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lunes, 18 de julio de 2016

A 22 años del bestial ataque a la AMIA

A 22 años del atentado contra la Amia
Ciudad de Buenos Aires, Palacio de Justicia, 18 de Julio de 2016.

Amigas, amigos, compañeras, compañeros, camaradas, familiares, gente de bien...

Hoy venimos nuevamente a expresar el dolor y reafirmar la esperanza.

Dolor por el brutal, infame atentado interminable, que sigue haciendo interminable el dolor de cientos de familiares, ese dolor profundo y visceral que compartimos desde lo más sensible de la sociedad argentina.

Y Esperanza porque desde el miserable y cobarde ataque del 18 de Julio de 1994 son muchos los familiares, y somos muchos los ciudadanos-as que ya NO esperamos Justicia pero SI la perseguimos, la reclamamos, la exigimos.

En este país en el que la Justicia es una caricatura, y en el que la moral es una rara avis de un improbable Paraíso, nosotros nos reunimos y abrazamos para reclamar una vez más y para ejercitar, como siempre, como cada año, como cada día, la Memoria en estado puro y en estado activo.

Ya en los años 80, cuando muchos/as iniciamos el desexilio, yo no sabía cómo iría a funcionar la democracia en este país nuestro, zaherido y desesperado siempre. Pero sí sabía el rol fundamental y fundacional que iba a tener la MEMORIA en la construcción de una nueva civilidad. Escribí entonces en mi novela SANTO OFICIO DE LA MEMORIA que decir MEMORIA es decir "el único tribunal incorruptible". 

Por eso NO esperamos, pero SI Reclamamos y Exigimos. Y continuamos y continuaremos PERSIGUIENDO VERDAD y JUSTICIA. Por el horror vivido por nuestros familiares, que es el dolor de todos nosotros, hermanos y hermanas en la indignación y la furia que nos produce comprobar que desde hace 22 años el Estado Argentino es incapaz de esclarecer y juzgar y condenar a los culpables. Por eso venimos aquí, frente a estos Tribunales que casi siempre miran para otro lado, y venimos a condenar nosotros, moralmente, a los muchos responsables directos, a los autores materiales y a los ideológicos, y a los traidores incluso a su estirpe y a más de 5.000 años de su propia Historia.

Desde el ex presidente Menem y muchos de sus ministros y colaboradores (seguramente el gran conjunto encubridor de este crimen de lesa humanidad y lesa democracia) hasta los muchos agentes y oficiales de los servicios de inteligencia que son meros asesinos de traje y corbata, y pasando por jueces y fiscales, abogados, legisladores y empresarios, toda esa caterva es cabal muestrario de lo peor de la especie humana y de las conductas más repugnantes de que son capaces muchos miembros de la sociedad enferma que también es la sociedad argentina, en la que este crimen ha sido y sigue siendo tapado y distorsionado en negación de toda Verdad y Justicia.

De hecho ahora mismo se ha denunciado que el actual gobierno Macrista –que invita a neonazis a la Casa Rosada– a la vez se niega a reconocer los compromisos internacionales con las víctimas del atentado a la AMIA. De este modo la vieja cloaca que ofende el vocablo "inteligencia", que había empezado a ser tímidamente reformado en los últimos años, ahora vuelve a alejarse de toda regulación democrática y retorna al repudiable secretismo que siempre impidió la transparencia y el control.

El Estado Argentino formalizó por decreto en 2005 el reconocimiento de responsabilidad y el Acta con las medidas de justicia y reparación acordadas, decreto que está vigente pero ahora el gobierno dizque PRO desconoce esos compromisos asumidos, entre ellos el de “transparentar el sistema de utilización de fondos reservados de la Secretaría de Inteligencia”, cuyo descontrol fue parte constitutiva de la impunidad que encubrió el atentado a la AMIA, ese multiasesinato del que justo hoy se cumplen 22 años. Y el cual perdura en la memoria activa y militante de decenas, cientos de familiares a los que acompañamos en nuestros corazones día a día y hora y hora.


Quiero resaltar y subrayar también, una vez más, el trabajo incesante de los familiares de las víctimas, que han hecho una labor conmovedora, de hormigas y de inclaudicable afán de justicia. Ellos y ellas, sabiendo que el dolor jamás se mitiga, jamás se atenúa si no hay JUSTICIA y no hay VERDAD, establecieron prácticamente todas las responsabilidades, y han llegado a la verdad misma, que es lo que todos y todas aquí y en muchísimos rincones del país queríamos y queremos. Por eso EXIGIMOS el cumplimiento de todas las obligaciones asumidas por el Estado argentino, y en particular del sistema de administración de justicia que esta sociedad padece y que es arcaico y prebendario, generalizadamente inútil y harto sospechoso de corrupción.

