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domingo, 4 de agosto de 2013

Trenes y Justicia, o la lentitud argentina

Mi artículo de hoy domingo en el diario The Buenos Aires Herald:

http://buenosairesherald.com/article/137627/railways--justice-or-argentine-slowness


Y aquí la versión en Castellano:

Trenes y Justicia, o la lentitud argentina

En la vida de todas las sociedades hay hechos, decisiones y políticas de estado que solamente pueden mensurarse con el paso del tiempo. Algunas personas pueden entrever consecuencias, y anunciarlas es muchas veces una cuestión de política cotidiana, pero los verdaderos resultados de esas decisiones sólo se ven muchos años después. Cuando ya es muy tarde.

No es otra cosa lo que está sucediendo con los ferrocarriles argentinos. Que devinieron pesadilla para los únicos pasajeros permanentes: los porteños. Día tras día algo sucede y las penurias se suman. Esta semana fue un paro sorpresivo del personal jerárquico de la línea Sarmiento, que paralizó los servicios durante las primeras horas del miércoles y afectó a decenas de miles de pasajeros. El Gobierno calificó a esa huelga de “salvaje, irracional e incomprensible” y la vinculó con los videos de maquinistas dormidos o distraídos que se difundieron el día anterior, y con las nuevas medidas de control dispuestas por el ministerio a cargo de Florencio Randazzo. Quien además denunció, con desusada sinceridad, que el paro era obra de "150 tipos que ganan 20.000 pesos de salario de bolsillo".

El abuso de esos pocos, siendo comprobable y repudiable, es sólo una parte de uno de los mayores dramas de la Argentina: la destrucción sistemática y hasta perversa de un servicio de trenes que alguna vez estuvo entre los mejores del continente americano y cuya red alcanzó más de 45.000 kilómetros que cubrían todo el país. Aunque siempre pudo cuestionarse la forma de embudo cuya salida era el puerto de Buenos Aires, lo cierto es que fue una red que durante casi un siglo unió a la Argentina con siete sistemas ferroviarios que se complementaban desde el extremo norte hasta la Patagonia, y desde la capital hasta el Océano Pacífico.

En 1948, después de la nacionalización durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, hubo un período de auge y desarrollo industrial y tecnológico autónomo, hasta que a partir de la así llamada Revolución Libertadora de 1955 comenzó el lento deterioro de los ferrocarriles argentinos. La suma de infelices decisiones políticas sucesivas condujo a este presente desolador. Desde el gobierno de Arturo Frondizi (1958-1962), cuando una supuesta y malentendida "modernidad" acabó con los tranvías de todas las ciudades del país que los mantenían, se allanó el camino para que los lobbies de las industrias petrolera, vial y  automotriz-camionera comenzaran la fatal sustitución de los rieles. El tristemente célebre Plan Larkin, auspiciado por el entonces ministro Álvaro Alsogaray determinó el primer gran desguace y fue el inicio del final. Luego vendría la última dictadura, que en 1976 dispuso la desactivación de 6.300 kilómetros de vías, el cierre de talleres, la supresión de la mitad de los servicios de pasajeros y el despido del 40% del personal.

Esa "política ferroviaria" –de algún modo hay que llamarla– continuó con cada uno de los sucesivos golpes de estado que padeció el país entre 1962 y 1983, y alcanzó incluso a los servicios suburbanos porteños al detener abruptamente el desarrollo de los trenes subterráneos y otros metropolitanos. El congelamiento, con algunos altibajos y pequeños períodos de esplendor industrial en Córdoba en los early 70's, produjo un deterioro creciente del material rodante. Hasta que años después, como cualquier argentino recuerda, en los 90 Carlos Menem decidió la privatización total de lo que quedaba del sistema.

El desguace entonces fue feroz y total. Los más grandes talleres fueron cerrados y convertidos en cementerios de fierros; casi todos los servicios de pasajeros que atravesaban el país fueron cancelados definitivamente, y comenzó un sistema de privatizaciones prebendario, ineficiente y corrupto.

La Argentina de estos años paga las consecuencias de tantos desatinos y tantos negocios ilícitos que jamás fueron –y todo indica que ya nunca serán– ni siquiera investigados. La omertà política argentina, se sabe, todo lo puede.

Y no es exageración. Basta ver cómo el movimiento llamado Justicia Legítima convoca a muchos de los mejores funcionarios judiciales en reclamo de una reforma urgente y necesaria, a la vez que sus contradicciones son inocultables. La Procuradora Gils Carbó a favor del perdón a Chevron, a la medida del gobierno, es un caso ejemplar. O el favoritismo judicial del que evidentemente goza el ex Secretario de Transportes Ricardo Jaime. O el apartamiento del juez Oyarbide que implica un extraordinario alivio para los hermanos Schoklender en la causa del desvío de fondos de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. O la facilidad y rapidez con que se escaparon represores genocidas del Hospital Militar en brutal contraste con la lentitud de la Justicia. Y ni se diga de la paradoja de las jaurías mediáticas corriendo detrás del general César Milani, mientras el verdadero responsable de la desaparición del soldado Ledo en 1976, un ex Mayor de apellido Sanguinetti, goza de libertad porque desde hace años ningún juez lo busca ni reclama.

Pero así son las contradicciones de este país en el que las elecciones primarias se llaman PASO pero nadie sabe bien hacia dónde. Mientras todo se enfoca en la ciudad de Buenos Aires y acaso en el conurbano, como si allí se acabase el mundo, en el resto del país se respiran climas serenos y previsibles, bastante más civilizados. Más allá, claro, de cacicazgos intolerables que sin embargo el sistema argentino tolera: tal el caso de Gildo Insfrán, eternizado gobernador de Formosa desde hace casi veinte años y en cuyo territorio es incomprensible el atropello constante a los derechos de los pueblos originarios, a quienes se expulsa de sus ya pocas tierras como si fueran ellos, tan luego, los invasores. O el caso del Sr. Gioja, gobernador de San Juan que también hizo modificar la Constitución provincial para eternizarse no sólo como primer mandatario sino como abogado de las empresas mineras extranjeras aquerenciadas en el ya polucionado territorio sanjuanino.

Esos asuntos, claro, no son materia de debate pre-electoral ni se tocan en la tele –vade retro– seguramente porque ningún sector de la política argentina tiene propuestas de tipo ambiental, y en todo caso, como suele comprobarse, la corrupción es solamente una bandera que, en verdad, a nadie le importa demasiado. De hecho es en estos temas donde se constituyen los pocos silencios macizos –sin dudas ­vergonzosos– de la clase política argentina.

En ese contexto, la lentitud en el mejoramiento de los ferrocarriles y la morosidad exasperante de la Justicia, no hacen más que abonar terrenos fértiles para posibles ineficiencias y corrupciones. •

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