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miércoles, 22 de junio de 2011

Libreta de apuntes en Caracas, 1993. De premios, sorpresas y prejuicios

Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "E

L LABERINTO y EL HILO" (completo)

La nota que posteé la semana pasada, a propósito del Rómulo Gallegos otorgado este año a Ricardo Piglia, me llevó a revisar papeles de cuando yo lo recibí. Y me encontré con algunas sorpresas. Una de las cuales fue el jurado de aquel año.

Lo presidía quien era el más grande escritor venezolano vivo de entonces: Arturo Uslar

Pietri, una especie de Borges local al que todos veneraban y que era, junto con el mismísimo Gallegos, la gran celebridad de la literatura de Venezuela del Siglo XX. Nacido en 1906 (falleció en 2001), alcanzó la fama en los años 30 con su notable novela "Las lanzas coloradas" —

precursora del Boom— y su presencia al frente de aquel jurado intimidaba y era en sí misma un premio.

Pero además estaba allí Fernando Alegría (1918-2005), catedrático chileno de la Universidad de Stanford, California, autor de libros esenciales como "Breve historia de la novela hispanoamericana" (1959), "La novela hispanoamericana del Siglo XX" (1974) y "Nueva historia de la novela hispanoamericana" (1986). Y estaban también el novelista cubano Lisandro Otero (1932-2008), autor de la estupenda novela "Árbol de la vida" y con una larga trayectoria académica y lingüística; y dos catedráticos locales: Pedro Días Seijas (del Consejo Nacional de la Cultura) y José Luis Salcedo Bastardo (de la Academia Venezolana de la Lengua).

Otra sorpresa fue el encuentro con Alexis Márquez Rodríguez, agudo y exigente crítico y académico venezolano, catedrático de la Universidad Central de Venezuela y todavía hoy uno de los más autorizados expertos en literatura latinoamericana. Cuando conocí a Alexis me impactó el certero conocimiento que él tenía de mi obra, y los trabajos críticos que había escrito sobre mi novela "Santo Oficio de la Memoria". Periodista notable (lo sigue siendo, y hoy es un férreo opositor a Hugo Chávez) en 1993 era una de las voces más autorizadas de la literatura venezolana, junto con Uslar Pietri, desde luego.

Una sorpresa más de aquella primera visita a Caracas fue advertir la importancia de este galardón fundado en 1964 como homenaje al gran escritor venezolano. La verdad es que Rómulo Gallegos formaba parte de mi formación, desde luego, pero yo no tenía una conciencia cabal de su importancia, del mismo modo que nada sabía de ese premio ni de que yo era "candidato". Y tampoco estaba al tanto de la impresionante lista de mis antecesores.

Otorgado originalmente cada cinco años y sólo para autores latinoamericanos, lo habían recibido sucesivamente: Mario Vargas Llosa, por "La casa verde" en 1967; Gabriel García Márquez por "Cien años de soledad" en 1972; Carlos Fuentes por "Terra Nostra" en 1977; Fernando del Paso por "Palinuro de México" en 1982, y Abel Posse por "Los perros del Paraíso" en 1987. A partir de entonces, el premio devino bianual y los galardonados fueron Manuel Mejía Vallejo por "La casa de las dos palmas" en 1989 y Uslar Pietri por "La visita en el tiempo" en 1991.

Entonces, que me tocara a mí en el 93 era algo intimidante, abrumador, y más lo fue cuando me enteré que mi novela "Santo Oficio de la Memoria" había sido votada por unanimidad por los cinco jurados, y que eso era la primera vez que sucedía.

Quizás debí subrayar ese hecho en mi discurso, pero la verdad es que no me atreví. Debo h

aber pensado que podía tomarse como una fanfarronada y yo entonces estaba muy atento —lo sigo estando— a la mala imagen que de los argentinos se tiene en Nuestra América.

