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viernes, 31 de mayo de 2013

Están sacando a Colón y es un atentado cultural


En este mismo momento, hoy 31 de Mayo, las grúas comienzan el desguace de la estatua de Cristóbal Colón, dizque para llevarla a Mar del Plata.
Ya he escrito sobre el asunto dos artículos en Página/12, pero no puedo dejar de expresar una vez más mi desacuerdo. Y no sólo porque es una ofensa gratuita al almirante genovés que bien o mal, confundido o no, en 1492 dio inicio a la América que hoy somos e inauguró nuestra historia moderna y nos trajo la lengua que hablamos, además de múltiples horrores y atropellos, desde ya, que la Historia viene juzgando.
También desapruebo el atropello cultural que es mover una obra de arte excepcional, de 623 toneladas de bloques de mármol de Carrara sobre un hermoso emplazamiento de más de 20 metros, y en el que está desde hace un siglo. 

El magnífico monumento está donde está por donación de la colectividad italiana, la que más inmigrantes aportó a nuestra ciudadanía, y de la cual desciende la mayoría de los argentinos de origen europeo.

Fue esa colectividad la que encargó la realización al extraordinario escultor Arnaldo Zocchi (1862-1940) y no por cualquier motivo, sino en ocasión de la conmemoración del Centenario de la Revolución de Mayo. Y por cierto, el espacio verde que lo rodea a espaldas de la Casa Rosada fue proyectado y construido como parte del Paseo de Julio por otro célebre artista, el arquitecto y paisajista francés Carlos Thays (1849-1934). Con el nombre de Plaza Colón, fue inaugurada en 1904, en 1911 se construyeron las terrazas y escalinatas que derivaban hacia el río, y en 1921 se terminó el arreglo de jardinería, justo para la apertura al público.

Bueno, todo esto se destruye ahora en nombre no se sabe bien qué. Porque si justicia histórica o revisionismo es que allí se coloque un monumento a Juana Azurduy, como se dice, estamos ante otro disparate. La primera generala del Ejército Argentino sin ninguna duda merece un homenaje. Pero el monumento a esta mujer excepcional del Siglo XIX que ha sido donado por la hermana República de Bolivia, no merece enturbiarse sacando un monumento para poner otro. Muchísimo mejor, y de irreprochable justicia histórica, hubiese sido instalar el monumento a Azurduy en el campo de polo de Palermo, que es un terreno público y además manejado desde hace años por el Ejército...

Y además, y finalmente, quiero decir que todo esto representa un enorme gasto inútil.

No sé si la decisión fue de la Presidenta, como insidiosamente machaca el diario La Nación. Pero sea decisión del gobierno nacional o del gobierno de la ciudad, sostengo que es una soberana estupidez, y que en todo caso a ambos gobiernos les cabe responsabilidad por lo que se hizo o se dejó hacer. Por ello, todo sea dicho, es de absoluta hipocresía la aparente oposición de funcionarios y legisladores macristas que leo que en estas horas se declaran sorprendidos. Oportunismo y desvergüenza puros.

A estas horas todo indica que el desatino es irreversible, y a mí como argentino y latinoamericano, y descendiente de italianos, me duele profundamente. No se juega así con la Historia, la cultura de un pueblo, la estética de la ciudad capital de la República y los fondos públicos. 

lunes, 27 de mayo de 2013

LECTURARIO # 12



• En mi reciente viaje a Antofagasta me obsequiaron una verdadera andanada de libros, como es habitual. En general no puedo con todos los que recibo, pero leo algunos, todos los posibles —durante esos días y al regreso— con fuerte curiosidad.
            En particular en este viaje hubo uno que me entregó mi infatigable amiga Pía Barros y que se titula "¡Basta!" y es una colección de textos de mujeres chilenas (al menos son chilenas la mayoría de las antologadas) acerca de la hoy llamada violencia de género, que en mi barrio se sigue llamando maltrato a las mujeres por parte de esoshijosdesuputamadre, y que es un libro necesario y contundente. Y además es bilingüe, gracias a la estupenda labor de la gran traductora californiana Martha J. Manier. (Asterión).
            También leí en viaje, de Alejandra Costamagna, "Cruce de peatones", que se presenta como un libro de crónicas, entrevistas y perfiles, un trabajo más bien periodístico y con algunos hallazgos entre sus recuerdos de infancia y una interesante entrevista con Roberto Bolaño. (Universidad Diego Portales, de Santiago).
            Otro libro que me llama la atención es "Tatanene cimarrón", de la narradora cubana Teresa Cárdenas Angulo. Es la sencilla historia de una muchachita que evoca a su abuelo y a través de él sus orígenes africanos. No hay allí una escritura extraordinaria, pero resulta interesante como punto de vista no habitual. (Casa Editora Abril, de La Habana).
            Y por si fueran pocas lecturas femeninas, al regresar y en la Feria del Libro de Buenos Aires me encontré con mi poeta española favorita, de la que ya he comentado libros en este Lecturario: Mariángeles Pérez López, catedrática salmantina, poeta excepcional y amiga entrañable. Durante un agradable almuerzo en el Museo Sarmiento, me regala una reciente antología de su obra, titulada "Segunda mudanza" y prologada por otro amigo común, el poeta mexicano Marco Antonio Campos. Una completa gozada, para mí. Y valga esta mención para seguir recomendando que no se pierdan a Mariángeles. (Molinos de viento).

