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martes, 29 de abril de 2014

LECTURARIO # 22. Fernández Díaz, Osorio, Andruetto, Roth

* "Las mujeres más solas del mundo" es un buen libro de cuentos que se presenta como suma de relatos, crónicas o misceláneas. Su autor es el conocido periodista Jorge Fernández Díaz, que aquí compone una galería del asombro de lo cotidiano que resulta una estupenda incursión en la mejor literatura fantástica (que en mi opinión es la que no se nota; la que no se impone como tal). Es obvio que lo elogio declarando, a la vez, que estoy a años luz de sus posiciones políticas, pero lo que me importa, como lector, es que en este libro hay decenas de narraciones y algunos microrelatos de la mejor estirpe, que hacen de la lectura de esta antología personal una delicia. Lo que me lleva a preguntar una vez más por qué será que hay tantas resistencias académicas a admitir a las mejores plumas del periodismo argentino en el olimpo literario. Me parece que el caso de JFD es uno de esos. (Capital Intelectual).

* También leí "Mika", la notable novela de Elsa Osorio que recupera la vida de una mujer absolutamente impar, que protagonizó el Siglo XX y, como militante revolucionaria, llegó a ser capitana del famoso POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) durante la Guerra Civil Española. Nacida en Argentina y casi desconocida, este libro la rescata del olvido. Claro que no es una biografía, es una novela, que ineludiblemente compone una existencia de fábula. Cierto que la lectura se hace un tanto fatigosa por momentos, pero el interés no decae porque lo sostiene la permanente peripecia de esa asombrosa mujer nacida en 1902 y fallecida en 1992, de la que poco o nada se sabía (al menos yo lo ignoraba todo) y sin embargo había tanto y tan literario por saber. (Seix Barral).

* De la consagrada María Teresa Andruetto, ganadora en 2012 del Premio Hans Christian Andersen que otorga el IBBY y que es considerado el mayor reconocimiento a la así llamada (a mí no me gusta ese nombre) "literatura infantil", leo durante un fin de semana "Huellas en la arena". Se trata de un conjunto armónico y sutil de relatos cortos, muchos de ellos con reminiscencias de las Mil y Una Noches y ciertas tradiciones de Medio Oriente. Desiertos, camellos, visires, sultanes, adivinos y dragones recorren estas páginas, plenos de encanto y paradojas, conviviendo con algunos textos americanísimos, e incluso cordobeses como la autora. No es lo mejor de Andruetto (que escribió textos memorables como "Lengua madre" y el delicioso "El árbol de lilas") pero seguro interesará, sobre todo, creo, a jóvenes lectores que estén entrando en la adolescencia. (SM, El barco de vapor).


* De Joseph Roth leo, llegando a París, "La leyenda del santo bebedor". Una hermosa novela, ya clásica del Siglo XX y que no había leído. Justo la terminé cuando el avión aterrizaba en París y me encantó la coincidencia porque París está en el centro mismo de ese texto y yo no lo sabía. Me encantó conversar de esta novela, además, con Noé y Tununa mientras nos llevaban en una camioneta hacia el hotel, en el centro de París. Pasaron casi ochenta años y sin embargo la novela se mantiene vigente y poética. El azaroso encanto que gobierna la vida del choclard polaco anclado en París sigue siendo envolvente, y no tiene ninguna importancia el hecho de que, es cierto, se le nota un lenguaje un tanto anquilosado, envejecido. Aunque quizás sea la traducción la enmohecida, no lo sé. No obstante, y como fuere, es un libro inolvidable que viene, de paso, a ratificar la fabulosa vastedad de la Literatura, ésa que garantiza que siempre habrá un libro, muchos libros, para fascinar a quien quiera leer. (Anagrama).

domingo, 13 de abril de 2014

Los EUFEMISMOS, la VIOLENCIA y el PELIGRO

Mi artículo de hoy en el diario The Buenos Aires Herald:

http://buenosairesherald.com/article/156873/euphemisms-violence-and-danger

Y en Castellano, en el diario Página 12:

