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lunes, 15 de julio de 2013

De trenes y descarrilamientos

Mi artículo de hoy domingo en THE BUENOS AIRES HERALD

http://buenosairesherald.com/article/135988/on-railways-and-derailments-

Y aquí la versión en Castellano:


Sobre rieles y descarrilamientos

El rol de los sindicatos argentinos se torna, por momentos, más y más cuestionable. Y no necesariamente porque, como esta semana, el Sr. Hugo Moyano haya movilizado a los camioneros. Sino por conductas típicamente corporativas que ningún bien le hacen a un sistema que en la Argentina supo ser base de apoyo fundamental del poder político.

La manifestación de los camioneros fue flaca, casi como si tuvieran las gomas bajas. Y quizá fue así porque el gremio acaso mejor pagado de la Argentina –los camioneros lo son, y eso es mérito de Moyano– al movilizarse en contra del impuesto a las ganancias estaba enfrentándose a una paradoja: la que evidencian algunos informes según los cuales hoy muchos camioneros pagan menos de ganancias que de cuota sindical. En otras palabras: el costo mensual de afiliación es para ellos mayor que el impuesto cuestionado.

Gremio clave en el sistema de servicios de todo país (recuérdese que el derrocamiento de Salvador Allende en Chile, en 1973, fue facilitado por huelgas de camioneros), en la Argentina de hoy el accionar sindical es decisivo en muchos sentidos, y no sólo entre camioneros. También entre ferroviarios, que son los que trabajan en el más sensible servicio, como se ha visto luego del espantoso trenazo en la Estación Once el año pasado y del reciente choque de trenes, ambos sobre vías del Ferrocarril Sarmiento.

Por cierto, esta semana se conoció la investigación sobre ese choque, realizada por un grupo de expertos de la Universidad de Buenos Aires. Ellos aseguran que la colisión se produjo porque no se aplicaron los frenos del tren, aunque funcionaban perfectamente. En otras palabras: fue un error humano. Pero esto no fue aceptado por muchos sindicalistas, que mostrando un extraordinario esprit de corp directamente rechazaron que se inculpe al compañero motorista.

El jefe de La Fraternidad aseguró hace dos semanas que “las vías, el señalamiento, el material rodante tampoco están como tienen que estar. De acá a diez, doce años tendremos un ferrocarril como el que tenemos que tener”. Es la misma idea del ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, quien después del choque en Morón declaró que "no se puede hacer en un año lo que no se hizo en cincuenta". Lo cual es verdad, pero tan verdad como que de esos cincuenta años los últimos diez correspondieron a esta gestión gubernamental. 

Y es que, si es un hecho que el kirchnerismo puede mostrar resultados virtuosos (y eso es parte de su victoria ideológica sobre una oposición más bien gritona), también es un hecho que al frente de la Secretaría de Transporte mantuvieron durante casi todos esos años al Sr. Ricardo Jaime, acaso el más reprochable funcionario de la década kirchnerista y hoy procesado por graves cargos de corrupción. Y década, cabe decirlo en un breve aparte, que el gobierno bien puede considerar "ganada" en muchos aspectos, pero sin dudas no en materia de transportes.

Lo que subyace en todo esto es la vieja incompatibilidad entre la política de subsidios estatales y las gestiones privadas ineficientes y orientadas hacia la pura voracidad empresarial. Que fueron la norma en las últimas décadas argentinas, incluyendo a los gobiernos de la dictadura y prácticamente todas las administraciones de la democracia. La degradación del transporte público argentino ha sido constante y consistente. Y esto es algo que debieran advertir los gobernantes con sólo observar la crisis que vive hoy Brasil, esa especie de hermano gigante en el que, justamente, ha sido el pésimo sistema de transportes públicos el que desató la furia de millones de usuarios. 

Desde una perspectiva razonable, nadie debería dudar del papel clave que jugaron los subsidios en la recuperación económica posterior a la crisis de 2001 y 2002. Sin embargo los operadores privados, quizá estimulados por mentores ultraneoliberales, no sólo no invirtieron casi nada para mejorar los sistemas de transporte de millones de argentinos, sino que –prebendarios obsesivos como son– simplemente los dejaron deteriorarse mientras embolsaban dineros y se convertían en magnates del transporte fuera de la Argentina, por ejemplo en Perú y los Estados Unidos. 

Los subsidios no parece que vayan a terminarse, ni deberían terminarse. Pero sí sería urgente que se apliquen a mejorar los sistemas, tanto ferroviarios como viales, porque éste es un país en el que también los conductores están hartos de pagar peajes cada vez más caros en carreteras deficientes y mal cuidadas, y con trochas insuficientes para las decenas de miles de camiones y colectivos que diariamente cruzan el país de punta a punta y de lado a lado. 

Si se van a mantener los subsidios, entonces, habría que orientar las inversiones hacia la modernización de vías y materiales rodantes, y garantizando servicios con seguridad y confort. Quizás por eso el gobierno ha abierto un canal de participación que inquieta a muchos: el cuerpo de Ingenieros del Ejército está ya ocupado en reemplazar durmientes y vías. Y no casualmente esta semana el flamante Ministro de Defensa Agustín Rossi anunció que podrían construirse 30 vagones por mes, lo que suena un tanto demasiado optimista, pero es naturalmente encantador para muchos oídos.

El papel del sindicalismo, al menos desde la perspectiva de las izquierdas, y en la Argentina del peronismo, es incuestionable. Y si hay en ellos corrupción, pues habrá que renovarlos, limpiarlos, oxigenarlos, pero no eliminarlos. Por eso las críticas están siempre ideologizadas, y los sindicalistas las rechazan. Porque sin sindicatos la izquierda, el peronismo, el laborismo en todas sus formas, desaparecerían. Y es obvio que el mayor interés en la desaparición de los sindicatos es parte de la prédica de las derechas del mundo, cuyos discursos siempre subrayan corrupciones e insisten en desprestigiarlos. 

Pero estas argumentaciones quizás sean demasiado sofisticadas para ciertos dirigentes argentinos. Que son más proclives a pasarse de bando con facilidad, a integrar y formar partidos políticos de ocasión, y/o a traicionar mirando hacia otro lado como sucede en las parejas mal avenidas.

La corrupción está en el medio, por cierto, y ya se sabe que ése es uno de los temas áridos de esta república, más allá de las increibles denuncias fogoneadas por la televisión, donde algunos de los personajes más contradictorios y cuestionables acaban resultando algo así como paladines de una moral de plástico. O de lata. •

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