Lecturario # 70. Lavin, Beltrán, Sefchovich, Belausteguigoitia y Gómez Benet. Vetti. Gorodischer, Feria de Cali.
* Leo un libro impactante, que me urge recomendar si bien sé que no es fácil conseguirlo en Argentina. Se trata de "El cuerpo femenino y sus narrativas", un muy lúcido trabajo a diez manos que tejieron cinco notables escritoras mexicanas, algunas de ellas muy reconocidas y, para mi orgullo, además queridas amigas desde muchos años. Particularmente Mónica Lavin, Rosa Beltrán y Sara Sefchovich, cuyos textos son de una inmensa sabiduría y sensibilidad. Y no lo son menos los trabajos teóricos de las dos coautoras, a quienes no conocía: Nuria Gómez Benet y Marisa Belausteguigoitia.
El primero de los ensayos, de Nuria, arranca con una original tesis acerca de los pechos femeninos y con un ritmo que afirma luego el libro. Lo sigue el trabajo de Mónica, a quien conocí hace más de treinta años cuando ella asistía a mi taller literario en la Colonia Guadalupe Contreras, de la capital mexicana y ya era la promesa de escritora que es hoy. Este trabajo gira en torno a lo que su título anticipa, "Narrativas del cuerpo": notable reflexión para nombrar el cuerpo, la piel, el amor.
El tercer trabajo es de Marisa, se titula "Tiempo y movimiento: Mujeres, jóvenes y la literatura Go". Allí reflexiona sobre el cuerpo pero con detención en los juegos, el tiempo lúdico y la política. Muy original. Y luego sigue el texto de Rosa Beltrán, "Mujeres que importan", en el que partiendo de evocar a Libertad Lamarque en la vieja película "Besos brujos", urde un texto muy agudo sobre la cuestión de la devolución de la honra y en el que propone que "leer es un acto travestista, y es un acto radical también".
El quinto y último ensayo es el más, diría yo, literario, y es obra de Sara Sefchovich, reconocida académica y militante: "¿De qué hablamos cuando hablamos de escribir?" es el título, y en el desarrollo impacta la solvencia de su tesis de que escribir es ir contra el mundo. Yo conocía algunos de sus trabajos feministas iniciales, de los años 80 y 90, pero este texto, además, me alucina por su calidad literaria y su sabiduría, originalidad y buen decir. (Difusión Cultural, UNAM, México).
* Otro libro en el que me detengo es "Entre las hojas", de Cecilia Vetti, una narradora que del barrio de Boedo se mudó al sur bonaerense llevando en sus carpetas las vidas clasemedieras de los viejos tiempos peronistas. También ella participó, hace años, del taller literario que sostuve durante más de un lustro en el barrio porteño de Coghlan. Ahora la encuentro como de casualidad, en este libro de poemas cuyo título evoca obviamente a Augusto Roa Bastos.
Cecilia, ya hace años, escribía cuentos en tono costumbrista, de amores de tango y familias inmigrantes. Cuentos con escuelas de barrio, y clubes, y familias, y amores que parecían retornar en cada texto. En tonos íntimos, como de tangos cantaditos al oido, siempre me gustaron sus cuentos con calles de tierra, vecinos, parientes, radios y los inicios de la televisión. Las tías de sus cuentos eran personajes preciosos: Lisa, Maruca, creo recordar una que se llamaba Elvira en un cuento muy arltiano. Todos sus textos parecían escritos para ser leídos en voz baja, porque eran suavecitos incluso en sus tragedias.
Cecilia, ya hace años, escribía cuentos en tono costumbrista, de amores de tango y familias inmigrantes. Cuentos con escuelas de barrio, y clubes, y familias, y amores que parecían retornar en cada texto. En tonos íntimos, como de tangos cantaditos al oido, siempre me gustaron sus cuentos con calles de tierra, vecinos, parientes, radios y los inicios de la televisión. Las tías de sus cuentos eran personajes preciosos: Lisa, Maruca, creo recordar una que se llamaba Elvira en un cuento muy arltiano. Todos sus textos parecían escritos para ser leídos en voz baja, porque eran suavecitos incluso en sus tragedias.
Y ahora, vaya uno a saber por qué, en una mudanza de estantes se me aparece de nuevo la Cecilia Vetti con este poemario de título inesperado y adentro un tesoro de poemas, narrativos, conceptuales, de versos sencillos o de inquietos interrogantes, algunos incluso feroces. Un poemario irregular, quizás, pero escrito como en pelotas, o como quien se desnuda en la senectud. Mis respetos, entonces, y a leerla, me dije. Para descubrir a esta poeta experimentada, nada ingenua y de infrecuente profundidad. No ha de ser fácil encontrar sus libros, pero quien los encuentre los disfrutará, seguro, y después me cuenta. (Editora RyC)
* Hablando de mujeres, escritoras y feministas, yo ya sé que no soy objetivo cuando me refiero a mi amiga-hermana Angélica Gorodischer, ese ícono de Rosario que no deja de sorprenderme con su producción, que sigo paso a paso.