Por cierto, en este punto debo confesar también mi prejuicio hacia el único colega argentino que había ganado el Rómulo antes que yo: Abel Posse, en el 87. Y digo prejuicio porque no aprobé jamás su adscripción a la Dictadura ni su participación como diplomático al servicio de los genocidas durante los años de plomo. Y tampoco, ya en democracia, sus posiciones autoritarias y antidemocráticas como unas que leí en una revista "Somos" de 1979. Todo eso me impidió acercarme a sus libros. Y más acá, a medida que fui leyendo sus opiniones en el diario La Nación, y obviamente al conocer sus recientes posiciones cavernarias como ministro de educación de Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires, decidí pasar de él.

Solamente leí la novela que le deparó este Premio y recuerdo que me pareció interesante, pero eso fue cuando aún no conocía su currículum. Y es que independientemente de los méritos literarios que pueda tener Posse, ahora, revisando apuntes viejos, descubro que acaso en

aquel tiempo me influenció la opinión de Alexis Márquez Rodríguez. Él tenía en gran estima a Posse (había sido miembro del jurado que lo premió en 1987) y seguramente esa valoración fue la que me estimuló a leer a mi predecesor compatriota. "Puedo conceder que Alexis tenga razón —está escrito en mi agenda de aquellos días en Caracas— y acaso la tiene porque es un crítico de nivel superior a la media latinoamericana, y sabe infinitamente más que yo. Pero no puedo superarlo: este tipo no me gusta como persona".

También escuché, años después y en una feria del libro porteña, una conferencia de María Rosa Lojo, quien conoce y estima mucho la obra de Posse. Con su habitual solvencia y rigurosidad, Lojo se refirió a él separando los méritos del autor de su ideología. Pero yo no puedo. Confieso que tal actitud me está vedada y que incluso, más adelante, esa imposibilidad mía devino desprecio, durante su retrógrado y por suerte efímero ministerio de educación macrista.

Un día volveré sobre este asunto, porque la discusión acerca de la separación entre la calidad de una obra y la ideología o cualidades de la persona que ha escrito esa obra, es un asunto que se reitera, y que no siempre sabemos resolver.

Como fuere, en mis apuntes de aquel viaje a Caracas hay un montón de borroneos que hoy no entiendo bien, así como hay citas y encuentros con colegas y amigos. Entre estos, fue especialmente grata e importante la relación amistosa que inicié entonces con Denzil Romero, extraordinario narrador venezolano que todavía hoy no me explico como es que no ganó nunca el Rómulo Gallegos. Su novela "La tragedia del generalísimo" sigue siendo una de las máximas obras de la novela histórica, o historia novelada, de nuestro continente.

De prosa caudalosa y potentísima, Denzil fue un querido amigo mío en los años que siguieron, lo visité en su casa cada vez que fui a Caracas, lo recibí en Resistencia creo que el año 96 o 97, y seguimos en cercano contacto hasta su prematura muerte, en 1999.

También tuve ocasión de conocer a escritores notables como Darío Jaramillo Agudelo, Conrado Zuloaga y la narradora, y desde entonces amiga, Cristina Policastro. No sé si conocía de los años mexicanos a Santiago Cobo-Borda, estrecho amigo de Octavio Paz, pero fue un placer comer y charlar con él en Caracas. Y desde luego, también allí volví a ver al inefable Rafael Humberto Moreno-Durán, R.H. para todo mundo, quien con su energía y carácter avasallador sólo era capaz de ganarse rendidas admiraciones o inclaudicables odios. Para mí R.H. era algo más que todo eso: casi un camarada de aventuras, porque unos años antes, en 1985, habíamos compartido habitación en el Hotel Riviera, de La Habana, durante casi un mes que incluyó viajes por la isla y la frenética lectura de casi 200 novelas de todo el continente, como jurados (ambos, junto con Tito Monterroso, José Agustín y Senel Paz). Capítulo sobre el cual también retornaré más adelante.

Es larga la lista de sorpresas que me depararían Caracas y el Rómulo Gallegos, desde entonces. De hecho la sorpresa continuó dos años después, cuando me tocó ser jurado del Premio en su IX edición, ya incluyendo autores españoles, lo que sucedió a partir de 1995. En esa oportunidad lo ganó Javier Marías por "Mañana en la batalla piensa en mí", con mi voto en disidencia, lo cual me costó enemistades que no esperaba y acerca de las cuales es probable que escriba algo la próxima semana.

