"La idea superior del Derecho a Leer como un nuevo derecho civil merecería —algún día, en alguna reforma— ser incorporado a las Constituciones Nacionales americanas. Porque leer, como algunos venimos postulando en nuestra América, es un derecho inherente a los pueblos, en tanto les provee y fortalece el concepto de libertad y les ayuda a convertirse en ciudadanos de la democracia. Entonces debe ser garantizado por la Constitución (...) Toda sociedad democrática necesita leer, aunque no lo sepa, y por lo tanto todo Estado debe garantizar que la lectura sea un bien común, y que ese derecho se ejerza con absoluta libertad (...) La lectura en voz alta, que vengo proponiendo como la más extraordinaria estrategia para generar el deseo de leer y estimular su práctica, se basa exclusivamente en despertar las ganas mediante la emulación de algo placentero y hermoso. Proponer que se lea en voz alta, y hacerlo, es uno de los actos más libres que pueden imaginarse, y nadie, ni los padres ni los maestros ni los niños están obligados a nada, en ningún momento."
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domingo, 29 de abril de 2012
Mi conferencia del viernes 27 en Rosario
"La idea superior del Derecho a Leer como un nuevo derecho civil merecería —algún día, en alguna reforma— ser incorporado a las Constituciones Nacionales americanas. Porque leer, como algunos venimos postulando en nuestra América, es un derecho inherente a los pueblos, en tanto les provee y fortalece el concepto de libertad y les ayuda a convertirse en ciudadanos de la democracia. Entonces debe ser garantizado por la Constitución (...) Toda sociedad democrática necesita leer, aunque no lo sepa, y por lo tanto todo Estado debe garantizar que la lectura sea un bien común, y que ese derecho se ejerza con absoluta libertad (...) La lectura en voz alta, que vengo proponiendo como la más extraordinaria estrategia para generar el deseo de leer y estimular su práctica, se basa exclusivamente en despertar las ganas mediante la emulación de algo placentero y hermoso. Proponer que se lea en voz alta, y hacerlo, es uno de los actos más libres que pueden imaginarse, y nadie, ni los padres ni los maestros ni los niños están obligados a nada, en ningún momento."
sábado, 21 de abril de 2012
Completando el retrato de Brasilia
El jaleo de YPF me forzó a interrumpir lo que venía contando de Brasilia y su Bienal del Libro y la Lectura. Comprensiblemente, desde ya. Porque la recuperación de YPF fue una decisión importantísima que puso a toda la nación a pensar y, espero yo, también a repensar lo que en otras ocasiones ha votado ella misma.
Pero ahora necesito terminar aquellos apuntes, en parte porque las impresiones de mi viaje a Brasilia siguen vivas y otro poco porque la vida de un escritor no debe ser, me parece, una vida de figura pública destinada sólo a opinar certeramente sobre esto y aquello. Yo no acuerdo con eso, y de ahí que siempre me impuse un tono discreto en mis pronunciamientos. Que los tengo, está claro, pero como digo, pocos y discretos.
Ésta fue la segunda vez que fui a Brasilia. De mi primera visita, en 1988, ya mencioné algo en estas memorias. Y lo que siempre recordé de aquella ciudad fue la torre elevadísima que domina la meseta y desde donde la vista llega hasta el Planalto y el Congreso. No me había gustado nada esa ciudad.
Sin embargo ahora, casi un cuarto de siglo después, me encantó. Quizás porque ahora sí es una ciudad, con ritmo y personalidad propias. El lago que se entrevé desde los más diversos puntos, la impresionante hotelería, la simetría y el diseño como marcas de una arquitectura monumental, y la inteligencia en la disposición de todo, sobre lo que fue una selva, son fantásticos.
En nuestro paseo dominical recorrimos, durante varias horas y caminando sin cesar, tres hitos emblemáticos de esta ciudad imperial.
