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domingo, 28 de julio de 2013

A veinte años del Rómulo Gallegos, o los argentinos y el Rómulo



Me dicen que en estos días se cumplen veinte años desde que un jurado notable me otorgó el Premio Rómulo Gallegos. Lo recibí en Caracas, Venezuela, el 2 de Agosto de 1993, justo el día del cumpleaños del gran narrador venezolano cuyo nombre lleva el premio, y casualmente también el mío.

Anoche, cuando me recordaron esto, registré una sensación algo extraña. Y es que una rara paradoja –así lo pensé siempre– acompaña a este galardón al menos en la Argentina.

En todo el mundo es un premio respetadísimo, sinónimo de consagración literaria hispanoamericana. Los primeros en recibirlo fueron, en este orden, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. El prestigio se consolidó después con otros galardonados como Fernando del Paso, Arturo Uslar Pietri, Fernando Vallejo, Ángeles Mastretta, Javier Marías y Elena Poniatowska. Y entre los más recientes, William Ospina y Ricardo Piglia.

En Venezuela este premio era ya una cuestión de estado hace 40 años y nunca, ningún gobierno dejó de enorgullecerse de la trascendencia y el respeto universal alcanzados. Los jurados incuestionables, los requisitos (no se presentan los autores; sólo libros editados en el bienio anterior) y el monto siempre en ascenso, contribuyeron a ello.

Pero en la Argentina nunca fue considerado un premio realmente importante. Quizás, conjeturo, porque el primer argentino en ganarlo fue Abel Posse, quien con su notable novela "Los perros del Paraíso" (1987) alcanzó un fuerte respeto literario continental, cuando no se sabía de sus vínculos con la Junta Militar genocida, su afecto por la Dictadura y otras ideas cavernícolas. En un tiempo en que ya estaban muertos Marechal, Cortázar y Borges, Sábato no gozaba de grandes simpatías, y Silvina Ocampo o Bioy Casares no alcanzaban una gran repercusión internacional, Posse era además diplomático, lo que sin dudas le abría puertas y lo constituía en un escritor viajero de las Américas, que entonces parecía condición necesaria para este galardón.

Como fuere, el segundo argentino que recibió el Rómulo fui yo. Que era muy joven entonces, y relativamente poco conocido en Argentina. O conocido por la revista Puro Cuento y algunos trabajos periodísticos, pero a la vez sospechoso de haber sido best-seller con mi novela "Luna Caliente" en un tiempo en que ser best-seller era descalificante, como les sucedió también a Osvaldo Soriano y otros colegas.

En aquel Julio de 1993 yo no sabía que era candidato, ni que alguien me había propuesto para este premio ni para ningún otro. Un año antes se había publicado la primera edición de "Santo Oficio de la Memoria" en la editorial Norma, de Cali, Colombia, y a la Argentina habían llegado sólo algunos cientos de ejemplares. Y era además un libro voluminoso, caro y complejo de leer.

De manera que cuando me llamaron por teléfono y una voz femenina con acento caribeño me dijo que hablaba desde Caracas para felicitarme porque había ganado el Rómulo Gallegos, pensé que era una broma. Mientras la mujer quería saber si estaba en condiciones de viajar esa misma semana a Venezuela, yo trataba de adivinar qué amiga era la bromista. Al cabo la voz prometió llamarme a la mañana siguiente para recabar mis datos.

Enseguida me llamó un amigo y me dijo que había escuchado la noticia en la radio. Y después una de mis tías de Ramos Mejía, que estaba tan alborozada como yo confundido porque encima ella había escuchado un comenrario elogioso de Bernardo Neustadt, quien por aquellos tiempos era una especie de oráculo radial matutino. No entendía por qué todo ese lío, si yo no había hecho nada. Pero así me fui enterando, así íntimamente empezó mi celebración.

En esos días recibí telegramas, notas y cartas urgentes de varios colegas. Guardo con especial cariño la carta manuscrita de Carlos Fuentes: "Bienvenido al Club", me escribió entre otras linduras. También recibí los saludos de Mario Vargas Llosa y de varios colegas del extranjero, en particular mis cuates mexicanos.

En la Argentina en cambio, en la Argentina literaria, todo fue fugaz. A mi pequeño departamento de Coghlan llegaron algunos amigos/as durante dos o tres noches. Todo era charlar animadamente, beber y brindar, pasarla bien y luego retornar a la vida verdadera. Yo sabía que un premio no te hace mejor ni peor escritor. Un premio es para celebrar con los amigotes, darte permiso para sentirte potente e inmortal por unos minutos, y enseguida volver a la realidad: el trabajo para pagar el alquiler o las cuotas, las lecturas necesarias y la ardua tarea de escribir el próximo libro como un enajenado que quiere saber si tiene una pizca de talento y para qué.