• Pero así como a veces siento que el azar me "empapela" en forma de libros que no pido ni espero, y que me lleva a leer textos que no planeaba leer, también he aquí que eso mismo funciona muchas veces como estímulo para entrarle con más ganas a lo que realmente tengo ganas, dicho sea con tolerada redundancia. En esos casos, siento una especie de compulsión a leer los libros que se me antojan, los que por cualquier razón escojo libremente o tenía demorados. Y suelen ser, claro, los que más disfruto.
            Esta vez le tocó a "Otra vuelta de tuerca", la célebre novela de Henry James, que yo leí hace más de treinta años y de la cual tenía un vago recuerdo y de pronto dudé si estaría aún en mi biblioteca. Lo que me encantó es que encontré esta edición por sólo 25 pesos en la Feria del Libro, en una mesa de saldos, y lo compré como quien compra un caramelo.
            Me senté a leerlo en un café y en el acto me di cuenta de que he llegado a la edad de las relecturas, y enhorabuena porque me permite y garantiza lujos literarios. Como este libro impresionante que si por mí fuera ya andarían leyendo todos los jóvenes de este mundo. Y digo más: ¿cómo es que en los talleres literarios de este planeta no es lectura obligatoria?

sábado, 25 de mayo de 2013

Mi visión de la década kirchnerista

Un artículo que me pidieron para el diario Tiempo Argentino, y que se publicó hoy sábado 25:

http://www.infonews.com/2013/05/25/politica-77758-sin-dudas-una-decada-diferente-10-anos-de-kirchnerismo.php

Y otro, más extenso, que se publicó en The Buenos Aires Herald:

http://buenosairesherald.com/article/131896/a-decade-of-change

Y aquí abajo, la versión en castellano de esta última:


10 años de kirchnerismo en el gobierno: Borrador de balance para una década de cambios


10 años de kirchnerismo en el gobierno: Borrador de balance para una década de cambios

