Aviso por los comentarios

AVISO: Es probable que en algunas redes sociales existan cuentas, muros o perfiles a mi nombre. NADA DE ESO ES VERDADERO.

Las únicas 2 (dos) vías de sociabilidad virtual que manejo son este blog y mi página en FB. Ninguna otra cuenta, muro o perfil —en Facebook, Twitter o donde sea— me representa. Por lo tanto, no me hago cargo de lo que ahí puedan decir o escribir personas inescrupulosas.

domingo, 7 de febrero de 2021

 Apuntes de la errancia / 41

La memoria del Tambor de Tacuarí

Por Mempo Giardinelli


En 1912, el Consejo Nacional de Educación dispuso entre las efemérides para cada ciclo lectivo escolar y en todas las escuelas argentinas, la recordación y homenaje al Tambor de Tacuarí, como símbolo de valor y abnegación patrióticos.
Claro que no se trataba de homenajear a un tambor, sino a un niño, un chico correntino que se llamaba Pedro Ríos y que en 1810, cuando tenía sólo 12 años de edad, se sumó como soldado voluntario en el ejército de las Provincias Unidas del Río de la Plata, al mando de Manuel Belgrano.
Pedrito, como le decían, había nacido en Yaguareté Corá, una pequeña aldea que hoy en los mapas de Corrientes figura como Concepción.
Y ahí en Yaguareté Corá Belgrano se acuarteló a finales de ese arduo 1810 durante varios días, para incorporar y entrenar a más soldados, casi todos originarios guaraníes. Los necesitaba para su ejército, que marchaba hacia el norte, hacia el Paraguay, enviado por la Primera Junta de Gobierno de las Provincias Unidas con el mandato de liberar lo que entonces era la provincia del Paraguay, para sumarla a las del Río de la Plata. Belgrano debía tomar Asunción, la capital de esa provincia entonces en manos del gobernador español Bernardo de Velasco y Huidobro.
El muchacho, Pedrito, fue presentado al entonces Coronel Belgrano por su padre, Antonio Ríos, que era un hombre letrado, una especie de maestro rural. Belgrano, por supuesto, se negó a aceptar como soldado a un niño, pero cuenta la leyenda que el maestro le dijo entonces a Belgrano: "Le ruego que lo acepte, porque a mis 65 años soy un anciano y mi hijo es la única ofrenda que le puedo hacer a la Patria". Don Manuel, conmovido, lo aceptó pero solamente como lazarillo de Celestino Vidal, un oficial que había quedado ciego en un combate anterior.
Días después, el 19 de enero de 1811, el ejército de las Provincias Unidas al mando de Belgrano cruzó al Paraguay, y en la Batalla de Paraguarí, o Cerro Porteño, sufrió su primera gran derrota ante los realistas. En esa batalla debutó Pedrito, y yo supongo que se improvisó como guía de las tropas tocando el tambor a la vanguardia del ejército y así orientándolo incluso para aminorar los efectos de la derrota.
El ejército de Belgrano perdió muchos hombres, armas y caballos, y tuvo que retroceder hasta las orillas del río Tacuarí para reorganizarse. Lo hicieron, pero ya todo estaba perdido, porque el ejército paraguayo-español lo superaba en fuerzas en una proporción de 12 a 1.
Algunos libros de Historia dicen que Pedro Ríos era un muchachito de baja estatura y que el tambor era tan grande como él. Yo lo imagino como un típico mitaí correntino, severo y formal y valiente, o como los gurises de la Banda Oriental, tozudos y orgullosos. Esos chicos que también había en mi tierra y yo llegué a verlos, habilísimos en selvas, ríos y lagunas, antes de que se extinguieran, o casi, a fuerza de celulares y redes que llaman sociales...
Después de la derrota en Paraguarí, Belgrano reorganizó su ejército como pudo, y Pedrito, en esas duras circunstancias, contribuyó tanto en el hospital de campaña como en la fortificación de las carretas de municiones.
Un mes y medio después, Belgrano había reorganizado su ejército y nuevamente enfrentó a las tropas realistas y nuevamente fue derrotado, ahora en la Batalla de Tacuarí, sobre la margen izquierda del río de ese nombre.
Dicen los historiadores que esa segunda batalla fue tremenda, un desastre militar, y fue la última de la expedición que le había ordenado la Junta de gobierno de Buenos Aires en su afán de sumar al Paraguay a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Esa durísima batalla a orillas del río Tacuarí se libró el 9 de marzo de 1811 y allí Pedrito Ríos, dándole palazos al tambor con toda su fuerza, y yo diría que con toda su furia y su dolor, murió alcanzado por un balazo de los realistas.
Manuel Belgrano fue obligado a abandonar, derrotado militarmente, el Paraguay. Sin embargo, el trato que le dieron evidenció su triunfo político, porque los mismos comandantes paraguayos que lo vencieron, Fulgencio Yegros y Manuel Cabañas, dos meses después y con las mismas ideas revolucionarias declararon la Independencia del Paraguay el 14 de Mayo de ese mismo año 1811.
Al regresar de esa expedición, más allá de ambas derrotas Belgrano fue ascendido a general, y entre sus recuerdos más queridos destacó para siempre al valiente muchachito correntino a quien ya todos llamaban, en afectuoso diminutivo, "El tamborcito de Tacuarí", que empezaba a ser leyenda.
En el Colegio Militar de la Nación hay una escultura notable, impactante, del Tamborcito de Tacuarí. Es obra de un hijo de inmigrantes italianos, un escultor que se llamó Luis Perlotti, quien la realizó en yeso en 1929. Una réplica de esa escultura está en la plaza central de Concepción, en Corrientes. Y no sé si en algún otro punto del país habrá una obra de arte que recuerde a quien la Historia Argentina llamó para siempre El Tambor de Tacuarí. @