Claro que nadie te quita esa semana de alegría, que no se empaña ni con los feroces comentarios de colegas que no te los dicen pero los dicen a otros que luego vienen y te los dicen. Como aquel extraordinario poeta que en una cena, por esos días, preguntó si sabían cuál era el último chiste de gallegos. Y ante el silencio general, respondió: "Darle el Rómulo a Giardinelli". O como el narrador más resentido que dio nuestra literatura, que en una mesa redonda dijo que los alemanes además de la Segunda Guerra Mundial habían perdido la literatura. ¿Por qué? Porque habían traducido un montón de libros míos.

El primero de ellos es hoy un querido amigo y ambos tuvimos la delicadeza de jamás comentar el episodio. El otro falleció hace poco. Que en paz descanse.

Como sea, durante mucho tiempo consideré esta paradoja de que un premio tan prestigioso como el Rómulo, justo en mi país no impusiese respeto. Lo atribuí, reitero, a que Posse y yo podíamos ser cuestionados, entre otras cosas porque aunque uno y otro estábamos en las antípodas en materia de pensamiento e ideas sociopolíticas y culturales, ambos éramos tipos poco simpáticos, de bajo perfil y más bien hoscos con la prensa y las vanidades. Pero después de década y media comprobé que no: porque sucedió lo mismo cuando el tercer Rómulo argentino fue para Ricardo Piglia, quizás el más respetado autor y crítico argentino, mimado de las academias de todo el mundo, indiscutible maestro y notable escritor que recibió el premio por una magnífica novela ("Blanco nocturno" es para mí lo mejor que escribió Ricardo desde "Respiración artificial" que es de 1980). Lo cierto es que el Rómulo a Piglia también fue ninguneado en nuestro mezquino paisito literario.

Y es curioso, porque no son muchos los países cuyos escritores han recibido tres veces el consagratorio Premio Internacional Rómulo Gallegos. Sólo Colombia y México.

Y no sé por qué cuento esto ahora, esta noche. Quizás porque me comentaron que salió una efeméride que se lleva en Tuíter, ese entretenimiento un tanto onanista que yo no practico. Allí se dice, esta noche, que hace justo 20 años que me otorgaron el RG, en Julio de 1993.

Entonces se me dio por redactar estas líneas. Sin más propósito que el de hacer una pausa en lo que estoy escribiendo, que es un proyecto que por momentos me fatiga. Así que discúlpenme si resulto inoportuno. Pero a veces sucede exactamente esto: algo inesperado te funciona como disparador; y emerge un texto como éste, acaso sin ton ni son. Buenas noches. •

Para quienes deseen leer mi discurso de aceptación, pronunciado en Caracas el 2 de agosto de 1993 ante el entonces Presidente de Venezuela, Don Ramón S. Velázquez, lo encuentran en este mismo blog:

lunes, 22 de julio de 2013

LECTURARIO # 14


• Los años también ayudan a forjar la sabiduría literaria. Lo comprobé hace muy poco, después de un encuentro en Santiago de Chile con el querido narrador chileno y amigo de tres décadas, Poli Delano. Hacía varios años que no nos veíamos, aunque nos mantuvimos en contacto desde los tiempos del exilio en México y a través de amigos comunes como el recordado narrador mexicano Rafael Ramírez Heredia (1942-2006). 
Ahora Poli me entregó, con su habitual humildad, su última novela, titulada "Y tú no me respondes" (Random House-Mondadori), una historia preciosa narrada en un doble plano: dos tipos unidos por lazos de parentesco están separados por cinco siglos de distancia: Gaspar de la Encina, hombre del siglo XVI, y Gaspar Encina, habitante del siglo XXI, ambos enamorados y sufrientes. De escritura delicada y poética, con fino humor y hallazgos de gran novela epistolar, la prosa de este Poli Delano maduro y asentado deslumbra aquí como cuando hace años ganó el Premio Casa de las Américas 1973 con su notable libro de cuentos "Cambio de máscaras". Después vinieron novelas como "En este lugar sagrado", "Piano-bar de solitarios", "La cola" y otros títulos. 

• Acabo de terminar también la lectura de "Opendoor", la primera novela del joven narrador argentino Iosi Havilio (1974), de quien hace poco comenté aquí su segunda obra, "Paraísos" (ver Lecturario # 8). Fue interesante la experiencia porque de hecho me encontré con una saga que guarda una evidente, sutil continuidad entre ambas tramas. La narradora es la misma en ambas novelas y algunos personajes es como si pasaran de una novela a la otra, que es un experimento ya trajinado pero siempre atractivo, y además, en estas dos historias, con acierto. Los personajes femeninos están estupendamente logrados, y en particular la desesperante Eloísa, que se torna inolvidable como modelo de jovencita entre reventada y pasota del tercer milenio porteño-bonaerense (Entropía).

