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martes, 16 de abril de 2013

Poetas en Lisboa


Como cada vez que visito esta ciudad que amo, desde hace algunos años es un ritual encontrarnos un grupo de amigos-colegas para comer, beber vinos del país e intercambiar novedades de índole literaria. Este domingo celebramos el cumpleaños de la poeta colombiana Lauren Mendinueta, junto con Antonio Sarabia, el poeta portugués Nuno Júdice y Manuela, su esposa y directora de la Casa de América. Leímos sonetos clásicos del padre de la poesía portuguesa, Luis de Camões (1524-1580), y comentamos con humor la estupidez de ciertos organizadores de ferias de libros, como los que vetaron la presencia de Lauren en la próxima Feria de Bogotá, este año dedicada a Portugal. A despecho de que ella lleva años viviendo en Lisboa, ha traducido en ambos sentidos a poetas colombianos y portugueses, y es autora de varias antologías publicadas en ambas capitales, fue puntualmente marginada. Una típica miseria de los mundillos literarios.
            Para los lectores de este blog traduzco ahora un poema de Nuno y copio otro de Lauren.




Poeta (De Nuno Júcide)

Trabaja ahora en importación

y exportación. Importa 

metáforas, exporta alegorías. 

Podría ser un trabajador 

por cuenta propia, 

uno de esos que llenan y rellenan 

cuadernos de hojas blancas y azules
con
números 

en el debe y el haber. De hecho, lo que 

debe son palabras. Y lo que tiene
es ese vacío de frases que le 

sucede cuando se recuesta
contra el vidrio, en el invierno, y la lluvia cae
del otro lado. Entonces, piensa 

que podría importar sol 

y exportar nubes. 

Podría ser 

un trabajador del tiempo. Mas, 

en cierto modo, su
práctica se confunde con la de un

escultor del movimiento. Hiere, 

con la piedra del instante, lo que 

va camino 

de la eternidad; 

suspende el gesto que sueña el cielo; 

Y fija, en la dureza de la noche,
el batir de las alas, el azul y la sabia
interrupción que es la muerte. •


El espejo que huye (De Lauren Mendinueta)

En la orilla de las aguas inmemoriales,

junto al abandono de la contemplación,

mi tristeza se desliza hasta tocar lo puro,

lo inmaculado de esas aguas rebeldes

donde el reflejo de mi rostro me observa.

Estoy sola, contemplada por mí misma,

juzgada y condenada a existir ahora,

más triste que nunca en la certeza

de que me he negado el perdón. •

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