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domingo, 7 de noviembre de 2010

La noche maula


El laberinto y el hilo


Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)


Nunca hubiera pensado escribir acerca de aquella noche maula del 79 en Bruselas, pero un pequeño apunte me hace revivirlo todo. Parece mentira cómo funciona la memoria personal, que puede tener algo guardado durante tanto tiempo, hasta que un par de palabras en una viejísima agenda te despiertan los recuerdos, que vienen en tropel.

Sintéticamente: un viaje a Bruselas, enviado por Expansión. La misión: unas notas plomazos, alguna entrevista, esas cosas que hacemos los periodistas cuando somos enviados a trabajos que no interesarán a nadie más que a quien los paga (en este caso era la Comunidad Económica Europea, antecesora de la actual Europa unida, y cuya sede era la capital belga). Me alojé en un hotel de cinco estrellas y las dos noches que estuve allí me dediqué a caminar por la ciudad, tomé cafés y fumé como sapo en la plaza principal, antigua y señorial, llena de banderas que colgaban de grandes mástiles, y en general me deprimí a lo bestia. Estaba recién separado, mis hijas eran chiquitas y las culpas, aunque las sabía injustas, me caminaban por la piel a toda hora. Así funcionaba la cosa.

De manera que combatí estúpidamente la soledad escribiendo una serie de intrascendentes artículos sobre la economía europea y su relación con México. Pero cada que terminaba uno todas mis preguntas continuaban sin respuestas, lo más inflacionario que había en el mundo era mi crisis y al cabo de la segunda noche me largué a llorar como un bebé.

Estaba en una habitación enorme, echado en una cama de esas king-size que parecía apta para un combate de lucha libre entre dos grandotes de esos de la tele, y me sentía una perfecta mierdita en un punto inexplicable porque encima en la jodida agenda no podía encontrar el teléfono del Gordo Soriano, único amigo en el universo que podía escucharme y entenderme en esa situación. Entonces hice lo que siempre he hecho cuando estoy desesperado, con miedo o en encrucijadas de las que no sé salir: escribí un cuento; dos en realidad.

Uno me di cuenta enseguida que no valía nada, y lo abandoné. En el otro había un pibe que espiaba a una chica por el ojo de la cerradura de la puerta del baño, mientras ella hacía pipí, hasta que un día la mamá lo descubría y le daba una tremenda patada en el culo que estrellaba al nene, que encima era miope y usaba anteojos, con todo y cristales contra la puerta. Lo cual resultaba involuntariamente muy gracioso y provocaba no importa qué desenlace ominoso para el chico.

En realidad el episodio era bastante autobiografico, porque esa escena del pibe espiando era una escena de mi vida. Yo había hecho eso, y aunque en la vida real me parecía un episodio patético y vergonzante, en el texto me divertía mucho, como si yo —y Osvaldo, en quien no dejaba de pensar— fuésemos los lectores imaginarios y de pronto la pasásemos bomba. Esa noche me reí mucho, después dejé los apuntes (porque entonces todo lo escribía a mano) y supongo que me dormí después de leer un par de páginas de cualquier libro.

Curioso: al día siguiente continué viaje a Edimburgo, una ciudad que todavía me resulta inolvidable, pero no me olvidé de ese cuentito que había escrito. Y una semana más tarde, al volver a México, lo releí y me di cuenta de que en realidad ya se estaba perfilando una novela. Que venía, de paso, nuevamente con el título predeterminado, obvio, sencillo y poderoso, como debe ser todo buen título: EL CIELO CON LAS MANOS.

Esto, a la vez, me llevó a descubrir que no hacen falta planes para escribir, ni se necesita organizar nada. Una novela, al menos para mí, se escribe como se respira, va saliendo por donde y como puede, y uno no tiene por qué saber qué es lo que pasa o va a pasar. Uno es tan testigo como lo será el lector. Y si uno se va interesando el lector lo hará también. Ésa es mi teoría de la novela.

La escribí durante casi dos años, firme y sereno a veces, de a borbotones las más. Se publicó primero en los Estados Unidos, en 1981.

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