viernes, 29 de enero de 2021

 Apuntes de la Errancia / 40

La Forestal: el genocidio que hoy cumple 100 años

 

Por Mempo Giardinelli 

 

 

En el siglo 19, el enorme territorio boscoso que cubría más del 20% de la superficie continental de nuestro país, se llamaba El Gran Chaco Argentino y comprendía 10 provincias: Formosa, Chaco y Santiago del Estero completas, la mitad Norte de Santa Fe y gran parte de Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, el Norte y el Oeste de Córdoba, y partes de San Luis. 

 

Era un extraordinario territorio de bosques que abarcaban más de 100 millones de hectáreas de montes y selvas vírgenes, y que equivalía a casi todo el territorio de España y Francia juntas.

 

Todo eso se perdió cuando la explotación bestial e incontrolada de la empresa británica La Forestal, en 80 años arrasó con ese fabuloso patrimonio de bosques de maderas preciosas y más de 400 especies animales nativas. 

Esa devastación se hizo a sangre y fuego a partir de 1872, cuando los ingleses empezaron a operar. La llamada "expansión del modelo de agricultura capitalista" provocó uno de los más brutales atentados ambientales del mundo. La empresa cortaba árboles a mansalva y exportaba postes, tanino y durmientes para el ferrocarril. Esa explotación maderera intensiva y sin reforestar eliminó en pocas décadas la fabulosa llanura boscosa Chaco-Pampeana, llegando hasta lo que hoy se llama El Impenetrable, en el norte chaqueño, que se salvó por serlo y desde entonces lleva ese nombre. 

 

Esa Argentina fue parida por el mitrismo y el roquismo, que la pensó siempre desde la producción agropecuaria en la Pampa Húmeda, y tomando a la actividad forestal como mero complemento. Las maderas se destinaban a la construcción, se usaban como combustible y para asentar las vías férreas que todavía hoy soportan trenes. Los durmientes de quebracho, que es una madera que no se pudre jamás dado el tanino que contiene, impusieron el derribo de todos los territorios boscosos. Una obra maldita que ejecutó La Forestal, dedicada a talar aquellos bosques de quebracho que parecían interminables. 

 

Ese paraíso verde, patria de las maderas más duras del mundo, sirvió para que durante décadas se labraran a hachazos los durmientes sobre los que rodaron y todavía ruedan los ferrocarriles y subterráneos de casi todo el planeta. Esas maderas, por dureza y tamaño, requerían de hacheros en equipo, trabajando jornadas interminables bajo calores agobiantes. La dureza y durabilidad de esas maderas, y en particular del quebracho colorado, eran su virtud pero también su maldición.