El primero, la Catedral. Diseñada como casi todo en Brasilia por Oscar Niemeyer (de quien se dice que a los 105 años de edad continúa trabajando en su estudio de Río de Janeiro), es una maravilla de sobriedad, elegancia y originalidad. No seré yo quien la describa y evalúe, pero sí déjenme decirles que me impresionaron la redondez, la delicadeza y hasta el tinte kitsch que no han sabido, o no han querido, quién sabe, evitarle. Y sobre todo me alucinó la reproducción en mármol, igualita al original, de "La Piedad", de Michelángelo. Es la misma escultura que está en la Basílica de San Pedro, en Roma, y que yo visité por primera vez cuando era muchacho y mis pies debutaron en Europa. Esa absoluta maravilla del arte renacentista está aquí, única reproducción que se ha hecho, en idéntico tamaño y con el mismo mármol de Carrara. Y en esta catedral luce, créanme, de manera sublime, aunque también hay que decir que alguien ha cometido el crimen de encajarle a la par una estatua enorme y ridícula de un obispo que yo ni quise enterarme de quién era.
Afuera, en un conjunto separado y bello, una alta base de concreto sostiene el campanario: cuatro campanas de bronce, de cuatro diferentes tamaños, todas grandes y pesadísimas, con un diseño asombroso y único. Y un sonido, les aseguro, que merecería los oídos de un sínodo de obispos, por lo menos.
El otro edificio emblemático es el Museo Nacional del Conjunto Cultural de la República —todo eso: así se llama—, otra joya arquitectónica que combina, como todo en esta ciudad, amplísimas explanadas, sectores semisubterráneos y desplazamientos hacia el infinito que armonizan con el paisaje en belleza y practicidad. Visitamos dos muestras, ambas interesantísimas. En el plano alto, como suspendida en medio de la enorme bola semicircular, una exposición retrospectiva de la obra de Ziraldo, el gran dibujante, humorista e ilustrador brasileño, quien fue también una de las figuras claves de esta Bienal. A los 80 años, Ziraldo es venerado como una especie de Quino, Sabat y Andy Warhol —todos juntos— de este país alucinante. La muestra es interesantísima, con originales de todas sus épocas, gigantografías y murales.
En el piso bajo nos esperaba otra exposición inesperadamente atractiva: "Egipto bajo la mirada de Napoleón". La muestra consiste de los 13 grandes libros que componen la obra "Description d'Egypte", fruto de la expedición de Napoleón Bonaparte en 1798, cuando conquistó las ciudades de El Cairo y Alejandría. Es un preciso e interesantísimo registro de estudios de arqueología, topografía, religión e historia natural, que da cuenta del ascenso y caída de Napoleón, quien entre los 29 y los 31 años de edad creyó que conquistaba el mundo y acabó viviendo su más grande derrota cuando la flota francesa fue destruída en 1801 por la británica al mando del almirante Nelson.
Muy visitadas las dos exposiciones, me llamó la atención la cantidad de chicos y jóvenes que las recorrían. Es cierto que la entrada es gratuita y que la promoción urbana es intensa, pero no esperaba ver tanta gente, centenares de personas que desfilaban ordenada y respetuosamente ante las obras de ambas muestras.
Finalmente, caminamos hasta la Biblioteca Nacional atravesando dos amplísimas explanadas (unos 400 metros y una ancha avenida entre ambos edificios). Cuando entramos sentí que ingresaba a otra catedral. El edificio es de un tamaño fácilmente el doble de la BN porteña y en pleno domingo al mediodía sus salas estaban llenas de lectores, en un mar de computadoras, silencio y pulcritud. Una mujer en la entrada nos preguntó de dónde veníamos, nos dió pases libres y nos sugirió recorrer un par de pisos. En el segundo había una exposición que me fascinó: "Soñando con Paulo Freire. La educación que queremos". Montada en celebración a los 90 años de su nacimiento (1921-1997), es un magnífico homenaje a la libertad, la democracia y sobre todo a una pedagogía inclusiva, universal, gratuita y libertaria.
Si van a Brasilia, no se pierdan de ver todo esto. Todos sabemos que Brasil es el gigante que viene, pero no será un gigante invertebrado ni torpe. Sentí mucha pena al pensarlo, pero tuve la sensación de que está en vías de ser el país que la Argentina pretendió pero no supo ser. •
jueves, 19 de abril de 2012
martes, 17 de abril de 2012
Esta no es la España que amamos
lunes, 16 de abril de 2012
Domingo en Brasilia
Participo de la 1a. Bienal del Libro y la Lectura de Brasilia. Una ciudad asombrosa, monumental, que acaba de cumplir 52 años y está mucho más bella que cuando vine por primera vez, hace unos veinte años.
