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viernes, 25 de diciembre de 2020
Elogio del Villancico
jueves, 24 de diciembre de 2020
Mi Cuento de Navidad, en Página/12, como todos los 24 de diciembre:
El Dr. Morán, balazo y purificación
Para Celeste, con amor
La mañana de Navidad en que Rodrigo Morán fue ajusticiado de un balazo en la nariz, en todo el pueblo se respiró un aire purificado.
Como si el estampido que quebró el amanecer hubiese abierto los pulmones de la población, nadie salió a las calles a festejar pero todos supimos que hubo miles de celebraciones íntimas. El pistoletazo se vivió justiciero como aplastar a un alacrán de un pisotón.
Aquel 24 de diciembre la peste asolaba implacable y por igual a temerosos y atrevidos, conscientes y negadores. El miedo era macizo y duro, como de granito, y alteraba los ánimos como cuando estalla el hervor del dulce del leche sobre la hornalla y hace saltar la tapa de la olla. El efecto metralla desata el caos en la cocina y en las gentes, y las consecuencias son imprevisibles.
La tarde anterior yo había terminado de escribir la carta que pensaba hacer llegar al diario del pueblo esa mañana, justo antes de irme para siempre. Era insostenible que el Doctor Rodrigo Morán siguiera en su puesto, atrincherado en el segundo piso de esa casona de la Calle de las Margaritas, después de haber prohibido que se probara la vacuna mágica de la Abuela Mercedes, que todos confiábamos en que era la única infalible quizás no para curar la peste pero sí para prevenir más contagios, de igual modo que todos sabíamos que para Morán lo único infalible era un toco de dinero, como también sabíamos que la Abuela Mercedes en eso no transaba.
Cuestión que el estampido que produjo el balazo, justo a las seis y cuarto de la mañana, no sólo quebró el aire sino también el ánimo del pueblo, que salió a la calle pero no a preguntarse qué habría pasado, porque todos supieron siempre que un balazo aquí sólo podía tener un destinatario. De manera que todos fueron hacia allá, o sea hasta el edificio de Las Margaritas donde residía y tenía despacho el Doctor Morán. Un balazo en este pueblo no podía convocar a nadie a otro sitio.
Sobre la vereda había poca gente, pero la calle estaba repleta, de esquina a esquina. Todos miraban, en silencio sepulcral y casi sin rumores, cómo la puerta estaba cerrada pero con el candado abierto y a la vista. Y aunque alguno dijo después, y otros creyeron ver, que un extraño personaje había huído tropezando con una sábana blanca, como traída por el viento desde el otro lado de la calle, también se dijo que el bombero Leandro, único en el mundo que jamás había apagado un incendio, juraba haber visto a un viejo con pinta de sabio medieval, o de cura anciano, corriendo con la sotana alzada y gritando que siempre había querido cortarle los huevos a Rodrigo Morán. Lo cierto es que el vecindario entero se movía apenas y todas las gentes más que gente parecían espectros murmurosos.
No puedo decir que era encantador el espectáculo, pero de pronto había como un aire limpio que soplaba en la calle, libre como el viento, y mirando al público que no dejaba de llegar en porfiado silencio, como espectros rulfianos, a mí se me dio por acordarme de otras, antiguas lecturas navideñas de cuando era muchacho y la Abuela Mercedes cantaba canciones de Lorca sobre el amor y la eternidad:
Vestida con mantos negros
piensa que el mundo es chiquito
y el corazón es inmenso
Y me acordé de cuando años atrás llegó Morán al pueblo y dijo que era juez y que el gobernador y el ministro y cuantimás y todo empezó a cambiar. Y a mí me eligió para su secretario y yo como un imbécil acepté con tal de ganar unos pesos y figuración. Y entonces empecé a encubrirle sus chanchullos, cobrar sus gabelas, disimular sus coimas y ni cuenta me dí del diario transcurrir de los chismes primero y las protestas sordas después, ni de que la gente del pueblo poco a poco fue dejando de saludarme. Quizás porque yo era el único que entraba a esa casona en cuya puerta, del lado de adentro, había un par de manos clavadas a la altura de los ojos. Como manos vivas, no de goma ni de utilería, manos de álguienes que habrían vivido quién sabe cuándo y cuánto, y que incluso daban la impresión de que si uno las tocaba seguro respondían.
Afuera, en la calle, parecía hervir el gentío, como dispuesto a una revuelta que dejaría un tendal de cadáveres que luego sería imposible reconocer porque habría de todo, decapitados a hachazos y muchos con las manos incineradas con sopletes para que nadie jamás pudiera identificarlos. Quizá las de la puerta de la casona eran manos como ésas, de tiempos de más antes, de cuando mi viejo al morir me pidió que huyera de ese pueblo.
Tiempo después y tras cortas investigaciones se dijo que el responsable no diré del crimen, pero sí el responsable del balazo, no había sido yo sino el pueblo, fuenteovejunamente. Nadie había ajusticiado al Doctor Morán, que murió de un balazo en la nariz que disparamos todos y todas, grandes y chicos, y que además expulsamos su cuerpo y alguien dijo después que fue bendecido esa misma tarde en una iglesia metodista del Arroyo Viejo por un pastor tartamudo de traje y anteojos negros que le cobró un platal a no sé quién para no enterrarlo sin rezo.
