No
es cierto, no se crean ninguna mala noticia. Elsita anda por ahí, en sus
libros, en su sonrisa, acaso en sus gatos. Yo le mando un beso con todo el
cariño que nos tuvimos siempre, que fue mucho y grande. Y con el beso,
reproduzco esta conversación que
mantuvimos a fines de 1991, que luego
publiqué en la revista Puro Cuento Nº 32, y que ahora se encuentra en mi libro
"Así se escribe un cuento".
Chau, loca linda, y me debés el té
que me prometiste hace tres meses, la última vez que hablamos por teléfono...
El cuento
es una ola; un intenso día de vida; un amor a primera vista; un relámpago
perdurable
Es
muy rubia y sus ojos azules tienen una mirada transparente y llena de
curiosidad. Es una mirada franca, sensible, diáfana, de persona que jamás
caretea y que sabe muy bien todo lo que no le gusta. Certeza que el
entrevistador ratifica en cuanto se sienta con un café ante sí y da comienzo la
charla, mesa de por medio, observados por dos gatos que permanentemente se
subirán a la mesa, hurgarán entre papeles o dormitarán sobre los sillones, cual
verdaderos amos de ese moderno y ordenado departamento de la calle Bulnes, en
el porteño Barrio Norte capitalino. Tan porteño como la manera de hablar de
Elsa Bornemann, esta mujer que se define “infatigable ama de casa y maestra
vocacional”, y que habla como esas muchachas de los años setenta que iban a
manifestaciones y creían que era posible cambiar el mundo hasta que aparecieron
los lobos feroces que engendraron, después, a los pragmáticos de hoy.
En
cuanto uno entra, se siente atrapado por la cordialidad y la buena onda que
destila esta mujer, que todavía no llega a los cuarenta años, pero es madre de
dos hijos ya grandes y tiene una inmensa sabiduría, un sólido sentido común y
una franqueza poco frecuentes. Sus respuestas son amplias, completamente
femeninas (si por tal se entienden el irse por las ramas, el humor sutil y la
ironía) y además tiene la costumbre de dibujar con los dedos en el aire —o
sobre la mesa, mientras dice lo que dice— como si necesitara acentuar sus
expresiones. Durante la charla (celebrada en noviembre de 1991) gesticula
constantemente, fuma un cigarrillo tras otro, confiesa ser muy supersticiosa y
no deja tema sin responder.
Hija
de “un relojero alemán especializado en campanas, carrillones y relojes de
torre”, Bornemann es, como casi todo el mundo sabe, uno de los más importantes
escritores de literatura paro niños de este país. Maestra Normal Nacional y
profesora de inglés, de alemán v de letras (egresada de la UBA), ha sido
premiada y reconocida internacionalmente. Su
obra es tan original como numerosa, y de sus más de veinte títulos pueden
citarse Un elefante ocupa mucho
espacio, Cuadernos de un delfín, Cuentos a salto de canguro, El
libro de los chicos enamorados, Bilembambudín o el último mago, La
edad del pavo, Los desmaravilladores y Socorro (12 cuentos para caerse de miedo).
GIARDINELLI: ¿Cómo te iniciaste en la literatura?
BORNEMANN: Sentí que escribir era
mi modo natural de expresión, no bien empecé a hacerlo. La lectura de libros, y
de poemas y cuentos, fue acentuando esa impresión y por suerte fui hija de
padres que consideraban que los libros también formaban parte de la canasta
familiar, por muy modestamente que viviéramos. Mis primeros escritos “libres”
(es decir, que no respondían a la imposición de ejercicios escolares) son de
cuando tenía ocho o nueve años. Creo que mi vocación literaria nació cuando me
di cuenta de que las palabras significan algo más que un medio de comunicación
entre la gente. Caí en un estado de enamoramiento por las palabras, la lengua
castellana y los idiomas en general. Y ya no dejé de escribir. Y cuando cursaba
el magisterio comencé a componer los versos que después se publicaron en mi
primer libro: Tinke-Tinke.
—¿La
poesía fue tu pasión inicial?
—Sí,
muy tempranamente. Y es una pasión que jamás abandoné.
—¿Y con el cuento, cómo fue el amor?
—Bueno, en mi casa se
valoraba mucho toda la literatura. Se leía mucho y de todo. A pesar de su
exigente ritmo de trabajo mis padres nos educaron, a mis hermanas y a mí, en el
gusto por la lectura. Hasta que aprendí a leer, me leyeron y contaron: mi
hermana mayor, mi mamá (que solía inventarlos) y mi papá, que me los leía en
alemán, sin traducírmelos porque decía que si prestaba mucha atención los iba a
entender.