• Me llegaron dos libros, un original en Word y un DVD de Mariano Catoni, joven autor argentino que reside en España y ha ganado algunos concursos. Lo conocí, epistolarmente, cuando era un muchacho con más ansias que méritos, y la verdad es que no me interesé por su producción inicial. Ahora me sorprendió encontrarlo narrador en proceso de madurez, aunque todavía un tanto más apresurado que lo que yo aconsejaría. Las dos novelas que me envió, y en particular una titulada "Sin gloria morir", me parecen todavía meros intentos de aproximación. Y es claro que bien sé que no es agradable hacer este tipo de devoluciones, pero la otra opción es el silencio, y al silencio hay entusiasmos que no lo merecen. 

• Lo que sí quiero elogiar es la colección Palabrava, que está saliendo en Santa Fe junto con el diario "El Litoral". No se puede dejar de apoyar este tipo de esfuerzos de gente seria, que trabaja con ahinco por la difusión de sus creaciones. El sello, asociado al tradicional diario santafesino, lleva publicadas varias novelas: “El Infierno de los Vivos” de Alicia Barberis, “El Centro de la Gravedad” de Enrique Butti, “Ojo por Diente” de Sara Zapata y "Salir de cacería", de Patricia Severín. Irregulares en mi opinión, pero esfuerzos estimables. Y también publicaron “Historia del Mago y la Mujer Desesperada”, que es el último libro de cuentos del notable narrador santafesino Carlos Roberto Morán, para mí y desde hace muchos años uno de los más originales y cuidadosos cuentistas argentinos. Ahora se anuncian también las “Crónicas del hombre alto”, de Alfredo Di Bernardo, otro afanoso y heroico promotor de la prestigiosa literatura breve santafesina. 

* Y ahora, mientras redacto esto, no me resisto a avanzar una opinión acerca de un libro que me tiene fascinado desde hace algunas noches: "El hombre que amaba a los perros", de Leonardo Padura (Tusquets). Hacía tiempo que no me copaba tanto una lectura, ¡Qué libro impresionante, que me hace pensar lo afortunados que somos a veces los lectores! •

domingo, 21 de julio de 2013

YPF-Chevron y el mágico olor del petróleo

http://buenosairesherald.com/article/136540/ypfchevron-and-the-magic-scent-of-petroleum

He aquí la versión en Castellano:

YPF-Chevron y el mágico olor del petróleo

Dicen, en el Sur, que las torres de perforación mediante el método llamado fracking ya no se detendrán. Y seguirán temblando los suelos. Así lo muestra un mail que circula, en el que se ve una mujer mapuche de la comunidad Campo Maripe que llora ante el fenómeno y dice: "Siento ese ruido y veo lo que le hacen a la tierra, y es como si me perforaran el cuerpo a mí".

Al otro lado del país, en el Chaco, la Presidenta celebró el acuerdo alcanzado con la empresa estadounidense Chevron y criticó a los que ahora se oponen pero "cuando Repsol se llevaba toda la guita, no se quejaban".

El olor a petróleo, una vez más, parece marear a los actores de la política argentina. Y es de esperar que prime la sensatez, esa nostalgia. Porque el convenio Chevron-YPF va a necesitar tiempo hasta ser comprendido en su real dimensión. Ni parece una maravilla como señala el gobierno; ni promete el horror que apunta en su habitual coro la oposición. Y es que no se conocen todavía los contenidos exactos del acuerdo, que obviamente está lleno de claroscuros puesto que la situación hidrocarburífera argentina lo está. Al menos desde que el gobierno de Carlos Menem prácticamente liquidó YPF y luego la española Repsol la vació año a año.

Lo cierto es que esta semana estuvo signada por el siempre mágico, aunque enturbiante, olor a petróleo. Y a la manera argentina, no se habían secado las tintas de los firmantes cuando ya se denunciaba una “estafa”, se repudiaba la "falsa estatización de YPF" o la "entrega de nuestros bienes naturales". Así manipulación, vaciamiento e impericia fueron argumentos en contra del convenio, críticas asentadas en el hecho sugestivo de que hace apenas un mes, a pedido de la Procuradora Nacional y a través de un rápido fallo de la Corte Suprema de Justicia a favor de Chevron, se levantó el embargo que pesaba sobre esa empresa condenada en Ecuador a una indemnización de 19.000 millones de dólares por daños ambientales comprobados.

En la lucha periodística que se desató, la Presidenta acusó desde otro flanco y en su estilo cada vez más directo: "Esperaban que YPF fuera un fracaso para luego volverla a manos privadas”. Y algo de razón parece asistirla a la hora de firmar un decreto que abre las puertas a la ansiada inversión extranjera, pero sin privatizar. Pequeño y gigantesco detalle que marca diferencias conceptuales en el manejo de los bienes públicos.

