Thomas Merton (1915-1968), un francés de madre neozelandesa, educado en Inglaterra y ciudadano estadounidense, fue un monje trapense que se doctoró en Cambridge con un trabajo sobre "la naturaleza y el arte en William Blake".
Se convirtió al catolicismo en 1938 y en 1941 ingresó a la Abadía de Getsemaní, en Kentucky, donde se ordenó sacerdote en 1949 y tomó el nombre de Father Louis.
"La montaña de los Siete círculos" es su obra más reconocida, leída y traducida (es de 1948), en tanto declaración de fe pacifista, integradora de razas y especie de larga oración en favor del diálogo interreligioso. Merton luchó también por los Derechos Civiles y la Justicia Social, y perfectamente podemos considerarlo uno de los antecesores filosóficos de la Teología de la Liberación.
También poeta contemplativo, fue amigo de Ernesto Cardenal y en la Argentina lo tradujo al castellano un poeta judío, Miguel Grinberg.
Junto con Robert Lowell (también convertido al catolicismo) ambos figuran entre los poetas más importantes de los Estados Unidos en la segunda mitad del Siglo XX.
Por su parte Mahatma Gandhi, o Alma Grande para el pueblo de la India (1869-1948) es mundialmente conocido como líder espiritual y padre de la Resistencia Pacífica. Dirigió la lucha por la Independencia de la India (lograda en 1947, ya casi octogenario) y estuvo preso del colonialismo inglés por muchos años. En la cárcel empezó sus célebres ayunos como expresión y modo de la protesta no-violenta.
En 1947, al proclamarse la Independencia de la India, Gandhi procuró la unidad de su gigantesco y milenario país impulsando la integración entre hindúes y musulmanes, y estuvo muy cerca de lograrlo. Pero como todos ustedes saben, esa idea magnífica fue frustrada por un fanático de la intolerancia que lo asesinó y cuyo nombre miserable no merece ni mención en la Historia. De esa tragedia personal nació la tragedia contemporánea de dos gigantescos países (India y Pakistán) que desde entonces coexisten como dos vecinos que se odian.
De San Agustín, en cambio, seguramente Fortunato sabe mucho más que yo. Por eso diré solamente que este teólogo latino nacido en Hipona, en el Norte de África, en lo que hoy llamamos Argelia, fue uno de los primeros grandes pensadores del Problema del Mal, al cual vinculaba con la fe impuesta y no fundada en la razón. De origen maniqueísta, Agustín de Hipona analizó la naturaleza del Mal a partir de la idea de que "Dios es luz, sustancia espiritual de la que todo depende y que no depende de nada". El Mal, para él, debe ser entendido como pérdida de un bien, como ausencia y no como sustancia.
Luchador tenaz e incansable contra las herejías y los cismas que amenazaban a la ortodoxia católica, cuando Roma cayó en manos de Alarico (en el año 410), y se acusaba duramente al cristianismo de ser responsable del derrumbe y de todas las desdichas del imperio, Agustín de Hipona escribió La Ciudad de Dios. El tema central de su pensamiento siguió siendo la relación del alma, perdida por el pecado y salvada por la gracia divina, con Dios. De ahí el carácter espiritualista que se aprecia en sus Confesiones, en las que se planteó un largo y ardiente diálogo entre la criatura y su Creador.
Por supuesto, yo no vine aquí a hablar de Teología, que no es mi materia, ni tampoco de Literatura, que sí lo es. Como ustedes, estoy aquí para presentar el libro de Adolfo Pérez Esquivel, nuestro Presidente de la Comisión Provincial por la Memoria, mentor y amigo, hombre plural de nuestro tiempo. Y digo plural porque siempre tuve la impresión de que Adolfo, sin perder nada de su individualidad, ES, con los demás. ES, en la moralidad extrema de una formación que me parece espartana. Y sobre todo ES, en lo colectivo. Quizás por eso me resulta curioso que haya sido galardonado con el Premio Nóbel, que suele ser más bien un reconocimiento individual.
La verdad es que desde hace un par de días vengo pensando cómo mostrar en este pequeño texto a este hombre que se muestra a sí mismo, transparente y sencillo, en este libro que es, casi, una autobiografía.