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-244134-2014-04-15.html

Y para matizar, dos fotos que me envían de mis charlas en las universidades de Tallin y de Riga esta semana:

miércoles, 9 de abril de 2014

En Estonia, Letonia y Finlandia

Esta semana la he pasado viajando por el Mar Báltico. Una maravilla para mí, que vengo de tierras tropicales, porque aquí es primavera y los hielos se derriten y todos los árboles empiezan a mostrar brotes y también floran los tulipanes en las plazas.
   Aunque llueve a diario y hace muchísimo frío, y la claridad dura poco, los paisajes son encantadores y he conocido —confesión hecha de mi absoluta ignorancia hasta ahora— dos de las ciudades más bellas del mundo. Tallin, la capital de Estonia, una ciudad medieval deliciosa, pequeña y limpia, con una carga cultural impactante. Y también Riga, capital de Letonia, aunque ésta un poco más ecléctica y más compleja puesto que es la ciudad más grande y populosa de la región.
   Las dos ciudades son patrimonio cultural de la humanidad, y están cuidadas como los tesoros que son y no se les toca ni un adoquín puesto que aquí no hay imbéciles munícipes con ansias pavimentadoras como tanto abundan, por desgracia, en Argentina
   No quiero aburrirlos, pero les sugiero consultar la Wikipedia. Se sorprenderán de la historia que se encierra aquí, de la extraordinaria cultura de estos pueblos y —sobre todo— se maravillarán de la infinita sobrevivencia de estos pueblos que desde los siglos XI y XII han sido invadidos y sometidos sucesivamente por daneses, suecos y holandeses, y alemanes y rusos durante todo el Siglo XX, y cuyas independencias fueron siempre pisoteadas y ofendidas. Y sin embargo aquí están ellos, humildes y orgullosos, menos de un millón y medio de estonios y poco más de dos millones de letones, emergiendo como nuevas naciones de la comunidad europea y con un bagaje cultural impresionante.
   He tenido el privilegio, y la inmensa fortuna, de ser invitado a estos países en los que el Castellano es exótico y toda la literatura latinoamericana que se conoce es algún texto de Borges y los cien años de García Márquez. El lunes a la tarde di una charla en la Universidad de Tallin ante una treintena de personas, la mayoría estudiantes y profesores de Literatura, y había allí dos argentinos (de los apenas cinco que, me dicen, hay en este país) que me resultaron tan conmovedores como Ruth, la joven estonia que es profesora de castellano y lo habla con precioso acento e inflexiones mexicanas porque su compañero es michoacano.
   Y ayer martes, en Riga, otra charla en la Universidad local —que aquí es gratuita, como en la Argentina— ante menos de cuarenta estudiantes y profes. Y entre ellos tres sorpresas: una mujer muy mayor que habló en un muy decente castellano de una emigración de letones a la Argentina hace noventa años, y un argentino y un cubano emocionados porque, dijeron, nunca antes había visitado esta casa un escritor latinoamericano.
   Anoche terminé en la Radio Nacional de Letonia (foto) y hoy miércoles vuelo a Helsinki, Finlandia, donde tengo actividades programadas para mañana y pasado. Supongo que viviré nuevas experiencias, pero no quería dejar de compartir estas impresiones.

domingo, 6 de abril de 2014

VOLANTE de PUBLICIDAD de LIBREROS en ESPAÑA



Los libreros y libreras recomendamos para este mes de Abril LUNA CALIENTE

MEMPO GIARDINELLI
EDITADO POR ALIANZA

la aventura criminal de Ramiro Bernárdez, joven argentino de familia acomodada que vuelve de estudiar en el extranjero, en Francia, a un país donde se le abren las mejores perspectivas. Sin embargo, pronto se ve envuelto en una situación inesperada que acaba sobrepasándole y haciendo naufragar su existencia. Sumido en una atmósfera plagada de presencias ominosas -el calor húmedo del Chaco, la inquietante Araceli Tennenbaum, la dictadura militar argentina de finales de los setenta, la noche, una luna que, como una deidad primordial e indiferente, preside la acción.

domingo, 30 de marzo de 2014

Del SALON del LIBRO de PARIS a un Simposio en MARSELLA y una cena en LISBOA


Toda la experiencia del Salon du Livre de París fue maravillosa, y en gran parte por el estupendo grupo de colegas que convocaron la Secretaría de Cultura de la Nación y la Cancillería Argentina. También destaco la buena onda general, la calidad y seriedad de las mesas, la asombrosa cantidad de público que nos acompañó cada día y las ventas record de libros en dicho Salón, según la FNAC, librería encargada de las ventas.