Así que quedo, es cierto, temáticamente endeudado con varios asuntos.

Para el corcho en la pared:

• Visto en México en 2001: el taxi se detiene en un semáforo de la avenida Reforma, justo detrás de un camión del Sindicato de Luz y Fuerza en cuyo portón trasero se lee, prolijamente pintado (SIC): “Al pueblo de México: si pribatizar es la solución, ¿por qué Argentina agonisa?”

• El bolero es casi siempre dolor con futuro. El tango es dolor sin remedio, memoria del pasado.

• Lo cortés no quitará lo valiente; pero lo formal quita, seguro, lo espontáneo.

Boniface Perteuil, un xenófobo del carajo, como diría Cortázar.

jueves, 16 de junio de 2011

Mi discurso del Rómulo Gallegos en 1993

Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

Algunos amigos/as me pidieron que lo buscara y publicara. Intenté encontrarlo en los archivos de Página/12, pero no pude conseguirlo. Entonces me puse a revisar viejos papeles y en una carpeta estaba. Y si estaba, debía estar también en un antiguo diskette. ¡Y estaba! Aquí lo reproduzco, 18 años después...


Discurso de recepción del Premio Internacional Rómulo Gallegos

(Caracas, 2 de agosto de 1993)

Señor Presidente de la República de Venezuela...

Señores del Jurado...

Vengo a agradecer esta distinción con que hoy me honran. Sé de la importancia de este Premio, al que jamás aspiré porque daba por supuesto que mis méritos nunca serían suficientes, del mismo modo que advierto la trascendencia que adquiere a partir de ahora mi trabajo silencioso, solitario y casi secreto, como el de todos los escritores que en el mundo han sido.

Agradezco este honor -cuyo merecimiento seguramente me excede- y lo tomo como una verdadera lección de humildad porque, íntimamente, siento que este premio no es mío sino de mis maestros: especialmente Juan Rulfo y Juan Filloy, a quienes lo dedico -si ustedes me lo permiten- porque sin ellos yo sería, para decirlo con palabras de aquel gran mexicano, “una puritita nada”.

Este Premio, desde su nombre y desde ahora, entraña para mí una enorme responsabilidad, a cuya altura procuraré estar. Rómulo Gallegos fue, desde mi infancia, un personaje estrechamente unido a las dos cosas más importantes que con amor y sabiduría me inculcaron mis padres: cultura y sensibilidad social. Fue “Doña Bárbara” una de las novelas capitales de mi formación literaria, acaso porque entroncaba de manera perfecta con el legado que a los argentinos nos dejó ese grande del siglo pasado que fue Domingo Faustino Sarmiento: la disyuntiva civilización o barbarie fue y sigue siendo el signo de nuestro desarrollo como naciones. No sólo en la literatura.

Aquella disyuntiva mantiene plena vigencia en estos días finiseculares en que nuestros países fortalecen sus democracias a pesar de las constantes amenazas. ¿Cómo afirmar hoy el triunfo de la civilización, señoras y señores, en estos años y estos días en que todos los indicios cotidianos tienden a hacernos pensar que todo está perdido? En mi opinión, de una sola manera: con más democracia, con más tolerancia, con más cultura. Y para ello, nuestra misión -en tanto escritores, en tanto intelectuales- no puede ser otra que seguir predicando que hacer cultura en nuestra América, hoy, es resistirnos a la barbarie contemporánea.

No se trata, por lo tanto, solamente de pensar qué literatura hacemos en democracia, sino pensar qué significa hacer literatura en democracias todavía incipientes y que funcionan en sociedades todavía autoritarias y -lo que es más grave- degradadas culturalmente.

Lejos de mi intención proveer recetas, Sr. Presidente. Pero si de algo creo estar seguro es de que la memoria es más consistente y más noble que el olvido. Por eso me complace decir aquí que la narrativa argentina de estos años -y en general la latinoamericana- no deja de apelar a la memoria colectiva, para reinventarla, y reescribirla. Tiene razón la escritora uruguaya Armonía Somers: "Es preciso forzar la memoria hasta las últimas consecuencias".

