La semana pasada
fui invitado a disertar en el 10º Congreso de Profesores de Derecho Procesal
Penal de la República Argentina. Se realizó en la Universidad Católica de Cuyo,
en la ciudad de San Luis, y allí leí un texto del que aquí reproduzco una breve
síntesis:
(...) Aprovecho esta
oportunidad para exponer ante ustedes, que son abogados y docentes de Derecho
Procesal Penal, algo de lo que casi no se habla, y de lo que hay poca o nula
conciencia de su importancia: me refiero al Derecho a Leer, que desde hace años
vengo proponiendo que algún día, en alguna reforma, sea incorporado a nuestra
Carta Magna (...)
El derecho constitucional a leer —si
alguna vez se consagra en la Argentina— se justifica en el hecho de que la
lectura es condición básica para que una persona se eduque y pueda continuar,
toda su vida si es su deseo, su propio proceso de aprendizaje. Leer es un acto
inherente a los ciudadanos de una democracia (...) Y es la mejor garantía de la
libre circulación de las ideas, del conocimiento y el saber, que a su vez son
indispensables para la construcción de una ciudadanía responsable,
participativa, reflexiva y con pensamiento propio. Todo esto fortalece la
propia identidad del individuo y la de la nación entera.
Cabe subrayar, además, que todos los
derechos garantizados por la Constitución se relacionan estrechamente con la
lectura: el derecho al trabajo, la salud y la previsión social; así como los
derechos de los niños y los ancianos, de todas las profesiones y empleos. De hecho
la inclusión social en todas sus formas (...) y las diferentes posibilidades y
alternativas de desarrollo económico, social y cultural de la población, todo
está, siempre, vinculado a la lectura de manera basal e irrenunciable.
Así, la lectura deviene derecho político fundamental. Y es hora de reconocerlo
taxativamente, sobre todo porque en diversos sentidos la democracia misma
depende de la lectura.
Trabajar para que se sancione el
Derecho Constitucional a Leer es parte principal de la propuesta de Política de
Estado de Lectura por la que algunos venimos bregando desde hace muchos años.
Se trata de dar de leer como decimos nosotros desde el Chaco y desde
hace 18 años, para que la Argentina se recupere como país de lectores, como
alguna vez fuimos.
(...) Trabajar por el fomento del
Libro y la Lectura es trabajar por la Educación como razón de Estado. No es
concebible la educación de un pueblo sin un Estado responsable que la organice,
oriente y dirija de acuerdo a los intereses nacionales. Lo sabemos desde
Sarmiento, quien además de todos los defectos que tuvo y de ciertas
barbaridades que dijo en su vida política, fue el padre de nuestro sistema educativo
y de la Ley 1420 que garantizaba la educación pública obligatoria, gratuita,
solidaria, igualadora y que además enseñaba a pensar, a cuestionar y a tener
criterio propio. Muchos de los que hoy estamos aquí, y desde luego ustedes como
abogados, jueces, fiscales y profesores que son, venimos de ese modelo de educación
popular e integradora que todavía hoy, aun zarandeada y emparchada, atiende a
bastante más de 40.000 escuelas a las que concurren diariamente millones de
niños, jóvenes y adultos.
Sabemos que la Educación, con la
Salud, son las dos misiones básicas de todo Estado. Y decir esto no es una antigüedad, como
deslizan algunos supuestos "modernizadores". La función del Estado no
puede ser reemplazada ni es subsidiaria. En todo el llamado Primer Mundo no
sólo no se reemplazó al Estado sino que siempre se lo fortaleció. Y ahora que
algunos países empezaron a cambiar ese paradigma, ahí vemos cómo les va...
La evidente naturaleza política de
la educación impone que la lectura no sea solamente algo que los educadores, los
padres o los bibliotecarios vayan a resolver de modo individual o voluntarista.
Hacen falta también un Estado y una docencia orientadores y formadores. Como
dice Michelle Petit, que es considerada una de las máximas autoridades en esta
materia: “El lenguaje nos construye. Tener acceso a obras cuyos autores han
intentado transcribir lo más profundo de la experiencia humana, desempolvando
la lengua, no es un lujo: es un derecho, un derecho cultural, como lo es el
acceso al saber. Porque quizás no hay mayor sufrimiento que estar privado de
palabras para darle sentido a lo que vivimos”.
La lectura, entonces, debe ser
considerada también una razón de estado porque es el camino hacia el
fortalecimiento de la lengua que habla el pueblo. Y ya sabemos que la lengua es
la primera y acaso más importante señal identitaria que tiene una sociedad.
Como ya señalé en mi libro
"Volver a leer. Propuestas para ser una nación de lectores" (Edhasa,
2006) de hecho uno de los grandes engaños de los últimos 20 años fue que el
fundamentalismo globalizador nos dio vuelta el significado de muchas palabras.
La “moderación salarial”, por ejemplo, fue un modo de castigar a los
trabajadores, como sabe cualquier docente argentino. Se llamó “reordenamiento”
a los despidos de personal. Para crear empleos primero había que “racionalizar”
y “ser competitivos”, y entonces para racionalizar y competir se cerraban las
fábricas y resultaba que para generar empleos primero había que provocar
desempleos masivos... Y así fue que del “excesivo gasto público” terminaron
siendo responsables los trabajadores, los maestros, los investigadores y todos
los que cobraban sueldos menores. Y eso mientras en el mundo a los bombardeos
se los llamaba “guerra humanitaria” y a la pobre gente que moría bajo los
bombazos se los llamaba “blancos involuntarios” o "daños
colaterales". Y hoy mismo vemos cómo al control de cambios se lo llama
"cepo" (con todo lo que ese vocablo implica, como evocación de los
horrores de la dictadura) mientras al dólar ilegal se lo llama, románticamente,
"blue".
La
nueva pedagogía de la lectura se ocupa de todo esto, de hecho, porque el corpus
textual universal, y sobre todo el de la gran Literatura, no es un juego de
palabras. Ni es un carnaval de ideas. Y por lo tanto el Derecho Constitucional
a Leer tampoco. El desarrollo de las políticas de lectura, en la que concurren la
acción estatal y la de muchas entidades privadas, nos permite hoy recuperar
terrenos perdidos, estimular la reinstalación de la lectura como alimento
espiritual básico y, particularmente, se dirige a garantizar que seamos una
nación de lectores y no una nación de ignorantes.
(...) Vista de esta manera, ya ven
ustedes cómo la lectura como derecho trasciende la clásica consideración de la
lectura como un acotado “problema pedagógico”. Es mucho más que eso.
La lectura exige el desarrollo de
políticas públicas integrales (...) y eso le impone al Estado la obligación de
crear y garantizar los mecanismos legales necesarios para que toda la población
—en todos los niveles socioeconómicos, etarios, étnicos y lingüísticos sin
excepción— acceda libre y gratuitamente a la lectura (...) Es lo que viene
procurando el Plan Nacional de Lectura y lo que hacemos en la Fundación que
presido en el Chaco y lo que hacen muchas otras ONGs en todo el país. •
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