Esto es lo que dije ayer (lunes 19 de Julio de 2010) en la mesa inaugural del 1er. Congreso Internacional sobre Lengua y Dinámicas Identitarias en el Bicentenario, celebrado en el Domo del Centenario, de Resistencia. Mesa que compartí con Felipe Pigna.
U
na reflexión sobre el Castellano Americano, el Portuñol y las lenguas originarias.La lengua que aquí hablamos, el Castellano, viene de una región de España. Es el mismo idioma que en el mundo se llama Español, para espanto de otras nacionalidades de la península ibérica como vascos, catalanes, valencianos, asturianos, gallegos o mallorquíes, por citar algunos pueblos de España que reniegan de la generalizada y universal idea de que el "Español", como idioma, existe. Lo que no es verdad.
Esa misma generalización me llevó a pensar que quizás aquí, en el Chaco, pudiera estar presentándose una situación parecida —tomadas en cuenta las lógicas diferencias, desde ya— porque también aquí hay una lengua que hablamos, y es esa misma, y también hay pueblos que hoy llamamos originarios, cada uno de ellos con su propia lengua.
Pero el asunto es más complejo que lo que aparenta. Y quizás la ocasión es propicia porque hoy es 19 de Julio, y no es cualquier fecha. Es el aniversario luctuoso de una tragedia que también fue lingüística. Porque cuando la matanza de aborígenes en Napalpí, el 19 de Julio de 1924, las fuerzas militares de los blancos y castellanos —para identificarlos de algún modo— arrasaron con centenares de vidas de cobrizos indoamericanos que hablaban Qom y Mocobí y otras lenguas del lugar, que era, por cierto, su lugar.
En este aniversario nos encontramos, y yo me encuentro, nada menos que en un congreso de lenguas que ha inventado nuestro amigo y ministro, y en el cual yo, por lo menos, no quiero ocuparme de revanchas históricas ni de justificables resentimientos, sino de pensar... Pensar con lógica abierta, y el corazón idem, acerca de las lenguas que hablamos y cómo las hablamos, y cómo nos comunican o incomunican, y cómo sería deseable que en la joven democracia argentina sepamos integrarlas hasta lo mejor de lo integrable; sepamos individualizarlas y fortalecerlas para enaltecer lo mejor de cada identidad; y sepamos hacer que todas esas lenguas, y todos y todas sus hablantes, nos representen ante el mundo que viene como buenas personas, honorables, laboriosas, solidarias y democráticas. No es menudo el sueño ni menuda la tarea, pero no por eso vamos a arredrarnos.
En primer lugar, yo diría que la definición básica para el entendimiento es la lengua que hablamos mayoritariamente en el Chaco, en la Argentina y en Nuestra América. Esa lengua que es nuestra lengua, y a la que yo designo con el nombre de Castellano Americano.
Así lo hice hace exactamente tres años en Cuiabá, Brasil, en la Universidad Federal do Matto Grosso, cuando me invitaron a inaugurar un congreso de profesores de Español. Se trataba de fortalecer la enseñanza de la lengua de Cervantes en el gigante vecino, porque muchos millones de jóvenes brasileños están aprendiendo esta lengua. Y aunque allí estaban presentes autoridades del Instituto Cervantes, de España, y de la Embajada de ese país, y obviamente mi resistencia a aceptar que el congreso se llamara de "Español" los incomodaba, de todos modos, y sin ánimo de ofenderlos, yo preferí hablar de Castellano Americano.
Sostuve allí que los latinoamericanos de esta parte de Sudamérica ya tenemos una lengua popular propia, muy imperfecta todavía pero tan expresiva como creciente, que se llama Portuñol. Todavía balbuceante y aún sin teoría, el Portuñol no tiene todavía ni prestigio ni destino aparente. Porque en verdad es un híbrido de dos lenguas muy poderosas. Pero es una lengua que se habla cada día más. Por lo menos la hablan 40 millones de personas en varias fronteras, ya que Brasil limita con casi toda Sudamérica.