Al día siguiente del cierre del Salón, viajé a Marsella en el fantástico TGV francés. Me encantó esta ciudad, en la que había estado muy fugazmente hace muchos años. Ahora, además, me sentí muy honrado por la realización —el miércoles 26— de un simposio sobre mi obra en la Unidad de Investigaciones Literarias de la Universidad de Aix en Provence. Participaron críticos de varias universidades del país (París, Lyon, Marsella) y obviamente fue, para mí, una experiencia interesantísima, sobre todo por el nivel de las ponencias y porque se realizó en el centro de investigaciones literarias más moderno de Francia, inaugurado hace poco por el primer ministro.

         
De Marsella volé ayer sábado a Lisboa, y anoche mismo, cenando en casa de los colegas José Manuel Fajardo y Karla Suárez, me reencontré con varios amigos, entre ellos el gran poeta colombiano Juan Manuel Roca, quien me obsequió sus poemas traducidos al portugués. Por cierto el traductor fue otro poetazo, Nuno Judice, y el prólogo lo escribió Lauren Mendinueta, también presentes en la cena. Los tres me dedicaron este libro bellísimo, que va a enriquecer la Biblioteca de nuestra Fundación.


martes, 18 de marzo de 2014

LECTURARIO # 21

Tenía listo mi lecturario habitual, que renuevo cada tanto, pero cuando lo estaba revisando y editando para subirlo al blog y a mi FB, se me cruzó esta reflexión, que es también un lecturario y que ahora comparto.

• A punto de partir hacia Francia, invitado al Salón del Libro de París (este año la Argentina es país invitado) pienso que el grupo de escritores e intelectuales que somos estamos yendo hacia donde nos leen o queremos que nos lean. No está mal, eso es incuestionable. Sin embargo, yo estoy déle pensar en lo que he leído de literatura francesa y en lo que recuerdo como formativo, pero, sobre todo, en que me remuerde un poco imaginar todo lo que no he leído de esa gran literatura, y sobre todo últimamente. Y el asunto no deja de sonarme un poco, y a mi pesar, como si yo formara parte de una especie de seleccionado en el que hay mucho talento, sin dudas, pero también hay como un runrún de narcisismo colectivo, plural o como quieran llamarlo.
            Como sea, me sereno pensando que, a mis años, de todos modos algo he leído de esa gran literatura, aunque también sé que leí poco, menos de lo que hubiera debido. Y sobre todo, reitero, de la última producción. Porque sí le entré a alguna novela de la muy promocionada Amélie Nothomb, así como disfruto siempre de las exquisitas novelas de Irene Némirovsky (1903-1942, de quien llevo la última, que acaba de publicar Edhasa, para leer en el viaje) y tengo en mi corazón algunos textos como los siempre sabrosos y estimulantes ensayos de Michel Foucault (hace muchos años "Las palabras y las cosas" me marcó profundamente), de Pierre Bourdie, de Baudrillard y hasta un par de novelas para mí sobrevaloradas de Houellebecq.
            También debo mencionar a Maryse Renaud, narradora y académica de relieve nacida en la Martinica, o sea francesa afrocaribeña, de la que estoy terminando de leer su obra casi completa. Y digo "casi" porque sólo conozco dos novelas —la poderosa "La mano en el canal", que transcurre en la Argentina, y "El cuaderno granate", un texto entre humorístico y desafinado— así como su notable libro de cuentos "En Abril, infancias mil", que creo haber ya comentado en un Lecturario anterior. (Las tres, publicadas en nuestro país por Corregidor).
            Pero sé que todo esto es poco para decir que uno "conoce" una literatura. Por lo que debo confesar, algo avergonzado, que yo no pude o no supe ir más allá de estos autores contemporáneos, si bien leí muchos libros de autores clásicos franceses porque en mi infancia y adolescencia mi mamá era fanática de algunos de ellos. Quizás no sea gran cosa mi conocimiento de la literatura clásica francesa, pero todo lo que leí se lo debo a ella y a mi hermana. Romain Rolland, André Gide (al que ellas devoraban), François Mauriac, algunas novelas de Colette y por supuesto el siempre cuesta arriba Marcel Proust, de quien nunca pude terminar su saga completa aunque sí los dos primeros tomos, que supongo me enseñaron mucho pero me dejaron exhausto.
            Por mi parte, y ya adulto, me encantó el largo viaje hacia la noche de Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) y me volvieron loco las insuperables novelas de Albert Camus (1913-1960), cuyo "L'etranger" fue tan definitorio para mi escritura como las obras enteras de Juan Rulfo, García Márquez o Julio Cortázar. También adoré, como al maestro del género negro que fue, a ese corso enorme llamado José Giovani (1923-2004) y desde luego a Boris Vian (1920-1959), cuyo "Escupiré sobre tu tumba" y los cuentos de "El hombre lobo" todavía releo cada tanto. Y desde luego también debo decir que fui fan, acaso epocal, de varios ensayos de Sartre y sobre todo de la narrativa de Simone de Beauvoir que me encandiló lo suficiente como para, quizás, no advertir todo lo que se creaba entonces a su alrededor. O para seguir de largo como me pasó cuando intenté leer a Nathalie Sarraute, de la que todo el mundo hablaba y a mí me pareció soporífera. Y todo lo anterior matizado con los dramas de Eugene Ionesco y de Beckett (ese fabuloso irlandés al que muchos consideran francés) y con la incesante lectura de poesía, que en Francia es leer por lo menos lo que va de Antonin Artaud y Paul Valéry a Saint-John Perse y Jacques Prevért (quien, por cierto, fue una especie de mentor poético de mi adolescencia).
            No puedo soslayar en este recuento improvisado algunas novelas experimentales de Raymond Queneau, como "Pierrot, le fou", y las ardorosas ficciones de la exquisita y conmocionante Marguerite Duras. Y claro, "El correo del Sur" y "Vuelo nocturno" de Antoine de Saint-Exupery, a quien en mi casa, de muchacho, llamábamos "Sentex" con atrevida familiaridad. Y paro de contar porque de las nuevas generaciones, queda dicho, he leído muy poco y me he llevado una que otra decepción que prefiero mantener en reserva.
            Dejo para un párrafo aparte y final a ese monje irreverente y loco como un montón de cabras que fue François Rabelais (1494-1553), de quien leí con inolvidable goce sus "Gargantúa" y "Pantagruel", a punto tal que fueron mis modelos para la construcción de la Nona de mi "Santo Oficio de la Memoria".
            De manera que así voy a París. No tanto a mostrar sino más bien, como corresponde, a seguir aprendiendo de esa insuperable cultura, y ojalá, también, de escritores/as que yo ignoro y que seguramente han de valer la pena. Hasta la próxima. • 