Por decreto, el gobierno estableció un nuevo régimen de promoción de inversiones petroleras según el cual, sintéticamente, las empresas que inviertan 1.000 millones de dólares en un proyecto hidrocarburífero podrán comercializar sin retenciones el 20 % de lo producido a partir del quinto año de iniciada la inversión. Además, podrán disponer libremente de las divisas de la exportación de ese porcentaje de crudo y gas. Esa regulación rige para todas las empresas con concesiones en el país.

La oposición de centroizquierda denunció entonces la “reprivatización” de YPF. La derecha peronista y el macrismo cuestionaron "las concesiones a una empresa extranjera". Y todos denunciaron cláusulas confidenciales en el acuerdo, mientras los extremo-izquierdistas de Quebracho quisieron ocupar violentamente la sede de YPF. Y en Vaca Muerta grupos mapuches también ocuparon, aunque en paz, un par de pozos.

Las protestas iniciales fueron convocadas por la Confederación Mapuche Neuquina y otras comunidades, junto con la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, el Premio Nóbel Adolfo Pérez Esquivel y una de las Madres de Plaza de Mayo, la histórica Nora Cortiñas. Sus objeciones se basaron en los malos antecedentes de la empresa y en la falta de información, ausencia de debate público y el nocivo secreto en que se firmó el convenio. Una tara ya habitual en el gobierno kircnherista, que al menos en materia minera siempre se maneja del mismo cuestionable modo.

Ya sucedió cuando la Ley de Glaciares o cuando la vista gorda ante las depredaciones que hoy padecen San Juan y otras provincias cordilleranas. El problema no es negarse "a la minería" –como piensa la Presidenta–; el problema es la acción devastadora e inmoral de "las grandes mineras". Esas compañías gozan de exenciones groseras, absoluto descontrol ecológico y encima se llevan fabulosas ganancias de nuestro territorio a cambio de ridículos impuestos. Lo cual, y también hay que decirlo, sólo inspira un vergonzoso silencio a la casi totalidad de la oposición argentina, que en esto sí –escandalosamente– coincide con el gobierno.

En el fondo de todo, cabe subrayarlo, está la desastrosa gestión anterior, que convirtió a la Argentina en importador neto de combustibles, por primera vez en la historia tras haber sido siempre un país exportador. Seguramente por eso la Presidenta reclamó un acuerdo a los candidatos de las próximas elecciones para que se comprometan a no volver a privatizar los recursos naturales y a defender otras medidas como la estatización de Aerolíneas Argentinas y la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central.

Más allá del debate abierto, el convenio prevé que Chevron ponga el capital, mientras YPF aportará mano de obra y la operación del área con el asesoramiento del socio. “Si la experiencia sale bien, va a significar un aumento muy importante en la producción de YPF”, sostuvo el viceministro Axel Kicillof, de quien se dice que fue uno de los más duros negociadores del acuerdo. La hipótesis del funcionario se debería a que ésta parece la prueba piloto de una nueva política petrolera. El Gobierno ensaya un nuevo modelo de estímulos a la inversión privada para atraer capitales y tecnología, porque necesita extraer mucho petróleo y la única respuesta rápida parece estar –creen ellos– en la formación geológica Vaca Muerta y en la explotación por métodos no convencionales. Eso cuesta miles de millones de dólares y una tecnología que YPF hoy no garantiza.

Quienes están de acuerdo con avanzar sostienen que es absurdo pensar siquiera en soberanía energética cuando hay déficit de combustibles y el recurso sigue bajo tierra pero somos ahora un país importador. Además, Vaca Muerta va a costar 40.000 millones de dólares en los próximos 10 o 15 años, un capital que la Argentina no tiene.

Quienes argumentan que Chevron sólo aceptó porque la Corte Suprema le perdonó el embargo y los beneficios que consigue son extraordinarios, sostienen, también, que las técnicas de perforación no convencionales son cada vez más resistidas en el mundo por su fuerte impacto ambiental. Y que por eso Argentina debería apuntar al desarrollo de nuevos pozos con tecnología tradicional, explotar la plataforma marítima y sobre todo invertir en los otros, muchos y extraordinarios recursos "limpios" que tenemos: energía eólica, geotérmica y solar.

Lo que queda claro es que todo sigue confuso. Y sobran las opiniones grandilocuentes al menos hasta que se conozcan todos los detalles, lo que se llama "letra chica". Que es donde suelen esconderse las trampas de toda ley. Pero para eso hay que enfriarse y estudiar los textos, y recuperar cierto sentido nacional que parece perdido. Aunque quizá eso sea pedir demasiado a ciertos políticos vernáculos. •

lunes, 15 de julio de 2013

De trenes y descarrilamientos

Mi artículo de hoy domingo en THE BUENOS AIRES HERALD

http://buenosairesherald.com/article/135988/on-railways-and-derailments-

Y aquí la versión en Castellano:


Sobre rieles y descarrilamientos

El rol de los sindicatos argentinos se torna, por momentos, más y más cuestionable. Y no necesariamente porque, como esta semana, el Sr. Hugo Moyano haya movilizado a los camioneros. Sino por conductas típicamente corporativas que ningún bien le hacen a un sistema que en la Argentina supo ser base de apoyo fundamental del poder político.

