Anoche, cuando
me recordaron esto, registré una sensación algo extraña. Y es que una rara
paradoja –así lo pensé siempre– acompaña a este galardón al menos en la
Argentina.
En todo el
mundo es un premio respetadísimo, sinónimo de consagración literaria
hispanoamericana. Los primeros en recibirlo fueron, en este orden, Mario Vargas
Llosa, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. El prestigio se consolidó después
con otros galardonados como Fernando del Paso, Arturo Uslar Pietri, Fernando Vallejo,
Ángeles Mastretta, Javier Marías y Elena Poniatowska. Y entre los más
recientes, William Ospina y Ricardo Piglia.
En Venezuela este
premio era ya una cuestión de estado hace 40 años y nunca, ningún gobierno dejó
de enorgullecerse de la trascendencia y el respeto universal alcanzados. Los
jurados incuestionables, los requisitos (no se presentan los autores; sólo
libros editados en el bienio anterior) y el monto siempre en ascenso,
contribuyeron a ello.
Pero en la Argentina nunca fue considerado un premio realmente importante. Quizás, conjeturo, porque el primer argentino en ganarlo fue Abel Posse, quien con su notable novela "Los perros del Paraíso" (1987) alcanzó un fuerte respeto literario continental, cuando no se sabía de sus vínculos con la Junta Militar genocida, su afecto por la Dictadura y otras ideas cavernícolas. En un tiempo en que ya estaban muertos Marechal, Cortázar y Borges, Sábato no gozaba de grandes simpatías, y Silvina Ocampo o Bioy Casares no alcanzaban una gran repercusión internacional, Posse era además diplomático, lo que sin dudas le abría puertas y lo constituía en un escritor viajero de las Américas, que entonces parecía condición necesaria para este galardón.
Pero en la Argentina nunca fue considerado un premio realmente importante. Quizás, conjeturo, porque el primer argentino en ganarlo fue Abel Posse, quien con su notable novela "Los perros del Paraíso" (1987) alcanzó un fuerte respeto literario continental, cuando no se sabía de sus vínculos con la Junta Militar genocida, su afecto por la Dictadura y otras ideas cavernícolas. En un tiempo en que ya estaban muertos Marechal, Cortázar y Borges, Sábato no gozaba de grandes simpatías, y Silvina Ocampo o Bioy Casares no alcanzaban una gran repercusión internacional, Posse era además diplomático, lo que sin dudas le abría puertas y lo constituía en un escritor viajero de las Américas, que entonces parecía condición necesaria para este galardón.
Como fuere, el
segundo argentino que recibió el Rómulo fui yo. Que era muy joven entonces, y relativamente
poco conocido en Argentina. O conocido por la revista Puro Cuento y algunos
trabajos periodísticos, pero a la vez sospechoso de haber sido best-seller con mi novela "Luna
Caliente" en un tiempo en que ser best-seller
era descalificante, como les sucedió también a Osvaldo Soriano y otros colegas.
En aquel Julio
de 1993 yo no sabía que era candidato, ni que alguien me había propuesto para
este premio ni para ningún otro. Un año antes se había publicado la primera
edición de "Santo Oficio de la Memoria" en la editorial Norma, de
Cali, Colombia, y a la Argentina habían llegado sólo algunos cientos de
ejemplares. Y era además un libro voluminoso, caro y complejo de leer.
De manera que
cuando me llamaron por teléfono y una voz femenina con acento caribeño me dijo
que hablaba desde Caracas para felicitarme porque había ganado el Rómulo
Gallegos, pensé que era una broma. Mientras la mujer quería saber si estaba en
condiciones de viajar esa misma semana a Venezuela, yo trataba de adivinar qué
amiga era la bromista. Al cabo la voz prometió llamarme a la mañana siguiente
para recabar mis datos.
Enseguida me llamó un amigo y me dijo que había escuchado la noticia en la radio. Y después una de mis tías de Ramos Mejía, que estaba tan alborozada como yo confundido porque encima ella había escuchado un comenrario elogioso de Bernardo Neustadt, quien por aquellos tiempos era una especie de oráculo radial matutino. No entendía por qué todo ese lío, si yo no había hecho nada. Pero así me fui enterando, así íntimamente empezó mi celebración.