Los escritores invitados somos, la gran mayoría, hispanoamericanos: Antonio Skármeta (Chile), Héctor Abad Faciolince (Colombia), Mario Bellatin (México), Senel Paz (Cuba) y Juan Gelman, Samanta Schweblin y yo por Argentina. Todos coordinados y atendidos por el narrador y periodista carioca Eric Nepomuceno. También están la norteamericana Alice Walker, el paquistaní Tariq Ali y el Premio Nobel 1986, el nigeriano Wole Soyinka. Pero a mí lo que me dio más gusto fue reencontrarme con tipos entrañables como Juan, Eric y Senel. Los escritores siempre estrechamos lazos leyéndonos, desde luego (o así debería ser), pero la verdad es que la amistad entre escritores se amasa, sobre todo, en este tipo de encuentros.
Ayer sábado fue un placer abrazar una vez más a Juan Gelman, a quien no veía desde Frankfurt 2010. Está espléndido y a sus 81 años sigue siendo el gran poeta americano, para mí el mayor de nuestra lengua, hoy. Ofreció una lectura por la tarde, acompañado y traducido por Eric. Unas doscientas personas asistimos a su lectura precisa, suave y rítmica, aunque soportando el pésimo sonido y la absurda iluminación de un salón que parecía de circo. Sólo la gran poesía de Juan podía imponerse a tan penosa escenografía. Y lo hizo, por deliciosa, profunda y bien leída.
Después, y para celebrarlo, los tres argentinos cenamos en un restaurante italiano muy decente, "Don Romano", invitados por el secretario de cultura de nuestra embajada, Lucas Gioja, y su esposa Jimena, dos jóvenes y encantadores diplomáticos argentinos. Por supuesto nos acompañó también Eric y yo me permití invitar a Senel, el gran narrador cubano autor de "Fresa y chocolate" y amigo mío desde 1985 cuando durante dos semanas trabajamos juntos como jurados del Premio Casa.
Hoy domingo, luego del desayuno, salimos a turistear Samanta, Senel y Héctor Abad Faciolince, que acababa de llegar de Bogotá. Digo turistear porque esta ciudad es impactante y bella pero no para caminar; aquí no hay veredas ni senderos, sólo grandes avenidas y autopistas. Y como todo es monumental, todo está muy distante. Aquí se realiza, o se reinicia, el viejo sueño imperial brasilero en su mayor expresión.
Una enorme meseta a 1.100 metros de altura sobre el nivel del mar, en los tupidos bordes del Mato Grosso, alberga una ciudad colosal rodeada de 15 ciudades satélites. Programada hace medio siglo para 600 mil habitantes, ya ronda los tres millones. Y en tanto capital de esta desmesurada república, no podía tener sino lo que tiene: un centro cívico-político de tres kilómetros de largo, con 10 enormes edificios ministeriales a cada lado de una avenida parquizada y de una amplitud de unos 300 metros de ancho. Al fondo del conjunto, profusamente arbolado y abierto al cielo como dos inmensas manos, el Congreso se eleva en forma de dos rascacielos paralelos, a la izquiera del cual está el palacio presidencial (el Planalto) y a la derecha la Suprema Corte de Justicia.
El conjunto me recordó al Mall de Washington D.C., que así se llama la amplísima plaza que tiene de un lado el Congreso y del otro el Obelisco y que está rodeada de un fenomenal y admirable conjunto arquitectónico de museos que se conocen como Smithsonian Centre. Y también me recordó a otras viejas ideas imperiales que en el mundo han sido: París y Roma, sin ir muy lejos. Berlín mirada desde la Puerta de Brandeburgo. Y especialmente San Petersburgo, también diseñada para ser capital del gigantesco imperio ruso, antes de llamarse Leningrado durante algunas décadas que hoy los mismos rusos no quieren ni recordar.
Mañana les cuento más, porque hay mucho más para compartir. Hoy domingo visitamos la Catedral, el Museo Nacional del Conjunto Cultural de la República y la Biblioteca Nacional. Impresionante todo. Monumental, sorprendente y muchos adjetivos más. Pero sobre eso, que bien valió la pena, escribiré mañana.
Ahora sólo decir que después, a la noche, la lectura y diálogo estuvo a cargo de Héctor Abad y Mario Bellatin. Estuvo bueno, pero ahora me eximo de seguir. Necesito dormir, quizás porque estoy demasiado lleno de las inmensidades de este país imposibilitado de ser modesto.