 

Primera productora de tanino a nivel mundial, para explotar esa riqueza la compañía La Forestal fundó unos 40 pueblos y puertos e instaló más de 30 fábricas de tanino, de las cuales aquí en el Chaco aún hoy, 100 años después, quedan por lo menos dos que todavía tiñen los ríos interiores con efluentes de tanino contaminantes. Hoy, cada día, aquí nomás. Con el cuento de la productividad y de que dan empleo.

 

Aquel imperio inglés en el norte argentino fue gigantesco y fue feroz. Las inhumanas condiciones de explotación llevaron a que entre los años 1919 y 1922 se organizaran sindicatos de trabajadores en reclamo de reivindicaciones que cualquiera de nosotros exigiría hoy frente a infames condiciones de trabajo, habitacionales y sanitarias. Ni siquiera se les pagaba en dinero sino que se les daban vales, escritos en inglés, que sólo podían canjearse en los almacenes de la compañía. Y cuando los sindicatos obreros lograron un importante convenio colectivo, la empresa lo incumplió, protegida por el gobierno santafesino y una fuerza llamada Gendarmería Volante, que se coordinaba con un grupo parapolicial: la autoproclamada Liga Patriótica. 

 

En diciembre de 1920 la compañía impuso un lock-out patronal, cerrando las fábricas y despidiendo a miles de trabajadores, hacheros, y sus familias, que enfrentaron a la compañía. Y un día como hoy de hace exactamente cien años, el 29 de enero de 1921, el estallido social se extendió a toda la región, y pueblos y bosques vivieron un infierno asesino. La cacería de huelguistas en las fábricas, como en Villa Ana y Villa Guillermina, produjo entre 500 y 600 muertos. 

 

La empresa La Forestal es responsable, para siempre, de una de las peores masacres de la historia argentina, Cientos de huelguistas, en decenas de pueblos norte-santafesinos, fueron asesinados por mandato de la empresa y con autorización del gobierno provincial. Sólo casi dos años después, aplastados los reclamos, reabrieron las fábricas en noviembre de 1922.

 

La Forestal fue un estado dentro del Estado Argentino por más de 80 años, durante los cuales no pagaban impuestos y se llevaban las multimillonarias ganancias a Inglaterra. Con la protección del gobernador santafesino, el radical Enrique Mosca, que fue después abogado de la empresa y en 1946 candidato a vicepresidente de la nación. Así el primer gobierno de origen popular de la Argentina, el de Hipólito Yrigoyen, quedó manchado para siempre con la sangre de cientos de esos hacheros y sus familias.

 

La Forestal se fue de la Argentina en 1960, después de haber talado casi el 90% de los bosques del país y dejando detrás miles de muertos, desertificación y un daño ecológico absolutamente incalculable, e irreversible. 

 

Años después se conocieron valiosos testimonios: el narrador santafesino Gastón Gori fue de los primeros en narrar aquel infierno, y también el recordado historiador Osvaldo Bayer. Varias obras de teatro recuperaron aquella barbarie, y en cine la película "Quebracho", de 1974, dirigida por Ricardo Wüllicher y las actuaciones de Héctor Alterio, Lautaro Murúa y gran elenco, fue un suceso nacional. Valiosos premios consuelo, se diría, con indignada tristeza. @

viernes, 15 de enero de 2021


Apuntes de la Errancia / 39


 

El payador de Lugones y el gauchaje manso

 

Por Mempo Giardinelli

 

 

En estos apuntes me ocupé hace un tiempo de Leopoldo Lugones, quien hace un siglo exacto era llamado el "poeta nacional". También ensayista, fue un intelectual original y brillante incluso en sus disparates y miserias. 

 

Esta semana releí "El payador", que es un ensayo literario y político que retrata la vida y las costumbres del gaucho en la pampa, en la magnífica edición crítica de la Biblioteca Nacional, publicada durante la gestión de Horacio González, con ilustraciones de Carlos Nine y estudios de Noé Jitrik, María Pía López, Oscar Terán y Javier Trímboli. Un libro espectacular, en el que Lugones retrata vida y costumbres del gaucho trovador en la inmensidad de la pampa, erigiéndolo como "modelo nacional" con pretensión universal.

 

Leído hoy, resulta asombroso descubrir cómo hace apenas un siglo Lugones instaló la figura del gaucho como tema cultural fundacional e imprescindible de la Argentina, y cómo ahora todo ha cambiado. 

