http://buenosairesherald.com/article/137627/railways--justice-or-argentine-slowness
Y aquí la versión en Castellano:
Trenes y Justicia, o la
lentitud argentina
En
la vida de todas las sociedades hay hechos, decisiones y políticas de estado
que solamente pueden mensurarse con el paso del tiempo. Algunas personas pueden
entrever consecuencias, y anunciarlas es muchas veces una cuestión de política
cotidiana, pero los verdaderos resultados de esas decisiones sólo se ven muchos
años después. Cuando ya es muy tarde.
No
es otra cosa lo que está sucediendo con los ferrocarriles argentinos. Que devinieron
pesadilla para los únicos pasajeros permanentes: los porteños. Día tras día
algo sucede y las penurias se suman. Esta semana fue un paro sorpresivo del
personal jerárquico de la línea Sarmiento, que paralizó los servicios durante
las primeras horas del miércoles y afectó a decenas de miles de pasajeros. El Gobierno calificó a esa huelga de “salvaje, irracional e
incomprensible” y la vinculó con los videos de maquinistas dormidos o
distraídos que se difundieron el día anterior, y con las nuevas medidas de
control dispuestas por el ministerio a cargo de Florencio Randazzo. Quien además denunció,
con desusada sinceridad, que el paro era obra de "150 tipos que ganan
20.000 pesos de salario de bolsillo".
El
abuso de esos pocos, siendo comprobable y repudiable, es sólo una parte de uno
de los mayores dramas de la Argentina: la destrucción sistemática y hasta
perversa de un servicio de trenes que alguna vez estuvo entre los mejores del
continente americano y cuya red alcanzó más de 45.000 kilómetros que cubrían
todo el país. Aunque siempre pudo cuestionarse la forma de embudo cuya salida
era el puerto de Buenos Aires, lo cierto es que fue una red que durante casi un
siglo unió a la Argentina con siete sistemas ferroviarios que se complementaban
desde el extremo norte hasta la Patagonia, y desde la capital hasta el Océano
Pacífico.
En
1948, después de la nacionalización durante el primer gobierno de Juan Domingo
Perón, hubo un período de auge y desarrollo industrial y tecnológico autónomo,
hasta que a partir de la así llamada Revolución Libertadora de 1955 comenzó el
lento deterioro de los ferrocarriles argentinos. La suma de infelices decisiones
políticas sucesivas condujo a este presente desolador. Desde el gobierno de
Arturo Frondizi (1958-1962), cuando una supuesta y malentendida
"modernidad" acabó con los tranvías de todas las ciudades del país
que los mantenían, se allanó el camino para que los lobbies de las industrias
petrolera, vial y
automotriz-camionera comenzaran la fatal sustitución de los rieles. El
tristemente célebre Plan Larkin, auspiciado por el entonces ministro Álvaro
Alsogaray determinó el primer gran desguace y fue el inicio del final. Luego
vendría la última dictadura, que en 1976 dispuso
la desactivación de 6.300 kilómetros de vías, el cierre de talleres, la
supresión de la mitad de los servicios de pasajeros y el despido del 40% del
personal.
Esa
"política ferroviaria" –de algún modo hay que llamarla– continuó con
cada uno de los sucesivos golpes de estado que padeció el país entre 1962 y
1983, y alcanzó incluso a los servicios suburbanos porteños al detener abruptamente
el desarrollo de los trenes subterráneos y otros metropolitanos. El
congelamiento, con algunos altibajos y pequeños períodos de esplendor
industrial en Córdoba en los early
70's, produjo un deterioro creciente del material rodante. Hasta que
años después, como cualquier argentino recuerda, en los 90 Carlos Menem decidió
la privatización total de lo que quedaba del sistema.
El
desguace entonces fue feroz y total. Los más grandes talleres fueron cerrados y
convertidos en cementerios de fierros; casi todos los servicios de pasajeros
que atravesaban el país fueron cancelados definitivamente, y comenzó un sistema
de privatizaciones prebendario, ineficiente y corrupto.
La
Argentina de estos años paga las consecuencias de tantos desatinos y tantos
negocios ilícitos que jamás fueron –y todo indica que ya nunca serán– ni
siquiera investigados. La omertà política argentina, se sabe, todo lo
puede.
Y
no es exageración. Basta ver cómo el movimiento llamado Justicia Legítima
convoca a muchos de los mejores funcionarios judiciales en reclamo de una reforma
urgente y necesaria, a la vez que sus contradicciones son inocultables. La
Procuradora Gils Carbó a favor del perdón a Chevron, a la medida del gobierno, es
un caso ejemplar. O el favoritismo judicial del que evidentemente goza el ex
Secretario de Transportes Ricardo Jaime. O el apartamiento del juez Oyarbide
que implica un extraordinario alivio para los hermanos Schoklender en la causa
del desvío de fondos de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. O la facilidad y
rapidez con que se escaparon represores genocidas del Hospital Militar en
brutal contraste con la lentitud de la Justicia. Y ni se diga de la paradoja de
las jaurías mediáticas corriendo detrás del general César Milani, mientras el verdadero
responsable de la desaparición del soldado Ledo en 1976, un ex Mayor de
apellido Sanguinetti, goza de libertad porque desde hace años ningún juez lo
busca ni reclama.
Pero
así son las contradicciones de este país en el que las elecciones primarias se
llaman PASO pero nadie sabe bien hacia dónde. Mientras todo se enfoca en la
ciudad de Buenos Aires y acaso en el conurbano, como si allí se acabase el
mundo, en el resto del país se respiran climas serenos y previsibles, bastante
más civilizados. Más allá, claro, de cacicazgos intolerables que sin embargo el
sistema argentino tolera: tal el caso de Gildo Insfrán, eternizado gobernador
de Formosa desde hace casi veinte años y en cuyo territorio es incomprensible el
atropello constante a los derechos de los pueblos originarios, a quienes se
expulsa de sus ya pocas tierras como si fueran ellos, tan luego, los invasores.
O el caso del Sr. Gioja, gobernador de San Juan que también hizo modificar la
Constitución provincial para eternizarse no sólo como primer mandatario sino
como abogado de las empresas mineras extranjeras aquerenciadas en el ya
polucionado territorio sanjuanino.
Esos
asuntos, claro, no son materia de debate pre-electoral ni se tocan en la tele
–vade retro– seguramente porque ningún sector de la política argentina tiene
propuestas de tipo ambiental, y en todo caso, como suele comprobarse, la
corrupción es solamente una bandera que, en verdad, a nadie le importa
demasiado. De hecho es en estos temas donde se constituyen los pocos silencios macizos
–sin dudas vergonzosos– de la clase política argentina.
En ese contexto, la lentitud en el mejoramiento de los ferrocarriles y la morosidad exasperante de la Justicia, no hacen más que abonar terrenos fértiles para posibles ineficiencias y corrupciones. •
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