Este 25 de Mayo el gobierno va a festejar no sólo una sensible y siempre emotiva fecha patria, sino también su llegada al poder, ese mismo día de 2003.
            El festejo será porque primero Néstor Kirchner y luego su esposa, Cristina, durante dos períodos constitucionales y medio le cambiaron la cara a este país.
            Sin dudas, la Argentina no es hoy la misma que en 2003 y para las mayorías que los votaron, en general el cambio fue positivo. Y no sólo eso: es un país bastante mejor, sobre todo en los indicadores de la inclusión social. Los datos de reducción de la pobreza, el ascenso social de millones de compatriotas, la recuperación de soberanía en las decisiones económicas, los cambios copernicanos en las políticas de Derechos Humanos, y algunas medidas extraordinarias cuya sola enunciación excedería este espacio, testimonian esa mejoría.
            Y sin embargo, si bien es verdad que fue exitosa la salida de la brutal crisis que padecimos al inicio de este siglo, y hoy puede conmemorarse un cambio superador en la piel y en el alma de este país, eso no significa triunfo alguno. Y es por eso que no estoy seguro de que sea atinado celebrar ahora lo que se ha dado en llamar una "década ganada".
            Es la utilización de un verbo de connotación triunfalista lo que no me convence. En primer lugar porque los medios y empresas que conducen a la oposición política han logrado, sistemáticamente, instalar un clima social que no parece el mejor para cantar victorias. Y en segundo lugar porque en muchas áreas de la gestión gubernamental hay todavía inacciones, errores y deudas importantes. Las cuales, en mi opinión, desautorizan una celebración que, aun con logros visibles en muchos aspectos, está todavía llena de pendientes.
            Al menos a mí, en tanto acompañante crítico de este gobierno, me parece forzoso subrayar algunos aspectos "no positivos" en items esenciales. Por ejemplo, los todavía altos niveles de pobreza e indigencia que resultan a estas alturas intolerables, y cuyo ápice es el maltrato histórico a los pueblos originarios. Y pienso también en el pésimo estado del sistema de transporte en todo el país, que es un extraordinario obstáculo para nuestro desarrollo, y sobre todo lo padecemos los que vivimos en el interior.
            Cabe citar asimismo la irritante permisividad hacia las transnacionales mineras que devastan hoy nuestro territorio, y que de hecho y en general son parte de la muy desafortunada política ambiental oficial. Y por supuesto tengo en mente y en primera línea la carencia de políticas anticorrupción serias, profundas y consistentes, que dicho sea de paso serían la mejor respuesta al terrorismo periodístico que infecta la televisión prácticamente todas las noches.
            Hace poco más de un año y medio, en mi libro "Cartas a Cristina" (Edhasa, 2011) subrayé estos aspectos —y otros más, referidos a la salud, la educación y la equidad fiscal— y sostuve que si había un asunto que podía explotarle en las manos al gobierno era, precisamente, el de la falta de transparencia en algunas áreas. Y no porque en el kirchnerismo haya más o menos corruptos que en los anteriores gobiernos (que es una comparación posible, pero estéril) ni porque sus antagonistas de hoy también pueden tener cuentas dudosas (nadie habla del crecimiento patrimonial de los señores Mauricio Macri, Hugo Moyano, Francisco de Narváez, o el inexplicable "dirigente sindical" señor Venegas), sino justamente porque son gobierno.
            El problema que muchos ciudadanos enfrentamos en estos días es el siguiente: es muy difícil, y hasta chocante, apoyar determinadas medidas de este gobierno. Pero si para algunos de nosotros es arduo apoyar todo lo que hace este gobierno, no tengo la menor duda de que es absolutamente imposible apoyar ninguna de las opciones que se ofrecen en el arco político argentino. Y subrayo ninguna porque cada día es más evidente que la verdadera oposición política en este país la encabeza un grupo empresarial que tiene atemorizado a todo el espectro.
            El kirchnerismo se ganó ese resentimiento fenomenal desde el conflicto de 2008, cuando la famosa Resolución 125 estableció aquellas retenciones móviles a la exportación de soja y girasol, y afectó como nunca antes a los poderes económicos.
            Súmensele las denuncias por la cuestionada propiedad de Papel Prensa, el brillo argumental pero con estilo soberbio de la Presidenta, más el incomodante accionar de funcionarios como el Sr. Guillermo Moreno, y se entenderá la durísima batalla política que se libra desde entonces y que condujo a la actual polarización. Que se profundizó, además, con otras medidas de gobierno que muchos argentinos apoyamos, como la nacionalización de las AFJP (cuyo resultado hoy se ve socialmente extraordinario), la para mí irreprochable Ley de Medios y la recuperación de YPF.
            En comparación con las últimas cuatro décadas, por lo menos, esta última muestra una formidable superación en todos los aspectos. Mérito de la democracia, en primer lugar, y de los muchos aciertos que muchos hemos aplaudido en estos años. Como el matrimonio igualitario, el aborto no punible y la Ley de Trata, y el hecho monumental de que si entre 1983 y 2003 se habían construído en la Argentina menos de 100 escuelas, de 2003 hasta hoy se construyeron más de 1.200. O la fenomenal inclusión social que significa la Asignación Universal por Hijo, que no solamente beneficia a casi cuatro millones de personas que estaban marginadas. También terminó con el caciquismo de los viejos punteros (puesto que se recibe personalmente mediante tarjetas en cajeros bancarios), y obliga a la documentación de los niños, su escolarización regularizada y su control sanitario.
            En cambio, los poderes corporativos que siempre dominaron este país ahora se manejan con slogans, denuncias periodísticas que se desmienten al día siguiente y con eufemismos: al control de cambios lo llaman "cepo" (palabra de horrible reminiscencia de la dictadura) mientras al dólar ilegal lo llaman románticamente "blue".
            La situación, obviamente, es muy compleja. Y me atrevo a decir que lo es sobre todo para quienes apoyamos en los trazos gruesos a este gobierno, pero no somos incondicionales del kirchnerismo.
            Por todo esto yo hubiese preferido un festejo más sobrio, menos autoafirmativo, y que en todo caso convocara a la tarea monumental que aún falta. Y que es de esperar que el gobierno de CFK lleve adelante. Para que entonces sí se pueda hablar de un tiempo ganado. •

