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jueves, 23 de febrero de 2012

Confesión virginiana


Desde que era un chico, me impresionó una frase que está pintada en una de las paredes de El Fogón de los Arrieros, en Resistencia. Creo recordar que dice: "Un solo ser te falta, y todo está despoblado". No recuerdo de quién la habían tomado, posiblemente de un francés de los años '50. No tiene importancia. Lo que ahora me importa es que parece reverberar en algún rincón de mi memoria, como si pretendiera ocupar un escenario que no le pertenece, o que no debería. Lo cierto es que resuena en alguna pared de mi cerebro, probablemente porque esta noche me siento desolado, completamente vacío, valga el oxímoron, y sólo escribir serena mi espíritu.

O eso quisiera yo. Escribir como mi amiga Angélica, que es la máquina literaria más perfecta que he conocido, toda ella un engranaje de ideas, imaginación y oraciones que embonan para crear belleza y sentimientos. Pienso tanto en mi amiga, como poco le escribo. La quiero tanto como escasamente se lo digo. Pero así es de necio este corazón mío, que al menos ahora, tan distante de mi pueblo y mi casa, apenas tiene resto para leves culpas, minúsculas envidias, ninguna autoindulgencia y acaso sonreir patéticamente hacia la noche, que sabe devorar todo lo inútil.

Quizás deba disculparme, porque sé que este texto es heterodoxo para un blog. Claro que no está probado, aún, que las nuevas tecnologías no soporten desánimos y desamores, pero sí, es cierto que esta reflexión acaso resulte inusual, inesperada en este sitio que visitan los pocos, mudos testigos que constituyen mi preciosa cofradía de piadosos lectores.

He comenzado una nueva novela.

Me disculpan el circunloquio, amigos, amigas, pero sólo ahora veo que es esto lo que quería compartir esta noche. Necesito hacerlo, yo que ya no fumo y casi no bebo, acaso para paliar esta angustia que me doy cuenta que es de esas, bien cabronas, que te imponen la soledad y el desamparo.

No es recomendable empezar una novela en estas condiciones, pero así son las cosas.

Y además en este instante este blog y una irregular página en féisbuc son, diría yo, mis únicas ventanas al mundo. Entonces bien puedo, dada la noche abrumadora, asomarme a respirar.

De todos modos si mañana me arrepiento, volaré esta entrada. Y en tal caso, confío, también me disculparán.

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