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lunes, 28 de marzo de 2011

Novela policial, género y cine negro. Crónica de Passau

El laberinto y el hilo


Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

Por invitación de las profesoras Brigitte Adriaensen y Valeria Grinberg Plá, acabo de visitar la Universidad de Passau, Alemania. Allí se desarrolló el 18º Congreso de la Asociación Alemana de Hispanistas, en una de cuyas secciones —dedicada a la literatura policial y el género negro— tuve el honor de hablar.

Además se exhibió allí la película "El décimo infierno", que escribimos y dirigimos con Juan Pablo Méndez, y que por cierto esta semana está concursando en el Festival Guadalajara Construye, en esa ciudad mexicana, lo que nos tiene con los dedos adoloridos de tanto mantenerlos cruzardos.

El paper que leí en Passau es un trabajo en el que actualizo algunas ideas de mi libro El género negro, y la versión completa será publicada por las organizadoras. Por eso he aquí una síntesis.

Novela policial y cine negro. Vasos comunicantes de la narrativa del crimen. Universidad de Passau, Marzo 25 de 2011. (Una síntesis)

Estamos todos de acuerdo en que existe realmente una literatura de género policial que llamamos Género Negro, y podría decirse que hay muchos otros acuerdos básicos. Pero desde hace unos cincuenta años, más o menos cada diez o quince aparece una nueva generación de autores y críticos que reinstala los debates, actualiza teorías y se pregunta más o menos lo mismo: por qué “literatura negra”, por qué su enorme popularidad, cuáles son sus fuentes, cuál su evolución y cuál su jerarquía.

(...) Estudié esta literatura durante muchos años, y producto de ello es mi libro El género negro, cuya primera edición mexicana es de 1984. Sin embargo, yo no me considero un escritor del género. Al menos en el sentido de que no soy escritor de género único. He publicado 10 novelas y varios libros de cuentos y ensayos, pero cada libro corresponde a una etapa diferente de mis intereses.

Sólo cuatro de esas novelas y algún par de cuentos pertenecen a este género: la primera fue Luna caliente (...) enseguida escribí Qué solos se quedan los muertos, que además de significar una despedida de México y del exilio, fue un intento de oposición a aquella "moda" del género negro que a mediados de los 80 se preguntaba prácticamente lo mismo que ahora escuchamos y leemos (...) la tercera fue El décimo infierno (...) Quise que fuera una novela brutal y despiadada porque mi país bajo la presidencia de Carlos Menem era entonces un país brutal y despiadado, como quedó a la vista cuando la crisis terminal de la Argentina en 2001. Publiqué esta novela en 1995, devastado por la inmoralidad social creciente y la violencia solapada, no dicha, que algunos advertíamos. Pero como no quería hacer una obra de denuncia circunstancial, intenté varias otras cosas: que la política explícita no estuviera presente; que no hubiese una sola mención de época; que la simple actuación de los personajes centrales pintara a toda la sociedad; que ninguno de los personajes fuera capaz de enamorar al lector; que no hubiera "buenos" que se salvaran del incendio. O en todo caso sólo uno, y anónimo: el chico de la gasolinera.

Mi cuarto y último libro de este género es Cuestiones interiores, una nouvelle desdichada que aprecio mucho. Cuenta la historia del juicio a un hombre que ha matado sin querer, sin voluntad de matar y por eso mismo lo admite, y así le va. Y digo desdichada porque fue un fracaso de ventas (es mi verdadero worst-seller) aunque en mi opinión es uno de mis mejores textos negros, el más literario en el sentido de que ahí importa más la escritura que la trama (...) Como sea, y termino aquí la referencia personal, sólo cuatro de mis novelas son de género negro.

(...) Por cierto, el cine negro tiene una fantástica tradición en América Latina, y en la Argentina en particular. De hecho casi todo el cine argentino ha seguido las líneas estéticas paridas originalmente en Hollywood, en casi todos los casos trasladando literatura a la pantalla. Y esto por lo menos desde "Monte criollo" (1935, de Arturo S. Mom en base a un tango de Homero Manzi) y "Fuera de la Ley" (1937, de Manuel Romero, tremenda película que marcó a todo el cine de mi país, hasta hoy).