jueves, 6 de marzo de 2014

domingo, 23 de febrero de 2014

LA ADOLORIDA VENEZUELA

Hoy domingo se publican dos artículos míos en los diarios en que habitualmente escribo:

En Página/12 se titula: "La adolorida Venezuela y una tarea":
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-240404-2014-02-23.html

En The Buenos Aires Herald, mi nota editorial dominical se titula: "El estado de la nación y la adolorida Venezuela"
http://buenosairesherald.com/article/152791/state-of-the-nation-and-bleeding-venezuela

jueves, 13 de febrero de 2014

EL AMIGO JULIO

Hoy publiqué este artículo en la contratapa del diario Página/12, con motivo del 30º aniversario del fallecimiento de Julio Cortázar:
Desde Final de juego y Bestiario hasta 62/Modelo para armar, que leo a la par de Rayuela durante el servicio militar, mi juventud está dominada por la literatura de Julio Cortázar. Lo imito, lo contrarío, lo reescribo, lo desdeño, me propongo superarlo, me rindo ante su maestría y todo sin saber que en cada texto me está dando cátedra.
Mi primer encuentro con él se produce en Chile en algún mes de 1970 o 71. Creo que es septiembre del ’70, cuando Salvador Allende asume la presidencia. O quizá meses más tarde, cuando la visita de Fidel Castro a Chile. Lo cierto es que hay en Santiago un clima de fiesta latinoamericana y el joven periodista que soy tiene la suerte de ser enviado a cubrir el acontecimiento para un conocido semanario porteño: la revista Siete Días.
Me alojo en un hotel cuyo nombre no recuerdo, cerca del Palacio de La Moneda, y la primera noche, en el ascensor que me lleva al restaurante me topo, en el octavo piso, con Julio Cortázar en persona.
Es joven y alto, de larga barba y cabellera negras, y viste una guayabera crema que le cae como una túnica de la que asoman, abajo, los pantalones negros y unos enormes zapatos de suela Gomicuer. Me abatato por completo, según decimos acá, pero como por unos pocos segundos estamos solos él, yo y el fotógrafo que me acompaña, le pido entrevistarlo en algún momento, quizá mañana a la mañana después del desayuno.
Cortázar impide que el fotógrafo disponga su equipo y pregunta de qué medio somos. Se lo digo y me responde que no, que lo siente pero no piensa hablar con ningún hebdomadario argentino porque todos son colaboracionistas con el gobierno militar. En eso se abren las puertas y él sale primero, sin saludar y dejándonos petrificados. Y yo sin saber qué quiso decirnos, lo cual dilucido un rato después, cuando pregunto a colegas veteranos y me explican que “hebdomadario” es una palabra francesa que significa revista semanal.
Los días subsiguientes, cada vez que nos vemos, Cortázar me elude. Veo con dolor cómo concede entrevistas a colegas de otros medios, incluso argentinos, y al final de la semana, cuando debemos partir de regreso, le escribo una carta que deslizo bajo la puerta de su habitación. Allí le digo, adolorida y simplemente, que lo he admirado toda mi corta vida pero ahora me ha decepcionado por ese costado prejuicioso que mostró en el elevador. Soy sólo un joven escritor que se gana la vida como periodista y sin dudas seguiré siendo su devoto lector, pero no puedo dejar de advertirle que el medio que me ha enviado no es gubernamental ni responde a la dictadura argentina, y mucho menos los que allí trabajamos merecemos ser condenados ligeramente y en conjunto como “colaboracionistas”.
Un mes después, por correo aéreo ordinario, me llega una carta de él desde París, en la que me pide disculpas por su prejuicio y me ruega que lo comprenda: no quería que palabra alguna por él pronunciada en Chile pudiese ser funcional al régimen militar argentino, y por eso su fuerte decisión, la cual, por supuesto, no debo tomar como algo personal. Me propone, incluso, que lo llame y lo visite cuando pase por París, y se despide amistosamente.
