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lunes, 10 de octubre de 2011

Homenaje a Alfredo Veiravé


Homenaje a Alfredo Veiravé (Gualeguay 1928 - Resistencia 1991)

UNNE-Humanidades, 6 de Octubre de 2011.

Celebramos hoy a Alfredo Veiravé. Y es justo que así sea. Siempre es bueno hacer ejercicios de memoria, en recuerdo de los grandes. Y ahora estamos a casi 20 años, que se cumplirán el próximo 22 de noviembre, desde que el maestro y amigo nos dejó. Parece mentira, 20 años, la vida de algunos de los que estudian hoy aquí...

Y es a ellos y a ellas a quienes quiero dirigir estas palabras. A los y las más jóvenes, que eligieron hacer de sus vidas un culto de la Literatura. Intentaré contarles quién fue Alfredo, este maestro que hubiera podido ser su profe de Literatura Hispanoamericana. Yo enseñé por años con su libro en la mano, en México, en la Universidad Iberoamericana, y mis alumnos se cansaron de fotocopiar aquella edición de Kapelusz que aún conservo, deshilachada hasta el agobio, y que hoy, penosamente, quisiera no pensar que aquí casi nadie lee... Y si es así se lo pierden, como seguramente se pierden tantos libros y autores los estudiantes de esta universidad, y de tantas otras, porque llegan a la Literatura Argentina siguiendo un canon municipal, recortador y cortito, más bien mezquino y ninguneador. Y en el que no está Alfredo Veiravé como no están Daniel Moyano, Juan Filloy o Amalia Jamilis.

Pero no voy a hablar de merecimientos, y sí, en cambio, de un hombre que no sólo fue en varios sentidos mi maestro, y un amigo mayor, sino que como poeta señaló el camino a muchos. Caminos de lapachos y filodendros, como él tanto quería, senderos de siestas sacramentales y fantasiosos pecados con muchachas que se abrirían en flor a la manera de las orquídeas silvestres. El poeta Veiravé, estoy diciendo, a quien siempre le agradecí íntimamente el haber sido de los pocos amigos que no tuvo miedo de escribir ni recibir cartas desde México, cuando el exilio era una leve condena para nosotros los de allá, y una ardorosa espera para los de aquí.

Cuando regresé en el 83, por cierto, me dio una cálida bienvenida y empezamos una activa amistad plural. Y plural, digo, porque se enmarcaba en otras amistades compartidas: Juanito Rulfo, Edmundo Valadés, Carlos Fuentes, Gustavo Sáinz... Alfredo siempre fue el colega y corresponsal epistolar con el que todos intercambiábamos saludos, comentarios, ideas...

Alfredo tuvo hacia mí la inmensa generosidad de presentar mi primer libro en el Chaco. Una novelita titulada "Luna caliente", premiada y leída en México. Fue en una pequeña librería, hoy extinguida, de la calle Donovan. Y él dijo no recuerdo qué, pero fue hermoso lo que dijo. Por cálido y por sabio, como decía casi todas las cosas. ¡Qué no daría hoy por recuperar ese texto, que he perdido!

Era también, desde luego, un académico respetado y querido. Yo creo que por una muy sencilla razón, la que más ennoblece a los profes de Literatura y a todo gran poeta. Era un enorme lector. Sabía de clásicos y contemporáneos, su mente siempre estaba abierta a novedades y descubrimientos, y para él la Literatura era antes una sopa de arte puro que la búsqueda narcisista de editores o subsidios.

A mí me regaló, además, la única visita a una clase que hice jamás en esta Universidad. Cómo no estarle para siempre agradecido, si ésa fue la primera y la única vez que pisé un aula de Humanidades de esta casa... Ironías de la vida a las que uno se adecua con los años: he pisado tantas en todo el mundo pero la única de mi pueblo, la única de mi casa, por decirlo así, se la debo a Alfredo.

Ahora que escribía estos apuntes, pensaba en una ironía más: a finales de los 80 preparé una antología poética de la obra de Alfredo Veiravé para la más grande universidad de América: la Nacional Autónoma de México. Fue para la serie más popular de aquella casa, y esa edición se agotó varias veces y se lee y estudia aún hoy en México. Por eso celebro tanto, íntimamente, que el azar, como un exquisito radar en la tormenta, nos tiene, a mi maestro y a mí, unidos en aquel país que amo como lo amaba Alfredo, porque él amaba a Alfonso Reyes y a Octavio Paz, a Juan Rulfo y a Homero Aridjis y Marco Antonio Campos y tantos poetas más... Por eso agradezco a Alejandra Liñán esta invitación, porque en parte mitiga el fastidio de ese como doble exilio a que nos obligan ciertas mezquindades de esta comarca.

Alfredo fue también hincha de Chaco For Ever, y no es un dato menor. Eso fue hace muchos años ya, cuando For Ever era una escuela futbolística y esta aldea respetaba más a los humildes y a los locos clarividentes que a los ignorantes con doctorado en letras.

Más de una vez fuimos, o nos encontramos, en las cascajientas tribunas del viejo estadio de hierros y maderas, sobre la chaqueña avenida 9 de Julio. Y tengo la memoria de un partido que perdimos injustamente, en algún torneo nacional, tras lo cual él salió apesadumbrado y me dijo: "Mejor volvamos a la Literatura, Mempo, que ahí nos va mejor".