En sociedades como las nuestras sólo el reconocimiento del dolor padecido, sólo la memoria y la honestidad intelectual nos permitirán seguir soñando utopías y, lo que es mejor, nos alentarán a seguir luchando para realizarlas. Porque las sociedades en las que el arte y la literatura acaban siendo patrimonio de minorías, son sociedades que terminan achicándose inexorablemente, y eso ya nos pasó a los argentinos, y debemos revertir esa perversidad.

Podemos hacerlo -y lo estamos haciendo- desde el pensamiento y la imaginación. Nuestras obras, por lo tanto, son una reivindicación de la utopía militante, son utopía en movimiento perpetuo.

Desde luego que la literatura no está para hacer política, y eso está muy bien, pero la hace. Y es por eso que, aunque el mundo cambia y la literatura y nosotros también, los escritores latinoamericanos todavía seguimos teniendo mucho más que ver con Sartre que con Fukuyama. Y así será, estoy seguro, mientras tengamos memoria y honestidad intelectual y aunque muchas veces nos sintamos confundidos porque la barbarie del sistema económico imperante -que se diga lo que se diga, es salvaje- hace casi imposible pensar la cultura, a veces ridiculiza propósitos, y casi siempre nos llena de desasosiego.

Es cierto que cuando una sociedad parece entregada al frenesí de la corrupción, la mentira, la frivolidad y la ignorancia disfrazada de cultura, es muy difícil inventariar la razón. Pero no es imposible. Y entre las maravillas que nos da la democracia -y su hija dilecta la libertad de expresión- están la pérdida del miedo y la recuperación del rol de los intelectuales. Por eso entre los desafíos de la narrativa latinoamericana actual está el seguir defendiendo el papel de los intelectuales, el orgullo de ser intelectuales: gente que piensa, gente cuya producción es su cabeza y su cultura, y cuya materia prima son los libros que leen y las ideas que están en esos libros.

Desde ya que lo que digo suena idealista. Lo es. Pero igualmente cierto es que si la alternativa es el pragmatismo que se olvida de los principios e incita a bajar los brazos, la mejor opción es, siempre y todavía, resistir con ideales y con ideas. Por eso digo que en nuestros países y en estos tiempos hacer cultura es resistir. Al menos lo es en la Argentina de la democracia siempre amenazada, a cuya sociedad civil se confunde con la mentira y la inseguridad jurídica convertidas en sistema de gobierno, y con la irrecuperable frivolidad de un presidente megalómano. Es por eso que para un intelectual argentino, Sr. Presidente, el único destino ético es la resistencia cultural.

Escribimos para vivir, para no morirnos. Nuestra respiración se expresa en palabras, y por eso ansiamos ser leídos. La obra literaria se realiza y se completa sólo en el acto de la lectura. Este insignificante escritor latinoamericano que aquí habla, Sr. Presidente, simplemente procura explicar -explicándose- el tiempo y el lugar en los que vive y produce su obra. Pero también sabe que no hay peor violencia cultural que el proceso de embrutecimiento que se produce cuando no se lee. Una sociedad que no cuida a sus lectores, que no cuida sus libros y sus medios, que no guarda su memoria impresa y que no alienta el desarrollo del pensamiento, es una sociedad culturalmente suicida. No sabrá jamás ejercer el control social que requiere una democracia adulta y seria. Que una persona no lea es una estupidez, un crimen que pagará el resto de su vida. Pero cuando es un país el que no lee, ese crimen lo pagará con su historia, máxime si lo poco que lee es basura, y además la basura es la regla en los grandes sistemas de difusión masivos.

Un país así, desdichadamente, puede estar caminando alegremente, y sin saberlo, hacia su propio funeral como nación. Yo pienso que los narradores argentinos, en general, sabemos que esto es así y es por eso que estamos empeñados en escribir lo que escribimos.