—¿Quiénes eran los autores de esos cuentos de tu infancia?
—Recuerdo con nitidez el
impacto que ejercieron sobre mí muchos autores: Lewis Carroll, Andersen, Poe,
Hofímann, Busch, los hermanos Grimm, Quiroga, Elflein, Villafañe... La lista
sería larguísima, de nunca acabar. Y tampoco querría dejar de mencionar los
cuentos de autores anónimos como los de Las
mil y una noches, ni las leyendas españolas, nórdicas, argentinas,
italianas... Yo, de chica, leí muchos cuentos. Sólo cuando iba terminando la
primaria, y me duró hasta cerca de los treinta, me atraparon las novelas, de
toda índole. Pero actualmente prefiero los cuentos.
—¿Qué es un cuento, para vos?
—Una
ola; un intenso día de vida; un amor a primera vista; un relámpago perdurable.
—¿De dónde nacen tus textos?
—De
todo lo que me conmueve, me divierte o me hace sufrir, reflexionar, dudar.
También nacen de la realidad, sin dudas, aunque obviamente se añaden contenidos
que provienen del mundo onírico y de la imaginación. Y además está la cantera
de la memoria ¿no?
—Alguna vez me dijiste que vos sí creías en la inspiración. ¿Es así?
—Sí,
y me animaría a describirla como un súbito golpe de sol o roce de nieve en el
medio de los ojos, contra el alma y a su favor. Una sensación extraña y
movilizadora de la posibilidad de escribir “eso” y “ya”. Y entonces uno lo
escribe como al dictado... Esa conmoción de la sensibilidad puede producirse
con frecuencia o no. Creo que todos padecimos (o disfrutamos, vaya uno a saber)
etapas durante las que deseamos relacionarnos con las palabras y ellas han
desaparecido. Y recién dije “disfrutamos” porque, en ocasiones, me asalta la
sospecha de que no se escribe en tiempos felices.
—¿Qué influencias literarias reconocés?
—Bueno,
de hecho todos los escritores que he leído y leo con placer influyeron e
influyen en mi obra. También reconozco una considerable influencia de la
pintura, en particular de la surrealista, expresionista e hiperrealista. Me
conmueven, y movilizan mucho mi imaginación.
—Como egresada de Letras, ¿te interesás por las técnicas narrativas?
¿Juegan un papel en tu labor creativa?
—A
partir de los 13 años, cuando leí un tratado sobre “El arte de escribir y la
formación del estilo”, me interesaron mucho. Por supuesto, mi tránsito por las
aulas de Filosofía y Letras acrecentó el interés. Pero ahora me gusta
descubrirlas por mis propios medios y formarme un perfil aproximado de cada autor
que leo, de acuerdo con los recursos a los que apela. En cuanto a mí... escribo
cuando siento que me resulta impostergable hacerlo. Y eso me sucede
constantemente, para alegría de quienes se hermanan con mis libros y para
“mufa” de quienes no.
—¿Qué pensás de los talleres literarios? ¿Tuviste uno alguna vez?
—Integré dos talleres de
teatro, coordinados por Pablo Palant, y después tuve varios talleres de
literatura para niños. Mi experiencia es positiva, totalmente enriquecedora,
pero sé que ésa no tiene por qué ser la regla general. Como en todas las
actividades humanas, vos sabés, abundan los comerciantes, los ególatras, los
incapaces, los irresponsables... y mejor paro de enumerar. De todos modos,
considero que los talleres son útiles si son generosos para propiciar el
crecimiento interior (y literario, claro) de los asistentes, y en tanto no se
constituyan en un modelo único que imitar.
—Tu producción es impresionante, parece una cantera inagotable. ¿Cuál es
tu método de trabajo, cuál tu disciplina?
—Siempre escribo a mano,
en primera versión. Luego paso los borradores a máquina. Después los corrijo
nuevamente a mano, en una tercera, y con colores. Entonces dejo el texto
durante un cierto tiempo (o para siempre...) y lo retomo más adelante para
supervisión y otras pasadas a máquina, hasta que quedo más o menos conforme...
De hecho, escribo a diario. Como mi reloj biológico funciona con más lucidez
durante la noche, suelo andar insomne y desvelada hasta el amanecer. Y como
pertenezco a un mundo regido por “gallos”, estoy agotada, por lo general, hasta
las nueve de la mañana.
—¿Y como lectora, cómo sos? ¿Leés cuando estás escribiendo un libro?
—No
sé, soy muy desordenada, exigente, voraz... No obstante, creo que soy cien
veces mejor lectora que escritora. Y no es modestia, ¿eh?