Subrayo aquí lo que dije entonces: que una lengua siempre, inevitablemente, recibe estímulos, influencias y modificaciones de aquellas otras con las que convive. No hay manera de que eso no suceda, y está bien que suceda. Por ejemplo, suele escucharse muchas veces que el español está sujeto a agresiones por la generalizada invasión del Inglés. Pero eso es sólo una parte de la verdad. Es cierto que por razones de dominación e influencia política y comercial el Inglés se generaliza en el mundo desde hace siglos, primero por la expansión británica y luego por la norteamericana. Es una lengua útil y cumple una importante función en el comercio, la industria, el turismo, la ciencia y la tecnología. Nadie lo pone en duda. Pero no por eso el Inglés va en contra del Castellano ni de ninguna otra lengua. Lo que en realidad sucede es que en la coexistencia idiomática los intercambios son ineludibles y la comodidad de uso y las jergas locales suelen aceptar y/o imponer formas nuevas, mixturas, innovaciones inesperadas y no siempre felices. Pero atención, que tan cierto como eso es que cuando una lengua es fuerte, no hay agresión que la invalide. Y una lengua es fuerte cuando está arraigada en los ciudadanos que la hablan, y más poderosa es cuando estos la hablan bien.
Contrario sensu, cuando una lengua pierde fuerza y arraigo, y se la habla mal y se empobrece, es entonces cuando las lenguas foráneas invaden el espacio cultural... Y más aún si, como sucedió hace siglos con la conquista de América, esa invasión se hace a fuego y sangre, con cruz y con espada.
Como fuere, lo cierto es que hoy el Castellano Americano es una lengua que se ha impuesto en el mundo y que está, incluso, en incesante expansión. Esta lengua en la que hablo y escribo, y en la que ustedes me leen y ahora me escuchan, está viva y en permanente renovación, porque es un idioma que se recrea día a día puesto que lo hablan y escriben más de 400 millones de personas. Y si en algunos años más el pueblo brasileño lo habla y lo lee, a la vez que nosotros en la Argentina, y en Uruguay y Paraguay y otros países hablamos y leemos en Portugués, ninguna identidad se habrá debilitado sino que todas nuestras identidades se habrán fortalecido.
Y si a ello le sumamos, como debemos hacer, la reactivación y popularización de las lenguas originarias de estas tierras, lenguas que fueron silenciadas o mediatizadas por la prepotencia y la dominación, entonces llegará un día en que esa identidad se habrá, además, perfeccionado porque será más amplia, más comprensiva, más étnicamente representativa.
La cuestión de la identidad tiene que ver, desde luego, con la creación literaria. No es mi tema en este congreso, pero como es el tema de mi vida puedo decir, desde mi experiencia como escritor, que la creación literaria y el uso de la lengua en que escribo son en sí mismas una marca de identidad. Soy en tanto escribo, y soy lo que escribo, de modo que mi escritura me identifica.
Por eso ha crecido la influencia del Castellano Americano: porque además de los pueblos que lo hablan los escritores, periodistas, ensayistas e intelectuales en general, que trabajan y se expresan en esta lengua en nuestra América, contribuyen de manera principal a las modificaciones periódicas que no tiene más remedio que aceptar en España la Real Academia de la Lengua. Por eso a la corta o a la larga las acepta. Y las que no acepta no por eso quedan desautorizadas. De manera que es una lengua maravillosa, la nuestra, porque siempre está más allá de lo canónico.
