Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)
El voto, los días por venir, el periodismo argentino y la literatura que no cesa
Mañana se vota en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Segunda vuelta, ballotage y mi amigo Daniel en la picota. Admirable lo suyo, bancarse todo esto, el jaleo, el manoseo, las difamaciones... Hay que tener el cuero muy duro para la política argentina. Esa selva feroz.
Daniel va a perder mañana, todo lo indica, aunque desde cierto punto de vista va a salir ganando. La familia, los buenos amigos, los que lo queremos y respetamos como persona honorable y decente, de ninguna manera vamos a sentir que él ha sido derrotado. Sí da un poco de fastidio que vaya a ser electo un tipo tan mediocre como su rival, un hijo de papi rico, uno que anda con un sujeto atrás que le susurra lo que tiene que decir. Es más que patético; es bastante despreciable. Y acaso por eso mismo es también un posible presidente de este país, por qué no pensarlo, si aquí fueron presidentes Menem y De la Rúa, y el Adolfo y Duhalde de manera irregular, y antes una caterva de milicos obtusos, vaya, la verdad es que cualquiera puede llegar a la Casa Rosada... Y no crean que lo escribo con ironía; más bien con dolor. Amo a mi país, aunque también me enoja cuando es tan pobrecito, tan frágil como es a veces... Como un país que estuviera todavía en el primer día de la Creación.
Mejor la Literatura, qué duda cabe.
Aunque no he podido sustraerme a los tironeos del periodismo que ejerzo, debo confesarlo. Últimamente vivo un tironeo curioso, inesperado y que, ciertamente, implica un desafío que decidí asumir. Después de 24 años de escribir con cierta regularidad en el diario Página/12, he sido convocado por el diario opuesto, el conservador La Nación. Y como ninguno me paga la exclusividad, pues ahí estoy, en ambos, escribiendo lo que se me da la gana, escogiendo temas a mi absoluta voluntad y con una libertad irreprochable en ambos medios.
Por eso acepté, desde luego. En Página/12 ésa es la historia de mi vida periodística: jamás una sugerencia, apenas alguna observación pero siempre respetado en cada punto de vista que quise escribir, y no sólo en los textos de tesitura literaria sino también en los de índole política. Y ahora en La Nación también, no tengo dudas. Al menos conmigo, siempre me distinguieron pidiéndome artículos, opiniones, de poco o mucho desarrollo pero siempre con garantizado respeto. Habla bien de ellos: quizás soy el columnista más a la izquierda que La Nación puede tolerar, como sin dudas soy el pro-kirchnerista menos ortodoxo y más tirado a la derecha para el gusto de Página/12. Y está bien, es obvio que por esto acepté el reto. En Clarín, por ejemplo, no hubiera aceptado escribir como columnista por ninguna paga. Alguna vez publiqué artículos en ese diario, desde luego, y acaso podría volver a hacerlo si me invitaran y a mí me interesase, de igual modo que voy a los programas del multimedios Canal 13 y TN cuando me invitan y yo quiero, pero hoy no aceptaría ser columnista semanal ni a sueldo de ellos. Ni loco.
¿Y a qué viene todo esto? Hummm, creo que a que esta semana fue peculiar, porque escribí sendos artículos en los dos diarios en los que colaboro, y me da gracia observar la opuestísima repercusión que obtuvieron. En Página/12 publiqué una nota titulada Lo vimos: Reflexión respetuosa y extramuros para compartir con los que votaron a Macri. Y allí, como siempre, la devolución general estuvo teñida de un sentimiento amistoso, de familiaridad, casi con espíritu de cuerpo. No sólo porque el diario adscribe ahora a los lineamientos generales del gobierno nacional, y apoya decididamente a la Presidenta —lo cual yo comparto— sino porque siempre ha sido así: una especie de cruzada intelectual de centro-izquierda, eso que ahora algunos llaman "progresismo", terreno de ideas y debates cuya amalgama ha sido y es la concordancia en ciertas causas, una ética común, una visión de la Argentina y de Latinoamérica como una tarea de todos y en la que todos y todas estamos embarcados para hacer de estos territorios el paraíso de igualdad, fraternidad, equidad, libertad y justicia social que soñamos. Idealismo puro, desde ya. ¿Y por qué no? ¿Qué tiene de malo? Si después de todo, lo mejor de la Humanidad se logró, siempre, gracias al idealismo. Del mismo y simétrico modo que lo peor se lo debemos siempre al realismo, el pragmatismo y la puta madre que los parió. ¿No?
Lo peculiar de esta semana, decía, fue que escribí dos artículos que apuntaban a lo mismo, aunque uno, el de La Nación, titulado Elogio de la doble moral argentina y la no sanción en el todos contra todos, me impuso un costo bastante alto. La cantidad de puteadas que recibí llegó apenas a 500 comentarios caníbales, lo cual es inferior a los casi 2.500 que merecieron cada uno de mis artículos de las últimas dos semanas (Elogio del vocablo "asco" mientras disparan contra Fito y El "desastre" del Teatro Colón y el estado de las antigüedades). Pero tan duras, casi atemorizantes.
En ambos casos las devoluciones de los lectores (¿supuestos? Quién lo sabe; el anonimato lo permite todo) fueron de trinar. Pero en esta ocasión, parece que mi reflexión sobre la doble moral argentina los volvió más locos que de costumbre. Y así, siendo muchos menos en cantidad, la ferocidad de los comentarios fue abrumadora.
A mí lo que me llama la atención de esa horda es la furia desatada, ese resentimiento insujetable que supera la media argentina, que ya es altísima. Tipos y tipas, digo —si es que realmente existen— que te comen vivo si te tienen al lado...
Y que leen mal, pobrecitos, o directamente no leen; nomás se lanzan a vituperar, descalificar, insultar, sin ocuparse de lo que uno ha escrito. Más bien se afanan por desfibrilarte a modo de picana de entrecasa y, por supuesto, escondida en el anonimato.
En el de Página/12, en realidad, todo lo que quise fue enumerar las razones por las cuales yo no votaría jamás por ese candidato. Y no sólo por mi amistad con Daniel Filmus y mi obvia simpatía con las candidaturas kirchneristas de este tiempo, sino más precisamente porque amo también a esa ciudad hoy ensombrecida, desesperanzada y furibunda.
Mañana domingo se vota y bueno, yo estoy a más de mil kilómetros y mi turno democrático, como el del millón de chaqueños, está fijado para más adelante. Pero qué pena me da, qué ansiedad siento por la suerte porteña, esa indeterminación que prefigura, en cierto modo, una mirada inquietante sobre el futuro de esta patria mía.
Por suerte para mí ahí está la Literatura. Acabo de terminar una novela y me siento bien con ella, tengo interiormente la sensación de que he logrado un texto original, no adocenado, no usual, no a la moda de nada. Y creo que divertido, y a la vez profundo. No es poco. Y acaso no está bien que lo diga yo, vamos, pero bueno, me lo disculpan, me lo bancan y a otra cosa. Para eso son ustedes los lectores de este blog, que, en cierto modo, es una forma moderna de la intimidad en exposición moderada.
Los votos pasan, los candidatos también. El periodismo se avejenta a poco de escrito y publicado.
Es la literatura, diría yo parafraseando a Miguel Hernández, el rayo que no cesa.
Bendita sea.