Elsi Bornemann se cambió de barrio


No es cierto, no se crean ninguna mala noticia. Elsita anda por ahí, en sus libros, en su sonrisa, acaso en sus gatos. Yo le mando un beso con todo el cariño que nos tuvimos siempre, que fue mucho y grande. Y con el beso, reproduzco esta conversación que 
mantuvimos a fines de 1991, que luego publiqué en la revista Puro Cuento Nº 32, y que ahora se encuentra en mi libro "Así se escribe un cuento".

            Chau, loca linda, y me debés el té que me prometiste hace tres meses, la última vez que hablamos por teléfono...

El cuento es una ola; un intenso día de vida; un amor a primera vista; un relámpago perdurable

Es muy rubia y sus ojos azules tienen una mirada transparente y llena de curiosidad. Es una mirada franca, sensible, diáfana, de persona que jamás caretea y que sabe muy bien todo lo que no le gusta. Certeza que el entrevistador ratifica en cuanto se sienta con un café ante sí y da comienzo la charla, mesa de por medio, observados por dos gatos que permanentemente se subirán a la mesa, hurgarán entre papeles o dormitarán sobre los sillones, cual verdaderos amos de ese moderno y ordenado departamento de la calle Bulnes, en el porteño Barrio Norte capitalino. Tan porteño como la manera de hablar de Elsa Bornemann, esta mujer que se define “infatigable ama de casa y maestra vocacional”, y que habla como esas muchachas de los años setenta que iban a manifestaciones y creían que era posible cambiar el mundo hasta que aparecieron los lobos feroces que engendraron, después, a los pragmáticos de hoy.

En cuanto uno entra, se siente atrapado por la cordialidad y la buena onda que destila esta mujer, que todavía no llega a los cuarenta años, pero es madre de dos hijos ya grandes y tiene una inmensa sabiduría, un sólido sentido común y una franqueza poco frecuentes. Sus respuestas son amplias, completamente femeninas (si por tal se entienden el irse por las ramas, el humor sutil y la ironía) y además tiene la costumbre de dibujar con los dedos en el aire —o sobre la mesa, mientras dice lo que dice— como si necesitara acentuar sus expresiones. Durante la charla (celebrada en noviembre de 1991) gesticula constantemente, fuma un cigarrillo tras otro, confiesa ser muy supersticiosa y no deja tema sin responder.

Hija de “un relojero alemán especializado en campanas, carrillones y relojes de torre”, Bornemann es, como casi todo el mundo sabe, uno de los más importantes escritores de literatura paro niños de este país. Maestra Normal Nacional y profesora de inglés, de alemán v de letras (egresada de la UBA), ha sido premiada y reconocida internacionalmente. Su obra es tan original como numerosa, y de sus más de veinte títulos pueden citarse Un elefante ocupa mucho espacio, Cuadernos de un delfín, Cuentos a salto de canguro, El libro de los chicos enamorados, Bilembambudín o el último mago, La edad del pavo, Los desmaravilladores y Socorro (12 cuentos para caerse de miedo).

GIARDINELLI: ¿Cómo te iniciaste en la literatura?

BORNEMANN: Sentí que escribir era mi modo natural de expresión, no bien empecé a hacerlo. La lectura de libros, y de poemas y cuentos, fue acentuando esa impresión y por suerte fui hija de padres que consideraban que los libros también formaban parte de la canasta familiar, por muy modestamente que viviéramos. Mis primeros escritos “libres” (es decir, que no respondían a la imposición de ejercicios escolares) son de cuando tenía ocho o nueve años. Creo que mi vocación literaria nació cuando me di cuenta de que las palabras significan algo más que un medio de comunicación entre la gente. Caí en un estado de enamoramiento por las palabras, la lengua castellana y los idiomas en general. Y ya no dejé de escribir. Y cuando cursaba el magisterio comencé a componer los versos que después se publicaron en mi primer libro: Tinke-Tinke.

—¿La poesía fue tu pasión inicial?

—Sí, muy tempranamente. Y es una pasión que jamás abandoné.

¿Y con el cuento, cómo fue el amor?