Esto recoloca sobre la mesa aquella provocadora opinión de Gabriel García Márquez, cuando en Valladolid propuso "la jubilación de la ortografía". En aquella oportunidad, yo fui de los pocos que le respondieron al Maestro y dije entonces —como digo ahora— que la cuestión no pasa por determinar cuál regla anulamos, ni por igualar la ge y la jota, abolir la hache o exterminar los acentos. No, el problema central está en el creciente desconocimiento de reglas ortográficas y hasta sintácticas que impera en las comunicaciones actuales, particularmente en Internet y el llamado Cyberespacio. Y es que las reglas de una lengua no prohiben que se las quebrante, pero primero hay que conocerlas y respetarlas. Sólo entonces cabe la experimentación literaria y es aceptable su validación. ¿O acaso por el hecho de que el cyberespacio esté lleno de ignorantes, vamos a proponer la ignorancia como nueva regla para todos? ¿Dado que tantos millones hablan mal y escriben peor, entonces vamos a “democratizar” alegremente hacia abajo, es decir hacia la ignorancia?
A mí me parece que el verdadero porvenir de una lengua no requiere la eliminación de sus reglas sino, por el contrario, exige su cumplimiento. Las reglas siempre están para algo: tienen un sentido y éste es histórico, filosófico y cultural. La falta de reglas, o el desconocimiento de ellas, es el caos y la disgregación. De ahí que las propuestas ligeras y efectistas de eliminación de reglas son, por lo menos, peligrosas. Y esto es particularmente cierto para quienes vivimos en sociedades donde casi todas las reglas se dejaron de cumplir o se cumplen poco y mal, y donde se aplauden estúpidamente las transgresiones televisivas y donde los eufemismos se utilizan para garantizar impunidad.
Desde luego que no pretendo ni propongo que vivamos prisioneros de las reglas, pero tampoco acuerdo con la idea de que la gente debe hablar y escribir como le da la gana. El desafío mayor es múltiple y consiste en impedir que nuestra lengua permanezca estática en la academia, perfecta e inmutable en los códices, y moribunda en la realidad de los que la hablan.
El Castellano Americano, que es el Español que se habla en Nuestra América, ha sido a la vez lengua de encuentro y lengua de sometimiento. Desde hace años pienso y escribo que la lengua que hablamos en América es el resultado de un choque cultural. Cuando en 1992 se “celebró” —entre comillas— el Quinto Centenario de la llegada de Cristóbal Colón a América, yo escribí que no correspondía hablar de conquista ni de encuentro ni de re-encuentro, sino de “encontronazo”. De choque de culturas... Y desdichadamente cuando sucede algo así, tan traumático, el resultado incluye sometimientos y reconciliaciones, o sea que exige grandeza y sentido común para el ejercicio de una libertad responsable. Eso mismo, libertad responsable, es lo que debe inspirar el estudio y la evolución de una lengua, de toda lengua, porque ello es hace a la esencia de la identidad. Sobre todo cuando esto se mira desde una perspectiva histórica, como hoy nosotros.
Hace más de veinte años el gran escritor cordobés Juan Filloy —que fue mi amigo y mi maestro— señalaba que siendo el Castellano una lengua de más de 70.000 vocablos resultaba insólito que en el lenguaje coloquial los argentinos utilizaran apenas entre 1.000 y 1.500 palabras. A esto lo reprodujo Tete Romero en su libro "Culturicidio", tomándolo de mis artículos filloyianos, y así se ha difundido últimamente. Pero Filloy decía además que ese mal uso del castellano era como tener un fino guardarropas pero luego andar por la vida en calzoncillos y con la camiseta rotosa. Y a la vuelta de los años resulta que todo empeoró, porque nuestra lengua contabiliza ahora unos 90.000 vocablos y sin embargo el habla del argentino medio no supera hoy las mil palabras. Y en algunos sectores marginales, socioeconómica y culturalmente postergados, sólo se usan de 300 a 500 palabras. Y estoy seguro que lo mismo sucede en los suburbios de México, Bogotá, Caracas o Lima.
¿Qué quiero decir con esto? Que el problema del idioma de un pueblo no es una cuestión de buenas intenciones ni materia de debates académicos solamente. Ni siquiera es sólo una exigencia de políticas de estado, como no es un problema de los docentes ni es tampoco “uno de los precios de la globalización” (como se ha llegado a argumentar). De hecho, la lengua que habla cada sociedad es la representación fiel de su modo de vida, y muestra también cuál es su calidad de vida. De ahí la importancia de hablar y escribir correctamente.