No haré la lista de nuestro cine policial y negro, pero se trata de un largo centenar de películas, basadas en lo mejor de la literatura argentina. Se filmaron cuentos y novelas de Sábato, Borges, Cortázar, una y otra vez, con diferente acierto. Leopoldo Torre Nilsson filmó varias novelas de su esposa, la reconocida novelista Beatriz Guido. Y desde luego, se rodaron varias obras de Marco Denevi, Manuel Puig, Osvaldo Soriano, Ricardo Piglia, José Pablo Feinmann y muchos y muchas más, trasladados al cine por enormes guionistas también escritores, como Ulyses Petit de Murat, Augusto Roa Bastos y Aída Bortnik.

Hoy en la Argentina se producen y filman más de 100 películas por año, y probablemente la mitad son de, o se relacionan con, el género negro. Desde "Tiempo de revancha" y "Ultimos días de la víctima" de los años 80, hasta "El secreto de sus ojos" que ganó el año pasado el Oscar de Hollywood, y que está basada en una novela de Eduardo Saccheri, la lista es larguísima y hay muchos y muy buenos estudios en las cinematecas y en la web. A ellos me remito.

(...) El género negro existe en el continente donde vivo, y se compone de un cuerpo textual rico y variado, que practican autores de muchos países. Tiene una consistencia como no tienen otros géneros, al menos en lengua castellana. Y en el caso de la literatura argentina y latinoamericana esa narrativa produjo además un cambio espectacular en el tratamiento del crimen, especialmente porque le reconoce razones, motivos, causas vinculadas con la realidad en que viven los mismos lectores. Porque los que vivimos en Latinoamérica somos todos, en esencia, marginados. Y en estas novelas nos encontramos todos, desde hace años, y me parece que ésa, tan sencilla, ha sido una de las razones de su enorme popularidad. De ahí que este género es determinante para comprender la literatura latinoamericana contemporánea. Porque vincula al crimen con la sociedad en que sucede, puesto que toda sociedad (y toda literatura) tiene al crimen como uno de sus principales protagonistas. El delito no es un problema matemático, un crucigrama, un desafío al ingenio. No hay crimen gratuito como no hay ausencia de causas (individuales o sociales). Cada delito es producto de relaciones (malas relaciones) entre seres humanos. Y es producto de intereses, casi siempre ligados al poder político y económico, a la trata de personas, el narcotráfico y el narcoconsumo, y otras miserias que son permanentemente alimentadas desde el mundo desarrollado, que fomenta taras, vicios y corrupciones en los países subdesarrollados para luego analizarlos "racionalmente" como si fueran de otro planeta y sin asumir responsabilidad alguna.

Hoy sabemos, incluso por el desarrollo tecnológico, que es prácticamente imposible el crimen perfecto. Y que son circunstancias las que llevan a una persona a cometer un crimen. A cualquier persona, como decía Raymond Chandler, "a ustedes o a mí". Al más encumbrado o el más indigente. Y ahora hay grupos sicarios, además, como las Maras centroamericanas, o los chicos gangsters de Colombia, México o Brasil. Todos tienen una justificación, y a cualquiera se le puede encargar un crimen. Es barato, incluso. Pero atención que todo crimen es barato. Incluso el que se produce desde las más civilizadas capitales europeas. Si me permiten que lo diga de manera brutal: un bebé paraguayo o del norte argentino puede ser comprado por un matrimonio alemán de buen corazón por diez mil dólares. Hay una película que recomiendo, filmada en mi tierra: Nordeste, de Juan Solanas. Ese sí que es un nuevo cine negro.

Y es que los valores primordiales en que basa su existencia el género negro siguen siendo ante todo el poder y el dinero. Uno puede y paga. El otro no tiene y acepta cometerlo. ¿Quién de los dos es el criminal?

(...) La novela negra latinoamericana tiene sus ejes en la violencia de las contradicciones sociales, el abuso de poder, la narcoindustria y el narcotráfico, el narcoconsumo, la explotación, la corrupción y la hipocresía. Todo es violencia. Y una violencia que, en materia literaria, es exactamente la misma que escribieron los maestros del viejo realismo social, sólo que ahora no desde ideologías revolucionarias, sino desde los códigos y tópicos de una posmodernidad entendida como continuum.