Vine esta mañana a decir todo esto en nombre propio, pero también, si me lo permiten, en nombre de ustedes, hermanos y hermanas en el dolor. Y vine además a subrayar que hoy, como cada 18 de cada mes de Julio de los últimos 22 años, también estamos aquí para muy modestamente celebrar... Porque no han vencido a los familiares de nuestras víctimas, ni nos han vencido a todos y todas los que de las maneras más infinitesimales los acompañamos y sostenemos.

Nadie tenga dudas: todo esto indica que la Memoria, la Verdad y la Justicia jamás han sido, ni son, ni serán derrotadas.

Muchísimas gracias, y buenos días.

LA DESAZÓN Y LA ESPERANZA

Mi artículo de hoy en el diario Página/12:
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-304524-2016-07-18.html

sábado, 9 de julio de 2016

En el Bicentenario de la Declaración de la Independencia Argentina

En el Bicentenario de la Declaración de la Independencia Argentina
El solo hecho de celebrar en paz y democracia dos siglos desde la Declaración de la Independencia, es, sin ninguna duda, un acontecimiento feliz en términos políticos y culturales. 
Sin embargo, en este ardoroso e inquietante 2016 nos encontramos frente a un aniversario concreto en un país concreto cuya situación social, política y económica –pero sobre todo moral– dista muchísimo de ser la que tantos/as argentinos hubiésemos soñado.
Y es en primer lugar por el cuadro de generalizado desaliento que alcanza a todos los sectores de nuestra sociedad, y especialmente a los más desprotegidos, que este aniversario desautoriza cualquier festejo grandilocuente. 
Las razones, que son muchas, tienen que ver todas con la desdicha de vastos sectores populares que están padeciendo muy velozmente una crisis brutal que era impensable un par de años atrás. Y crisis, además, que profundiza la vieja, amohosada pero siempre vigente y cruel división social que lastima la piel de esta nación.
Todas esas razones, que exigen mesura y apocamiento, tienen que ver fundamentalmente con el penoso estado de la ética pública, hoy expuesta a docenas de denuncias, investigaciones y sospechas que informan sobre el apestoso estado de la política en general y de las diversas dirigencias en particular. Las más altas responsabilidades de la administración pública, de los últimos años y de la actualidad, exhiben hoy sus respectivas miserias y latrocinios, de maneras escandalosamente distorsionadas y acomodadas por los grandes multimedios al servicio de intereses sectoriales, y en circunstancias en que es evidente que el sistema judicial argentino carece de capacidad, voluntad real y moralidad como para esclarecer nada y recuperar la salud republicana.
Las trágicas polaridades argentinas y latinoamericanas, que parecen de nunca acabar, se mantienen vivas como cuando se firmó la Independencia aquel 9 de Julio de 1816. Entonces carlotistas, fernandistas, probritánicos, napoleonistas, esclavistas, criollos libertarios y neutrales distraídos como nunca faltan, disputaban la forma y el sentido que tendría el nuevo país. Así fue como esta tierra bendita, pero tan capaz de autoinfligirse malditos destinos, empezó a producir más dolor que felicidad. Las luchas por la apropiación de sus riquezas y rentas –penoso muestrario de miserias y traiciones– definieron los repetidos divorcios de esta sociedad a lo largo de estos 200 años: republicanos o monárquicos; unitarios o federales; criollos o inmigrantes; radicales o conservadores; peronistas o antiperonistas; cipayos o libertarios; y ahora nacionales y populares o neoliberales.
La vieja cuestión que determinó nuestra Independencia del Reino de España es todavía hoy, dos siglos más tarde, en esencia la misma: de un lado un pueblo que exige dignas condiciones de trabajo y de vida, educación y moralidad. Del otro una oligarquía insaciable, antinacional, ciega, corrupta, y, aunque lo niegue, racista.
La gran paradoja es que a pesar de todo, en el duro presente argentino de este aniversario, otra vez perdido todo rumbo de soberanía y autodeterminación, y cada vez más lejos de ser una nación igualitaria y justa, los arduos valores inmanentes de la Democracia son los de siempre y se mantienen inalterados: Constitución, Memoria, Verdad, Decencia, Justicia. Así nos lo inculcaron los padres fundadores de la Patria, José de San Martín y Manuel Belgrano, verdaderos símbolos de la Independencia Argentina. 
Sólo un recogimiento responsable cabe en esta celebración. Y no la farsa que están haciendo en Tucumán, con el ex-rey de España, como toda la semana pasada en la Embajada de los Estados Unidos. 
Por eso, condenados sean los que invocan uniones que no existen y pretenden mostrar fastos engañosos con el retorno de cañones y de aceros todavía manchados de sangre porque estuvieron al servicio de genocidas. 
A 200 años de la Declaración de la Independencia, sólo caben y son urgentes la recuperación y reafirmación de los valores morales históricos de nuestro país, y el imperio de la Constitución y de la Paz social con justicia y equidad. *
En Resistencia, Chaco, 9 de Julio de 2016.