No volvemos a coincidir sino hasta 1977, en la plaza de Coyoacán. Ha venido a México y ofrece un diálogo público, y en medio de la multitud que lo rodea logro acercarme a saludarlo. Me identifico y él sonríe y me dice que lo busque después, que es consciente de que me debe una entrevista. La que sin embargo no se produce jamás.
En 1982 y en la Universidad de Oklahoma, en Stillwater, pronuncio una conferencia que es en realidad un cuento en el que imagino un encuentro con Morelli. Se lo envío a París a la vieja dirección, pero no sé si le llega; él no responde y yo después me entero de que por esos años se ha separado de su mujer lituana, Ugné Karvelis –a la que conoceré años después–, y se ha enamorado de una joven escritora norteamericana: Carol Dunlop.
Sólo responde, podría decirse, el 14 de febrero de 1984. Estoy en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México ante un público numeroso que asiste a la presentación de mi novela Luna Caliente, con la que he recibido meses antes el Premio Nacional de Novela del año anterior. Me acompañan Juan Rulfo, Noé Jitrik y Agustín Monsreal. Al inicio mismo del acto toma el micrófono Juanito y, con un temblor emocionado en su voz pastosa, como jamás antes le he escuchado, dice: “Me acaban de informar que ha muerto Julio Cortázar en París”. Y se pone de pie e inicia un largo aplauso que todos en la sala, sorprendidos, conmovidos y llorosos, prolongamos durante varios minutos.
Casi veinte años después, en París, con mi mujer nos extraviamos buscando su tumba en el cementerio de Montparnasse. Bajo una lluvia implacable, ella deja su sombrerito negro sobre el mármol de la lápida tallada, mientras yo evoco todo esto como si fuera un sueño y pienso cuánto me hubiese gustado ser su amigo.
En 2014, ahora que se cumplen 30 años de su partida y puesto que esta contratapa es casi un espacio íntimo, sirva este texto como modesto homenaje al Maestro.

miércoles, 29 de enero de 2014

LECTURARIO # 20. Chikiar, Quirós, Filloy, Harfuch, Korytnicki, Palermo

Eduarda Mansilla. Entre-ellos. Una escritora argentina del Siglo XIX es el título del nuevo libro de Irene Chikiar Bauer, investigadora que ya elogié aquí a raiz de su estupenda biografía de Virginia Wolf.
         En este caso Chikiar recorre la vida y la obra de la acaso más notable intelectual y escritora de los inicios de la literatura nacional. Casada con el diplomático Manuel García Aguirre, Mansilla vivió casi dos décadas en los Estados Unidos y Europa y produjo una obra que se ha revalorizado muy lentamente, y que ya es hora de que integre a pleno el esquivo canon literario argentino.
            Sorprendente e interesantísimo, por lo bien informado y por su amenidad, el libro de Chikiar se abre con un estudio preliminar sobre el escritor-intelectual y el arduo lugar de la mujer en el Siglo Diecinueve argentino. Sigue con el análisis de sus tres novelas —"El médico de San Luis", "Pablo o la vida en las pampas" y la ya clásica "Lucía Miranda"— y se detiene en dos notables cuentos de tema fáustico, típicamente europeos y un tanto góticos como era, si diría, natural en aquella época en la que leer a Goethe era imperativo.
            Compositora y competente lectora, esta sobrina de Rosas, amiga de Sarmiento y hermana y colega del famoso general Lucio V. Mansilla, militar y autor hoy canonizado, Eduarda fue una mujer que siempre quiso destacar en el campo literario e intelectual. De fuerte personalidad y un tesón admirable, lo logró a pesar del ambiente hostil que imperaba en aquellos tiempos, destacando también en el ejercicio del periodismo en casi todas sus vertientes: política (sobre todo europea, pero también la nacional), efemérides, música, arte, modas y educación. (Biblos).