Y es que en rigor de verdad, la literatura, siempre, en todo tiempo y lugar, es constante continuidad y ruptura. En literatura -se sabe- todo está escrito, y a la vez todo está por escribirse. En mi caso, SANTO OFICIO DE LA MEMORIA es una saga familiar que es también una discusión sobre la literatura y sobre la mentira de la historia oficial. Acaso me salió un estudio involuntario sobre la humana estupidez, pero es sobre todo una revisión de lo que para mí es la tragedia argentina: la batalla Memoria versus Olvido, Sr. Presidente, que es una batalla sorda, sutil, despiadada, y en la que aún hoy -en plena democracia y con una libertad de expresión como jamás habíamos alcanzado los argentinos- nuestro gobierno sigue haciendo concesiones al olvido, y sigue militando insensata y suicidamente en favor de la mentira y el eufemismo. Ahí están, como patética muestra, los indultos que otorgó mi presidente a dictadores y asesinos que hoy se pasean por las calles de mi patria, soberbios y grotescos, mientras las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo continúan reclamando una justicia que les es negada. ¿Cómo no tener como central a esta cuestión, en mi propia obra? ¿Desde qué moralidad podría yo escribir, si estuviera desprovisto de estas pasiones y convicciones?

En el mundo en que vivimos se dice -y lo que es peor, se acepta- que las ideologías han muerto, y que las utopías han perdido sentido. Hoy se acusa a los románticos, se desdeña a los idealistas. En semejante mundo, los escritores somos algo así como empecinados rebeldes. No caprichosos nostálgicos, sino gambusinos buscadores de pepas de oro, alquimistas en procura de imposibles piedras filosofales, buscadores de sueños y ensueños para la gente, la buena gente que son nuestros lectores. A mí todavía me parece una noble tarea, un empecinamiento válido.

En este mundo de posmodernidad, neoexistencialismo, desaliento y desdén por los llamados "valores morales", hemos asistido a la derrota de la revolución social latinoamericana y contemplamos azorados la decadencia general de nuestras sociedades; el deterioro de la calidad de vida; la violencia urbana; el desastre ecológico; el desprecio por la vida (sobre todo la ajena); el resentimiento social agudizado, y sobre todo, en el campo de la cultura, la impactante dictadura de los sistemas audiovisuales, la declinación de la capacidad lectora de nuestros pueblos y su sustitución por el simplismo, el pensamiento mágico y la futilidad. Es, naturalmente, muy difícil trabajar a contrapelo de esa realidad, y acaso por eso los románticos y los idealistas todavía hacemos estas cosas: escribimos, leemos, nos convocamos en un encuentro como éste.

Personalmente, como autor, no he pretendido que mi obra revolucione nada. En todo caso ahí está mi historia, que en más o en menos es la misma historia de cualquiera de nosotros. ¿No es verdad que venimos de una cultura que por lo menos desde la Segunda Guerra Mundial parece empeñada en celebrar la hipocresía y la ignorancia? ¿No es ésta una cultura que hace la apología de la imbecilidad, el facilismo y la falsificación? ¿No nos legaron nuestros padres un mundo irracional y despiadado, en choque esquizofrénico con bonitos discursos y una actitud política generalizada de corrupción y simplificaciones? ¿No hemos visto a un mediocre actor al que hubiera desdeñado Esquilo gobernando la nación más poderosa de la Tierra? ¿No vemos acaso a tantos payasos gobernando naciones? ¿No venimos de una educación que santificó abundancias mal repartidas, predicó paces haciendo guerras, y nos propuso dioses a los que temer antes que amar?

Es por esto que digo que la disyuntiva civilización-barbarie mantiene plena vigencia. Me confieso idealista, y aspiro a ser un apasionado testigo-protagonista de este tiempo, para lo cual simplemente escribo libros acaso porque es mi modo de gritar mi rebeldía. Aspiro a que mi obra acompañe, recorra e indague esa disyuntiva. Por eso para mí escribir es transgredir, cuestionar, protestar y denunciar; del mismo modo que es proponer y conmover, porque uno escribe desde su propia desesperación.