—¿Y con base en qué elementos disfrutás o rechazás un cuento o una
novela?
—Siempre espero que una
narración me seduzca desde las primeras líneas, que me impulse a leerla de un
tirón, que su final no se me aparezca como demasiado previsible y que, apenas
concluida su lectura, me resulte de olvido imposible a pesar de que
—seguramente—voy a volver a ese texto en varias oportunidades, ya sea para
recrearlo en mí o para compartirlo.
—¿Hay algún género que prefieras, de todos los que practicás?
—No,
no tengo uno preferido.
—¿Qué distingue al cuento de la nouvelle y de la novela?
—El cuento requiere de un
gran poder de síntesis; de concentración en una idea que, sin embargo, debe
estar claramente delineada; y debe tener intensidad en la caracterización del o
los personajes, sin admitir elementos accesorios. Todo en el cuento es —o mejor
dicho: debe ser— esencial. En cambio la nouvelle,
aunque suele asociársela con el cuento largo, no es cuento. Creo que participa
mas de los rasgos de la novela. En nuestro idioma, podríamos hablar de “novela
breve”. Y digo que participa de rasgos novelísticos porque pareciera que la
novela pretende extenderse sobre una idea base en profundidad, y agotar todas
las perspectivas de acercamiento a la misma, ¿no? Es un género de tanta
complejidad como el cuento, sólo que a veces se ramifica tanto, se explaya
acerca de tantos personajes, situaciones, escenarios, etc., que uno tiene la
sensación de estar leyendo una enciclopedia de ramos generales o algo así.
—¿Tenés buena relación con tu propia obra?
—Sí,
aunque eso no significa que viva fascinada por mis libros. Lo que pasa es que
la respuesta de mis jóvenes lectores me da energías para seguir escribiendo.
Pienso que si sus potenciales destinatarios (los chicos, claro) no me
respondieran como lo hacen yo no persistiría en una escritura tipo auto-espejo.
Son ellos los que tienen que reflejarse.
—Como autora de cuentos para chicos te has destacado entre otras cosas
por proponer un mundo fantástico, alucinante, pero en el que los datos de la
realidad nunca faltan. ¿Creés que la literatura puede modificar la realidad?
—Sí,
en tanto modifique la cosmovisión del lector. De lo contrario no se explicaría
que se la margine, que se la haga blanco de censuras durante los períodos
totalitarios de cualquier región del mundo y en tan diversas épocas, ni que sus
creadores sean víctimas de las más perversas persecuciones.
—Es un poco lo que te pasó a vos, que fuiste censurada durante la última
dictadura militar. ¿Qué te pasó, exactamente?
—Fue una desgracia, algo
tremendo. La junta militar de entonces firmó un decreto terriblemente infamante
mediante el cual se prohibía mi libro Un
elefante ocupa mucho espacio, en la totalidad de sus 15 cuentos. Este
libro había recibido en 1976 una importante distinción en Europa (fue incluido
en el Cuadro de Honor del Premio Internacional “Hans Christian Andersen”,
seleccionado por IBBY, que son las siglas de la Junta Internacional del Libro
Infantil y Juvenil) y era la primera vez que figuraba la Argentina... La
prohibición se produjo en octubre de 1977 y alcanzó por extensión a toda mi
obra. Se me vedó el acceso a la escuela pública y a todos los medios de
comunicación masivos. Fue una experiencia espantosa.
—¿Por qué te censuraron: por razones políticas, morales, religiosas...?
—Menos
pornográfico, el decreto decía de todo... Yo me enteré por los diarios. Decían
que atacaba a la familia, la Iglesia, la moral, las buenas costumbres, al
individuo como sí y al individuo en la sociedad, y que mi libro estaba escrito
“con la finalidad de adoctrinamiento para el accionar subversivo”... Se les
escapó lo de procaz... El 77 fue un año tan terrible...
—¿Y vos qué hiciste?
—¿Qué
voy a hacer? Mi primera reacción —yo tenía quince años menos que ahora y una
cuota mayor de inocencia y de ignorancia— fue de desconcierto y de pánico.
Pensé en irme del país, pero me pareció que afuera iba a morirme de tristeza.
Tuve una larga charla con mi papá y él me dijo: no, vos te quedás en tu casa y
te la aguantás. Me quedó un insomnio espantoso, de esas épocas. Durante años
escribía de noche, y si no, me quedaba pensando hasta las seis de la mañana, y
a la seis me decía: bueno, ahora ya no vienen. Porque... no lo hacían de frente
ni a la luz del día, en general, ¿no?