• También quiero destacar Tanto correr, que es la cuarta novela del prolífico, intenso joven escritor chaqueño Mariano Quirós. Para mí la más promisoria figura de la literatura del Nordeste argentino, a los 34 años Quirós ha obtenido un premio por cada una de sus novelas anteriores que yo he leído: Robles, Torrente y Río Negro. A manera de saga, con todas ellas ha creado un atractivo y nítido ambiente urbano de clases medias provincianas.
            En esta novela, también galardonada en España con el Premio Francisco Casavella 2013, hay una fuerte primera voz que narra la niñez, adolescencia y madurez de un joven de típica familia pequeño-burguesa de provincia argentina entre los años 80 y el inicio del tercer milenio. Signado por una impresionante carga de ideales, prejuicios, frustraciones y desencuentros, todas materias paradigmáticamente argentinas, el libro resulta intenso y de amable y jugosa lectura, salvo quizás cuando el autor se demora en relatos de episodios excesivamente realistas, como los de las torturas en tiempos de juntas militares y de la hoy llamada "masacre de Margarita Belén". Allí la literatura se extravía un tanto al dar paso a exposiciones que más tienen que ver con la historia, el periodismo y la política. Pero de que Quirós es una apuesta segura de la actual joven literatura argentina, no tengo dudas. (Destino).

• Acabo de releer también Tal cual, que es uno de los más notables libros de cuentos de mi maestro Juan Filloy, y que es parte, cabe consignarlo, de una colección que se viene publicando en Buenos Aires desde hace unos pocos años: la Biblioteca Juan Filloy, estupenda selección de lo mejor de la obra del gran maestro cordobés. En cuidadas y atractivas ediciones, la editorial El cuenco de plata lleva publicados más de diez de sus principales títulos, incluyendo sus novelas fundamentales ("OpOloop", "Estafen" y "Caterva", entre ellas), así como algunos de sus cuentos, dramas y palindromos.
            Releyendo Tal cual he vuelto a celebrar su prosa excesiva y obsesiva, que es a la vez característica, fascinación, sello y obstáculo en la prosa filloyana. O, si se quiere, es muestra cabal de su empecinada autoexigencia, que lo llevaba a buscar lectores competentes a los que por eso escogía y les zampaba sus obras heterodoxas, originalísimas y siempre arduas.
            En estos cuentos conviven las vidas de inmigrantes con la criminalística, la locura, la coprolalia, la psiquiatría, el derecho y la traición, así como pasiones sexuales narradas como en su época no se hacía y todo en un tono de erudición abrumadora e imaginación desaforada, típicas de este hombre y este escritor que fue absolutamente impar. Por eso cuesta tanto leerlo, ciertamente. Y desde ya que no faltarán los que piensen que Filloy es hoy antimoderno, pero cuánto placer produce sumergirse en sus redes textuales. Yo entré en ellas siendo muy joven y quizás por eso él fue para mí no sólo un maestro de literatura sino también de vida.
            En fin, que no se imaginan cuánto placer me produce ver que finalmente su obra está en las librerías argentinas al alcance de todos los lectores. No puedo menos que celebrar estas decisiones editoriales, que vengo estimulando desde hace más de treinta años, y no me importa si los editores de El cuenco de plata jamás se enteraron de todo lo que yo escribí sobre este maestro y su vasta producción. Filloy ahora vive en su obra recuperada, y eso es lo que importa.

