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lunes, 11 de octubre de 2010

Frankfurt, Argentina 2010 - Una crónica día a día / 2 (de 5)

NOTA 2 (de 5) - Miércoles 6 de Octubre. Feria

Muy claramente hoy es un día de mesas redondas y de comenzar —cada uno/a— sus conversaciones y acaso negocios con agentes, editores, traductores.

El ambiente en el hotel Intercontinental, en el que se aloja casi toda la delegación argentina, es muy amable y cordial. A mí eso me encanta: un clima distendido, que empieza a la hora del desayuno. Juan Gelman casi siempre acompañado por Antonio Travería, un simpático catalán que dirige la Casa América Cataluña (de donde ahora vienen ambos), comparte la mesa también con Osvaldo Bayer, Miguel Rep y algunos/as más. En otra Mario Goloboff con Vicente Battista; en otra Analía Argento con Samantha Schweblin (para mí dos descubrimientos, estas chicas, por sus libros y por agradables). En otras Quiroga, Canela, Mucci, Osorio, Plager, Adela Basch, María Negroni, y por allá anda también Federico Jeanmaire, un hombre que siempre me parece tímido y discreto, como educado a la antigua, y a quien en el ascensor le hago una brevísima devolución por su novela premiada el año pasado, a la que llamo "mexicana" y veo que le agrada.

A quienes veo menos es a Eduardo Saccheri y a Pedro Mairal, que siempre parecen andar con prisa, entrando o saliendo, igual que Guille Martínez. Y echo de menos a Pablo de Santis y su mujer, Ivana Costa, con quienes siempre parecemos tener una charla pendiente, por lo menos desde que compartimos unos días en Fuveau, cerca de Marsella, Francia, hace unos años.

Por la noche nos vamos a cenar con Mario Goloboff al Vita Vera, un simpático restorán italiano que está a una cuadra del hotel. Bebemos un vino Montepulciano Abruzzese, o sea de la tierra de mis abuelos paternos, y nos la pasamos hablando de Carlos Casares, su pueblo natal y de donde era mi madre. La pampa judía del Oeste bonaerense de la que salió mi vieja un día, repudiada por mi abuelo vasco porque se había enamorado de un tano pobre.

Jueves 7 de Octubre. Feria

La mesa en que se presenta el "Libro del Bicentenario", a las tres de la tarde, parece el plato fuerte y lo es. Es un volumen impresionante, hecho por la Secretaría de Cultura de la Nación, y en él se recogen ensayos alusivos escritos por un montón de intelectuales. Es un acto interesantísimo gracias a algunas intervenciones brillantes. Horacio González y Ricardo Forster, en particular, abordan el tema pedagógicamente, desde lecturas del primer centenario y haciendo una lúcida e inquietante prospectiva acerca del tercer centenario que no veremos.

Después hay un hiato hasta las 17.30, cuando se presentan Luis Borda y su quinteto, con la voz de su hermana Lidia. Un lujo tanguero en el Pabellón Argentino, que convoca a una multitud. Pero antes, para mí el lujo y la alegría están en la mesa de espera en la cafetería, con Mario furioso por el Nóbel otorgado a su tocayo Vargas Llosa, en contra de la opinión mayoritaria (la mía incluida) de beneplácito por la distinción. Vargas Llosa merece sin dudas este galardón, por su obra excepcional. Sus posiciones políticas, por erradas que nos parezcan, no invalidan la grandeza de por lo menos media docena de novelas que son y seguirán siendo fundamentales para la literatura latinoamericana.

La mesa es mayoritariamente femenina: Silvia Plager, Claudia Piñeiro, María Rosa Lojo, Ani Shúa. Yo siento que estas son las cosas que más valen la pena de una delegación de la literatura argentina como ésta: la amistad sin competencia, la fortaleza de vínculos que se blindan con los años.

A la noche, en el Vita Vera, se consolida lo que ya parece una improvisada asamblea permanente. Dos o tres largas mesas bulliciosas dan carácter a la reunión, entre pizzas y pastas de lo más recomendables. Comparto mesa con Accame, Piñeiro y Teresita Valdettaro, mi flamante editora de libros para niños en Guadal. En la mesa de enfrente, entre un montón de gente que no reconozco, un grupo de Editorial Planeta, y entre ellos las editoras Paula Pérez Alonso y Mercedes Güiraldes.

Después de un postre inconvenientemente cargado de calorías, me dedico a escribir hasta la madrugada en la habitación. Pero eso es cosa mía.

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