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jueves, 30 de abril de 2015

Una meditación sobre Literaturas Regionales

Diálogo entre Provincias, en Feria del Libro de Bs.As.
29 de Abril de 2015.
Mesa inaugural:
"Literatura y regiones. Hacia una literatura regional no regionalista"

A mí me parió el Chaco y allí vivo, y todavía hoy me parece que en cada una de las páginas que he escrito están las tremebundas psicologías nuestras, la geografía feraz y abrumadora, y el interminable resentimiento social a la par del mate amargo y las largas siestas sacramentales que cantó Alfredo Veiravé. Y todo en un contexto de ensimismamientos, inocentes generosidades y pasiones arrolladoras, no siempre gobernables.

Soy consciente de que todo eso constituye mi imaginario, diría, natural. Pero de igual modo estoy convencido de que un creador, un artista, puede desatar sus demonios creativos en cualquier lugar del mundo y que todos los escenarios posibles le pertenecen por derecho literario propio.

La literatura argentina está llena de regiones como de exilios. Pienso en Vicente Fidel López, Sarmiento, José Hernández, Alberto Gerchunoff, Asencio Abeijón y Clementina Rosa Quenel, por lo menos. Y más acá en Daniel Moyano, Antonio Di Benedetto, Amalia Jamilis y Héctor Tizón, también por lo menos. Y aún más cerca, pienso en Angélica Gorodischer, Fernando López, María Teresa Andruetto, Perla Suez, Orlando Van Bredam, Juan Carlos Moisés, Liliana Bodoc, Miguel Ángel Molfino y tantos/as más, y ahora mismo en decenas de chicos y chicas que escriben en Córdoba y Bahía Blanca, y en Resistencia y Mendoza y la Patagonia.

Entonces, hoy me pregunto de qué hablamos cuando hablamos de Literaturas regionales. Y me surgen más dudas que certezas...

Es un hecho que cada tanto los de provincias tenemos que andar justificando que sí somos argentinos, y que sí es argentina nuestra materia, y todo porque la porteñidad se apropió de nuestro gentilicio nacional... Y el canon literario contribuyó a ello, desde ya.

Por eso a mí me choca un poquito esto de que cada tanto una generación parece que tiene que rendir examen de pertenencia.

Creo que en el penúltimo número de Puro Cuento, el # 35, en 1992, publiqué una conferencia que pronuncié en el Primer Encuentro de Escritores de la Región Guaranítica, que se celebró aquel año en la ciudad de Montecarlo, Misiones. Allí sostuve, entre otras ideas, que lo regional no me parecía, en sí mismo, algo especialmente valioso ni que debiera defenderse o cuestionarse; ni tampoco que tuviéramos que definirlo nosotros para ser admitidos en cánones, academias, prensa, ferias o antologías.

A mí me parece que la insistencia en los valores de cada región no la ensancha ni la enaltece, sino que al contrario puede llegar a recortarla, a ceñirla a concepciones empequeñecedoras. Y cuando digo región me refiero a la mía, pero también a la de muchísimos escritores/as de este enorme país, y por supuesto incluyo a los que escriben en Buenos Aires, que es una región más. La más numerosa y babilónica, sin dudas, pero una región más. Que incluso se ha ido haciendo algo difusa: el Palermo de Borges parecería que hoy llegó, degradado, a ese territorio no menos feroz que el Chaco llamado Gran Buenos Aires o conurbano bonaerense.

Jamás he compartido aquella vieja idea rusa (creo que de Chéjov) tan difundida: "Pinta tu aldea y serás universal". Eso no es verdad. O por lo menos no es verdad universal. Conozco decenas de autores, aquí y en todo el mundo, que se pasaron y se pasan la vida pintando sus aldeas y sin embargo no alcanzan ni la universalidad de su propio barrio.

Y también conozco autores que jamás se plantearon universalidad alguna pero la alcanzaron a cabalidad. ¿Qué aldea pintó Cortázar? ¿Y Borges, Camus, Pessoa, Bradbury? ¿Pintaron aldeas? No, crearon Literatura.

Me pregunto también si será bueno o malo delimitar una región... Delimitarla, digo, artística, imaginariamente. No lo sé, porque también es verdad que tener una identidad implica reconocernos y hasta diferenciarnos.  En nuestras obras aparecen esas peculiaridades, esas geografías —topográficas y humanas— que nos representan, nos muestran, nos dan a conocer como un DNI. A mí me ha sucedido darme cuenta de que, aunque involuntariamente, en mis novelas y cuentos siempre hace calor. Y hay mosquitos. Y rabia. Y la gente es simple, poco sofisticada, y por eso sus pasiones son tan violentas, a causa del calor. Y la desidia es claramente tropical.

A mí me parece que una cosa es entender lo regional como un hecho identificatorio, y otra sería hacer del regionalismo una totalidad estética y acaso con pretensión universal. Quiero decir: no se trata de que yo describa el calor por afán de representación regional, sino en todo caso como metáfora del infierno que puede ser la vida en aquellos parajes. Uno no describe —no debería describir— una región para que el mundo se entere, ni para mostrar bellezas naturales, como tampoco para satisfacer el siempre vigente e irracional orgullo que todos los provincianos sienten por sus lares de origen.

Pienso que uno escribe y describe lo que su propia desesperación le dicta, lo que sus propios sueños inventan, lo que sus lecturas promueven... Así las regiones más relevantes de la literatura universal —llámense Moscú, París, New York, Buenos Aires, Yoknapatawpha, Comala, Macondo o Santa María— son las profundidades del Hombre (dicha sea esta palabra como genérico de humano y no como sinónimo exclusivo de varón). Y cuando digo profundidades digo miserias, y digo ética, y digo dolores, y digo alegrías. Es decir, todo aquello que nos diferencia de los otros animales: la indefinible alma, la paradójica inteligencia, la capacidad de reir, de leer, de mentir, de ser estúpidos, que son capacidades que los animales no tienen.

En literatura siempre estamos hablando de cielos y de infiernos imposibles. Ésas son, me parece, las únicas regiones de la literatura y las únicas que podrían garantizar universalidad.

Como ven, he tratado de confesar, con toda franqueza, que no soy quién para decir si existen o no las literaturas regionales. Pero sí me planto en que lo regional no me parece algo meritorio por sí mismo. Si soy un autor de literatura regional, eso no me favorece ni demerita, no me halaga ni me inquieta. Me hubiese gustado tener talento para ser universal, eso sí, pero no por pintar mi región. Siempre me importará más tratar de que mi obra sea capaz de discutir la naturaleza humana y delinear una concepción del mundo.

Yo pienso que los que trabajamos en la cultura, los intelectuales, los que nos forzamos a pensar el país como un todo, somos bastante conscientes de que el marco de discusión de toda literatura regional es la cultura nacional. Ésa es la gran discusión, nunca saldada. Quizás porque la nuestra no es una cultura muerta. Está siempre en crisis, y toda crisis es signo de vida. Las culturas sin crisis son culturas muertas. Pompeya, Etruria, es claro que no tienen crisis. Pero porque están acabadas.

Muchísimas gracias. •


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