 

En 1913 Lugones pronunció una serie de conferencias sobre el poema "Martín Fierro", de José Hernández, en el hoy desaparecido Teatro Odeón, de la porteña esquina de Corrientes y Esmeralda. Y luego trasladó esas tesis a este libro, "El payador", en 1916. Lo hizo con su retórica engolada y una pretenciosidad sin límites, y desde el vamos declaró que el objeto de su libro era "definir la poesía épica, demostrar que nuestro Martín Fierro pertenece a ella, estudiarlo como tal y determinar simultáneamente, por la naturaleza de sus elementos, la formación de la raza, y con ello formular el secreto de su destino". 

 

En el prólogo, Lugones explica que su propósito es analizar y valorar el "Martín Fierro" como la obra fundacional de la poesía épica argentina, especie de modelo humano de un país que él pretendía cuna de una raza naciente, y excepcional para el mundo. Pero al mismo tiempo expresaba su absoluto rechazo al sufragio universal, que, precisamente ese año, sería llevado a la práctica por primera vez y cuyo resultado fue revolucionario, porque garantizó el triunfo de Hipólito Yrigoyen y el naciente radicalismo como expresión del acceso de las clases populares a una concepción política nacional y antioligárquica. Que después el radicalismo se haya extraviado no disminuye la trascendencia de aquella primera elección democrática.

 

Yo tengo para mí que esa contradicción no sólo definió la vida y la obra de Lugones sino que fue y sigue siendo un tema básico para entender el divorcio social que todavía padecemos: tantas veces se glorifica al gaucho sin precisión alguna y la verdad es que hoy la figura del gaucho ya casi no se ve, salvo en algunos festivales folklóricos del país profundo o una vez al año en la Sociedad Rural, mientras los jóvenes de las burguesías urbanas hablan en inglés, insultan a la Argentina y sueñan con irse del país.

 

Los 54 años entre Pavón 1862 y el primer gobierno de Yrigoyen desde ese 1916, son precisamente los que Lugones glorifica y la literatura argentina canonizó durante décadas. Lugones en "El payador" lo que ha hecho es no sólo legitimar al “Martín Fierro” sino además canonizar a José Hernández. Al primero lo declara “poema nacional” y al segundo héroe de la resignificación del gaucho, figura que de ser enemigo de la civilización pasa, como por arte de magia, a símbolo de la argentinidad. 

 

Y es claro que algo anda mal, y es que entre las conferencias de 1913 y el libro de 1916, esa inesperada reivindicación del gaucho se simboliza en un gaucho reinventado, bueno y dócil, que desplaza la figura del rebelde gaucho matrero. El gaucho lugoniano es, así, una idealización de la obediencia debida al patrón de estancia y al modelo agrario que impusieron Bartolomé Mitre y Julio A. Roca y la oligarquía de la flamante Sociedad Rural, fundada en 1866 por Eduardo Olivera, Mariano Casares y José Toribio Martínez de Hoz, entre otros. 

 

Este manso gaucho literario, como 10 años más tarde el "Segundo Sombra" de Ricardo Güiraldes, desplaza al verdadero gaucho originario, libre y desacatado, rebelde y enemigo social de la "gente bien" que siempre los usó como carne de cañón, y en sus latifundios como sirvientes sumisos o peones ignorantes. 

 

Ese "nuevo gaucho" entre comillas que inventa Lugones, se propagandiza desde la literatura como antítesis del proletario, el extranjero inmigrante, el anarquista y todo otro sujeto potencialmente revolucionario. Entre ese 1916 y 1925 Lugones se radicaliza en su fe reaccionaria, adhiere al fascismo naciente y escribe “La hora de la espada” como propuesta de solución político militar para sostener el orden social conservador. En 1930 es prácticamente el único civil que aparece en las fotografías al lado del primer dictador, el general José Félix Uriburu.

 

Releer hoy el "Martín Fierro", y a la par las teorías de Lugones en "El payador", lleva a reflexionar inevitablemente sobre la Argentina oligárquica. Esa que después de dos derrotas en los campos de batalla (Cepeda y Pavón), se las ingenió para triunfar política y propagandísticamente imponiendo el modelo de país que todavía hoy padecemos: injusto, racista, clasista y resistente a cualquier cambio y a toda igualdad social. Y cuya modernización es apenas tecnológica y solamente si las tecnologías son manejadas desde élites de banqueros, empresarios, latifundistas y agrobandidos. 