La pueblada y no otra cosa, ni persona ni institución, fue la responsable de quitar de inmediato y para siempre aquellas manos de la puerta de Las Margaritas. Quizás por eso el aire después del mediodía, aquel 24, pareció purificado. Lo que llevó a la ciudadanía a conjeturar que esa Navidad se había hecho Justicia, aunque no Divina. @
viernes, 18 de diciembre de 2020
Apuntes de la Errancia / 34 Las Malvinas y una Nueva Constitución
Apuntes de la Errancia / 34
Las Malvinas y una Nueva Constitución
Constituciones de otros países sí delimitan con detalle sus territorios, como la Constitución de México de 1917, la Bolivariana de Venezuela de 1999 o la Ecuador en 2008. Pero lo que sí hizo Argentina en la Constitución de 1949 fue institucionalizar con precisión el concepto de soberanía, derivado de la conciencia que tenía Arturo Sampay, jurista entrerriano que fue el padre de la Constitución de 1949, quien definió que los ríos interiores debían ser de "inalienable soberanía argentina", subrayando así el derecho de libre navegación, pero condicionado "a la decisión del Estado argentino”.
Como tod@s sabemos, la Constitución de 1949 fue derogada en 1956 (luego de feroces bombardeos y cientos de civiles muertos) mediante un grotesco decreto militar que retrocedió casi 100 años al restablecer la de 1853.
La historia constitucional argentina está llena de contrasentidos. Casi 40 años después de aquella anulación autoritaria fruto de un golpe de estado, la reforma del 94 emparchó la cuestión al establecer que “La Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional”.
Pero ahora, un cuarto de siglo después, Cholvis nos enseña que tampoco ese objetivo se pudo alcanzar. Porque "el invasor inglés –dice él– mantiene y agiganta su presencia en los espacios terrestres y marítimos que ocupa". Y se niega a entablar conversaciones sobre soberanía y no respeta las resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Entre ellas, y fundamental, la resolución 2065 establecida por dicha asamblea hace más de 50 años.
Es curiosa y muy llamativa, en mi opinión, la falta de conciencia y conocimiento que hay hoy en la población argentina respecto de todo esto.
Sí se recuerda “la guerra de Malvinas” y la efímera recuperación en 1982. Pero no hay claridad acerca de los reclamos de soberanía y el verdadero estado colonial de hecho, ni mucho menos hay conciencia de las erráticas políticas que algunos gobiernos argentinos instrumentaron en nuestro perjuicio. Y a estas cosas hay que decirlas aunque duelan, porque más allá del heroísmo de muchos de nuestros soldades, el retroceso posterior a la guerra del 82 fue muy grande. Hoy solamente se han consolidado los supuestos derechos de Inglaterra, no los nuestros.
Y es que los gobiernos democráticos argentinos insistieron con los reclamos de soberanía, es verdad, y aprobaron leyes para penalizar operaciones petroleras y el tráfico marítimo, pero Inglaterra jamás aceptó condición alguna. Ni las acepta ahora, y menos después de los infames retrocesos de lo que Cholvis llama "la línea capituladora", o sea traidora, que encabezaron desde 1990 Carlos Menem y Mauricio Macri, con sus cancilleres Domingo Cavallo, Susana Malcorra y Jorge Faurie.
El acuerdo firmado el 13 de septiembre de 2016 entre Malcorra y el vicecanciller inglés Alan Duncan, satisface todas los exigencias de la Corona Británica para explotar recursos, pesca, hidrocarburos, vuelos aéreos, y no contempla ningún beneficio para la Argentina. Esto es tremendo, y fue ocultado por el gobierno macrista cuando la canciller Malcorra, en el Congreso, hizo el cuento de poner “bajo un paraguas” la discusión de la soberanía, lo que era contrario a la resolución 2065 que el gobierno de Arturo Illia había logrado.
Así volvimos a ese viejo “paraguas” de la época menemista, que permitió el avance británico sobre el Atlántico Sur, aprovechando, de hecho, la renuncia argentina a la soberanía sobre recursos y territorios. "Con esta declaración –dice Cholvis– se entregó todo a Londres, a cambio de nada".
Desde entonces Inglaterra se aseguró la exploración y explotación de todos los recursos, y encima con nosotros cooperando para que ellos desarrollen sus actividades en forma pacífica y sin mención alguna a la soberanía como punto de negociación. Omisión que según Cholvis generó "una inaceptable renuncia tácita del gobierno argentino no sólo a Malvinas sino al reclamo soberano del Atlántico Sur".
Algunos pueden no gustar de estas palabras, pero en la práctica hoy Gran Bretaña controla casi dos millones de kilómetros cuadrados, incluyendo pesca y exploración petrolera. Y para colmo, ahora los malvinenses son parte de las conversaciones y acuerdos sobre exploración y explotación, como si fueran un Estado. Esa fue la traidora política de Malcorra y Macri, que significó, como dijo Alicia Castro, ex embajadora argentina en Londres, un “enorme retroceso” en soberanía y en no denunciar la “creciente militarización” y el usufructo de recursos naturales nuestros, pero que explotan ellos.
Y todo lo cual sólo ahora, y con lucidez y buen tino, está reparando el gobierno nacional.
Arturo Sampay decía que las naciones son "estructuras colectivas vitales", que a diferencia de las individuales, no están sometidas a decrepitud y muerte biológica. Sólo una Nueva Constitución nos asegurará un Estado capaz de apuntalar nuestros derechos. Por eso Cholvis sostiene que en la futura Nueva Constitución el tema Malvinas deberá figurar "desde el nuevo Preámbulo, y en normas claras, absolutas y unívocas para ser cumplidas" por todo gobierno futuro. @