* Me agrada mucho, y
recomiendo, releer las que recordamos como grandes obras que incidieron en
nuestra formación. Así fue como regresé, en estos últimos meses, y durante el
verano, a dos libros que sigo adorando: "Rayuela", de
nuestro Julio Cortázar (1914-1984); y "Althazor", el enorme poema del
gran poeta chileno Vicente Huidobro (1893-1948).
Al
primero lo tengo asociado a mi juventud, pues me acompañó durante la
adolescencia y cuando me tocó hacer el Servicio Militar. Junto con "62,
modelo para armar", que siempre me pareció una novela más compleja y por
momentos incomprensible, mi deslumbramiento cortazariano fue, desde entonces,
para siempre. Y ahora mismo, releyendo capítulos al azar y reencontrándome con
La Maga, Talita y otros personajes entrañables en una París deslumbrante como
ha de haber sido la que vivió Cortázar, volví a sentir el orgullo de haber sido
su compatriota de nación y de idioma, y además contemporáneo. Ahora lo leo en la
impecable edición conmemorativa que publicó Alfaguara.
En
cuanto a "Althazor", al releer este extraordinario poema retrocedí a
los primeros días del exilio en México. En Julio y Agosto de 1976 Octavio Paz,
quien ya entonces era considerado algo así como "el Divino Octavio"
de la cultura mexicana, dictó una serie de conferencias magistrales sobre Vicente
Huidobro y su obra, en una respetadísima institución de la capital azteca llamada
El Colegio de México. A mí me invitó y me llevó allí Edmundo Valadés, que
sabiamente me introducía de ese modo en la gran literatura de su país.
Estaba
ahí lo que se diría "el tout" México, conformando un ambiente que
nosotros, argentinos de hoy, llamaríamos "medio careta". Y
seguramente lo era, pero a la vez deslumbrados todos por la lectura aguda y
totalizadora que hizo Paz de la obra de Huidobro. Yo hasta entonces no lo
conocía ni de nombre, y hoy puedo declarar que aquellas jornadas fueron tan constitutivas
para mí que me acompañaron cuando escribía "Santo Oficio de la
Memoria". "Silencio / La tierra va a dar a luz un árbol" es una
letanía del Canto Primero que jamás olvidé. Y esta otra, del Canto Segundo:
"Mujer el mundo está alumbrado por tus ojos / Se hace más alto el cielo en
tu presencia".
No
sé si alcancé a agradecérselo debidamente a Don Edmundo, y me reprocho si no lo
hice. Si pueden, vean la preciosa edición de la chilena editorial Zigzag.
* De casualidad llegó a mis
manos "Vamos fusilando mientras llega la orden" un atractivo libro,
de feliz título, claro, de ese gran narrador puntano que es Eduardo Belgrano
Rawson (San Luis, 1943). Acaso uno de los más celebrados escritores nacionales
de los últimos veinte años, todos/as han de recordar libros impactantes como
"El náufrago de las estrellas" (1979) y la multipremiada
"Fuegia" (1991), dos obras que para mí están entre las fundamentales
de la Literatura Argentina del final del Siglo XX.
Pero ahora lo leí como cuentista, y debo confesar que no
siento el impacto de aquellas novelas. Eduardo es, sin dudas, un avezado
contador de historias, y le sobran ingenio y humor, pero a mí este libro me
dejó un tanto desolado. Quizás porque sé que soy horrible como lector de
cuentos, quién sabe. Pero esperaba más, algo así como un mundo original y
poderoso, sofisticado incluso. Y sin embargo encontré un libro previsible, algo
setentista y en jerga argentina, canchera y guasa como su autor. Claro que en
este libro hay algunos cuentos interesantes, como el del boxeador, el de
homenaje a Carlos Trillo y las historietas, el del avión que en Malvinas dispara
el exocet. Pero no alcanzan para hacer un gran libro. Más bien éste parece un
libro de rejunte, como que tenía varios textos y a falta de novela nueva los de
Planeta le pidieron algo, y ese algo fue este libro de relatos, cuentos,
retazos. Sigo prefiriendo al primer, admirable Belgrano Rawson. (Planeta).
• También leo, en vuelos como me gusta, "La
herradura de Freud", cuentos de Luis Duarte, un tesonero trabajador de la
palabra que hace un año se me acercó con toda humildad en la Feria del Libro
porteña y me obsequió este volumen: una quincena de relatos en tono grueso,
entre coloquial y de barrio, que evocan al Negro Fontanarrosa y a Osvaldo
Soriano (Ediciones El Mono Armado)
* Leo con curiosidad el poderoso arranque de
"Entre hombres", la novela de Germán Maggiori de la que tanto y tan bueno
había escuchado y que es recomendada laudatoriamente por Ricardo Piglia:
"Esta es la novela que me llevaría a una isla desierta (para no ilusionarme
con lo que me espera al volver)".
Confieso
que me pareció un poco mucho, pero Ricardo es una autoridad indiscutida en
materia de género negro, de manera que le hinqué el diente y me entregué, impactado,
a la historia que prometen los dos primeros, estupendos y durísimos capítulos.
Pero a partir de allí el texto se me volvió tan intrincado como difícil de
seguir. Y me empezó a chocar el packaging del libro, que releía cada tanto: sobrado
de adjetivos en contratapa (esa manía de los editores de estos tiempos, en casi
todos los países) calificaba al libro como inolvidable, desbordante,
arrollador, "prosa que hipnotiza", "ritmo que no da
respiro", "una de las mejores novelas policiales de las últimas
décadas" y así siguiendo...
Una
pena, porque la novela es interesante y se lee bien, si uno le tiene paciencia
y se deja llevar por la sordidez de esos personajes marginales del arrabal del
conubano bonaerense. "Entre hombres" es una historia de bajos fondos,
de droga y de corrupción policial y de miserias humanas en andurriales, con
traiciones y lealtades cuestionables, un mundo, en fin, moralmente repudiable y
que sabemos que está ahí pero no siempre queremos ver. Esta ardua novela lo aborda
con eficacia, si bien para mí está un poco sobrecargada de vocablos y lenguaje
ordinarios, con personajes y momentos sobreactuados. Los que, a su modo,
devienen ejemplares. (Edhasa).
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