Bueno, en mi casa se valoraba mucho toda la literatura. Se leía mucho y de todo. A pesar de su exigente ritmo de trabajo mis padres nos educaron, a mis hermanas y a mí, en el gusto por la lectura. Hasta que aprendí a leer, me leyeron y contaron: mi hermana mayor, mi mamá (que solía inventarlos) y mi papá, que me los leía en alemán, sin traducírmelos porque decía que si prestaba mucha atención los iba a entender.

¿Quiénes eran los autores de esos cuentos de tu infancia?

Recuerdo con nitidez el impacto que ejercieron sobre mí muchos autores: Lewis Carroll, Andersen, Poe, Hofímann, Busch, los hermanos Grimm, Quiroga, Elflein, Villafañe... La lista sería larguísima, de nunca acabar. Y tampoco querría dejar de mencionar los cuentos de autores anónimos como los de Las mil y una noches, ni las leyendas españolas, nórdicas, argentinas, italianas... Yo, de chica, leí muchos cuentos. Sólo cuando iba terminando la primaria, y me duró hasta cerca de los treinta, me atraparon las novelas, de toda índole. Pero actualmente prefiero los cuentos.

¿Qué es un cuento, para vos?

—Una ola; un intenso día de vida; un amor a primera vista; un relámpago perdurable.

¿De dónde nacen tus textos?

—De todo lo que me conmueve, me divierte o me hace sufrir, reflexionar, dudar. También nacen de la realidad, sin dudas, aunque obviamente se añaden contenidos que provienen del mundo onírico y de la imaginación. Y además está la cantera de la memoria ¿no?

Alguna vez me dijiste que vos sí creías en la inspiración. ¿Es así?

—Sí, y me animaría a describirla como un súbito golpe de sol o roce de nieve en el medio de los ojos, contra el alma y a su favor. Una sensación extraña y movilizadora de la posibilidad de escribir “eso” y “ya”. Y entonces uno lo escribe como al dictado... Esa conmoción de la sensibilidad puede producirse con frecuencia o no. Creo que todos padecimos (o disfrutamos, vaya uno a saber) etapas durante las que deseamos relacionarnos con las palabras y ellas han desaparecido. Y recién dije “disfrutamos” porque, en ocasiones, me asalta la sospecha de que no se escribe en tiempos felices.

¿Qué influencias literarias reconocés?

—Bueno, de hecho todos los escritores que he leído y leo con placer influyeron e influyen en mi obra. También reconozco una considerable influencia de la pintura, en particular de la surrealista, expresionista e hiperrealista. Me conmueven, y movilizan mucho mi imaginación.

Como egresada de Letras, ¿te interesás por las técnicas narrativas? ¿Juegan un papel en tu labor creativa?

—A partir de los 13 años, cuando leí un tratado sobre “El arte de escribir y la formación del estilo”, me interesaron mucho. Por supuesto, mi tránsito por las aulas de Filosofía y Letras acrecentó el interés. Pero ahora me gusta descubrirlas por mis propios medios y formarme un perfil aproximado de cada autor que leo, de acuerdo con los recursos a los que apela. En cuanto a mí... escribo cuando siento que me resulta impostergable hacerlo. Y eso me sucede constantemente, para alegría de quienes se hermanan con mis libros y para “mufa” de quienes no.

¿Qué pensás de los talleres literarios? ¿Tuviste uno alguna vez?

Integré dos talleres de teatro, coordinados por Pablo Palant, y después tuve varios talleres de literatura para niños. Mi experiencia es positiva, totalmente enriquecedora, pero sé que ésa no tiene por qué ser la regla general. Como en todas las actividades humanas, vos sabés, abundan los comerciantes, los ególatras, los incapaces, los irresponsables... y mejor paro de enumerar. De todos modos, considero que los talleres son útiles si son generosos para propiciar el crecimiento interior (y literario, claro) de los asistentes, y en tanto no se constituyan en un modelo único que imitar.

Tu producción es impresionante, parece una cantera inagotable. ¿Cuál es tu método de trabajo, cuál tu disciplina?

Siempre escribo a mano, en primera versión. Luego paso los borradores a máquina. Después los corrijo nuevamente a mano, en una tercera, y con colores. Entonces dejo el texto durante un cierto tiempo (o para siempre...) y lo retomo más adelante para supervisión y otras pasadas a máquina, hasta que quedo más o menos conforme... De hecho, escribo a diario. Como mi reloj biológico funciona con más lucidez durante la noche, suelo andar insomne y desvelada hasta el amanecer. Y como pertenezco a un mundo regido por “gallos”, estoy agotada, por lo general, hasta las nueve de la mañana.