Pero una autobiografía, tengo para mí, sólo se explica cabalmente a partir de lo que formó al biografiado. Su esencia está en lo que lo constituyó, y lo que constituye a las personas de nuestro tiempo y de todos los tiempos son sus lecturas. Con lo que estoy diciendo, por cierto, que incluso en este mundo cibernético y tecnológico, digital y virtualizado, no hay constitución de pensamiento, no hay esquema ideológico ni conocimiento ni moral, si no surge de las lecturas. Como le pasó a Sarmiento, a Lugones y a Roberto Arlt, por mencionar algunos intelectuales moralistas de nuestra Argentina. O si algunos de ustedes quieren otros ejemplos, ahí tenemos al Ché Guevara y a Jauretche, como más recientemente a David Viñas o León Rozitchner. Y tantos más.
Con lo que estoy diciendo, si consigo ser claro, que todo biografiado se explica intelectualmente mediante sus padres fundadores. Y es así como yo encuentro a Merton, a Gandhi y a San Agustín en Adolfo Pérez Esquivel. Podríamos sumar a Martin Luther King, desde ya, y por qué no a la Madre Teresa de Calcuta. Pero confieso que ignoro casi todo de sus legados, de modo que por eso me concentré en estos tres poetas —que lo fueron— quienes, para mí, determinaron la construcción del hombre plural y luminoso que es nuestro Adolfo. Quien ha escrito este libro —o quizás debemos decir que lo fue escribiendo a lo largo de muchos años— que es editado por uno de sus nietos, Andrés, y que instantáneamente se convierte en un libro al que de ahora en más vamos a ir leyendo a menudo todos y todas, los que estamos aquí y los de extramuros.
Y digo que "lo vamos a ir leyendo" porque RESISTIR EN LA ESPERANZA no es un libro para leer de punta a punta, como leemos habitualmente, sino que es un libro para consultar. Para leer de a traguitos, digamos. Tan conceptuoso es, este libro, que esta mañana yo pensaba que ese estilo prosódico de Adolfo, ése su marcar acentos y pronunciaciones, viene de ahí mismo, de la conjunción de influencias que él mismo reconoce desde el vamos, en la página 14, donde reconoce sus lecturas iniciales de Merton, de Gandhi y de San Agustín. Especie de triunvirato moral que rige su vida, si se me permite conjeturar semejante cosa, toda vez que conjeturar vidas ajenas es algo que no debe hacerse, y mi mamá, si viviese, ya me lo estaría reprochando por maleducado.
Pero ese triunvirato, me parece, ejerce un magisterio trascendente y sutil. Lo vemos en varias páginas (p.e.44), y también podemos apreciarlo en uno de los textos para mí más conmovedores de este libro: "El terrorismo y el color amarillo" (pág. 114), que termina con prosa conceptual y poética. Lean ustedes esa página 117 y ya me dirán si no están allí Merton, Gandhi y Agustín.
Comentado así este libro, al pasar, déjenme concluir opinando que me parece otro acierto la interesantísima organización que realizaron abuelo y nieto, que repasa los grandes temas de preocupación de este hombre plural que llamamos confianzudamente Adolfo, y quien además de plural es un hombre impar y al que por todo eso honramos esta tarde.
El libro se compone de estos capítulos:
-La Paz, la Democracia, los Derechos Humanos.
-La Religión.
-La Deuda Externa. La Juventud, la Educación.
-El Mundo, América Latina, los Pueblos Originarios, la Argentna.
Y dentro de estos últimos hay un recorrido impactante y vastísimo por figuras de nuestro tiempo con los que de un modo u otro Adolfo ha interactuado, y nosotros con él: el Ché Guevara, Fidel Castro, Evo Morales, Hugo Chávez, Las Madres y las Abuelas, y, sobrevolando todo, esa hechura notable que es el Servicio Paz y Justicia.
Tentados a escoger fragmentos, por todos lados encontramos sabiduría y un tono moral tan severo como inclaudicable. Todo eso que, más allá de muchas ideas que hoy son ya lugares comunes, sabiduría popular establecida, hace de este compendio un ideario perfecto. El ideario de un hombre inusual, por su coherencia y su militancia consecuente.
Gracias por haberme dado esta oportunidad de celebrarlo. •
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