La manifestación de los camioneros fue flaca, casi como si tuvieran las gomas bajas. Y quizá fue así porque el gremio acaso mejor pagado de la Argentina –los camioneros lo son, y eso es mérito de Moyano– al movilizarse en contra del impuesto a las ganancias estaba enfrentándose a una paradoja: la que evidencian algunos informes según los cuales hoy muchos camioneros pagan menos de ganancias que de cuota sindical. En otras palabras: el costo mensual de afiliación es para ellos mayor que el impuesto cuestionado.

Gremio clave en el sistema de servicios de todo país (recuérdese que el derrocamiento de Salvador Allende en Chile, en 1973, fue facilitado por huelgas de camioneros), en la Argentina de hoy el accionar sindical es decisivo en muchos sentidos, y no sólo entre camioneros. También entre ferroviarios, que son los que trabajan en el más sensible servicio, como se ha visto luego del espantoso trenazo en la Estación Once el año pasado y del reciente choque de trenes, ambos sobre vías del Ferrocarril Sarmiento.

Por cierto, esta semana se conoció la investigación sobre ese choque, realizada por un grupo de expertos de la Universidad de Buenos Aires. Ellos aseguran que la colisión se produjo porque no se aplicaron los frenos del tren, aunque funcionaban perfectamente. En otras palabras: fue un error humano. Pero esto no fue aceptado por muchos sindicalistas, que mostrando un extraordinario esprit de corp directamente rechazaron que se inculpe al compañero motorista.

El jefe de La Fraternidad aseguró hace dos semanas que “las vías, el señalamiento, el material rodante tampoco están como tienen que estar. De acá a diez, doce años tendremos un ferrocarril como el que tenemos que tener”. Es la misma idea del ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, quien después del choque en Morón declaró que "no se puede hacer en un año lo que no se hizo en cincuenta". Lo cual es verdad, pero tan verdad como que de esos cincuenta años los últimos diez correspondieron a esta gestión gubernamental. 

Y es que, si es un hecho que el kirchnerismo puede mostrar resultados virtuosos (y eso es parte de su victoria ideológica sobre una oposición más bien gritona), también es un hecho que al frente de la Secretaría de Transporte mantuvieron durante casi todos esos años al Sr. Ricardo Jaime, acaso el más reprochable funcionario de la década kirchnerista y hoy procesado por graves cargos de corrupción. Y década, cabe decirlo en un breve aparte, que el gobierno bien puede considerar "ganada" en muchos aspectos, pero sin dudas no en materia de transportes.

Lo que subyace en todo esto es la vieja incompatibilidad entre la política de subsidios estatales y las gestiones privadas ineficientes y orientadas hacia la pura voracidad empresarial. Que fueron la norma en las últimas décadas argentinas, incluyendo a los gobiernos de la dictadura y prácticamente todas las administraciones de la democracia. La degradación del transporte público argentino ha sido constante y consistente. Y esto es algo que debieran advertir los gobernantes con sólo observar la crisis que vive hoy Brasil, esa especie de hermano gigante en el que, justamente, ha sido el pésimo sistema de transportes públicos el que desató la furia de millones de usuarios. 

Desde una perspectiva razonable, nadie debería dudar del papel clave que jugaron los subsidios en la recuperación económica posterior a la crisis de 2001 y 2002. Sin embargo los operadores privados, quizá estimulados por mentores ultraneoliberales, no sólo no invirtieron casi nada para mejorar los sistemas de transporte de millones de argentinos, sino que –prebendarios obsesivos como son– simplemente los dejaron deteriorarse mientras embolsaban dineros y se convertían en magnates del transporte fuera de la Argentina, por ejemplo en Perú y los Estados Unidos. 

Los subsidios no parece que vayan a terminarse, ni deberían terminarse. Pero sí sería urgente que se apliquen a mejorar los sistemas, tanto ferroviarios como viales, porque éste es un país en el que también los conductores están hartos de pagar peajes cada vez más caros en carreteras deficientes y mal cuidadas, y con trochas insuficientes para las decenas de miles de camiones y colectivos que diariamente cruzan el país de punta a punta y de lado a lado. 

Si se van a mantener los subsidios, entonces, habría que orientar las inversiones hacia la modernización de vías y materiales rodantes, y garantizando servicios con seguridad y confort. Quizás por eso el gobierno ha abierto un canal de participación que inquieta a muchos: el cuerpo de Ingenieros del Ejército está ya ocupado en reemplazar durmientes y vías. Y no casualmente esta semana el flamante Ministro de Defensa Agustín Rossi anunció que podrían construirse 30 vagones por mes, lo que suena un tanto demasiado optimista, pero es naturalmente encantador para muchos oídos.

