Ayer
fuimos con mi hija Celeste al Vaticano. Queríamos sobre todo visitar el Museo,
ese tesoro incalculable en el que destacan la Capilla Sixtina, en la que estuvimos
un buen rato, y los frescos de Rafaello (Rafael Sanzio, 1483-1520), para mí inolvidables desde mi primer
viaje a Europa, cuando yo tenía 22 años. Fue una jornada tan impactante como
agotadora, y volví a admirar, ahora de la mano de mi hija, este precioso fresco,
conocido erróneamente como La disputa del Santísimo Sacramento, en el que la única mujer es
la que lee, y detrás, y a la derecha, Rafael incluyó a su admirado Dante Alighieri.
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