La lengua, repitamos, no es sólo buenas intenciones, como tampoco es solamente un medio de comunicación. Es un instrumento esencial de relación, de cultura y de trabajo; es la vida misma de todo el pueblo que la habla. Nada puede hacerse sin la intervención del lenguaje. Por ende, todo lo que degrada la lengua que se habla, todo lo que la deforma y envilece, afecta a la nación entera. Cualquiera sea esa nación y hable la lengua que hable.
Es cierto que vivimos en un mundo en emergencia, pero en nuestro país la emergencia ha sido y es, en cierto modo, la vida cotidiana misma. Por eso el envilecimiento y deterioro de la lengua que hablan nuestros pueblos, en la Argentina, ha sido irrefrenable en por lo menos las últimas tres décadas. Las causas son múltiples y comenzaron, sin dudas, con el miedo y el silencio que impusieron las Dictaduras. La censura permanente y el cinismo oficial, el descrédito del pensamiento y de los intelectuales, el uso cretino de los eufemismos, el no llamar a las cosas por su nombre, el ocultar y disimular, y el convertir a los libros en enemigos, en sospechosos, en subversivos, todo eso deterioró la capacidad lectora de nuestra ciudadanía, y, en general, fue parte de la destrucción de la educación pública argentina.
La Dictadura terminó hace 27 años y eso, en términos histórico-sociales, es decir ayer. Pero muchas malas semillas que se plantaron entonces han germinado ahora, en Democracia, y es por eso que muchísimas personas, ingenuamente, creen que los males que viven se deben a la Democracia, a la que confunden con los gobiernos, y no ven que los frutos malignos de los tiempos dictatoriales —cuando todo era miedo, autoritarismo y persecución—alcanzan hoy incluso a la semántica contemporánea y devienen problema lingüístico. Con lo que estoy diciendo que entre el autoritarismo militar y la debilidad de la democracia nos hemos empobrecido también en materia idiomática. El empobrecimiento de nuestro Castellano, aunque nuestro pueblo no lo advierta, ha producido y produce enormes daños en nuestra sociedad. ¿Y cómo no va a ser mayor el daño cuando afloran lenguas que se ocultaron durante siglos, cuando surgen sectores sociales numerosos que reclaman su participación en el idioma nacional de los argentinos?
Por eso hay que alentar que toda lengua se desarrolle y evolucione, de modo natural y dentro de los propios cánones y reglas. Y por eso está bien que, cada tanto, esos cánones y reglas se revisen. Porque las lenguas están vivas mientras las hablan los pueblos, y eso incluye también, por supuesto, asimilar e incorporar vocablos que llamaríamos extranjeros y que los lingüistas llaman "préstamos". Por ejemplo, y sólo como ejemplo, hoy los anglicismos derivados del uso masivo de Internet infestan el Castellano Americano, como ayer los latinismos o galicismos cambiaron al castellano de España y sus colonias, y como seguramente mañana, en un futuro que ya vislumbramos, las lenguas originarias del Chaco y otras provincias van a incorporarse a la lengua de los argentinos con absoluta naturalidad. No en vano ya decimos "cancha", y "chamigo", y "colí", y "ñaré", y "tudo bem", y nos entendemos perfectamente.
Esa evolución, entonces, impone incorporar al uso diario a todas las lenguas que se hablan por estos lares, lo cual ya está sucediendo, de hecho. El Guaraní paraguayo y correntino; el Portugués del enorme hermano que es Brasil, y naturalmente las lenguas originarias de nuestro Chaco, sean tres, cuatro, siete o más, se van incorporando a nuestro léxico sin traumas, complejos ni prepotencias.