El papel del sindicalismo, al menos desde la perspectiva de las izquierdas, y en la Argentina del peronismo, es incuestionable. Y si hay en ellos corrupción, pues habrá que renovarlos, limpiarlos, oxigenarlos, pero no eliminarlos. Por eso las críticas están siempre ideologizadas, y los sindicalistas las rechazan. Porque sin sindicatos la izquierda, el peronismo, el laborismo en todas sus formas, desaparecerían. Y es obvio que el mayor interés en la desaparición de los sindicatos es parte de la prédica de las derechas del mundo, cuyos discursos siempre subrayan corrupciones e insisten en desprestigiarlos. 

Pero estas argumentaciones quizás sean demasiado sofisticadas para ciertos dirigentes argentinos. Que son más proclives a pasarse de bando con facilidad, a integrar y formar partidos políticos de ocasión, y/o a traicionar mirando hacia otro lado como sucede en las parejas mal avenidas.

La corrupción está en el medio, por cierto, y ya se sabe que ése es uno de los temas áridos de esta república, más allá de las increibles denuncias fogoneadas por la televisión, donde algunos de los personajes más contradictorios y cuestionables acaban resultando algo así como paladines de una moral de plástico. O de lata. •

domingo, 7 de julio de 2013

Civilización y barbarie, con elecciones a la vista

Mi artículo de hoy domingo en el diario THE BUENOS AIRES HERALD:

http://buenosairesherald.com/article/135417/civilization-versus-barbarity-in-the-upcoming-midterm-elections

Y aquí la versión en Castellano:


Si cada semana argentina ofrece bocados para todos los gustos, esta que pasó estuvo condicionada en gran medida por el secuestro de hecho que padeció el presidente de Bolivia, Evo Morales. Retenido en Europa dizque por rumores de que en su avión llevaba escondido al espía fugitivo de los Estados Unidos, Edward Snowden, el conflicto quebró todas las reglas de la diplomacia mundial, quizás porque ya es obvio que si anda suelto y además suelta la lengua eso es peligrosísimo para Washington y sus gerentes europeos.

Pero también –argentinos somos– uno puede oler en el caso del Presidente Morales algunos condimentos raciales: se trata de un "indio", como escriben con brutal sinceridad los incalificables comentaristas de artículos de algunos grandes diarios.

En el caso argentino, la Presidenta comenzó a ocuparse del asunto desde su cuenta en Twitter la misma noche del martes, mientras todos los jefes de estado de la Unasur –movilizados por los presidentes Rafael Correa, de Ecuador, y Ollanta Humala, de Perú– se disponían a repudiar la afrenta europea al colega sudamericano.

Claro que la inevitable reminiscencia de racismo colonialista sería sólo uno de los datos del asunto. El otro, y no menos fuerte, es que lo que se juega detrás de la escena es nada más ni nada menos que la diferente concepción política, económica y social con que últimamente la América hispana y el Brasil ven las cosas de este mundo.

Como sea, y para volver a poner los pies en la realidad argentina, la semana ofreció otros asuntos inquietantes. En lo sencillo, cuando el gobierno nacional desoyó una cautelar y la estatua de Cristóbal Colón acabó en el piso, y luego el episodio devino patético cuando en el macrismo municipal se escandalizaron como si les importara el estado de las estatuas.

Y en lo complejo, cuando un video mostró con claridad que, por sobre alharacas y acusaciones, en realidad el choque de trenes en Castelar habría sido causado por una falla humana. El sindicato, inmediatamente, salió a reprobar el uso de cámaras filmadoras en las cabinas de comando, mientras la cuestión de fondo continúa congelada en los tribunales.

Claro que lo mejor de todo fue que mientras se conocía el golpe de estado en Egipto, donde las fuerzas armadas derrocaron al presidente y pusieron en su lugar al titular de la corte suprema, aquí se renovaron tufillos golpistas en los penosos titulares de algún diario muy tradicional.

Claro que el presidente de la Corte argentina, el Dr. Lorenzetti, debió atarearse en su debate con la AFIP, mientras la Corte en pleno encargaba a la Procuradora Alejandra Gils Carbó dictaminar sobre los cuestionamietnos a la ya legendaria Ley de Medios que Clarín viene deteniendo desde hace cuatro años. Todo indica que ese dictamen será contrario a los intereses del grupo multimediático, pero nadie en su sano juicio (valga la ironía) apostaría demasiado a que los siete jueces serán favorables al gobierno.