Es por eso que no vengo a recibir este honrosísimo galardón en plan de celebración personal, íntima, como la que siento en mi corazón desde hace una semana. Es por eso que quiero pensar que acaso en mi obra y en mi persona han premiado ustedes a una generación de escritores, a una escritura de la vida que muchos venimos intentando, a una nueva versión plural de la utopía como la que proponemos los escritores de toda nuestra América Latina. Estoy cierto de que el Maestro Rómulo Gallegos compartiría estas ideas.

Ignoro si el honorable Jurado de este Premio lo ha tenido en cuenta, pero yo quiero pensar que han premiado en mi SANTO OFICIO DE LA MEMORIA a la escritura de una generación de escritores de la democracia latinoamericana. Una escritura que contiene una elevada carga de frustración, de dolor y de tristeza por todo lo que nos pasó en las décadas pasadas; una pesada carga de rabia y rebeldía por el mundo al que desembocamos y que nos desagrada. Pero literatura, también (y éste es un aspecto fundamental) en la que no se contienen ni burla ni humillación. No hay autocompasión ni guiños cómplices, ni exageración ni mucho menos exotismo para que en Norteamérica y Europa confirmen lo que prejuiciosamente ya piensan de nosotros: que somos desordenados, holgazanes, impuntuales, corruptos, machistas, racistas, perseguidores de mulatas, autoritarios e incapaces de vivir en democracia.

Ojalá así sea, porque entonces sí me siento hermanado a decenas de colegas de todo nuestro vasto continente, tan ricos, imaginativos y rebeldes, tan disconformes y batalladores, tan participativos y audaces. Creo que, al contrario de nuestros queridos maestros de otras generaciones, hoy los narradores latinoamericanos no escribimos para halagar ni para agradar ni para ser queridos. Escribimos para indagar y experimentar, para conocer y descubrir. Pero también y sobre todo para recordar y acaso, así, sobrevivir.

Como dijo el poeta T. S. Eliot: “Por lo que se ha hecho, para que no se vuelva a hacer, ojalá el juicio sobre nosotros no sea demasiado gravoso”.

Muchísimas gracias.

lunes, 13 de junio de 2011

3 motivos de alegría para compartir


Porque hoy domingo 12 Vélez salió campeón del Torneo Clausura 2011, con un equipazo y jugando el mejor fútbol que se puede ver en la Argentina.

Porque también desde hoy está en los kioscos de todo el país, editado por el diario Página/12, mi segundo libro de la serie que ese diario viene ofreciendo: mi novela "Luna caliente".

Porque mañana lunes 13 es el Día del Escritor, en la Argentina, y se celebra en homenaje a Leopoldo Lugones, nacido el 13 de Junio de 1874.

Saludos afectuosos para todos y todas quienes me leen.

jueves, 9 de junio de 2011

El Premio Rómulo Gallegos a Ricardo Piglia

Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

Hace poco menos de un mes posteé mi lectura de "Blanco nocturno", la última, notable novela de Ricardo Piglia. Luego, la semana pasada, se conoció la noticia de que Piglia fue galardonado con el Premio Rómulo Gallegos 2011 por esta novela, aunque yo sé por experiencia que cuando se otorga esa distinción no se premia solamente un libro, sino toda una obra.

Para celebrarlo, puesto que la noticia me pareció un acto de justicia literaria, le envié un mail con el Subject: "Bienvenido al Club". "Querido Ricardo: Leo con enorme alegría que te otorgaron el Rómulo. Era hora de que volviese a tocar a un argentino, y a un gran escritor, y ninguno mejor que vos. 'Bienvenido al club', como me dijo Carlos Fuentes cuando me premiaron a mí, en el 93. He leído tu “Blanco nocturno” y pienso que es una estupenda novela, que corona una gran obra. Un fuerte abrazo." Él me respondió: "Querido Mempo, muchas gracias. He recordado tu Santo Oficio de la Memoria al hablar del premio. Ya sabés que los de la vieja guardia seguimos siempre en contacto, aunque sea invisible. Un abrazo."

Más allá de la novela, altamente recomendable y acerca de la cual ya expresé alguna opinión en este blog, la noticia me resultó movilizadora de recuerdos, puesto que el 2 de agosto de 1993 me tocó a mí recibir el Premio Rómulo Gallegos en Caracas.