La violencia no es una invención de la literatura. El incesto y la corrupción, por caso, son moneda corriente en la sociedad industrial moderna. El año pasado aquí cerca, en Austria, se conoció un horroroso abuso familiar que dio la vuelta al mundo, mientras el tráfico de drogas, armas o personas era materia cotidiana del capitalismo real en su actual etapa superior, con escenario en nuestra América Latina. Y digo escenario, porque la violencia tampoco es sólo un fenómeno de América Latina. No es verdad —o al menos no es toda la verdad— que la violencia inspire a nuestros escritores porque no hay justicia, o por el puro miedo a las malditas policías, o por el mentiroso discurso del poder. América Latina no es un todo único, como no lo es Europa, ni China, ni los Estados Unidos. En mi opinión responsable, todo discurso etnocéntrico que juzga a las periferias es racista y discriminatorio, aunque no lo sepa o lo niegue. Así que cuidado con eso. La tragedia centroamericana, como la de Brasil o Colombia, o la de México, son materia de literatura negra porque nosotros, autores latinoamericanos, no queremos silenciarlo. Porque sabemos que en decir y narrar esta violencia estará también nuestra salvación. Pero yo no conozco la novela del hombre que violó y preñó a todas sus hijas y las mantuvo encerradas durante veinte años en Austria. Como no conozco la novela del chico que en Virginia Tech University asesinó en diez minutos a más de 30 estudiantes porque tenía problemas familiares. Por eso la diferenciación teórica entre violencia individual o sistémica a mí no me alcanza para explicar esto. Con todo respeto, me parece que sería bueno que los que nos juzgan vieran los agujeros de sus propias medias.

Porque, a ver, ¿de qué hablamos cuando hablamos de violencia? ¿Quién sabe qué es violencia, quién la padeció y cómo? ¿El asesinato, el robo, el ataque físico, el acoso sexual, la apropiación de niños? ¿Violencia de género, familiar, social, política? ¿Muamar Kadafi es violento pero los bombardeos "civilizadores" sobre Libia no? ¿O sobre Kosovo, Iraq o Afganistán? ¿Y Guantánamo? ¿Hasta cuándo nosotros en Latinoamérica y el Tercer Mundo seguiremos siendo los bárbaros juzgados por la civilización de los globalizadores?

Yo sólo tengo respuestas pequeñas, quizá parciales, acaso equivocadas. Pero mis preguntas siguen ahí, y para mí son irreductibles: ¿Por qué la crisis de las burbujas inmobiliarias de Estados Unidos y Europa la tenemos que pagar nosotros? ¿Por qué no está preso ni un solo banquero irresponsable, y sin embargo a media Europa le cortan los salarios? ¿Saben que esta violencia se aplicó ya en Argentina en 2001 y fue un desastre? ¿Y por qué ahora que nos estamos recuperando, esos mismos banqueros nos pasan la cuenta de una deuda que no contrajimos cuando Europa les daba dinero a los dictadores? Podría pasarme toda la mañana formulando preguntas de este tipo, todas ellas variaciones sobre la violencia, todas ellas materia potencial de novelas negras.

Con lo que estoy tratando de decir que los problemas teóricos del género negro no se pueden responder ni desde la razón más pura. No hay respuestas; lo que hay siempre son preguntas. Y eso es lo bueno. Que sigamos escribiendo para formular mejores preguntas, y no para intentar una respuesta cómoda, pero imposible.

Por eso, también me pregunto esto: si el crimen es parte insoslayable de la vida moderna, en todo el mundo, ¿por qué la literatura iba a ser otra cosa? ¿Por qué no considerar que en la literatura contemporánea cabe considerar al crimen y al delito como elementos naturalistas, costumbristas?

(...) lo asombroso no es que sucedan estas cosas; lo verdaderamente asombroso es que a la inmensa mayoría de la gente esto le gusta, y mucho. Ahí tienen ustedes una respuesta posible, y provisoria desde ya, a la pregunta sobre la popularidad (...) Algunos estudiosos como Román Gubern apuntan que los orígenes del género estarían en el desarrollo de la “filosofía de la inseguridad”, fenómeno del último siglo y medio que va a la par del surgimiento de grandes concentraciones urbanas, las primeras policías secretas y la prensa sensacionalista. En nuestros días la inseguridad es un asunto de gran popularidad mediática, y por eso la agitan represores, fundamentalistas y ultraconservadores de todo el mundo.

Sin embargo, ninguna popularidad tiene la otra inseguridad, la que va de la mano de los despidos masivos y la falta de trabajo, la codicia económica y la pésima distribución de la riqueza. Esta inseguridad, que para mí es la verdadera, necesita una literatura y ninguna mejor que el género negro. Al menos en la América en que yo vivo.