• Enviado por su autor el jurista Andrés Harfuch, leí su estupendo libro El juicio por jurados en la provincia de Buenos Aires. Material extraliterario, desde ya, pero lleno de ideas interesantísimas, incluso apasionantes, acerca de uno de los grandes temas que el Derecho Argentino se resiste a debatir. Iniciado en Córdoba y luego en Neuquén como forma de justicia directa, y propuesto pero frenado en casi todo el país, al menos ahora el juicio por jurados que ordenaba ya la Constitución de 1853 está entrando en la agenda jurídica nacional. No es poco, y Harfuch es, sin dudas, uno de sus pioneros y notable teórico. Muy recomendable para abogados, escribanos y gente del oficio. (Editorial Ad-Hoc).

• Otro libro heterodoxo pero capaz de calar profundo en los lectores, es el ensayo histórico de mi comprovinciana Clara Beatriz Korytnicki, titulado Desnudando mi origen y que es uno de los trabajos más vívidos sobre el horror de Auschwitz y el nazismo. Es la historia de la madre de la autora, quien aún vive (tiene 94 años) y es en el Chaco un testimonio vivo del Holocausto, con sus escalofriantes números sellados en el antebrazo. Este libro recupera su memoria viva y saca a la luz, expone y analiza éticamente el sentido mismo de la supervivencia. Mucho más que una memoria familiar, el relato de Irene, la sobreviviente, es un llamado de atención a la conciencia de la humanidad. Conmovedor y necesario. (Cospel ediciones).

• Finalmente, en estos días leí también Los derechos políticos de la mujer, un estupendo estudio de sociología política y de género, esencialmente acerca de la evolución del derecho al voto femenino en la historia argentina. Su autora es Silvana Palermo, docente de la Universidad Nacional de General Sarmiento, quien hace un rescate crítico de los proyectos y debates parlamentarios al respecto entre 1916 y 1955. Un tramo fascinante del libro, por cierto, en el que se pueden leer los argumentos en favor o en contra del voto, según fueron las posiciones de decenas de hoy célebres legisladores. (Jefatura de Gabinete - UNGS).

lunes, 27 de enero de 2014

JOSE EMILIO SE FUE A CAMINAR POR AHI

Ha muerto el poeta mexicano José Emilio Pacheco. Como acaba de escribir mi amigo venezolano Catire Hernández: "Salió ayer domingo 26 de Enero a buscarnos por esas calles silenciosas y oscuras y luminosas". Fue un grande, talentoso y divertidísimo amigo. En la única foto en la que estamos juntos, en Sevilla y hace años, estamos orinando una pared. Luego escribí este minitexto que publiqué en mi "Soñario":

El pretencioso Bonfanti, el Rey y orinar en Sevilla
En el sueño platico con José Emilio Pacheco en Sevilla, mientras orinamos suavemente contra una pared de la judería, en el Barrio de San Bartolomé. Con nosotros están dos poetas: Fernando Operé y otro de cuyo nombre no quiero acordarme y aquí llamaré Bonfanti. Es una madrugada caliente, hemos bebido como esponjas y no hay polis a la vista. Los cuatro alardeamos de las dudosas punterías de nuestros pises hasta que Bonfanti suelta que la primera vez que viajó a España, cuando el peso argentino nos permitía turismo barato, en Madrid se alojó una noche en el Hotel Ritz y después de la cena se encontró en el baño nada menos que con el Rey Juan Carlos. Con el estúpido orgullo de los ignorantes, cuenta que orinaron democráticamente uno al lado del otro, y que al terminar de sacudirse, a la par, no tuvo mejor idea que saludar a Su Majestad en nombre del pueblo argentino mientras se subía el cierre de la bragueta. Por supuesto no le creemos ni una palabra, y la discusión que sigue es perfectamente olvidable.
Estoy de acuerdo en que éste es un sueño inútil, si no fuera que una noche de 1998 los mismos cuatro sí orinamos una pared en Sevilla, bajo un cartel pintado que rezaba: “Por favor no orinen aquí”. Por eso mismo lo hicimos, como cuatro viejos muchachos traviesos y al amparo de estos versos de Pacheco:
   Una gota de lluvia temblaba en la enredadera.
   Toda la noche estaba en esa humedad sombría
   que de repente
   iluminó la luna.

Este artículo, algo más amplio, se publicó en la contratapa del diario Página/12:
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-238668-2014-01-29.html

miércoles, 15 de enero de 2014

Se murió Juan Gelman, murió el Poeta

Esta noche falleció Juan Gelman en México.
Acabo de enviar esta nota al diario Página/12 para la edición de mañana. Esta foto la tomé una noche, cenando, en Brasilia. La otra nos la tomaron en Frankfurt 2010 y nos acompañan Rodolfo Mederos y Osvaldo Bayer.