Aunque por razones organizativas se anuncia un par de meses antes, este prestigioso premio literario —para muchos el más importante de América Latina— se entrega cada dos años los 2 de agosto para conmemorar el cumpleaños del autor de "Doña Bárbara". En el 93 los anuncios llegaban todavía por correo postal, o acaso por fax o llamada telefónica. Yo me enteré una mañana escuchando la radio, casi en el mismo momento en que una voz caribeña me lo comunicaba por teléfono, desde Caracas.

Primero pensé que era una broma, desde luego, porque yo ni siquiera sabía que alguien hubiera presentado mi novela como candidata. En esos tiempos, la regla era que al Rómulo Gallegos sólo presentaban candidaturas las editoriales, no los autores/as. Ignoro si esa regla continúa, pero así era.

Dos casualidades concurrieron aquella vez, además, para mi satisfacción: que cumplo años el mismo día que el Maestro Gallegos; y que otro 2 de agosto —diez años antes— me habían otorgado el Premio Nacional de Novela, en México, por "Luna Caliente".

Después viajé a Caracas, y la experiencia fue maravillosa. La ceremonia de premiación del Rómulo Gallegos es la máxima ceremonia cultural de Venezuela, un acto al que asiste una multitud, y la entrega del Premio (diploma, cheque y condecoración) está a cargo del Presidente de la República. En mi caso fue el Presidente Ramón Velázquez, un hombre de gran popularidad, encanto y cultura que precedió a la desdichada última administración de Carlos Andrés Pérez.

Creo que también fue la última vez en mi vida que vestí traje y corbata, y la compañía de mis adolescentes dos hijas mexicanas (María y Guillermina), que me rodearon en todo momento, fue un exquisito reaseguro emocional.

Es notable cómo ahora, pensando que Ricardo Piglia va a estar en ese mismo lugar, que yo creo que él y la literatura argentina merecen, retornan a mí todos tantos gratos recuerdos. Incluso me siento tentado de reproducir el discurso de aceptación que pronuncié entonces, pero no lo encuentro. Quizás está bien así. Salió un resumen en Página/12 y ha de estar en la web.

Volveré sobre este asunto la semana que viene. Pero hoy quería postear esto como público homenaje a uno de los más importantes escritores argentinos vivos.

jueves, 2 de junio de 2011

Ante el escándalo Schoklender-Madres

La verdad y sólo la verdad, hoy más que nunca

Por Mempo Giardinelli

Cuando a una persona se la sospecha y acusa de "lavado de dinero, mal manejo de fondos, amenazas y daños", según el ordenamiento jurídico argentino no hay ninguna razón para condenarla de antemano.

Pero hay todas las razones para exigir que se la investigue, se la procese si corresponde y se le aplique la más dura condena si le cabe.


Lo anterior adquiere enorme sentido dada la visible preocupación de muchas personas que apoyan a este gobierno, y obviamente han estado siempre junto a las Madres, en su genuina alarma ante las denuncias de graves irregularidades que habrían cometido el Señor Sergio Schoklender y acaso algunas otras personas vinculadas a la Asociación Madres de Plaza de Mayo, e incluso funcionarios que supuestamente pudieron estar involucrados en este escándalo.


Mucha gente se siente hoy desconcertada, y/o recurre a una "defensa" en mi opinión equivocada y desafortunada. No es negando los hechos, ni ocultándolos, ni contratacando a los acusadores como se limpiará el asunto.

Personalmente, estoy absoluta e incondicionalmente convencido de la inocencia y buena fe de las Madres de Plaza de Mayo, y no dudo que el resultado final de este desdichado caso lo demostrará. Pero para ello hay que exigir y redoblar esfuerzos precisamente para que se sepa la verdad, y toda la verdad.


El caso está enlodando no sólo la honorabilidad de las Madres de Plaza de Mayo, que son genéricamente el mejor símbolo de pureza de nuestra democracia, y ejemplo de dignidad para el mundo, sino también la lucha misma por el respeto a los Derechos Humanos, materia en la que la Argentina es indesmentible vanguardia mundial.


