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domingo, 27 de octubre de 2013

ALGUNAS REFLEXIONES A LA HORA DE VOTAR


Versión en Castellano:

En la misma semana en que el país va a votar, y al final de una campaña caliente como pocas, se produce el tercer gran accidente ferroviario en un año y medio. Es raro.

Las pericias de los dos siniestros anteriores determinaron la responsabilidad de los motorman, y todo indica que en este caso también. Al menos el maquinista Julio Benítez ya declaró ante el juez que "el tren funcionaba bien" y que "no recuerda" más, aunque el disco duro de las cámaras del tren estaba en su mochila y resultó destruído. Muy raro.

Lo evidente es que fueron "fallas humanas" las que produjeron los tres siniestros, que tienen varios otros puntos en común: los tres fueron más o menos a la misma hora pico matutina; los dirigentes ferroviarios rechazaron toda responsabilidad; los grandes diarios y algunos columnistas se apresuraron a condenas fáciles e hicieron un festival opositor de cada accidente, aunque luego no se rectificaron.

Como sea, el abogado patrocinante de la mayoría de las víctimas –Gregorio Dalbón– está pidiendo que se investigue a sindicalistas y reclama entrecruzamiento de llamadas en la búsqueda de posibles amenazas a los maquinistas. Y sigue siendo un enigma el caso del motorman Leonardo Andrada, que fue quien entregó la formación a su colega Marcos Córdoba al amanecer del primer siniestro en Once, que causó más de 50 muertes. La declaración testimonial de Andrada dicen que fue decisiva, pero también mortal: lo asesinaron de seis balazos dizque para robarle un celular. Rarísimo.

En este contexto presuntamente mafioso –no tanto como los crímenes del narcotráfico en Rosario y en Córdoba, sólo que estos todavía son contenidos periodísticamente porque allí no hay administraciones kirchneristas– el país todo, presionado y confundido como pocas veces antes, está votando al mismo tiempo que los lectores leen esta nota.

No es difícil describir –recordar– cómo se llegó hasta aquí. Decir que la campaña fue sucia es un modo de resumirlo. Más certero es declarar que también fue una campaña mentirosa, dicho sea en el sentido de que hubo más chicanas que propuestas, y que las seudopropuestas en realidad fueron consignas en muchos casos vacías de contenido y significado.

Primero fue el caso de Juan Cabandié, a quien se diría que le tendieron una trampa sobre la que él mismo se hizo. Porque cualquiera puede cometer errores, pero no es lo mismo cuando los comete un candidato a diputado nacional oficialista en una campaña caliente. Sus errores necesariamente se verán magnificados, y la malignidad en la política es conocida, está estudiada y no debería sorprender a nadie, aunque es un hecho que siempre sorprende. Y no sólo en la Argentina: las campañas electorales en todo el mundo suelen ser sucias casi por definición.

Como sea, Cabandié no tuvo en cuenta que con las nuevas tecnologías y los celulares que cualquiera tiene, todo puede ser registrado por cámaras indiscretas y con las peores intenciones. También pudo ser cuestionable su argumentación de ser hijo de desaparecidos, y el haber pedido un "correctivo" para la agente que lo interpelaba. Pero sobre todo su yerro fue ir a la televisión a "defenderse" cuando debió cortar el asunto de raíz antes de que alcanzara ribetes de escándalo. Alguien debió aconsejarle lo único y mejor que en un caso así debe hacer una persona honorable y con proyección política: escribir y hacer pública una brevísima carta asumiendo el error, pedir una disculpa a la interesada y llamarse a silencio. El caso no hubiera durado dos días.

En cambio, el episodio significó un triunfo de campaña de la oposición, una vez más apoyada en implacables odios mediáticos interesados sobre todo en condenar la política de Derechos Humanos del gobierno, y a organismos y representantes. Y también afectó a quien aparece como el candidato más intachable que tiene el kirchnerismo: el senador Daniel Filmus.

Pero más allá de este caso puntual, la ciudadanía se topó con candidatos y partidos que no explicitaron sus verdaderas intenciones. En algunos casos las ocultaron, las disimularon o –como en los '90– se dejaron llevar por el perverso apotegma menemista: "Si digo lo que verdaderamente pienso hacer, no me vota nadie".

Ése fue el caso de casi toda la oposición, que atacó al gobierno con más consignas que ideas. Repitieron las mismas acusaciones de los últimos meses, pero sin decir qué y cómo harán respecto de ítems específicos como el rol del Estado, la industrialización, el empleo, los impuestos, la educación, la salud y el rol de los bancos, por citar algunos ejemplos. Asuntos todos en los que el kirchnerismo tiene libretos muy afinados, guste o no y se les crea o no.

Con bastante pobreza conceptual, confusos por insinceros, y con más enojos que proposiciones, muchos candidatos opositores demostraron que ni siquiera sabían bien de qué estaban hablando cuando se dedicaron a repetir viejas recetas noventistas de ajustes, devaluación, endeudamiento y liberalizaciones.

Curiosamente, fueron muchos empresarios los que reconocieron, en un importante coloquio el fin de semana pasado, que enfriar la economía, abrir la importación y terminar con los controles va en contra de las políticas que garantizan desarrollo.

Y es que más allá de lo que digan los diarios y la tele, a muchas empresas no les va tan mal. Y no sólo eso: a muchas les va muy bien. Es el mismo país en el que las clases media y alta se quejan furiosamente por lo que llaman cepo cambiario, pero viajan por el mundo cada vez más. Habría que recordarles que hace algunos años había colas en consulados y aeropuertos para huir del país, no para hacer turismo. Recordarles cuando se devaluaba la moneda de un día para el otro y sólo los amigos del poder de turno estaban enterados; cuando se cerraban fábricas y aumentaba el desempleo; cuando no había paritarias y se recortaban los salarios, o cuando la inflación –aquélla sí, galopante– se comía los ingresos de los que todavía tenían ingresos.

Aquel país y aquellas políticas deberían ser mejor recordadas. Pero ya se sabe que esto es la Argentina. Un lugar en el mundo en el que cualquier cosa puede suceder.

En este contexto, sólo los diarios de mañana dirán qué quiere "el soberano", o sea el pueblo que cada tanto se expresa en las urnas. Como corresponde a una democracia. •


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