Y es que también para ellos, para todos los hablantes de esas lenguas es inevitable la influencia del Castellano Americano, que es así como se construye y perfecciona, así como nos caracteriza y distingue en el mundo. Hablo de una lengua futura en la que para todos será horizonte insoslayable el enriquecimiento que producirán las raíces guaraníticas, las de estirpe araucana o quechua, y entre nosotros las que derivan de los pueblos originarios del Chaco, que son muchísimos y bien los enumera Ramón de las Mercedes Tissera en su obra excepcional.
Una comunidad que conoce y habla bien su lengua, siempre está en condiciones no sólo de expresar adecuadamente sus deseos y de perfeccionar sus acciones; también está capacitada para recibir sin riesgo los aportes de otras lenguas e incluso de las nuevas tecnologías, que en general se han desarrollado en el nuevo lenguaje imperial. Hay ejemplos de lo que sucede cuando ello no es así, en la lengua castellana. Ahí están las Islas Filipinas, donde tras la derrota de España en la guerra de 1898 contra Estados Unidos, el idioma Inglés se impuso sobre el Castellano hasta eliminarlo. En sólo un siglo. Y otro caso, pero inverso, es Puerto Rico, donde la resistencia cultural de los puertorriqueños —que es colosal— ha impedido que se pierda su lengua, y con ello preservaron además sus costumbres y tradiciones.
Y es que si son condenables los delitos del conquistador, también es verdad que siempre, y así lo muestra la Historia de la Humanidad, el que conquistó trajo su lengua pero no necesariamente la impuso. Ahí está el pueblo hebreo como ejemplo, que luego de mil persecuciones y diásporas, y habiendo incluso inventado lenguas como el ladino y el jiddisch, llenos de préstamos y usos seculares, jamás olvidó su lengua bíblica, y ésa es hoy la lengua oficial del Estado de Israel.
Replantear el lenguaje coloquial como problema inmediato y urgente de nuestros pueblos es un modo de detener, primero, y enseguida contrarrestar, ese embrutecimiento de las masas que es fácil y doloroso advertir en las últimas décadas. Basta con escuchar lo mal que hablan nuestras nuevas generaciones y, peor aún, leer lo que escriben.
No lo digo en plan apocalíptco, sino de absoluta sinceridad. Es urgente ser concientes de que se habla muy mal el Castellano, cada vez peor, y es mínima la utilización de las enormes posibilidades de esta lengua, lo cual tiene consecuencias indeseables concretas y cotidianas. Hablar bien, con propiedad y corrección, es el camino más seguro para pensar mejor. Y pensar mejor es la vía más segura para obrar mejor. Imagínense ustedes, entonces, lo que puede suceder cuando una lengua está clausurada por décadas, como pasó con las lenguas aborígenes del Chaco, cuando no se las habla o se las somete de las más crueles maneras.
Es urgente, por ello, crear conciencia acerca del vínculo estrecho entre lengua, condición socioeconómica e identidad. Que es como decir entre lengua y clase.
La identidad lingüística es seguramente la primera señal de identidad fuerte que tenemos los seres humanos en tanto sujetos que vivimos en sociedad. Sin lengua no podríamos entendernos, discutir, intercambiar, crecer, desarrollarnos como seres inteligentes. En cualquier lugar y cualquier época de la Historia de la Humanidad, cada nación fue antes una lengua que un Estado. Incluso nuestros pueblos originarios.
Por eso, elevar la calidad del Castellano que se habla en nuestra América es una tarea esencial y urgente para que sea un vehículo de unión más propio y más fuerte, capaz de expresar cabalmente a todos nuestros pueblos, en su riqueza y diversidad, contribuyendo así a que se expresen mejor, y entonces piensen mejor y procedan mejor.
En tanto escritor que hace de la lengua su vida y profesión, para mí la transversalidad fundamental consiste en advertir que la lengua entreteje nuestras vidas, diariamente y en todas las naciones que hablan el Castellano, permitiéndonos entendimiento, comunicación, expresión y otorgándonos a la vez una fuerte identidad cultural latinoamericana.