Según las denuncias, el Señor Schoklender sería además dueño de la empresa constructora de las casas que impulsa la Asociación que preside Hebe de Bonafini, se movería constantemente con aviones privados y por si fuera poco tendría un piloto de avión particular (un tal Señor Serventich). Todo lo cual, de comprobarse y aún en el caso de que pudiese demostrarse su legalidad, está mal. Y está mal porque eso no se hace. No se corresponde con una organización de este tipo, y si alguna de las Madres —Hebe o quien sea— lo toleró, pues entonces se equivocó fiero y le cabe una cuota de responsabilidad.


Son inadmisibles los horribles conceptos que habría vertido el principal sospechoso, como la fanfarronada de poseer una supuesta fortuna que le permitiría comprarse "una Ferrari y un avión, si quisiera". Semejante necedad sólo enturbia toda investigación y debate, de igual modo que todo se ensombrece con los ineludibles y espantosos recuerdos que trae el hecho de que en su adolescencia él y su hermano cometieron uno de los más repugnantes crímenes que un ser humano puede cometer. Y por el cual pagó condena, es cierto, independientemente de mi desacuerdo personal con casi todos los tipos de reducción de pena que abundan en la Argentina.


Y si encima es verdad, como se afirma en algunos medios, que hubo 1.347 cheques de la Asociación rechazados, entonces la responsabilidad debe alcanzar también a los Bancos, a las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires y de otros municipios que según otras denuncias conocían el asunto y lo dejaron pasar. E incluso hay que investigar más allá y más arriba, hacia todo sector, repartición o persona que haya estado involucrada.


Las personas de bien podemos y debemos estar de acuerdo en la cerrada defensa de las Madres de Plaza de Mayo, y en particular de las de Línea Fundadora, que además de ser notablemente mayoritarias, en este asunto no han tenido absolutamente nada que ver.


No obstante, el nombre genérico de "Madres" puede llegar a enlodarlas, como se vio por ejemplo en el programa "A dos voces" de TN, en el que anoche el señor Marcelo Bonelli y su coequiper vertieron reiterados comentarios respecto de "los organismos de Derechos Humanos" y "las Madres" como si todo fuese igual y diese lo mismo.


Y no es así. Ninguno de los organismos de Derechos Humanos tuvo nada que ver en esto, y quienes formamos parte de la Comisión Provincial por la Memoria de la Provincia de Buenos Aires, copresidida por Adolfo Pérez Esquivel y Hugo Cañón, podemos desmentir rotundamente el agravio que significa hablar de "los derechos humanos" tan irresponsable y livianamente.


La defensa moral de las Madres de Plaza de Mayo, tanto de la Línea Fundadora que no tiene nada que ver con este desdichado asunto, como del sector que encabeza Hebe de Bonafini, no puede ni debe pasar por negación alguna.

En cambio, debe pasar por la exigencia de profundas investigaciones, con fuertes sanciones a quienes resulten responsables, tanto en la entidad hoy cuestionada como en instancias superiores del gobierno. No se puede ignorar que en esto hay algo evidentemente turbio, acaso sucio, y en cualquier caso gravísimo.


La responsabilidad directa del Señor Schoklender y/o quienes sean sus socios en el presunto ilícito, así como la responsabilidad moral de una o más Madres que acaso supieron de estos delitos y los callaron (de ninguna manera imagino una responsabilidad mayor que ésa) debe ser investigada, juzgada y sancionada si es el caso. Si se comprueba que el responsable es este hombre que habría desaprovechado tan extraordinaria segunda oportunidad en la vida, y si realmente amasó una fortuna y vive como un rey, como dicen, eso es responsabilidad de alguien, que debe dar la cara.


Pero la consigna pienso que debe ser: no ocultar, no silenciar, no tapar. Por acción o por omisión algunos/as se mandaron, como se dice, una gran cagada. Porque el delito parece existir, y el choreo de guita con las viviendas también.


Es indispensable decir estas cosas, marcar estas diferencias. Para esclarecer a la opinión pública y para desmentir generalizaciones como las que escuchamos y todo indica que seguiremos escuchando.

Siempre, y solamente, la verdad nos hace libres. •