 

El país de Mitre y de Roca, salvo la década peronista iniciada en 1945 y aun con todos los errores que también se cometieron, es la Argentina injusta, racista y violenta que padecimos y padecemos desde los bombardeos aéreos a la ciudad de Buenos Aires en junio de 1955. Es el mismo modelo con que la oligarquía sigue manejando hoy este país, ahora mediante un sistema multimediático que controla a la Justicia y pervirtió al periodismo convirtiéndolo en un vulgar servicio de propaganda y chantaje. @

 


sábado, 9 de enero de 2021

Apuntes de la Errancia / 37

Lincoln Silva, el gran escritor latinoamericano secreto

Por Mempo Giardinelli



Recibo noticias del Paraguay. Me dicen que se anuncia la reedición de la obra de Lincoln Silva, un escritor que siendo muy jovencito, en los años 70 del siglo pasado sorprendió al público lector y a la crítica con dos obras revolucionarias para la época, y de las que yo guardo recuerdos de emotivas lecturas porque además los personajes de Silva se movían en ambientes que me eran familiares.
Aunque hoy olvidado, Lincoln Silva fue un grande de la literatura latinoamericana con sólo dos novelas extraordinarias e innovadoras: «Rebelión Después» y «General, General». Ambas deslumbraron a la crítica de todo el continente. 

Nacido en un pueblito llamado Barrero Grande, en el Departamento Cordillera, al norte del Paraguay, Lincoln Silva fue un originalísimo novelista, también periodista y poeta, cuyos libros conmocionaron a la literatura latinoamericana del llamado Boom. Esas dos novelas colocaron a Silva como la más alta expresión de la narrativa paraguaya que habían iniciado tres autores fundamentales en los años 60 del siglo pasado: Gabriel Casaccia, Josefina Pla y Augusto Roa Bastos,
Lincoln Silva salió muy joven del Paraguay y se radicó en Buenos Aires en 1969, cuando tenía sólo 24 años y esas dos novelas que asombraron a lectores y críticos y se constituyeron en un acontecimiento literario excepcional. El renombrado editor Jorge Alvarez se decidió a publicar su primera novela, "Rebelión Después", impactado porque abordaba el tema de la tortura y la dictadura en Paraguay como nunca nadie antes lo había trabajado, combinándolo con el realismo mágico latinoamericano, entonces en boga. Un anticipo publicado en la revista Extra la presentó como "contranovela" y la convirtió en un acontecimiento tras los encendidos elogios de la editora Pirí Lugones, el joven narrador Ricardo PIglia y otros nombres emergentes de nuestra literatura como Bernardo Kordon, Enrique Wernicke, David Viñas y un joven Nicolás Casullo.
"Rebelión Después" se publicó finalmente en 1970 en la prestigiosa Editorial Tiempo Contemporáneo, y eso fue consagratorio. Con sólo 25 años Lincoln Silva era comparado con Juan Rulfo y se lo consideraba el escritor paraguayo más importante y original del siglo junto con Roa Bastos. Enseguida formó parte del grupo de jóvenes escritores que se reunían en la casa de Ernesto Sábado, entre ellos Liliana Heker, Isidoro Blaisten, Bernardo Jobson y Abelardo Castillo, o sea el protoequipo de la después célebre revista "El Escarabajo de Oro". En 1973 y en Buenos Aires, Lincoln Silva era ya una de las jóvenes figuras ineludibles de la literatura, y como tal fue miembro del grupo fundador de la revista "Crisis" junto a autores como Juan Gelman, Jorge Asís, Piglia y varias figuras consagradas de Latinoamérica como Manuel Scorza, Roque Dalton, Mario Benedetti, Thiago de Melho y Gabriel García Márquez, Y tanto relieve había alcanzado Lincoln Silva que en el primer número de Crisis se publicó un adelanto de su segunda novela, "General General", que recién se publicó en noviembre de 1975. De hecho Eduardo Galeano fue uno de los primeros lectores del manuscrito de esa novela a la que nunca se cansó de elogiar –esto me consta– por su agudeza descriptiva y el humor corrosivo como recurso crítico fundacional de la literatura del Boom latinoamericano.
En enero de 1976 Silva viajó a Cuba y con apenas 30 años fue jurado del Premio Casa de las Américas. Pero al regresar, en pleno golpe de estado cívico, militar, eclesiástico y empresarial que encabezaron los dictadores Videla y Massera, con toda urgencia Lincoln Silva debió partir a un nuevo exilio. Esta vez se radicó en Amsterdam, Holanda, gracias a una propuesta de trabajo de la Universidad de Leyden.
Allí estuvo, en inexplicable silencio, durante casi 30 años. Ya no publicó novelas ni cuentos, y se desvinculó totalmente del quehacer literario latinoamericano. Pero sí consiguió que la universidad holandesa abriera una cátedra de lengua y literatura guaraní, y logró que el idioma guaraní se incluyera en el programa de estudios y él fue titular de esa cátedra durante años. En aquel país publicó dos libros de poesía, titulados Ni para caerse muerto (1980) y No te diré el lugar de donde vengo (1984). Ambas ediciones fueron bilingües, castellano-neerlandés. Y aunque también participó en varios congresos en Amsterdam, aquí no se supo más de él.
Hasta que 35 años después de su huída, Lincoln Silva regresó al Paraguay muy silenciosamente en el año 2005. Reinstalado en Asunción, publicó algunos artículos en diarios locales, y en 2007 su último libro de poesías: "El sortilegio que supuso nuestro apoteosis". Murió en Asunción en agosto de 2016.
Y ahora serán publicadas sus obras en Asunción por la editorial Arandurá en un volumen que contendrá sus dos únicas novelas ("Rebelión después" y "General General"), un informe que Silva escribió en 1975 sobre la prensa en el Paraguay, y una novela inédita de 1986 que solamente tenía su hermana Numy, que vive en la provincia de Misiones, en papel mecanografiado y cuyo título sería, aunque no me consta, "Patria, qué burdel".
Me dicen desde Asunción que la idea de Arandurá (que significa sabiduría, inteligencia) es publicar toda su obra en este 2021, cuando Lincoln Silva cumpliría 76 años y la literatura latinoamericana parece haberlo olvidado injustamente. Por eso estos apuntes. @