Ay, sí, digámoslo: lo primero es la desolación, el miedo, el dolor.

Se murió Juan, el poeta. El más grande de todos, el de Violín, el de Gotán, el que nos enseñó a gozar de los diminutivos para la sonoridad contundente de versos inolvidables.

Juan el militante, el que luchó toda su vida por principios que muchos compartimos. Y así encontró una nieta que era, es, un poco hijo, hija, una vida que tiembla, seguro, ahora mismo en Montevideo.

Juan el amigo, el entrañable puteador que se enojaba cuando uno le decía que no fumara, que la cortara con los puchos. La última vez hace poco, en Brasilia, entre cenas y conversaciones interminables como las madrugadas y el calor. Esa noche se fumó más de medio paquete, y yo, pensando que a Soriano ya se lo había llevado el tabaco, le dije que no jodiera más con el pucho. Me retrucó que no jodiera yo, que era un converso y esos son los peores. Y me miró enojado. Y enseguida se rió como se reía Juan, un poco a lo niño, celebratorio de sus propias ocurrencias.

Y también déjenme decir lo primero que sentí: Me cago en la puta que la parió a la Parca. Lo dije, y disculpen pero es lo más profundo y sincero que puedo decir ahora porque, también debo decirlo, hoy fue un día de mierda porque esta mañana se murió otro amigo, de nombre Marcelo, no un gran poeta pero un flor de tipo. Y a las nueve de la noche esta noticia que paraliza, vamos, el doblete es demasiado.

Nos vimos mucho últimamente y siempre tan bien, tan ocurrente y jodón, y tan bien plantado en sus ideas y principios. Deja helado esta noticia canalla, ante la que uno sólo puede hacer lo que hacemos nosotros, los periodistas, los escribidores: contar lo que sucede. Y si lo que sucede es que se murió Juan Gelman, caramba, entonces conjeturemos: ¿Y mañana qué? ¿Cómo haremos para levantarnos y mirar el cielo y pensar en México, su otra patria, su otro entrañable territorio que lo acogió como a mí, como a tantos y tantas de nosotros? ¿Y cómo vamos a leer poesía de ahora en adelante, si ya no va a estar Juan?

Denme una idea de tiempo y medida, porfa, y me pongo a escribir ahora mismo. Eso les dije a los colegas del diario hace un ratito, casi ya las once de la noche y medio lagrimeando. ¿Qué otra cosa hacer sino ponernos a escribir, en homenaje al escriba más grande que teníamos? Yo lo conocí hace como cuarenta años, en la redacción de la revista Panorama. Juan ya era un prócer del oficio, y de la información internacional, y ya entonces daba poca bola. Fumaba a lo bestia, eso sí, pero qué íbamos a pensar, en aquellos tiempos en que nos sentíamos eternos, en los daños del pucho. Y a la poca bola le sumaba ese hablar medio cantadito, como de quien se hamaca en las palabras y eso porque era poeta. Pocos lo sabían, entonces. El culto a su obra vino después, pero la poesía de Juan ya era enorme porque nació enorme.

Durante el exilio no fuimos amigos. No nos dábamos bola, como nos pasó a muchos; eran los tiempos de las diferencias, que también suelen ser un modo de las construcciones. Después vinieron los acercamientos. Por terceros amigos, por gente querida que nos era común y que nos sigue uniendo. Y después fue un largo vino tinto una noche en Buenos Aires, los dos coincidiendo en cuánto amábamos esa ciudad que sin embargo habíamos abandonado. Y después los viajes, su departamento de la Colonia Condesa en el D.F. mexicano, alguna noche inolvidable de whiskies con picada argentina, y después Madrid, y más luego Frankfurt, y Brasilia, y Resistencia a la que nunca pudo venir pero siempre me decía que tantas veces había querido que era como que ya había estado.

Cierto: esta nota es berreta. Por el dolor quizás, por la prisa del cierre. Y porque cuando muere un amigo duelen hasta las palabras que uno encuentra y ni se digan las que somos incapaces de encontrar. Y cuando se muere un poeta que además es el Poeta Mayor de nuestra república, qué palabras va a encontrar uno.

Todo es dolor en esta hora. Dicen que se murió Juan, y entonces qué sé yo qué decir, si la verdad es que en este momento en que despacho esta nota por mail a mí me duele todo.

Descansá en paz, Maestro. Ninguna palabra sonará igual después de vos, querido Juan. •