Personalmente, hace más de veinte años que trabajo desarrollando estrategias y emprendimientos para difundir el uso apropiado de la lengua castellana. Cada uno de los multitudinarios encuentros que convocamos desde la Fundación que presido en esta ciudad se orienta, precisamente, a repensar cómo dar de leer, y por qué y para qué. Buscar las respuestas adecuadas implica, desde luego, trabajar para la construcción de una sociedad consciente de la lengua que habla, y mucho más competente en el uso de la misma.
Puede sonar exagerado decir que sólo la lectura salvará a nuestros pueblos, pero estoy convencido de que realmente ningún país tiene destino si su gente no lee. No hay aprendizaje, crecimiento ni desarrollo cultural; no hay mejora educativa eficaz y no es posible una democracia sólida e igualadora de oportunidades, si los habitantes de esa nación no leen. Por eso leer y hacer leer es el único camino —el único— para recuperar la capacidad de pensamiento y sensibilidad de un pueblo. Y el único camino para ello es hablar bien, porque se lee más cuando mejor se habla y se habla mejor cuando más se lee.
Por eso nos oponemos a las modas pedagógicas que hicieron del placer de leer un trabajo pesado. Es necesario y urgente despojar a la lectura de ejercitaciones obligatorias y trabajosas porque, más allá de las buenas intenciones que las alientan, en muchos casos sólo entorpecen el simple y grandioso placer de leer. Y de decir, que eso es la lectura en voz alta que yo vengo impulsando desde hace un montón de años.
Ahora en el Chaco una nueva Ley habla de progresiva aplicación de la oficialización de nuestras lenguas. Enhorabuena. Y se prevé la formación de nuevos maestros bilingües y plurilingües. Estupendo. Me permito sumar algunas recomendaciones que serán muy útiles para maestros y maestras: no caer en fundamentalismos; decirle no a todo revanchismo; cuidar siempre que toda admisión idiomática, y sobre todo la que recupera lenguas canceladas, sea a la vez que un hecho de reparación histórica un gesto simbólico-cultural, y sobre todo, y por encima de un acto de justicia, sea un ensanchamiento saludable del habla popular.
Quiero decir con esto: ¡cuidado! que para recuperar las lenguas de nuestros hermanos aborígenes no demos, ni por error, ni un solo paso contra el Castellano Americano. De lo que se trata, repito, es de enaltecer las lenguas que hablan nuestros pueblos, no para unificar ni para hegemonizar, sino para que todas coexistan en tanto y en cuanto haya seres humanos que las hablan y las necesitan. Sólo así, con las generaciones que nos sigan, fundaremos la verdadera y poderosa lengua de esta tierra, que nos identifique ante nosotros mismos y ante el mundo.
Y hay algo más que quiero subrayar para concluir. Somos, aquí, en este punto del universo, el corazón geográfico del gran Chaco Americano. Somos el centro mismo de un Castellano Americano que convive con el guaraní, el portugués, el qom, el wichi, el mocoi...
Institucionalizar las lenguas que se hablan en el Chaco está muy bien, es una inmensa y justa tarea que estaba pendiente. Pero que no se mueva un dedo para perder o perturbar nuestro Castellano Americano. Al contrario, fortalecerlo y engrosarlo, nutriéndolo con nuestras lenguas originarias, es lo que nos hará más fuertes.
Hace un par de años, al inaugurar el primer congreso cultural chaqueño, dije aquí mismo que el sueño del crisol de razas era falso. Una mentira eso de que se ponían en un caldero razas y lenguas y salía un tipo propio, el chaqueño. Lo que vale es la diferencia, coexistir con el hermano que no es igual pero es hermano. Por eso sueño con que seamos un día una provincia plurilingüe. Porque eso también implicará reconocer nuestros verdaderos, plurales orígenes y lenguas. E incluso podríamos llegar hasta a enaltecer los dialectos italianos, ingleses, alemanes, checos, búlgaros, franceses, polacos, montenegrinos y ucranianos que formaron el Chaco contemporáneo. Sumar, y no restar, es la consigna. •
Muchas gracias.