viernes, 1 de enero de 2021



Apuntes de la errancia / 36

Meditación sobre el peor año de la historia


Por Mempo Giardinelli

 

Anoche, 31, se acabó, al menos en los calendarios, el maldito año 2020. Que jamás olvidaremos y que en esta columna venimos llamando desde hace rato "el año de la peste".


Un año que produjo, hasta el día de ayer, 83 millones de personas infectadas, casi dos millones de muertos, 47 millones de recuperados y unos 33 millones todavía en recuperación. Y que produjo también un desquicio fabuloso, nunca visto en la vida cotidiana de los casi 8.000 millones de habitantes que tiene hoy el planeta, ubicados en todos los continentes y territorios de unos 300 países.

 

Y peste, además, que todavía nadie puede asegurar que se haya acabado, más allá de la esperanza que significa disponer de media docena de vacunas que en estos días empezaron a aplicarse aquí y allá.

 

Nos recuperaremos, seguramente, pero nos queda mucho dolor y el miedo atravesado. Y el desastre ambiental en el planeta, cuyo recalentamiento global ya es un hecho y prueba de ello son los incendios gigantescos en el continente africano, y en la amazonía sudamericana, y la destrucción de bosques que este año que pasó sufrimos en una docena de provincias argentinas. Y también asistimos al fin de glaciares tanto en el Norte como en los territorios antárticos. 

 

También por eso este "año de la peste" que terminó anoche puede, y quizás deba, ser considerado el peor año de la historia de la humanidad. Y yo diría que por lejos el peor de todos los otros siglos que propone la prensa mundial –ese sistema mentiroso y manipulador que siempre denunciamos– y que pretente instalar la idea de que el peor año de todos los tiempos fue el 536, o sea en el siglo 5º, hace más de 1.500 años. 

 

La todavía supuestamente prestigiosa revista norteamericana Time ha dedicado su último número a proponer que el 2020 fue "el peor año de todos los tiempos", pero en parte por la pandemia y en parte por el absurdo sistema electoral de los Estados Unidos. Y cita, como contraposición a ese absurdo, la propuesta del historiador medievalista Michael McCormick en el último número de la revista Science, y así fingen cuestionar la idea. Con la típica mirada soberbia de todo sociocentrismo, primero hacen una afirmación con pretensión universal, pero planteando un fingido debate porque un historiador dice que el año 536 fue el peor para la humanidad, superando a la peste negra de 1349, la viruela de 1520 y la gripe norteamericana, que ellos llamaron y siguen llamando "española" de puro avivados. 