(...) Hace 30 años escribí un ensayo en el que sostenía que la literatura de cowboys (Far-West writing) fue una de las que mayor influencia tuvo sobre la novela negra. Y dije que ésta sencillamente no hubiera existido sin el antecedente de aquellas obras entre épicas y pueriles, a veces ingenuas (...) Hoy sabemos que de todos ellos tomó el género negro algunos de los elementos que lo caracterizan: el suspenso, el miedo que provoca ansiedad en el lector, el ritmo narrativo, la intensidad de la acción, el heroísmo individual. Con esas materias primas, Hammett primero, Chandler después, y un montón de autores más tarde, sentaron las bases de la novela negra: la lucha del “bien” contra el “mal”, la violencia desatada por la ambición, el poder, la gloria y el dinero, que son los elementos capaces de torcer el destino de los seres humanos. Todo esto ya estaba, esencial, en la literatura del Far-West. Y en mi opinión la transfusión fue directa: el ritmo, la acción, el heroísmo individual como componentes principales; enseguida el humor y ciertos disvalores como la excesiva ambición por el dinero y la gloria personal y también la vocación de conquista de poder político. Y la violencia, dominante en todas las tramas.

(...) La Conquista del Oeste norteamericano fue una epopeya fabulosa y contradictoria. Y fue violenta y despiadada, injusta y bárbara aunque se hizo en nombre de la civilización y el progreso. Y como toda conquista, no dejó de ser también un genocidio. Que se hizo popularísimo gracias al cine y a los comics.

(...) Todos los autores del género negro trajinaron esa violencia, y también otros como Nathanael West, James Baldwin, Richard Wright, William Faulkner (recuerden Sanctuary, de 1929), Caldwell, McCullers, Hemingway, Fitzgerald, Steinbeck, Capote y más recientemente J.D. Salinger, J.P. Donleavy, Patricia Highsmith, Raymond Carver, Eudora Welty, John Irving, Donald Barthelme, Paul Auster y tantos más.

(...) se enlazan, hacia atrás, las novelas negras con las western. Y la línea que une a estas dos con el policial latinoamericano es la misma. No hay ruptura; hay continuidad. Del norte al sur de América. La influencia es reconocida por muchos narradores hispanoamericanos, y no sólo del género negro. Yo diría que casi no hay escritor contemporáneo cuya formación literaria no reconozca alguna deuda con la novela negra norteamericana. Eso es obvio en Rodolfo Walsh, Osvaldo Soriano, Piglia y los citados Martini y Feinmann en Argentina (...) Cada uno a su modo, todos adoptan y adaptan el estilo, las estrategias narrativas y la mirada crítica a su sociedad.

(...) La novela negra latinoamericana se relaciona con todo lo que hemos perdido. Es evidente que el sentimiento de pérdida es parte de esta narrativa. Pérdida de valores, desde luego, vinculada a la pérdida de buenos niveles de vida. La miseria social absurda y chocante, la corrupción, el abuso de poder, inevitablemente remiten a tiempos en los que se vivía en paz, con mayor respeto y tranquilidad. El género negro siempre está cuestionando la pérdida de valores, porque es un género profundamente moral (...) Por eso la escritura de ficción en Latinoamérica hoy en día tributa en gran medida, ineludiblemente, al género negro, y por eso puede decirse que este género fue revolucionario para nuestra narrativa porque renovó su estilo y su lenguaje.

(...) Pero atención. Todo lo que un día fue revolucionario tiende a burocratizarse. Y yo creo que eso es lo que viene sucediendo en este género, y por eso cada tanto me alejo de él. Me parece que hay un enorme riesgo de repetición. No veo que se renueve. Leo y ya sé lo que viene. Nada me sorprende, ni me propone nuevos rumbos de pensamiento, desafíos intelectuales o filosóficos de vanguardia. Quizá estamos en una etapa en que lo revolucionario reclama una nueva revolución. Pero no veo autores que la hagan. Así como el policial clásico acabó repitiéndose hasta el hartazgo, el nuevo relato negro puede estar cayendo en similar agotamiento. Al menos, yo creo advertir cierta recurrencia temática, de tics, de modos narrativos, de singularidades, digamos, que no sé si son felices. En mi opinión ese riesgo está a la vista. Y no sólo en la producción textual; también en la crítica el problema de la fatiga de este género es algo que merecería más atención. Yo todavía no veo cómo se va a resolver, pero sé que el riesgo existe. Quizás ésta sea la gran limitación del género negro, como lo fue del policial clásico.