—¿Qué hay que hacer para escribir cuentos para chicos?
—Lo
mismo que para escribir, Mempo, y vos lo sabés. Mi primer consejo para
cualquiera siempre es el mismo que dan ustedes en la revista: que lean a
destajo y que sean honestos consigo mismos en cuanto a reconocer si la lectura
les provoca goce e incluso adicdón. Si bien hay multitud de muy buenos lectores
que no desean escribir, me parece que es improbable llegar a ser un “escribidor
profesional” si no se ama la lectura. Una de las vías más seguras para aprender
a escribir es leer con pasión.
—¿Vos pensás en los chicos cuando escribís para ellos?
—Sí, claro. Sobre todo en
los chicos que —en cada período— son mis contemporáneos. Esto significa que,
dada la aceleración de los cambios generacionales, tengo que estar
continuamente alerta, aunque nadie duda de que existe una zona de “niñedad” que
es universal y atemporal. Mientras escribo, imagino que le esroy hablando a
determinado grupo de criaturas a las que —en esas horas y días— pretendo
destinarles los textos que voy creando. Dadas las características de la
infancia, de tan frecuentes y profundos cambios a partir del mismo nacimiento,
estaría frita si desconociera u olvidara esta condición.
—¿Tenés
una enorme vocación docente, no?
—Sí,
la enseñanza me gusta mucho. Yo fui maestra de jardín de infantes, y enseñé en
primaria, en secundaria y en nivel terciario. Actualmente no ejerzo la
docencia, salvo cursillos o seminarios para docentes que doy cada tanto.
—¿Existe una preceptiva específica para el cuento destinado a los niños?
—No, no, sería ridículo
sugerir siquiera una receta... Existen tantos chicos lectores como libros para
ellos. En líneas generales, creo que sólo podría proponer dos o tres cosas: una
es tomar en cuenta sus necesidades y sus intereses (algo que vengo repitiendo
desde hace tanto tiempo que ya me causa gracia reiterarlo); otra es no
menospreciar la capacidad receptora y perceptora del interlocutor de pocos
años. Y otra más: la estética, la ética, términos que a muchos adultos les
suenan obsoletos o absurdos en tanto deban considerarse como valores en una
obra para niños. Ah, y una última: recordar que un cuento que los chicos aman
suele ser igualmente apreciado por los adultos, aunque pocos lo reconozcan.
—¿Cómo y por qué se te ocurrió escribir cuentos de terror para chicos?
—Bueno,
porque me pasaba lo mismo que con los cuentos de amor y de ciencia-ficción: me
encantaba leerlos y deseaba escribirlos desde que era chiquita. El detonante
para que lo hiciera fue, sin embargo, el pedido reiterado de muchos chicos,
desde hace varios años.
—¿ Y escribís algo para adultos?
—Sí, pero sinceramente no
siento que valga la pena ceder los derechos de su publicación. Eso implicaría
dedicarles a los mayores tanta vida como la que ahora dispongo con mi trabajo
para el público infantil. Los adultos no terminan de agradarme, la verdad.
Además, tengo la certeza de que hay ya abundancia mundial de excelentes
escritores para “la gente grande”. En cambio los chicos son los grandes
olvidados, igual que los animales y las plantas y todo ser que no vote.
-—Sé que te llaman constantemente de muchas escuelas y que siempre vas.
¿Por qué lo haces?
—Porque
me gusta, porque me parece un buen servicio y también porque lo preciso. Además
entre los adultos, Mempo, particularmente en los países de habla hispana, y en
los latinos en general, la literatura infantil es como que no existe para la
crítica.
—¿Qué lugar dirías que ocupa la literatura para niños dentro de la
literatura argentina en general?
—Todavía
hay mucha desvalorización, ¿no? De esta literatura y, en consecuencia, de los
autores que abordamos esta especialidad...
—¿Hay una subestimación histórica del género, verdad?
—Sí, claro que la hay. Y
tiene que ver con una subestimación de la infancia. Es como una amnesia. Yo
cuando era chica observaba a los altos, y me decía que un día iba a ser grande
pero no quería, no me gustaba. Contra lo que habitualmente se piensa —que los
chicos quieren crecer— yo no quería salir de los doce o trece años. Porque la
mayoría de los adultos que encontraba, a mí no me gustaban. La adolescencia
para mí fue terrible, muy dolorosa. Y bueno, los adultos en general no me
gustan, y ahora menos. Pienso que con la literatura para chicos hay una
desvalorización de la infancia; lo que pasa es que no se los considera
interlocutores válidos. Se los desvaloriza. “No piensan”, dicen los adultos.