En esos días
recibí telegramas, notas y cartas urgentes de varios colegas. Guardo con especial
cariño la carta manuscrita de Carlos Fuentes: "Bienvenido al Club", me
escribió entre otras linduras. También recibí los saludos de Mario Vargas Llosa
y de varios colegas del extranjero, en particular mis cuates mexicanos.
En la Argentina en cambio, en la Argentina literaria, todo fue fugaz. A mi pequeño departamento de Coghlan llegaron algunos amigos/as durante dos o tres noches. Todo era charlar animadamente, beber y brindar, pasarla bien y luego retornar a la vida verdadera. Yo sabía que un premio no te hace mejor ni peor escritor. Un premio es para celebrar con los amigotes, darte permiso para sentirte potente e inmortal por unos minutos, y enseguida volver a la realidad: el trabajo para pagar el alquiler o las cuotas, las lecturas necesarias y la ardua tarea de escribir el próximo libro como un enajenado que quiere saber si tiene una pizca de talento y para qué.
En la Argentina en cambio, en la Argentina literaria, todo fue fugaz. A mi pequeño departamento de Coghlan llegaron algunos amigos/as durante dos o tres noches. Todo era charlar animadamente, beber y brindar, pasarla bien y luego retornar a la vida verdadera. Yo sabía que un premio no te hace mejor ni peor escritor. Un premio es para celebrar con los amigotes, darte permiso para sentirte potente e inmortal por unos minutos, y enseguida volver a la realidad: el trabajo para pagar el alquiler o las cuotas, las lecturas necesarias y la ardua tarea de escribir el próximo libro como un enajenado que quiere saber si tiene una pizca de talento y para qué.
Claro que
nadie te quita esa semana de alegría, que no se empaña ni con los feroces comentarios
de colegas que no te los dicen pero los dicen a otros que luego vienen y te los
dicen. Como aquel extraordinario poeta que en una cena, por esos días, preguntó
si sabían cuál era el último chiste de gallegos. Y ante el silencio general,
respondió: "Darle el Rómulo a Giardinelli". O como el narrador más
resentido que dio nuestra literatura, que en una mesa redonda dijo que los
alemanes además de la Segunda Guerra Mundial habían perdido la literatura. ¿Por
qué? Porque habían traducido un montón de libros míos.
El primero de
ellos es hoy un querido amigo y ambos tuvimos la delicadeza de jamás comentar
el episodio. El otro falleció hace poco. Que en paz descanse.
Como sea, durante
mucho tiempo consideré esta paradoja de que un premio tan prestigioso como el
Rómulo, justo en mi país no impusiese respeto. Lo atribuí, reitero, a que Posse
y yo podíamos ser cuestionados, entre otras cosas porque aunque uno y otro estábamos
en las antípodas en materia de pensamiento e ideas sociopolíticas y culturales,
ambos éramos tipos poco simpáticos, de bajo perfil y más bien hoscos con la
prensa y las vanidades. Pero después de década y media comprobé que no: porque
sucedió lo mismo cuando el tercer Rómulo argentino fue para Ricardo Piglia,
quizás el más respetado autor y crítico argentino, mimado de las academias de
todo el mundo, indiscutible maestro y notable escritor que recibió el premio
por una magnífica novela ("Blanco nocturno" es para mí lo mejor que
escribió Ricardo desde "Respiración artificial" que es de 1980). Lo
cierto es que el Rómulo a Piglia también fue ninguneado en nuestro mezquino paisito
literario.
Y es curioso,
porque no son muchos los países cuyos escritores han recibido tres veces el
consagratorio Premio Internacional Rómulo Gallegos. Sólo Colombia y México.
Y no sé por
qué cuento esto ahora, esta noche. Quizás porque me comentaron que salió una
efeméride que se lleva en Tuíter, ese entretenimiento un tanto onanista que yo no
practico. Allí se dice, esta noche, que hace justo 20 años que me otorgaron el
RG, en Julio de 1993.
Entonces se
me dio por redactar estas líneas. Sin más propósito que el de hacer una pausa
en lo que estoy escribiendo, que es un proyecto que por momentos me fatiga. Así
que discúlpenme si resulto inoportuno. Pero a veces sucede exactamente esto: algo
inesperado te funciona como disparador; y emerge un texto como éste, acaso sin
ton ni son. Buenas noches. •
Para quienes
deseen leer mi discurso de aceptación, pronunciado en Caracas el 2 de agosto de
1993 ante el entonces Presidente de Venezuela, Don Ramón S. Velázquez, lo encuentran
en este mismo blog:
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