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lunes, 16 de abril de 2012

Domingo en Brasilia

Participo de la 1a. Bienal del Libro y la Lectura de Brasilia. Una ciudad asombrosa, monumental, que acaba de cumplir 52 años y está mucho más bella que cuando vine por primera vez, hace unos veinte años.

Los escritores invitados somos, la gran mayoría, hispanoamericanos: Antonio Skármeta (Chile), Héctor Abad Faciolince (Colombia), Mario Bellatin (México), Senel Paz (Cuba) y Juan Gelman, Samanta Schweblin y yo por Argentina. Todos coordinados y atendidos por el narrador y periodista carioca Eric Nepomuceno. También están la norteamericana Alice Walker, el paquistaní Tariq Ali y el Premio Nobel 1986, el nigeriano Wole Soyinka. Pero a mí lo que me dio más gusto fue reencontrarme con tipos entrañables como Juan, Eric y Senel. Los escritores siempre estrechamos lazos leyéndonos, desde luego (o así debería ser), pero la verdad es que la amistad entre escritores se amasa, sobre todo, en este tipo de encuentros.

Ayer sábado fue un placer abrazar una vez más a Juan Gelman, a quien no veía desde Frankfurt 2010. Está espléndido y a sus 81 años sigue siendo el gran poeta americano, para mí el mayor de nuestra lengua, hoy. Ofreció una lectura por la tarde, acompañado y traducido por Eric. Unas doscientas personas asistimos a su lectura precisa, suave y rítmica, aunque soportando el pésimo sonido y la absurda iluminación de un salón que parecía de circo. Sólo la gran poesía de Juan podía imponerse a tan penosa escenografía. Y lo hizo, por deliciosa, profunda y bien leída.

Después, y para celebrarlo, los tres argentinos cenamos en un restaurante italiano muy decente, "Don Romano", invitados por el secretario de cultura de nuestra embajada, Lucas Gioja, y su esposa Jimena, dos jóvenes y encantadores diplomáticos argentinos. Por supuesto nos acompañó también Eric y yo me permití invitar a Senel, el gran narrador cubano autor de "Fresa y chocolate" y amigo mío desde 1985 cuando durante dos semanas trabajamos juntos como jurados del Premio Casa.

Hoy domingo, luego del desayuno, salimos a turistear Samanta, Senel y Héctor Abad Faciolince, que acababa de llegar de Bogotá. Digo turistear porque esta ciudad es impactante y bella pero no para caminar; aquí no hay veredas ni senderos, sólo grandes avenidas y autopistas. Y como todo es monumental, todo está muy distante. Aquí se realiza, o se reinicia, el viejo sueño imperial brasilero en su mayor expresión.

Una enorme meseta a 1.100 metros de altura sobre el nivel del mar, en los tupidos bordes del Mato Grosso, alberga una ciudad colosal rodeada de 15 ciudades satélites. Programada hace medio siglo para 600 mil habitantes, ya ronda los tres millones. Y en tanto capital de esta desmesurada república, no podía tener sino lo que tiene: un centro cívico-político de tres kilómetros de largo, con 10 enormes edificios ministeriales a cada lado de una avenida parquizada y de una amplitud de unos 300 metros de ancho. Al fondo del conjunto, profusamente arbolado y abierto al cielo como dos inmensas manos, el Congreso se eleva en forma de dos rascacielos paralelos, a la izquiera del cual está el palacio presidencial (el Planalto) y a la derecha la Suprema Corte de Justicia.

El conjunto me recordó al Mall de Washington D.C., que así se llama la amplísima plaza que tiene de un lado el Congreso y del otro el Obelisco y que está rodeada de un fenomenal y admirable conjunto arquitectónico de museos que se conocen como Smithsonian Centre. Y también me recordó a otras viejas ideas imperiales que en el mundo han sido: París y Roma, sin ir muy lejos. Berlín mirada desde la Puerta de Brandeburgo. Y especialmente San Petersburgo, también diseñada para ser capital del gigantesco imperio ruso, antes de llamarse Leningrado durante algunas décadas que hoy los mismos rusos no quieren ni recordar.

Mañana les cuento más, porque hay mucho más para compartir. Hoy domingo visitamos la Catedral, el Museo Nacional del Conjunto Cultural de la República y la Biblioteca Nacional. Impresionante todo. Monumental, sorprendente y muchos adjetivos más. Pero sobre eso, que bien valió la pena, escribiré mañana.

Ahora sólo decir que después, a la noche, la lectura y diálogo estuvo a cargo de Héctor Abad y Mario Bellatin. Estuvo bueno, pero ahora me eximo de seguir. Necesito dormir, quizás porque estoy demasiado lleno de las inmensidades de este país imposibilitado de ser modesto.

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