Hoy tengo una visión menos solemne y menos ingenua de la literatura, y por ende del género negro, y entonces la verdad es que ya no me importa tanto si es muy o poco ideológica, ni tampoco si aporta mucho o poco, ni a qué. En realidad, confieso que me siento un poco lejos del género. Desde hace 27 años la información y las ideas que contiene cada una de las ediciones de mi libro "El género negro" vienen siendo fotocopiadas y en muchos casos plagiadas descaradamente por colegas y críticos que repiten y hacen suyas ideas y páginas enteras sin reconocer el crédito debido. Ha de ser por eso que no pertenezco al Club. Ninguno de mis colegas "dueños" del género me considera como tal. Hasta hace unos años esto me dolía mucho. Ahora me duele menos, y no dejo de reconocer que sigue siendo uno de los géneros literarios más placenteros y el que mejor nos permite cuestionar siempre todo, y desde los libros fastidiar a los poderosos (...) Muchísimas gracias. •


miércoles, 23 de marzo de 2011

El golpe en la memoria: 2 artículos en Página/12

El laberinto y el hilo


Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

Se cumplen 35 años del golpe de estado del 24 de marzo del 1976. Una fecha que está marcada para siempre en la memoria de millones de argentinos y argentinas.

En esta memoria que vengo escribiendo tiene cabida, y bien podría ser el punto de partida, el primer párrafo.

He aquí algunos fragmentos de la nota que publiqué en el diario Página/12 cuando se cumplieron 20 años del golpe, en 1996.

"La vida, en aquellos días, no era fácil. La economía determinaba también entonces nuestra angustia cotidiana. Yo era muy joven, tenía dos hijitas, y andaba a los saltos, prácticamente con tres trabajos: me levantaba a las seis, y de 7 a 13 era redactor del diario “Crónica”. De 13 a 19 lo era de la revista “Siete Días”, en la vieja Editorial Abril de Paraguay y Alem. Y colaboraba en una revista de humor que se llamó “Mengano” y capitaneaban Carlos Marcucci, el Negro Dolina y Ricardo Parrota. Quién sabe de dónde nos quedaba resto para el humor, si además la censura era tremenda y el miedo paralizante.

"Pero sobrevivíamos, creo, porque éramos jóvenes y nos sobraba polenta. Nos habían ido arrinconando, pero no nos habían asesinado ninguna ilusión. Uno se replegaba hacia adentro, hacia los pocos amigos que quedaban de la militancia y las luchas de la vieja Asociación de Periodistas de Buenos Aires, y en la pequeña solidaridad que todavía era posible en medio de tantos secuestros, muertes y torturas. Por entonces ya escribía mis primeras, secretas narraciones; y a la vez que hacía las cuentas para pagar alquiler, mamaderas y pañales, también llevaba la cuenta de todo lo que no iba a olvidar ni perdonar jamás.

"Aquel marzo ya era obvio lo que se venía. Era cuestión de horas: el gobierno ineficiente de Isabel, el caos justicialista, la Triple A de López Rega, la violencia generalizada, los allanamientos, las sirenas, las pinzas, el terror imperante, prenunciaban el golpe. Y era difícil imaginar lo que se venía, entre la resistencia a salir del país y el pánico si nos quedábamos. Faltaban sólo siete meses para las elecciones, pero parecían siete siglos, y de todos modos nadie sabía a dónde conducirían.

"No era el rumor, sino el silencio, lo que en las calles resonaba. Y encima ya se respiraba un aire ambiguo: mezcla de impotencia, resentimiento y también alivio, para muchos. Los que apostaban al fin del isabelismo a cualquier costo se montaban sobre el hartazgo de la gente. Algunos insistían en el viejo disparate de que “cuanto peor, mejor”. Y la frase hecha: “Esto no se aguanta más”, ya entonces era popular.

"Aquellos días yo no dejaba de evocar el 28 de junio del 66: yo tenía 18 años y el golpe de Onganía contra Illia me hizo ver dos cosas que parecían revivir en ominoso marzo del 76: una, que el golpe de estado gozaba de la aprobación de muchos y el gobierno constitucional la defensa de nadie. Y dos, que desde entonces y para siempre yo iba a llorar todos los golpes de estado. Nunca, ninguno, en ninguna circunstancia y bajo ninguna condición, me alegraría. Ni siquiera el que era evidente que se cocinaba en las sombras.”

Y el que sigue es el artículo que sale hoy, 24 de marzo de 2011, en el suplemento especial del mismo diario, a 35 años de aquel día aciago.