¿Y como lectora, cómo sos? ¿Leés cuando estás escribiendo un libro?

—No sé, soy muy desordenada, exigente, voraz... No obstante, creo que soy cien veces mejor lectora que escritora. Y no es modestia, ¿eh?

¿Y con base en qué elementos disfrutás o rechazás un cuento o una novela?

Siempre espero que una narración me seduzca desde las primeras líneas, que me impulse a leerla de un tirón, que su final no se me aparezca como demasiado previsible y que, apenas concluida su lectura, me resulte de olvido imposible a pesar de que —seguramente—voy a volver a ese texto en varias oportunidades, ya sea para recrearlo en mí o para compartirlo.

¿Hay algún género que prefieras, de todos los que practicás?

—No, no tengo uno preferido.

¿Qué distingue al cuento de la nouvelle y de la novela?

El cuento requiere de un gran poder de síntesis; de concentración en una idea que, sin embargo, debe estar claramente delineada; y debe tener intensidad en la caracterización del o los personajes, sin admitir elementos accesorios. Todo en el cuento es —o mejor dicho: debe ser— esencial. En cambio la nouvelle, aunque suele asociársela con el cuento largo, no es cuento. Creo que participa mas de los rasgos de la novela. En nuestro idioma, podríamos hablar de “novela breve”. Y digo que participa de rasgos novelísticos porque pareciera que la novela pretende extenderse sobre una idea base en profundidad, y agotar todas las perspectivas de acercamiento a la misma, ¿no? Es un género de tanta complejidad como el cuento, sólo que a veces se ramifica tanto, se explaya acerca de tantos personajes, situaciones, escenarios, etc., que uno tiene la sensación de estar leyendo una enciclopedia de ramos generales o algo así.

¿Tenés buena relación con tu propia obra?

—Sí, aunque eso no significa que viva fascinada por mis libros. Lo que pasa es que la respuesta de mis jóvenes lectores me da energías para seguir escribiendo. Pienso que si sus potenciales destinatarios (los chicos, claro) no me respondieran como lo hacen yo no persistiría en una escritura tipo auto-espejo. Son ellos los que tienen que reflejarse.

Como autora de cuentos para chicos te has destacado entre otras cosas por proponer un mundo fantástico, alucinante, pero en el que los datos de la realidad nunca faltan. ¿Creés que la literatura puede modificar la realidad?

—Sí, en tanto modifique la cosmovisión del lector. De lo contrario no se explicaría que se la margine, que se la haga blanco de censuras durante los períodos totalitarios de cualquier región del mundo y en tan diversas épocas, ni que sus creadores sean víctimas de las más perversas persecuciones.

Es un poco lo que te pasó a vos, que fuiste censurada durante la última dictadura militar. ¿Qué te pasó, exactamente?

Fue una desgracia, algo tremendo. La junta militar de entonces firmó un decreto terriblemente infamante mediante el cual se prohibía mi libro Un elefante ocupa mucho espacio, en la totalidad de sus 15 cuentos. Este libro había recibido en 1976 una importante distinción en Europa (fue incluido en el Cuadro de Honor del Premio Internacional “Hans Christian Andersen”, seleccionado por IBBY, que son las siglas de la Junta Internacional del Libro Infantil y Juvenil) y era la primera vez que figuraba la Argentina... La prohibición se produjo en octubre de 1977 y alcanzó por extensión a toda mi obra. Se me vedó el acceso a la escuela pública y a todos los medios de comunicación masivos. Fue una experiencia espantosa.

¿Por qué te censuraron: por razones políticas, morales, religiosas...?

—Menos pornográfico, el decreto decía de todo... Yo me enteré por los diarios. Decían que atacaba a la familia, la Iglesia, la moral, las buenas costumbres, al individuo como sí y al individuo en la sociedad, y que mi libro estaba escrito “con la finalidad de adoctrinamiento para el accionar subversivo”... Se les escapó lo de procaz... El 77 fue un año tan terrible...

¿Y vos qué hiciste?

—¿Qué voy a hacer? Mi primera reacción —yo tenía quince años menos que ahora y una cuota mayor de inocencia y de ignorancia— fue de desconcierto y de pánico. Pensé en irme del país, pero me pareció que afuera iba a morirme de tristeza. Tuve una larga charla con mi papá y él me dijo: no, vos te quedás en tu casa y te la aguantás. Me quedó un insomnio espantoso, de esas épocas. Durante años escribía de noche, y si no, me quedaba pensando hasta las seis de la mañana, y a la seis me decía: bueno, ahora ya no vienen. Porque... no lo hacían de frente ni a la luz del día, en general, ¿no?