Ahora es el turno de otra colección de cuentos, titulada "Coro". Un trabajo –más bien un divertimento de lo más serio, para decirlo en términos gorodischeanos– que consta de 12 cuentos emparentados por sus títulos de cuatro letras y por la imaginación impar de Angélica, cuya prosa es capaz de jugar con total seriedad entre lo casual y lo profundo, como entre lo significante y lo banal.
"Coro" es una delicia de libro, que se desplaza ante quienes lo leemos con la blancura de las calas que ilustran la portada y a la vez con lo oscuro de esas tramas densas que Angélica maneja a las maravillas, y que sabe encarar en prosa jodona pero con absoluta seriedad. Mis cuentos favoritos: Casa, Coso, Cura, Cara. Intensos ejercicios de imaginación, esa materia de la que Angélica tanto sabe. Pero dije "favoritos" sin exclusiones, porque todos, la docena completa, componen una lectura preciosa.
Súper recomendable este libro, corran ya a las librerías, que todavía quedan. Librerías, digo, sobrevivientes de estos cuatro últimos años de saqueo. Y lo dije nomás. (Emecé)
* Visité en Noviembre la Feria del Libro de Cali, Colombia, y como siempre me sucede, recibí un montonal de libros. Acaso por tratarse de encuentros anuales, las ferias librescas son las únicas oportunidades en las que autores/as recibimos docenas de ejemplares. Que te regalan colegas que, espontáneamente planificados, se acercan con timidez o audacia para entregar sus papeles (finalmente un libro es un manojo de papeles) llenos de ilusión, de esperanzas y también de angustias. Ante lo que uno se confiesa impotente, porque es matemáticamente imposible leer todo. Es decir, lo que uno desea y necesita leer, por las razones que a cada quien se le antojen.
Lo cierto es que, sometido a la hojarasca que parece que llena la habitación del hotel, llena también del sentimiento de culpa y frustración que uno sabe anticipadamente que sentirá por no poder cumplir con la devoluciòn que l@s autor@s esperan. Aunque a veces elegantemente digan que no esperan, pero sí esperan, siempre esperan. Y tienen derecho.
Lógicamente, igual siempre es imposible leer todo lo que se recibe, no hay tiempo que lo permita. Entonces imagino que cada colega desarrolla una estrategia para estos casos. La mía suele ser la siguiente: Suelo darle a cada libro no solicitado un módico changüí de 20 páginas o dos cuentos o tres o cuatro poemas. O bien leo cachitos y veo si me engancho.
Y punto, que hasta hoy esto era un secreto personal.
Pero viene a cuento porque me sucedió en Cali que inesperadamente tuve en mis manos "Falo de liebre", un interesante libro de Alberto Rodríguez, cuentista caleño que conocí hace muchos años. Y entré en sus relatos, que leo y sigo leyendo más allá de ciertas disparidades. "El cementerio de los micos" me interesó especialmente, y los demás, extensos y variados, se dejaron leer. (Schöffer & Fust)
* En ese mismo viaje, de Cali me llevaron a un conversatorio en Palmira, la segunda ciudad del precioso Valle del Cauca. Allí me esperaba, en la bien reputada universidad pública, un nutrido contingente estudiantil, jóvenes curiosos y atentos, conducidos por un grupo de también jóvenes profesores y estudiantes, quienes me sometieron a un interrogatorio infrecuente. Y asombroso, porque eran –son– chicos y chicas muy informados y mejor formados, se ve que lectores agudos. Y la sorpresa fue mayor al salir del auditorio, cuando alguien puso en mis manos una revista titulada "Luna Nueva. Revista para nocheros". Que no es lo que parece, ni cursi ni calenturienta, ni de pésimos bardos ni para noctámbuos al cuete. No, señoras y señores, nada de eso. Al menos el número 45 de esta revista que no sé con qué periodicidad se edita, pero que denota años de estar en manos de editores y lectores tenaces, me pareció excelente. La edición misma es impactante. Mas de 150 páginas bien ilustradas y mejor impresas, dedicadas a poetas colombianos, la gran mayoría muy jóvenes, chicas y chicos, much@s talentosos, hipersensibles, con una potencia y profundidad que me impresionaron.
Sin un solo golpe bajo ni recursos facilongos, para mí fue fantástico, además, porque se ve que est@s chic@s sí leen. SON LECTORES, vamos! Y lo escribo con mayúsculas, a ver si queda claro para tant@ principiante y bienintencionad@ que versifica en mis pampas. Y así regreso a Cali, disfrutando esta revista en el bus. @
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