, todos ellos, simbolizan un acontecimiento cultural argentino de excepción.
La calidad del espectáculo es superlativa. Primero Daniel Baremboim seduce al público interpretando impromptus de Schubert con una sensibilidad y limpieza excepcionales. Y después Rodolfo Mederos con su trío regala al auditorio un programa tanguero precioso, finisimo, que culmina con un bis pedido por aclamación: "Adiós Nonino" en un solo de bandoneón apoteósico.
Por segunda vez en el día no consigo evitar el llanto.
Terminamos caminando la noche de Frankfurt. La larga fila de argentinos que regresa al hotel va perdiendo miembros en cervecerías, bares y esquinas. El tiempo es primaveral. Excelente para un día inolvidable.