Lo cual, siendo verdad, no era una verdad completa. Claro que Alfredo, que en cierto modo y poéticamente era un alma blanca, yo digo que no lo sabía. En la gran literatura siempre nos va mejor, desde luego, pero como solemos vivir en la pequeña en ella primero hay que saber sufrir, como estableció para siempre Homero Espósito, en "Naranjo en flor"... Y si Alfredo no sufría, o lo disimulaba muy bien, se debía a que era un maestro también para sobrellevar ciertos ninguneos, y por eso, como todo gran poeta, apostaba a la sencilla posteridad del recuerdo de sus versos en boca de las muchachas del país y en día domingo, como dice uno de sus más bellos poemas.

Querría decir también y sobre todo para ustedes, estudiantes, que Alfredo Veiravé es uno de los grandes poetas argentinos del Siglo XX. Me pregunté todo el día, y desde ayer, cómo transmitirles esto a ustedes, cómo garantizarles que están pisando las aulas y los pasillos que fueron senderos de un enorme poeta nacional... Aunque en el diario La Nación de hoy mismo ni se lo nombra como hito de la literatura argentina. Aunque ninguna calle lo recuerde (no sé en Gualeguay), Alfredo fue un poeta como dio pocos nuestra tierra... Quizás Lugones, sin dudas Borges y ahora Juan Gelman o Diana Bellesi. De esa misma estirpe tuvimos, aquí en el Chaco y como de pasada, al poeta que escribió los versos memorables de "La larga noche de los ancianos", por ejemplo.

En México se venera a los poetas, en Chile también. Incluso en Nicaragua, Centroamérica, y ni se diga en el vasto y plural Caribe... Yo he visto en esas geografías algunos santuarios de poetas, casas de narradores, monumentos a creadores de rimas infantiles, como hacen en Bogotá con Rafael Pombo. Conocí, azorado, la Capilla Alfonsina (que así se llama la magnífica biblioteca de Alfonso Reyes). Y todos los años, cuando viajo a dar mis cursos en la Universidad de Virginia, Estados Unidos, visito en silencio el dormitorio que fue de Edgar Allan Poe. Está sobre la calle principal de la universidad, justo enfrente de la Biblioteca Alderman, donde se atesoran una colección de manuscritos de William Faulkner y los documentos fundacionales de Thomas Jefferson.

En todos esos lugares se hace un culto de sus literatos, y los visitantes desfilan religiosamente ante poemas como "El cuervo" o cuentos memorables como "Una rosa para Emily"... Dejo unos puntos suspensivos y me pregunto qué hito tiene nuestra ciudad del mayor poeta nacional que pisó sus calles durante varias décadas. El antecesor y padre, en cierto modo, del respeto que hoy todos sentimos por el querido Aledo Luis Meloni. Alfredo también abrió ese camino, estoy diciendo. Porque como Alfonso Reyes o su amigo Gabriel García Márquez, Veiravé fue un hombre universal, enciclopédico, casi renacentista.

No digo en Gualeguay, digo en esta Resistencia plagada de lapachos, chicharras, enanos y aspirantes a glorias regionales, ¿cuánta gente lee hoy a Veiravé? ¿Quién estudia su poesía, aquí, en esta Universidad Nacional del Nordeste en la que él pasó casi todas las horas de su vida académica? ¿No es hora de que la custodia y el homenaje cotidiano a la obra de Alfredo deje de ser sólo el bello esfuerzo empecinado de una viuda abnegada, la entrañable Pía?

Digo, no lo sé. O lo digo como dijo Juanele Ortiz, ese otro maestro entrerriano al que Alfredo rendía culto: "Deja las letras y deja la ciudad"... Así ironizó Alfredo su lugar de poeta local en "Las carabelas de Colón".

Alfredo fue premiado muchas veces y en muchas ciudades y países. Los eximo de tediosas enumeraciones, y básteme decir que doquiera que voy, y pronuncio su nombre, alguien se yergue y lo recuerda, admirativo. Eso significa que su poesía sigue viva; que pasan los años, dos décadas ya desde que partió, y la sonoridad no se atenúa. Como un hernandeziano rayo que no cesa, la poesía de Alfredo Veiravé es alba, río y presencia; es radar, ángel y redes y un jardín de la memoria. Es un punto luminoso de la máquina del mundo, historia natural de un imperio milenario; y es un laboratorio central de la poesía.

No se es grande por ser local, regional o de tal o cual comarca. Se es grande cuando se escribe una gran obra. Que hace una ética de la estética; que establece coordenadas de futuro y hace docencia en el aire, en las voces que declaman sus versos con la suave naturalidad de un sol en primavera.

No me resisto a terminar estas palabras sino es compartiendo, como final, el "Poema Final" de Alfredo, que es de una belleza serena, resonante y límpida. Escúchenlo, léanlo de pie...

3 comentarios:

  1. Como dije en un comentario de La Nación, el mejor antídoto contra cualquier crucifixión es el cuento de Borges "El evangelio según Marcos". Tenés que empujar la colección "Los ninguneados" en donde pondrías a los autores marginados por la "Academia". Cedo el título y los derechos de autor.

    carlos.tábano@gmail.com

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