Diálogo
entre Provincias, en Feria del Libro de Bs.As.
29 de Abril de 2015.
Mesa
inaugural:
"Literatura y
regiones. Hacia una literatura regional no regionalista"
A
mí me parió el Chaco y allí vivo, y todavía hoy me parece que en cada una de
las páginas que he escrito están las tremebundas psicologías nuestras, la geografía
feraz y abrumadora, y el interminable resentimiento social a la par del mate
amargo y las largas siestas sacramentales que cantó Alfredo Veiravé. Y todo en
un contexto de ensimismamientos, inocentes generosidades y pasiones
arrolladoras, no siempre gobernables.
Soy
consciente de que todo eso constituye mi imaginario, diría, natural. Pero de
igual modo estoy convencido de que un creador, un artista, puede desatar sus
demonios creativos en cualquier lugar del mundo y que todos los escenarios
posibles le pertenecen por derecho literario propio.
La
literatura argentina está llena de regiones como de exilios. Pienso en Vicente
Fidel López, Sarmiento, José Hernández, Alberto Gerchunoff, Asencio Abeijón y
Clementina Rosa Quenel, por lo menos. Y más acá en Daniel Moyano, Antonio Di
Benedetto, Amalia Jamilis y Héctor Tizón, también por lo menos. Y aún más cerca,
pienso en Angélica Gorodischer, Fernando López, María Teresa Andruetto, Perla
Suez, Orlando Van Bredam, Juan Carlos Moisés, Liliana Bodoc, Miguel Ángel Molfino
y tantos/as más, y ahora mismo en decenas de chicos y chicas que escriben en Córdoba
y Bahía Blanca, y en Resistencia y Mendoza y la Patagonia.
Entonces, hoy me pregunto de qué hablamos cuando hablamos de Literaturas regionales. Y me surgen más dudas que certezas...
Entonces, hoy me pregunto de qué hablamos cuando hablamos de Literaturas regionales. Y me surgen más dudas que certezas...
Es
un hecho que cada tanto los de provincias tenemos que andar justificando que sí
somos argentinos, y que sí es argentina nuestra materia, y todo porque la
porteñidad se apropió de nuestro gentilicio nacional... Y el canon literario
contribuyó a ello, desde ya.
Por eso a mí me choca un poquito esto de que cada tanto una generación parece que tiene que rendir examen de pertenencia.
Creo
que en el penúltimo número de Puro Cuento, el # 35, en 1992, publiqué una
conferencia que pronuncié en el Primer Encuentro de Escritores de la Región
Guaranítica, que se celebró aquel año en la ciudad de Montecarlo, Misiones. Allí
sostuve, entre otras ideas, que lo regional no me parecía, en sí mismo, algo especialmente
valioso ni que debiera defenderse o cuestionarse; ni tampoco que tuviéramos que
definirlo nosotros para ser admitidos en cánones, academias, prensa, ferias o
antologías.
A
mí me parece que la insistencia en los valores de cada región no la ensancha ni
la enaltece, sino que al contrario puede llegar a recortarla, a ceñirla a
concepciones empequeñecedoras. Y cuando digo región me refiero a la mía, pero
también a la de muchísimos escritores/as de este enorme país, y por supuesto
incluyo a los que escriben en Buenos Aires, que es una región más. La más
numerosa y babilónica, sin dudas, pero una región más. Que incluso se ha ido
haciendo algo difusa: el Palermo de Borges parecería que hoy llegó, degradado,
a ese territorio no menos feroz que el Chaco llamado Gran Buenos Aires o conurbano
bonaerense.
Jamás
he compartido aquella vieja idea rusa (creo que de Chéjov) tan difundida:
"Pinta tu aldea y serás universal". Eso no es verdad. O por lo menos
no es verdad universal. Conozco decenas de autores, aquí y en todo el mundo,
que se pasaron y se pasan la vida pintando sus aldeas y sin embargo no alcanzan
ni la universalidad de su propio barrio.
Y
también conozco autores que jamás se plantearon universalidad alguna pero la
alcanzaron a cabalidad. ¿Qué aldea pintó Cortázar? ¿Y Borges, Camus, Pessoa, Bradbury?
¿Pintaron aldeas? No, crearon Literatura.
Me
pregunto también si será bueno o malo delimitar una región... Delimitarla,
digo, artística, imaginariamente. No lo sé, porque también es verdad que tener
una identidad implica reconocernos y hasta diferenciarnos. En nuestras obras aparecen esas
peculiaridades, esas geografías —topográficas y humanas— que nos representan, nos
muestran, nos dan a conocer como un DNI. A mí me ha sucedido darme cuenta de
que, aunque involuntariamente, en mis novelas y cuentos siempre hace calor. Y
hay mosquitos. Y rabia. Y la gente es simple, poco sofisticada, y por eso sus
pasiones son tan violentas, a causa del calor. Y la desidia es claramente
tropical.
A
mí me parece que una cosa es entender lo regional como un hecho identificatorio,
y otra sería hacer del regionalismo una totalidad estética y acaso con
pretensión universal. Quiero decir: no se trata de que yo describa el calor por
afán de representación regional, sino en todo caso como metáfora del infierno
que puede ser la vida en aquellos parajes. Uno no describe —no debería
describir— una región para que el mundo se entere, ni para mostrar bellezas
naturales, como tampoco para satisfacer el siempre vigente e irracional orgullo
que todos los provincianos sienten por sus lares de origen.
Pienso
que uno escribe y describe lo que su propia desesperación le dicta, lo que sus
propios sueños inventan, lo que sus lecturas promueven... Así las regiones más relevantes
de la literatura universal —llámense Moscú, París, New York, Buenos Aires, Yoknapatawpha,
Comala, Macondo o Santa María— son las profundidades del Hombre (dicha sea esta
palabra como genérico de humano y no como sinónimo exclusivo de varón). Y
cuando digo profundidades digo miserias, y digo ética, y digo dolores, y digo
alegrías. Es decir, todo aquello que nos diferencia de los otros animales: la
indefinible alma, la paradójica inteligencia, la capacidad de reir, de leer, de
mentir, de ser estúpidos, que son capacidades que los animales no tienen.
En
literatura siempre estamos hablando de cielos y de infiernos imposibles. Ésas
son, me parece, las únicas regiones de la literatura y las únicas que podrían
garantizar universalidad.
Como
ven, he tratado de confesar, con toda franqueza, que no soy quién para decir si
existen o no las literaturas regionales. Pero sí me planto en que lo regional
no me parece algo meritorio por sí mismo. Si soy un autor de literatura regional,
eso no me favorece ni demerita, no me halaga ni me inquieta. Me hubiese gustado
tener talento para ser universal, eso sí, pero no por pintar mi región. Siempre
me importará más tratar de que mi obra sea capaz de discutir la naturaleza
humana y delinear una concepción del mundo.
Yo
pienso que los que trabajamos en la cultura, los intelectuales, los que nos
forzamos a pensar el país como un todo, somos bastante conscientes de que el
marco de discusión de toda literatura regional es la cultura nacional. Ésa es
la gran discusión, nunca saldada. Quizás porque la nuestra no es una cultura
muerta. Está siempre en crisis, y toda crisis es signo de vida. Las culturas sin
crisis son culturas muertas. Pompeya, Etruria, es claro que no tienen crisis.
Pero porque están acabadas.
Muchísimas
gracias. •
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