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miércoles, 27 de octubre de 2010

El laberinto y el hilo

QUIENES DESEEN LEER LAS ENTRADAS ANTERIORES DE ESTE RELATO, las encontrarán en "El Laberinto y el Hilo" (completo)

La vida cambia

Después de la presentación de esa primera novela, ese bautismo literario tan importante en la vida de todo escritor que debuta, acabé de madurar la decisión de dejar mi trabajo como director de la revista Expansión. Con todo el miedo que eso me producía, porque la perspectiva de orientar mi vida hacia la escritura era un triple salto mortal a veinte metros de altura y sin red de contención abajo. Pero también me gobernaba la sensación de que era ahora o nunca, y yo no desconocía esas encrucijadas. Debía tomar una decisión como cuando renuncié a ser abogado y me largué a Buenos Aires después de haber cursado toda la carrera, cinco largos años de universidad. Aquella vez decidí no rendir las últimas materias porque sabía que con el título en la mano mi vida sería determinada por eso y no por mi vocación y voluntad, que ya entonces era la literatura.

Así que uno de esos días tomé fuerzas y subí por la escalera hasta la oficina del Director General y me hice anunciar. "Me voy", le dije. "Ah, qué bien, ¿y a dónde?", me preguntó Roberto Salinas Stephens, quien yo sabía que me apreciaba mucho. "No, Rober, que me voy de la empresa" y le expliqué lo que estaba pensando. Él me miraba fijo, intrigado, dudando acerca de mi estabilidad mental. Después, inteligente, suave y amistosamente, trató de hacerme ver el error. Lo mismo sucedió más tarde con mi jefe directo, Carlos Sánchez Lara, quien además era —lo es todavía— un querido amigo. Nunca terminaré de agradecerles la razonabilidad de sus argumentos, el empeño que pusieron en demostrarme que lo mío era un disparate. Porque quizá sí lo era y me llenaron de dudas para toda la vida. Todavía hoy no sé si hice bien, pero fue lo que hice. Más de una vez me reproché aquella decisión. No es bueno ser soberbio.

Ahora que han pasado los años no me juzgo mal, pero créanme que nada fue fácil desde entonces.

Un mes después, ajustados mis ahorros y procurando conseguir colaboraciones free-lance en diarios y revistas, empecé mi vida independiente. Con vaqueros o pantalones cortos, remeras o camisas de cuello abierto, me largué a escribir desesperadamente.

Quizás también tuvo que ver el hecho de que aquellos fueron los años más duros del exilio. En México había dos casas de solidaridad, como hemos contado con Jorge Bernetti en nuestro libro, y nosotros formábamos parte de la directiva de una de ellas: la CAS (Comisión Argentina de Solidaridad). Eso hacía que en nuestras vidas todo estuviera teñido de país: las lecturas, las conversaciones, los duelos, los aniversarios, las fiestas, los duelos, las asambleas, las discusiones, los hijos, los duelos, el cine, los asados y las empanadas, los bailes, la amistad y el duelo permanente.

Los Montoneros habían lanzado su así llamada "ofensiva estratégica", que no era más que un desatino político-ideológico, un disparate criminal, en el fondo, porque partiendo de la idea de una guerra civil inexistente, consistía en enviar jóvenes como supuestos "milicianos" para la "acción territorial", como decían, pero que allá caían como moscas... Era desesperante ver que chicos de menos de veinte años iban a entregar heroica pero inútilmente sus vidas, desoyendo nuestras palabras, y muchos de ellos fanatizados por un discurso impregnado de una moral cuestionable, que hoy llamaríamos fundamentalista.

Era enfermante saber que aquellos pibes y pibas marchaban a muertes casi seguras por mandato de una cúpula de dirigentes cuestionables, muchos de ellos insinceros, insensatos casi todos, que desde Roma o Madrid o México jugaban a la guerra contra una dictadura sobradamente asesina, decididamente genocida y con un poder desmesuradamente superior.

Ese drama espantoso, que para mí fue siempre más moral que político, subrayaba para muchos de nosotros no nuestra supuesta iluminación ideológica sino simplemente nuestras limitaciones, nuestro desamparo, e incluso nuestra culpa en algún sentido porque todos y todas habíamos sido parte de aquel sueño revolucionario.

No es un tema agradable. Aún hoy, a tres décadas de distancia, es una memoria que sigue ardiendo.

Mejor decir que así terminó para mí 1980, un año parteaguas. Ya tenía terminada, casi lista, mi segunda novela: EL CIELO CON LAS MANOS. Confiaba mucho en ese texto, que era una historia muy viva y muy intensa que había empezado a escribir en Bruselas una noche abominable del 79. Ahora era ya 1981 y las cosas parecían cambiar nuevamente.

Lecturas

Hojeo y releo "Los conjurados", para mí uno de los mejores libros de Borges. Pienso en él como pienso en Virgilio, en Sor Juana, en Valery o Neruda, es decir como un poeta genial, casi perfecto.

Pero también —sigo pensando y lo anoto en un papel— Borges fue grande en el cuento, como todo el mundo reconoce, quizás porque la poética de sus cuentos y relatos carece de referencias personales y es todo sublimación. Ahí radica, quizás, la diferencia que lo engrandece tanto. Porque casi todos los escritores, en todas las épocas, han escrito de diversos modos sus autobiografías. Como si se tratara de un destino inevitable, en casi todos los textos de ficción incluimos, de una u otra manera, episodios personales que funcionan como materiales autobiográficos. Incluso, en muchos casos la escritura no es sino autobiografía disimulada. Lo cual no está ni bien ni mal, pero es una limitación de nuestra potencia imaginativa. Porque uno apela a los recuerdos cuando la capacidad de invención es magra.

Me parece, decía, que también es ahí donde reside la enormidad de Borges: en él casi no hay autobiografía, y si la hay es onírica; en él todo es fantasía, imaginación en estado puro.

Por eso yo preferiría prescindir de todo lo personal e íntimo, si pudiera.

2 comentarios:

  1. feliz de descubir este blog. gracias!

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  2. Y los que, en estos dias de responsables corbatas y organizadas almas pagadas con buen sueldo, perdieron la esperanza de estos paquetes? Siento una tristeza de niño abandonado cuando leo de la fuerza que tuviste para seguir las dobles vidas que llevaste. Y la tristeza de una cierta seguridad de que las dos vidas seguimos presentando sin poder elegir cual Hyde o Jekyll.
    La pura leche son las historias de amigos, fotos llenos de sonido que llevamos en nuestro interior mas personal.
    un abrazo, me encanta leer esto.
    c

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