¿Qué hay que hacer para escribir cuentos para chicos?

—Lo mismo que para escribir, Mempo, y vos lo sabés. Mi primer consejo para cualquiera siempre es el mismo que dan ustedes en la revista: que lean a destajo y que sean honestos consigo mismos en cuanto a reconocer si la lectura les provoca goce e incluso adicdón. Si bien hay multitud de muy buenos lectores que no desean escribir, me parece que es improbable llegar a ser un “escribidor profesional” si no se ama la lectura. Una de las vías más seguras para aprender a escribir es leer con pasión.

¿Vos pensás en los chicos cuando escribís para ellos?

Sí, claro. Sobre todo en los chicos que —en cada período— son mis contemporáneos. Esto significa que, dada la aceleración de los cambios generacionales, tengo que estar continuamente alerta, aunque nadie duda de que existe una zona de “niñedad” que es universal y atemporal. Mientras escribo, imagino que le esroy hablando a determinado grupo de criaturas a las que —en esas horas y días— pretendo destinarles los textos que voy creando. Dadas las características de la infancia, de tan frecuentes y profundos cambios a partir del mismo nacimiento, estaría frita si desconociera u olvidara esta condición.

—¿Tenés una enorme vocación docente, no?

—Sí, la enseñanza me gusta mucho. Yo fui maestra de jardín de infantes, y enseñé en primaria, en secundaria y en nivel terciario. Actualmente no ejerzo la docencia, salvo cursillos o seminarios para docentes que doy cada tanto.

¿Existe una preceptiva específica para el cuento destinado a los niños?

No, no, sería ridículo sugerir siquiera una receta... Existen tantos chicos lectores como libros para ellos. En líneas generales, creo que sólo podría proponer dos o tres cosas: una es tomar en cuenta sus necesidades y sus intereses (algo que vengo repitiendo desde hace tanto tiempo que ya me causa gracia reiterarlo); otra es no menospreciar la capacidad receptora y perceptora del interlocutor de pocos años. Y otra más: la estética, la ética, términos que a muchos adultos les suenan obsoletos o absurdos en tanto deban considerarse como valores en una obra para niños. Ah, y una última: recordar que un cuento que los chicos aman suele ser igualmente apreciado por los adultos, aunque pocos lo reconozcan.

¿Cómo y por qué se te ocurrió escribir cuentos de terror para chicos?

—Bueno, porque me pasaba lo mismo que con los cuentos de amor y de ciencia-ficción: me encantaba leerlos y deseaba escribirlos desde que era chiquita. El detonante para que lo hiciera fue, sin embargo, el pedido reiterado de muchos chicos, desde hace varios años.

¿ Y escribís algo para adultos?

Sí, pero sinceramente no siento que valga la pena ceder los derechos de su publicación. Eso implicaría dedicarles a los mayores tanta vida como la que ahora dispongo con mi trabajo para el público infantil. Los adultos no terminan de agradarme, la verdad. Además, tengo la certeza de que hay ya abundancia mundial de excelentes escritores para “la gente grande”. En cambio los chicos son los grandes olvidados, igual que los animales y las plantas y todo ser que no vote.

-—Sé que te llaman constantemente de muchas escuelas y que siempre vas. ¿Por qué lo haces?

—Porque me gusta, porque me parece un buen servicio y también porque lo preciso. Además entre los adultos, Mempo, particularmente en los países de habla hispana, y en los latinos en general, la literatura infantil es como que no existe para la crítica.

¿Qué lugar dirías que ocupa la literatura para niños dentro de la literatura argentina en general?

—Todavía hay mucha desvalorización, ¿no? De esta literatura y, en consecuencia, de los autores que abordamos esta especialidad...

¿Hay una subestimación histórica del género, verdad?

Sí, claro que la hay. Y tiene que ver con una subestimación de la infancia. Es como una amnesia. Yo cuando era chica observaba a los altos, y me decía que un día iba a ser grande pero no quería, no me gustaba. Contra lo que habitualmente se piensa —que los chicos quieren crecer— yo no quería salir de los doce o trece años. Porque la mayoría de los adultos que encontraba, a mí no me gustaban. La adolescencia para mí fue terrible, muy dolorosa. Y bueno, los adultos en general no me gustan, y ahora menos. Pienso que con la literatura para chicos hay una desvalorización de la infancia; lo que pasa es que no se los considera interlocutores válidos. Se los desvaloriza. “No piensan”, dicen los adultos. Igual pasa con los animales... ¿Te gusta la vida o no te gusta la vida? El hombre está destruyendo las tres cosas que tienen que ver primariamente con la reproducción de la vida, y con el equilibrio: los niños, los animales y las plantas. Mariposas no existen más... Están envenenando todo.