Lo cierto es que pareciera que fallo habremus, pero entretanto el país está lanzado a un proceso electoral que muestra el mismo, viejo estilo que combina candidatos de calidad con oportunistas de todo calibre. Por eso ahí van, en la tele y en las boletas, y como al trote, los señores Gerónimo Venegas y Julio Piumato, Elisa Carrió y Pino Solanas, Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín, mezclados con personalidades como Luis Zamora, Julio Cleto Cobos, Rodolfo Terragno, Alfredo De Ángelis y Julio Bárbaro.

Junto con ellos se ofrecen cantantes, funcionarios, sindicalistas, músicos, periodistas y empresarios, conformando un espectro ideológico muy amplio: tanto en la derecha como en la izquierda hay candidatos para todos los gustos, desde los que prometen "mano dura" hasta los que descreen de la democracia.

Las ofertas se completan con figuras como Víctor Santamaría, Liliana Mazure, Pimpi Colombo, Luis Brandoni y hasta el prestigioso ex presidente del Club Vélez Sársfield Raúl Gámez, que es el más firme opositor a la presidencia eterna de Julio Grondona en la Asociación del Fútbol Argentino. No faltan el otrora líder de masas Juan Carlos Blumberg, el inefable conductor televisivo Beto Gianola y el ex árbitro de fútbol Luis Baldassi.

Claro que el plato fuerte de estas elecciones parece ser quien en 2001 y 2002 llegó a ser el más repudiado político argentino, el cordobés Domingo Cavallo. Desde esa provincia y junto con los señores Oscar Aguad y Luis Schiaretti conforma lo que algunos considerarán una prueba de la amplitud de la democracia y otros un trío capaz de hacer temblar a muchos.

A todo esto Carlos Menem celebró en La Rioja sus 83 años, disponiéndose a apelar la condena que le han impuesto por contrabando de armas cuando era presidente. Ese proceso, que duró 17 años, demostró la cambiante velocidad de que es capaz la Justicia argentina, que tanto sabe dilatar como sabe de urgencias para cumplir mandados de las corporaciones.

La corrupción, de hecho, y en todas sus formas, ha venido convirtiéndose en tema central de la política argentina, y es previsible que será el eje de los debates pre-electorales. Pero no es eso lo que asombra, sino el hecho de que algunos casos estallen ahora como si fuesen novedosos. Y asombra también que algunos se asombren como blancas palomas inocentes que de pronto descubren al gavilán frente al nido. Cuando la verdad –todo sea dicho– es que la corrupción es en cierto modo la vida cotidiana de este país y de este mundo. La hipocrecía, el cinismo, están a la orden del día aquí y en Madrid, en Brasilia como en México y en Washington como en Moscú. Y no son cosas de hoy ni son de ayer.

Por eso a algunos fastidia, y es un fastidio superlativo, que ahora las clases medias televidentes de este país pretenden horrorizarse cuando ciertas corrupciones del poder son mostradas por periodistas de moral cuestionable que están al servicio de empresariados de también dudosa moralidad.

Esto coloca a muchos en la odiosísima posición de hacer un arte de equilibrio para no quedar pegado en la repudiable defensa de los inmorales de hoy, ni tampoco en el fatigoso señalamiento de los corruptos de ayer y de siempre.

La semana mostró, en este sentido, que el debate civilización o barbarie sigue abierto como cuando lo propuso Domingo Faustino Sarmiento hace un siglo y medio. Y es que en la Argentina, donde ahora se vota y hay libertad y una democracia que se perfecciona muy lentamente, todos y todas sabemos que los "civilizadores" no dejaron barbarie por cometer con tal de mantener privilegios. De igual modo que los "bárbaros" votaron montones de veces a sus verdugos y así les ha ido. • 

martes, 2 de julio de 2013

Juegos de toma y daca, y cierta inmadurez argentina


Mi artículo de este domingo en The Buenos Aires Herald:


Y la versión en castellano:
Juegos de toma y daca, y cierta inmadurez argentina

Muchos de los cambios que vive en estos días la república, es evidente, producen sospechas y recelos. Es natural que así sea, si se recuerda que en general todo lo que se mueve asusta, y especialmente cuando en algunas áreas el status-quo se ha mantenido por décadas, incluso siglos.

Quizás por eso los vientos de cambio que impulsa el gobierno nacional son a veces tempestuosos, y en ocasiones manejados con torpeza, pero eso es tan cierto como que sus opositores parecen estar siempre demasiado a la defensiva y por eso prefieren aplicar frenos antes de ver las oportunidades. De hecho hace ya bastante tiempo que la oposición política argentina no se pone al frente de ninguna de las propuestas que esta nación necesita. Por eso la agenda siempre la define el gobierno, al que le sobra iniciativa tenga o no tenga buenas razones. Y es un hecho que al rechazarlas todas, lo que seguro consiguen los antikirchneristas es aislarse y polarizar. Que es lo mismo que le pasa al gobierno cuando se empecina en avanzar sin acuerdos, que es lo que casi siempre hace.