Igual pasa con los animales... ¿Te gusta la vida o no te gusta la vida? El
hombre está destruyendo las tres cosas que tienen que ver primariamente con la
reproducción de la vida, y con el equilibrio: los niños, los animales y las plantas.
Mariposas no existen más... Están envenenando todo.
—¿Y por qué se piensa en esta literatura como en un subgénero?
—Bueno,
la responsabilidad de esto es variada. En los últimos años los productores
—autores, editores— pensaron que esto era muy buen negocio y desde entonces a
cualquiera que escribe dos o tres cosas ya se las publican. No hay criterio...
Y cuando no pasa por el criterio, pasa por la escuela. Entonces ponen a unas
asesoras que tienen que ver con la pedagogía, pero que no leen nada de literatura
infantil. Y no leen, no leen, yo me doy cuenta de que no leen.
—Perdoname que insista pero no me queda claro por qué razón se
menosprecia este género. Aunque nadie lo dice, se lo considera un juego, una
cosa menor. ¿Por qué?
—Bueno, si los que
piensan eso son escritores, yo desconfiaría si son realmente escritores o si lo
hacen por otras causas que puedo respetar pero no compartir. Porque sería
ignorar, me parece, que cuando eran chicos sintieron alguna emoción estética,
un golpe en el corazón, una emoción, algo, con una lectura literaria. Pero
parece que, como se han olvidado, piensan que ningún chico es serio. Es falta
de sensibilidad, sencillamente. Si un niño fue insensible a la escritura, a la
pintura o a la música, de adulto va a ser más insensible todavía. Esos son los
que menosprecian este género.
—¿Qué autores del género te parecen paradigmáticos?
—¿De
nuestro país? (Piensa unos segundos.) Yo diría que María Elena Walsh, Javier
Villafañe y María Granata. Los vi siempre como paralelos a la escuela. Y del extranjero
mencionaría a muchos, algunos de los cuales creo que no están traducidos. Por
ejemplo los personajes Max & Moritz, de Wilhelm Busch, que es un cuentista
del norte de Alemania de hace cincuenta años y fue un genio que se anticipó a
Disney.
—¿Y qué te pasa con algunos clásicos del género, como Carlo Collodi, los
hermanos Grímm, Andersen... ?
—La pregunta debería ser
qué me pasaba antes... Y bueno, algunos cuentos me gustaban mucho. Por ejemplo,
de Andersen, “La reina de las nieves”
me parece lo mejor aunque acá no fue lo que más se conoció. Es un cuento
extraordinario: tiene elementos que uno después va a encontrar en la vida, es
una gran metáfora. En cambio “Pinocho”
nunca me gustó. A mí de chica me preguntaban cuáles eran mis personajes
favoritos y yo decía que eran Peter Pan y Alicia, pero Pinocho... Esa historia
está muy bien por la idea de que un muñeco cobre vida; engancha por ahí. Y
además pienso que Collodi tenía la mejor intención. Pero nunca me gustó esa
cosa de la mentira y de que le crece la nariz...
—¿Y vos, como autora de cuentos para chicos, te sentís reconocida por
tus pares, por los grandes?
—Por
pares que no son autores de literatura infantil, sí. (Se hace un silencio y se
ríe sola.) Las otras son “paras”, no pares...
—¿Por qué “paras”, porque son mujeres las que no te reconocen?
—(Riéndose
mucho.) Y bueno, digamos que son mujeres de otra generación, pero qué le vamos
a hacer... Creo que yo tendría que haber empezado a publicar ahora; entonces no
pasaría esto, o si no, tendría que escribir y publicar menos.
—O sea que te tienen envidia porque empezaste muy joven y te fue muy
bien.
—Y claro. Y lo terrible
es que no me morí a los veintidós años. Pero bueno, ¿qué querían? Ay, la
estructura de esta sociedad... (y se ríe más y más).
—Para terminar: ¿te parece interesante el movimiento de literatura para
niños en la Argentina?
—Sí.
Y si comparamos nuestra producción con la de los demás países de habla
castellana —e incluso con la española—, considero que la nuestra es bastante
superior en calidad.
—¿Hay alguna pregunta que esperabas y que no te hice?
—Sí,
estaba segura de que me ibas a preguntar qué me parece el doctorado honoris causa que le dieron al
Presidente en Israel, y mi opinión sobre las últimas declaraciones de
Maradona...
—Bueno, ¿qué te parecen el honoris causa a Menem y lo que dijo Maradona?
—Ah, no, ahora ni te lo
pienso contestar. Te quedarás con la intriga. (Y se ríe a carcajadas.)
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