¿Y por qué se piensa en esta literatura como en un subgénero?

—Bueno, la responsabilidad de esto es variada. En los últimos años los productores —autores, editores— pensaron que esto era muy buen negocio y desde entonces a cualquiera que escribe dos o tres cosas ya se las publican. No hay criterio... Y cuando no pasa por el criterio, pasa por la escuela. Entonces ponen a unas asesoras que tienen que ver con la pedagogía, pero que no leen nada de literatura infantil. Y no leen, no leen, yo me doy cuenta de que no leen.

Perdoname que insista pero no me queda claro por qué razón se menosprecia este género. Aunque nadie lo dice, se lo considera un juego, una cosa menor. ¿Por qué?

Bueno, si los que piensan eso son escritores, yo desconfiaría si son realmente escritores o si lo hacen por otras causas que puedo respetar pero no compartir. Porque sería ignorar, me parece, que cuando eran chicos sintieron alguna emoción estética, un golpe en el corazón, una emoción, algo, con una lectura literaria. Pero parece que, como se han olvidado, piensan que ningún chico es serio. Es falta de sensibilidad, sencillamente. Si un niño fue insensible a la escritura, a la pintura o a la música, de adulto va a ser más insensible todavía. Esos son los que menosprecian este género.

—¿Qué autores del género te parecen paradigmáticos?

—¿De nuestro país? (Piensa unos segundos.) Yo diría que María Elena Walsh, Javier Villafañe y María Granata. Los vi siempre como paralelos a la escuela. Y del extranjero mencionaría a muchos, algunos de los cuales creo que no están traducidos. Por ejemplo los personajes Max & Moritz, de Wilhelm Busch, que es un cuentista del norte de Alemania de hace cincuenta años y fue un genio que se anticipó a Disney.

¿Y qué te pasa con algunos clásicos del género, como Carlo Collodi, los hermanos Grímm, Andersen... ?

La pregunta debería ser qué me pasaba antes... Y bueno, algunos cuentos me gustaban mucho. Por ejemplo, de Andersen, “La reina de las nieves” me parece lo mejor aunque acá no fue lo que más se conoció. Es un cuento extraordinario: tiene elementos que uno después va a encontrar en la vida, es una gran metáfora. En cambio “Pinocho” nunca me gustó. A mí de chica me preguntaban cuáles eran mis personajes favoritos y yo decía que eran Peter Pan y Alicia, pero Pinocho... Esa historia está muy bien por la idea de que un muñeco cobre vida; engancha por ahí. Y además pienso que Collodi tenía la mejor intención. Pero nunca me gustó esa cosa de la mentira y de que le crece la nariz...

¿Y vos, como autora de cuentos para chicos, te sentís reconocida por tus pares, por los grandes?

—Por pares que no son autores de literatura infantil, sí. (Se hace un silencio y se ríe sola.) Las otras son “paras”, no pares...

¿Por qué “paras”, porque son mujeres las que no te reconocen?

—(Riéndose mucho.) Y bueno, digamos que son mujeres de otra generación, pero qué le vamos a hacer... Creo que yo tendría que haber empezado a publicar ahora; entonces no pasaría esto, o si no, tendría que escribir y publicar menos.

O sea que te tienen envidia porque empezaste muy joven y te fue muy bien.

Y claro. Y lo terrible es que no me morí a los veintidós años. Pero bueno, ¿qué querían? Ay, la estructura de esta sociedad... (y se ríe más y más).

Para terminar: ¿te parece interesante el movimiento de literatura para niños en la Argentina?

—Sí. Y si comparamos nuestra producción con la de los demás países de habla castellana —e incluso con la española—, considero que la nuestra es bastante superior en calidad.

¿Hay alguna pregunta que esperabas y que no te hice?

—Sí, estaba segura de que me ibas a preguntar qué me parece el doctorado honoris causa que le dieron al Presidente en Israel, y mi opinión sobre las últimas declaraciones de Maradona...

Bueno, ¿qué te parecen el honoris causa a Menem y lo que dijo Maradona?

Ah, no, ahora ni te lo pienso contestar. Te quedarás con la intriga. (Y se ríe a carcajadas.)