El golpe y la memoria / Página/12 del 24 de marzo de 2011.

Quién hubiera dicho que acabaríamos escribiendo sobre aquel golpe de estado como de un acontecimiento lejano. Porque el ‘76 está acá nomás. Y sin embargo, tan lejos. Si parece cuento, ahora, que aquel 1976 fue el año del avión supersónico Concord y de las Olimpiadas de Montreal donde asombró al mundo una muchachita de Rumania (país comunista entonces) que se llamaba Nadia Comaneci.

Fue el año de la España de Adolfo Suárez, de la matanza en Soweto y el inicio del ocaso del appartheid sudafricano. El de la muerte de Mao y el fin de la Revolución Cultural china que devino madre del gigante actual. El año, también, en que Jimmy Carter sucedió a Richard Nixon.

Y el año en que murieron escritores fundamentales de mi generación: José Lezama Lima, André Malraux, Raymond Queneau, Agatha Christie, Dalton Trumbo y el mexicano José Revueltas.

En poco menos de tres meses de aquel aciago 1976, millones de argentinos y argentinas ya sabíamos que se venía la noche. Empezaba a gestarse una palabra símbolo de la época: “desaparecidos”. Y también empezaba la cuenta de lo que no se iba a olvidar jamás.

Aquel 24 de marzo del ‘76 ya está muy escrito, aunque quizás no suficientemente. Quién podría dar esa medida de suficiencia. Pero lo que nosotros, los de entonces, podemos y debemos hacer todavía es testimoniar lo que fue y ya no es: aquel gobierno ineficiente y genuflexo, las Tres A, el terror imperante y la violencia generalizada, incontenible.

Hoy sólo siguen vigentes algunas estupideces clasemediera y argentinamente eternas: “cuanto peor, mejor”; o “esto no se aguanta más”.

Los que entonces éramos jóvenes, chicos y chicas como los que hay ahora y hubo siempre, en esencia sólo queríamos lo que siempre quieren los jóvenes: que el mundo en que viven sea mejor. Y también queríamos que la democracia en la Argentina no fuese el engaño condicionado que era entonces.

Han pasado 35 años —eso es por lo menos dos generaciones— y es cierto que todo se difumina en la memoria, pero no el dolor y el agravio. Por eso la memoria se sostiene, y ni se diga en nuestra sociedad donde tenemos pilares que cargan la memoria sobre sus espaldas, y sobre todo cuando no hay justicia, o tarda tanto, y no se puede perdonar porque no hay arrepentimiento. Si el dolor no tiene plazo de vencimiento, ¿por qué va a tenerlo el olvido?

La memoria no se rige por razones sino por emociones; la memoria no acepta reglas sino que es regla en sí misma. Es el único laberinto del que los humanos no sabemos salir. Por eso la mejor actitud es entrar y vivir allí. No mansamente sino activamente. Para que la memoria sea motor y no ancla. Para que sea maestra de vida futura y no temor a un pasado que paraliza.

Por eso hace 35 años, o más, que no hay olvido ni perdón. No puede haberlos porque el olvido es siempre razón de la mentira. Y los que proponen olvidos, aquí y dondequiera, como los que se "hartan" de la memoria, son unos mentirosos. Y si borran con el codo lo que alguna vez escribieron con la mano, son unos pobres mentirosos.

No está de más, me parece, decir esto en la actual circunstancia argentina. Después de todo, 35 años después del horror que se simboliza en esta fecha, sigue dependiendo de cada uno de nosotros el seguir forjando la esperanza. •

miércoles, 16 de marzo de 2011

Elogio de la Literatura en tiempos de Internet


http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-164233-2011-03-16.html

Me parece que este tema da para seguir. Por eso es muy probable que en mis próximos posteos, en este blog, continúe estas reflexiones. Pero me comprometo a no discontinuar el relato de esas memorias que llamo "El laberinto y el hilo", tal como me lo vienen pidiendo algunos/as amigos/as.

miércoles, 9 de marzo de 2011

De Vargas Llosa a cuando escribía Santo Oficio de la Memoria en Boston, 1986

El laberinto y el hilo


Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

De Vargas Llosa a cuando escribía Santo Oficio de la Memoria en Boston, 1986:

Primero que nada, unas palabras sobre el debate suscitado por la invitación a Mario Vargas Llosa a la Feria del Libro porteña de este año. Lo que más me impresionó fue la confusión de muchos lectores, que a la manera de los exaltados comentaristas insultadores de La Nación, no entendieron el eje de la cuestión. No se trató de MVLl, ni estuvo en juego la libertad de expresión, ni tiene sentido seguir discutiendo. Simplemente lo que hubo fue un intento de aprovechar el renombre del Premio Nóbel para incidir en la vida argentina. Hubo uno o más vivillos que desde la organización de la Feria jugaron fichas equivocadas, inoportunos por provocación o por ignorancia. Esos son los cuestionados, al menos en mi artículo de Página/12. Pero la incomprensión, la mala lectura y la mala leche... realmente me sorprendieron. Y ni se diga los anónimos, algunos de los cuales pretendieron que les diera espacio en los comentarios de este blog. Si serán caraduras, además de cobardes, puesto que toda diatriba que se escuda en el anonimato es irrecuperablemente cobarde.

Habría que enseñarles el a-be-ce de la educación democrática: se puede estar en desacuerdo, pero hay que escuchar y ponderar primero lo que el otro dice. Y leer bien, desde ya. Yo no sé si tengo razón en lo que escribo; yo dudo, inquiero, pregunto y me pregunto. Pero para seguir pensando... No sé a ustedes que siguen este blog, pero a mí me alarman tantos necios en un país que parece hoy tan dividido. ¿Es inquietante, verdad? Esperemos que sea pasajero.

Apuntes de hace un cuarto de siglo

En un posteo anterior hice mención a la crítica, o en todo caso a cierta manera de ejercer la crítica. Fue un tema que me apasionó hace años, cuando escribía "Santo Oficio de la Memoria" en Boston y 1986. Supongo que entonces estaba muy condicionado por mi descubrimiento del mundo académico norteamericano, que como todo hallazgo fue para mí novedoso y fascinante.

Puedo decir que toda mi vida adulta he estado en relación con críticos literarios académicos de todo el mundo. Los he conocido y muchos son mis amigos. Incluso mis mejores amigos, algunos de ellos. Y yo mismo ejercí —ejerzo aún— ese oficio durante años, enseñando en universidades norteamericanas. Como José Martí, yo también podría decir que conozco al monstruo porque he vivido en sus entrañas.

Comparto mis apuntes de una vieja agenda-libreta de 1986: "Si colonialismo, identidad y dependencia son las palabras claves que toda la crítica parece asumir respecto de nuestra América Latina, cabe detenerse un momento en ese otro concepto que ha desvelado a muchos: la transculturación que hemos sufrido y sufrimos en este continente. Justo es preocuparse por el aislamiento empecinado a que se aplica la nueva crítica norteamericana —la escuela de Yale, su tiranía, como la llamó Colin Campbell— y de los estructuralistas franceses, que ahora desdeñan todo contexto histórico, social y cultural en los textos, para ocuparse casi maníacamente de deconstrucciones puras que convierten a la literatura en una especie de matemática. Los textos así despedazados parecen “word jokes” que conducen a ninguna parte. Y yo me pregunto: ¿No será que el fenómeno de transculturación afecta también a parte de nuestros críticos?

La transculturación es un término propuesto por el escritor cubano Fernando Ortíz, en 1940, con una estupenda definición que tomo del trabajo de Raymond Williams “Crítica literaria y observación cultural” (en Latin American Research Review, Vol. 26 Nº1, otoño de 1986): “Entendemos que el vocablo transculturación expresa mejor las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra, porque este no consiste solamente en adquirir una cultura, que es lo que en rigor indica la voz anglo-americana aculturación, sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decir una parcial desculturación, y, además, significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos culturales que pudieran denominarse neoculturación”.

Es decir: transculturación implica, primero, desculturación (pérdida de lo precedente) y enseguida y concomitantemente neoculturación (creación de nuevos fenómenos, o bien adquisición y/o asimiliación de los provenientes de otras fuentes). Esto explica muy sencillamente la parte positiva del fenómeno: renovación, modernidad como constante, aggiornamiento permanente de la cultura de una sociedad dada. Pero pareciera que nuestra crítica se ha quedado sólo en la primera parte: la pérdida, la desculturación. Y se empeña en una resistencia que no por inútil es menos absurda.