Así la sociedad asiste a un perfecto diálogo de sordos en el que, para colmo, empiece quien empiece las dos partes pretenden tener la razón, única y toda.

Este comportamiento, que es tan infantil como tan argentino, no conduce a nada. Ahí están las reformas al sistema judicial, que son necesarias y según lúcidos juristas también son urgentes. Pero el gobierno, forzando las cosas, sólo obtuvo rechazos. Mientras la oposición, rechazando toda propuesta in limine y a ojos cerrados, sólo logró mostrarse como el factor más reaccionario de la vida nacional, y para colmo quienes los manejan desde las sombras siguen siendo los únicos pescadores en aguas revueltas.

La reforma judicial, por cierto, siguió en el candelero durante toda la semana, y es previsible que así seguirá siendo, como verdadero leading-case para el futuro. De hecho fue impactante el acto público realizado el jueves frente al Palacio de Tribunales por la asociación "Justicia Legítima". Miles de abogados, jueces, fiscales y empleados (y no importa si eran muchos miles o pocos miles) llamaron a “terminar con la Justicia de doble vara en la que hay vidas más valiosas que otras” y exigieron “una Justicia en la que cualquiera que sepa leer pueda tomar un expediente y entender lo que dice”.

El pronunciamiento generalizado de los manifestantes incluyó la exigencia de "controlar” a los magistrados para que "rindan cuentas de su gestión”. El fiscal Jorge Auat fustigó a quienes "no entienden que detrás de un expediente a veces hay ríos de sangre y profundos dolores”. Y la prestigiosa jueza María Laura Garrigós de Rébori, presidenta de “Justicia Legítima”, reclamó “más apertura, más transparencia y más democracia, porque más democracia nos va a traer más democracia”, e identificó los dos más graves problemas de la Justicia: por un lado las demoras tantas veces injustificables; por el otro "la delegación de funciones de los jueces, que (...) resuelven en función de cómo se ahorran trabajo a sí mismos."

En ese contexto, la semana estuvo signada una vez más por las ya usuales operaciones de cierto periodismo tendencioso. Apaciguado el dólar ilegal, y sin que prospere el alarmismo sobre supuestas faltas de trigo y de pan, se buscó incendiar el panorama con una dizque "investigación impositiva" de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) en contra del presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, y sus hijos. Esa presunta "venganza" del gobierno contra la Corte por declarar la inconstitucionalidad de una parte de la reforma judicial, acabó en una rápida desmentida del organismo recaudador, aunque la oposición, una vez más, se montó sobre el rumor sin pensarlo ni una vez y así los diputados De Narváez, Duclós, Pinedo y Bullrich, más el senador radical Cimadevilla, se apresuraron a exigir “la renuncia inmediata” del titular de la AFIP.

Claro que la respuesta del oficialismo no fue menos dura: la semana se cerró con diputados kirchneristas presentando en el Congreso un proyecto de ley que quita a la Corte Suprema el manejo del presupuesto y el personal de la Justicia, incluida la fijación de sueldos, para pasárselo al Consejo de la Magistratura. Así lo disponía el proyecto original de la reforma, que había sido cambiado... a pedido de los jueces de la Corte.

En medio de esos juegos de toma y daca, sin embargo, la semana mostró algunos signos de saludable normalidad institucional. Por ejemplo, el cambio de la cúpula de las fuerzas armadas, que esta semana modificó los mandos en todas las armas y en el Estado Mayor Conjunto y dejó a 35 oficiales cesantes, fue sólo un dato más. Como debe ser en democracia, superados aquellos tiempos en que ese tipo de cambios eran, en este país, verdaderos terremotos.

La normalidad constitucional, con todos sus defectos, muestra que hoy los argentinos ya están inmersos en campañas electorales a la vez que siguen con extraordinaria atención las investigaciones del asesinato, hace dos semanas, de la adolescente Ángeles Rawson. Y también se interesan por las impactantes noticias que llegan desde el vecino, enorme Brasil, donde las cosas están que arden y, para sorpresa de economistas televisivos y políticos envidiosos, como modelo de país empezó a mostrar profundas grietas. Lo que no debe alegrar a nadie, desde ya, pero bien podría servir para que algunos analistas locales adviertan que los espejismos son sólo eso: espejismos.

Quizás, y en síntesis, podría afirmarse que el problema nacional sigue siendo cierta inmadurez, ésa que hace que la Argentina política se muestre tantas veces como una fotografía en blanco y negro. Y ya se sabe que el mundo visto en blanco y negro puede ser horrible o bello, pero no es la realidad, que es multicolor y además cambiante.

Ha de ser por eso que es tan dificil mantener el equilibrio. Al menos el indispensable equilibrio de la razón, ésa que hace que estemos siempre obligados a reflexionar y comprender, a ponderar y valorar todos los puntos de vista, todo el tiempo. La difícil, no siempre entendida labor intelectual. •