Porque esa peste empezó en Francia en 1916, y en China en 1917,y los primeros casos se declararon en la base militar de Fort Riley, en territorio estadounidense, en marzo de 1918. Esa peste, con rasgos parecidos a la pandemia actual, mató a más de 40 millones de personas en tres años (de 1918 a 1920). Y se la llamó española porque España era un país neutral en la 1ª Guerra Mundial y no censuraba la publicación de informes sobre la enfermedad, a diferencia de los países guerreros, que sí censuraban toda la información para no desmoralizar a las tropas. Y para no desmoralizar atribuyeron el origen de esa peste a España. Avivadas imperiales típicas, como ya sabemos.

Y respecto de que el 536 haya sido "el peor año" de la historia humana, es más que dudoso, porque sí hay registros de que ese año hubo una erupción volcánica masiva en Islandia, en el Atlántico Norte, que produjo una niebla que oscureció a toda Europa, que entonces, para las miradas etnocéntricas, era "todo el mundo" cuando obviamente no lo era. Como sea, el 536 produjo una insólita oscuridad durante las 24 horas de cada día y durante 18 meses. Un año y medio sin sol, que en la Historia se recuerda como "la edad oscura", y la cual produjo un fuerte cambio climático, pérdida de cosechas y una hambruna que alcanzó a toda Europa y partes de Asia y África. Y que quizás fue causa de que pocos años más tarde, en el 541, llegara a Europa desde Egipto la famosa "peste bubónica" que fue decisiva para la caída del Imperio Bizantino.

 

Otras opciones de años peores fueron la Peste Negra, del siglo 14, que mató a la mitad de la población europea; o la Viruela que trajeron los conquistadores a América hacia el año 1520 y que mató a entre el 60 y el 90% de los pueblos originarios americanos. Y ni se diga la peste que significó el nazismo y la 2ª guerra mundial, entre 1933 y 1945, que mató a entre 40 y 60 millones de personas. Cualquiera de esas tragedias causó horribles años de peste como el 2020. Pero la verdad es que no tiene ninguna importancia comparar cuál año fue peor. No obstante lo cual esta columna sí propone tener en cuenta que en ninguna de esas pestes el planeta tenía, me atrevo a calcular, ni 500 millones de habitantes en total. Hoy somos casi 8.000 millones, y ésta es la primera peste verdaderamente universal, no sólo de Europa, Oriente medio y Asia. Porque ojo que a todas las estimaciones les faltó la mitad del mundo para medir pestes: en todas las anteriores no se tuvo en cuenta a América, África y Oceanía completas como ahora sí. Otra picardía del etnocentrismo.

 

Que reproducen hoy mismo casi todos los medios del mundo. Porque lo que dijo este Sr. MacCormick en Time se encuentra repetido en Clarín, La Naciòn, Perfil, INfobae, El País de España y de Uruguay, La vanguardia, Público, Diarioas, Mundo Deportivo, El financiero de Mexico y siguen en malón las repeticiones, acríticas, de lo que dijo un historiador que no tuvo en cuenta, en absoluto, que este planeta en el año 536 estaba casi deshabitado en comparación con nuestro ahora, en el que además el hambre y la desigualdad son datos decisorios.


Lo que sí dejaron las viejas pestes, peores o no que la actual, fueron obras de arte decisivas para la cultura de todos los tiempos. Pienso en El corral de apestados, tremenda pintura de Francisco Goya (1798) o los cuentos de El Decamerón, de Giovanni Bocaccio, que a mitad del siglo 14 combinó para siempre a la gran literatura con la Peste Negra europea que duró más de un siglo, y casi a la par de las matazones de pueblos enteros a manos de los conquistadores y piratas que arrasaban Nuestra América en pos de oro y plata y mataban a millones de personas y devastaban culturas originarias.

 

Es bastante hipocrita esto de medir cuál peste fue peor. Seguramente la que estamos viviendo es un horror y posiblemente sea, sí, la peor de toda la historia de la humanidad. Pero también es la que mejor posicionados nos encuentra en términos sanitarios y científicos, y es allí donde ciframos nuestra esperanza. @