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domingo, 3 de noviembre de 2013

LOS MEDIOS Y EL CUMPLIMIENTO DE LA LEY

Mi artículo de hoy en el diario The Buenos Aires Herald:


He aquí la versión en castellano:

Finalmente, y en contrario de lo que esperaba esta columna –cabe reconocerlo– la Corte Suprema de Justicia declaró constitucional en todos sus términos la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, popularmente conocida como "Ley de Medios".

Con notable prudencia y preciso timing, los siete jueces supremos tomaron la decisión por seis votos contra uno, y prefirieron dar a conocer el fallo después de las elecciones del domingo 27.
           
El ansiado fallo desató alegrías y furias, como parece que siempre hay que esperar en esta nación y en estos años, no sólo por lo que jurídicamente va a significar la aplicación de esta ley sino también por los intereses que afecta. Y en particular los del Grupo Clarín, el holding empresario más grande del país, propietario de la mayor concentración de señales de televisión y cable y, como es sabido, el que más resistió y hasta último momento la vigencia de esta ley, a la que consiguió demorar por más de cuatro años, en un alarde de capacidad de lobby judicial y decisión política dignos de mejores causas.
           
Como fuere, las consecuencias del dictamen de la Corte –todas previsibles y anunciadas desde hace mucho tiempo– no deberían ser ni asombrosas ni difíciles de aplicar aunque, es verdad y por lo que se ve en los primeros días, no parece sencilla su implementación.
           
Lo primero que hizo Martín Sabbatella, titular de la autoridad de aplicación (Afsca), fue presentarse ante la empresa para comunicar el inicio del proceso de adecuación de oficio a los parámetros establecidos por la ley. La respuesta empresarial, a regañadientes, consistió en emitir un comunicado en el que afirma que “el Gobierno decidió avanzar de facto” y “al margen de lo establecido por la ley y por el propio fallo” de la Corte Suprema.

Según ellos, Sabbatella se presentó ante el grupo forzando un procedimiento de oficio "abiertamente ilegal" puesto que "las normas de adecuación estuvieron totalmente suspendidas para la compañía" a raíz de medidas cautelares. Interpretando que por el fallo de la Corte "deben regir para el Grupo Clarín las mismas condiciones, alternativas y posibilidades que tuvieron el resto de los grupos de medios”, y dando vuelta la cuestión, acusaron a la Afsca de "desconocer" el fallo de la Corte y al Gobierno de "avanzar contra las escasas voces independientes que quedan en la Argentina”.
           
Claro que "independientes" del Rey de España, podría ironizarse, porque seguir resistiendo sólo confunde ante la sociedad la esencia del asunto: la decisión de la CSJ es claramente jurídica y dá validez imperativa a una ley constitucional. Por consiguiente, ahora todas las interpretaciones políticas y/o comunicacionales deben ser colocadas en un inmediato segundo plano.
           
De ahí que la insistencia del grupo afectado en que “no está garantizada la libertad de expresión” no es más que “un dislate procesal”, como señaló el reconocido constitucionalista Eduardo Barcesat. Y por lo mismo resultó exótica la presentación de un grupo de diputados nacionales alineados con el macrismo capitalino y encabezados por Federico Pinedo y Patricia Bullrich, pidiendo a la Corte Suprema la “suspensión de la sentencia”, o sea la misma que ha dictado esa misma Corte, “hasta tanto no estén garantizados el cumplimiento de la libertad de expresión y de prensa”.

Y es que más allá de interpretaciones, argumentaciones o recursos verborrágicos, lo que hay sobre el escenario es una ley que sancionó el Congreso de la Nación luego de haber sido discutida amplia, exhaustiva y democráticamente en todo el territorio nacional por decenas de organizaciones sociales y profesionales, compartida por los más diversos sectores de la sociedad a través de encuestas y compulsas, y finalmente aprobada por amplia mayoría y participación de casi todos los partidos políticos en ambas cámaras.

Ésa es la ley que la Corte Suprema acaba de decir que debe cumplirse.

Es muy peligroso, desde todo punto de vista democrático, que por las razones que fueren, los argumentos que se busquen y por retorcidos que estos sean, se exhorte a incumplir con una ley. La cuestión trasciende a los legisladores de la oposición –no todos, afortunadamente, sólo algunos y acotados ideológicamente– y es de esperar que el mal ejemplo no cunda y se serenen las aguas.

De lo contrario, estaremos ante llamados directos a la subversión, que no otra cosa es la desobediencia de la ley. Las leyes en las democracias están para ser cumplidas. No hay razón válida para las desobediencias, que pueden conducir a peores caminos e incitar a la violencia. Insistir en el incumplimiento suena más bien a provocación, y más allá de los intereses empresarios que puedan ser afectados, el interés superior de la nación está siempre por encima, y si así lo ha juzgado la Corte Suprema de Justicia, pues sólo queda el estricto cumplimiento, sin más discusión.

Toda otra salida es, en esencia y aunque no se la llame así, golpista. O destituyente, como se dice ahora pero significando lo mismo. Ya no se trata de seguir esgrimiendo argumentos jurídicos, ni hay lugar para ellos por encima de la interpretación y fallo final de una Corte Suprema que en el sistema republicano es la máxima, última instancia y autoridad. Gusten o no sus decisiones, no queda más que cumplirlas. Y no sólo los supuestamente afectados deben hacerlo, sino también el poder público, o sea el gobierno, que ahora no tiene otro camino que asegurar la aplicación de la ley.

De manera que ya no hay que nada que negociar, y por eso en esta cuestión no está en debate ninguna supuesta "libertad de expresión". Como tampoco están en juego la libertad empresarial ni las garantías constitucionales a la propiedad privada. Se trata de la lisa y llana adecuación de una empresa a los términos de una ley, y lo mejor que puede pasar es que eso se haga rápido y en paz.

Incluso si se va a discutir después –como la misma Corte lo ha admitido– la  cuestión del reparto de la pauta oficial o de cualquier otro beneficio, los medios de comunicación deberán tener altura moral para sus reclamos. Y el camino para ello no es la desobediencia de la ley.

Cualquier argucia es hoy antidemocrática y este país se hartó de ello. Justo cuando la sociedad entera recuerda que hace 30 años el Presidente Raúl Alfonsín predicó la Constitución Nacional, puede afirmarse que cualquier tramoya, por el gobierno o la oposición, será un recurso canalla.


La desobediencia, cualesquieran sean sus argumentos, trasciende hoy lo jurídico. Se trata, más bien, de una ofensa a la inteligencia y a la vocación democrática de una nación. •

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