Señala el crítico peruano José Miguel Oviedo, en “Escrito al margen” (colección de ensayos sobre literatura latinoamericana, Colcultura, 1982), que nuestra crítica tiene varias tradiciones, y él señala dos que no suelen recordarse pero que aquí me parecen fundamentales: la de los marginados y la de los olvidados. ¿Acaso no explican ambas el empeño en seguir aplaudiendo vacas sagradas que no están nada mal y se han ganado el aplauso con obras memorables, pero que son utilizados para ningunear nuevos escritores, nuevas obras y nuevas corrientes, y particularmente no dejan de ser sino un fiasco al lector y hasta una mala orientación para los editores? ¿Cómo va a crecer nuevamente este país, cómo vamos a rehacer nuestra desmantelada y deprimida cultura si no se lanzan nuestros críticos a la grandiosa aventura de descubrir, de proponer con originalidad, de investigar seriamente y de ayudar —a escritores, lectores, editores— en la necesaria tarea de recuperación de la literatura argentina, para que, por ejemplo, vuelva a tener significación y presencia, y abandone esa tonta y lastimosa autocomplacencia que la detiene, como congelada, en la adoración narcisista de su pasado glorioso?

Una idea temeraria: quizás en el Boom de los 60 se produjo lo que Angel Rama definió en el título mismo de su libro póstumo: “La ciudad letrada". Rama señaló el paso de la ciudad colonial, en la que el grupo letrado, ínfimo, dominó la arquitectura, el gobierno y la cultura, a la ciudad escrituraria en la que una minoría letrada y la inmensa mayoría iletrada produjeron dos lenguajes: el minoritario, que controló la escritura de los registros oficiales públicos y dominó elitistamente la producción cultural; y el otro, mayoritario, que asumió un lenguaje cotidiano, de la vida diaria, de la oralidad que no tuvo expresiones escritas, pero fue, sin dudas, el que realmente hablaron los pueblos latinoamericanos.

Si nos aventuramos en la analogía, quizás el Boom produjo una escritura letrada, que aunque tuvo gran aceptación popular, terminó por estratificarse y colocar al lector en el otro lado; es decir, el lector como admirador que contempla, encantado como ante una serpiente mágica, para aceptar o rechazar.

En cambio en el Posboom, aunque todavía no se ha producido ninguna obra representativa paradigmática, ni el fenómeno tiene cuerpo y definiciones, ya es advertible que la preocupación es distinta. No es populista ni realista, ni es demagógica. Simplemente, la oralidad de nuestras naciones le sirve en la búsqueda de una escritura encarnada en la oralidad de sus lectores. Y creo que ejemplos de esto son las últimas novelas de Antonio Skármeta, de Jesús Gardea, de Isabel Allende o, en nuestro país, cualquiera de las estupendas novelas de Osvaldo Soriano.

Lo anterior es de 1986. Un apunte sobre el apunte propone: "En 1995 pienso que debería mejorar esos ejemplos". Y ahora en 2011 pienso que no habría mejor ejemplo que la reciente novela de Ricardo Piglia, "Blanco nocturno", que en mi opinión es una implícita consagración académca del estilo literario y lingüístico de Soriano.

Para el corcho en la pared:

Una de Julio Cortázar. En sus cartas recién publicadas a su amigo Eduardo Jonquières, pintor y poeta que al igual que él se radicó en París en los 50, escribe esto que suscribo a ciegas y que desde hace muchos años es parte de mi filosofía literaria: "...pienso en mis colegas que se agitan, sudan, corren a los editores y a los periódicos, se mandan cartas de explicaciones, hacen campañas de autobombo e interbombo... ¿Para qué, si lo mejor es escribir cada tanto un buen libro y el resto corre por cuenta del libro y de los demás?"

¿No es maravilloso?

Ha de ser por eso que hoy es moda —vana, desde ya— desdeñar a Don Julio con ironías de segunda clase y cortedad de enanos. Claro que tal estupidez sólo se practica —era esperable— en la Argentina.

jueves, 3 de marzo de 2011

Vargas Llosa en la Feria del Libro de Buenos Aires

La invitación a Mario Vargas Llosa para inaugurar la próxima Feria del Libro de Buenos Aires viene levantando polvareda... Y es comprensible: se trata de un grande de la literatura y su presencia y sus palabras nunca pasan inadvertidas.

Pero yo creo que el debate no es Vargas Llosa sí o no. En un país democrático y donde sí impera la libertad de expresión está bien que venga y diga lo que quiera. Lo cuestionable, en mi opinión, serían ciertas posibles intencionalidades inconfesadas, detrás de la invitación. He aquí mi nota publicada hoy en la contratapa del diario Página/12.