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sábado, 12 de febrero de 2011

1985-86: De Enrique Pezzoni a Juan Rulfo

El laberinto y el hilo


Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

Me doy cuenta de que esta narración se detuvo en 1985, quizás porque ése fue otro año literariamente complejo para mí. Seguía trabado en la escritura de mi SANTO OFICIO y eso me mantenía en tensión, y aunque no me iba mal con los libros que publicaba en Bruguera, Legasa y Sudamericana mi sentimiento más fuerte era de frustración porque no conseguía encarrilar esa novela.

Por cierto la publicación de QUE SOLOS SE QUEDAN LOS MUERTOS en esta última casa me deparó una anécdota inolvidable, que ya he contado pero repetiré ahora con gusto.

El editor jefe de esa prestigiosa casa era por entonces Enrique Pezzoni, un verdadero prócer de la crítica, amigo de Borges y académico de indiscutible prestigio en la UBA y alrededores. Por cierto, y como paréntesis, cabe recordar que en 1986 él publicó en la misma Sudamericana su libro "El texto y sus voces", una colección de trabajos críticos que fue reverenciada en el mundillo académico y por cierto periodismo afín. Y libro que fue reeditado hace poco por la Editorial Eterna Cadencia.

Para mí saludarlo fue como rendir un examen, y la verdad es que él fue muy amable y cordial. Era un hombre encantador, mundano, buen conversador y enteradísimo acerca del quehacer literario porteño. Después lo encontré varias veces más en la editorial y siempre nos saludábamos con afecto.

Por supuesto, yo le había entregado en mano el primer ejemplar de mi novela, cumpliendo un ritual que no sé si todavía se cumple: el primer libro de la primera edición el autor lo entrega, firmado y con dedicatoria, a su editor. Yo así lo hice siempre que pude, y cuando no —por razones de distancia geográfica— lo cumplí con demora, pero siempre sintiéndolo como un importante ritual privado. Hasta que Pezzoni me demostró que yo estaba equivocado porque ese gesto carecía de toda importancia.

Esto sucedió un par de años después, creo que en 1988, cuando una noche en General Roca, Río Negro, y después de una conferencia, una amiga de la Universidad Nacional del Comahue me contó que curioseando en la mesa de saldos de una librería de Neuquén había encontrado un ejemplar usado de QUÉ SOLOS... Lo compró por una bicoca, dijo, y luego descubrió que estaba dedicado por mí nada menos que "Para Enrique Pezzoni, con afecto" y debajo había una fecha de 1985. Nos reimos del episodio, elogiamos las costumbres de la casualidad y yo le pedí que me obsequiara ese ejemplar a cambio de uno nuevo que le envié después.

Cuando volví a Buenos Aires pasé por la editorial, que entonces estaba en la calle Humberto Primo, en San Telmo, y en un sobre cerrado le hice llegar el libro a Pezzoni, ahora con un agregado debajo de mi dedicatoria original: "Para Enrique Pezzoni, con renovado afecto" y la fecha de entonces.

Nunca más me encontré con él, y aunque me hubiese gustado conocer su reacción creo que ya estaba enfermo. Falleció en el 89.

Volviendo al 85, fue un año durante el cual viajé mucho y empezaron a publicarse mis libros en traducciones a lenguas muy extrañas para mí (holandés, coreano, serbio) y hacia el final del año empecé a prepararme para mi primer semestre completo en los Estados Unidos. Había ido varias veces a ese país, lo iba conociendo cada vez más y, aunque todavía estaba lleno de prejuicios, ya me fascinaban algunas de sus características y contradicciones.

Justo antes de que terminara 1985 volví a México, para ver a mis hijas de paso hacia Boston, donde debía comenzar las clases a mediados de enero en Wellesley College. Y entonces me tocó despedirme de mi maestro y amigo Juanito Rulfo. De eso hablaré en mi próxima entrada.


Lecturas:

Para un lector sensible —la idea es de Edith Wharton— leer debería ser un acto creativo. Y es verdad: a mí la lectura me inspira, me provoca, me moviliza.

También para algunos grandes de la literatura universal, como Borges o Paz, la lectura estuvo ligada íntima y profundamenta a sus creaciones.

¿Qué mejor sugerencia cabría hacerle a los que sólo confían en la mera ingeniería de los talleres de escritura?

Claro que Witold Gombrowicz dice que la literatura pedagógica no inspira confianza. Lo que es una idea preciosa, sin dudas, y que viene a cuento de lo que escribí en una entrada anterior acerca de los textos dizque "comprometidos". Hay muchos que no lo saben y por eso se empeñan en inútiles pedagogías. Debieran leer al gran escritor polaco-tandilense, que está siendo rescatado magníficamente por Juan Carlos Gómez, quien cada tanto envía mailes que lo reviven y que a los destinatarios nos enriquece como toda buena lectura nutricia.

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