La semana pasada di una conferencia en el 9º
Congreso de Novela Negra, evento que anualmente organiza la Universidad de
Salamanca. En el contexto precioso de esa clásica casa de estudios castellana,
y en esa ciudad entrañable y única, pasé dos días fantásticos gracias a Alex
Escribá y Javier Sánchez Zapatero, hacedores del congreso. Entre amables
charlas, cañas y jamones, y un afectuoso encuentro con mi admirada poeta
Mariángeles Pérez López, también profesora en esa casa, leí ante un nutrido
auditorio un texto titulado "Revolución, Democracia y Crisis como motivos
del género negro latinoamericano". He aquí los párrafos centrales del
mismo, cuya versión completa se publicará en Salamanca el año próximo.
"(...) La
literatura de crimen o delito, la policiaca, o negra, o como convengamos en
llamarla, ha devenido la literatura más leída en toda la América Latina porque
es la más directamente alusiva a la suerte o desdicha de nuestros pueblos, y
eso es lo que explica que siga gozando de una inmutable popularidad.
El fenómeno no es nuevo. Quizás suene forzado, pero quiero observar que la
literatura argentina canónica, a partir de la Independencia, trajinó este
género acaso sin advertirlo conscientemente. Porque el texto que se tiene como
inicio mismo de nuestra literatura –el cuento "El matadero", de
Esteban Echeverría (1837)– describe la brutalidad de los matarifes de ganado
vacuno para el consumo, que deriva en el asesinato de un joven unitario. No es
casual que sea ése el cuento fundador de nuestra narrativa, en una línea de
trasfondo político, violencia y crisis. Y si además observamos que las otras
obras fundamentales que la siguen son: Facundo (de D.F.Sarmiento) y Martín
Fierro (de José Hernández), vemos que en ambas, como en "El matadero",
la tensión dramática se sostiene alrededor de
crímenes y de la tensión delito-legalidad.
(...) En mi libro EGN hay un capítulo que titulé "¿Por
qué literatura policial negra en América Latina?". Allí cito a Donald
Yates, hoy retirado profesor de la Universidad de Michigan, EEUU, como uno de
los que primero se ocupó de estudiar el género policiaco en la América
hispanoparlante. En 1964 Yates señalaba que en la sociedad hispanoamericana “la
autoridad de la fuerza policial y el poder de la justicia se admiran y aceptan
menos que en los países anglosajones". Y
decía que se trataba "de un tipo de literatura que evita contacto directo
con la realidad”. Se refería, desde luego, a la generación que hasta entonces
procedía según los cánones clásicos. Así fue como Borges y Bioy Casares crearon
a su Isidro Parodi; y Antonio Helú a su mexicanísimo Máximo Roldán; y el
chileno Alberto Edwards a su Román Calvo: los hicieron inhibidos de todo
cuestionamiento social y aceptando la realidad tal como era concebida desde el
poder. En efecto evitaban todo contacto con la realidad y por eso sus
detectives, aunque atractivos, nunca dejaban de ser falsos. Porque eran
literarios.
Pero bajo la superficie sucedían otras cosas. Durante las
luchas revolucionarias de los años 60 y 70, y luego con las democracias desde
mediados de los 80, primero con la censura y luego con el destape, se vio que
el género negro era el que mejor describía y cuestionaba la realidad
circundante, precisamente porque hacía de ella su materia literaria; y era eje
central de sus narraciones la no aceptación del poder policial como
sistema de control social. Justamente lo contrario del postulado de Yates y de
los autores del policial clásico. Y
es que en América Latina no sólo hay poca confianza en la policía, sino que hay
odio y rencor. Las policías existen siempre para custodiar el orden
establecido; tienen una misión conservadora por esencia: a través de la defensa
de la propiedad (individual o colectiva) tratan de impedir mutaciones que no
estén normadas jurídicamente. El rol policial, entonces, es el de conservar un
determinado orden. Eso no está mal, per se. Pero en América Latina, desde
siempre, el orden a conservar por los servicios policiales es un orden injusto
y cuestionado: el orden de las oligarquías, que ejercen el poder político y
económico. De donde hace más de 50 años los escritores de ficción policial de
nuestros países empezaron a abandonar la ficción clásica para escribir novela
negra.
(...) Quizás el ejemplo más dramático de esa vinculación
entre GN y dictaduras sea el de Rodolfo J. Walsh (1927-1977). “Desaparecido” y luego
asesinado por comandos militares, Walsh se convirtió en uno de los
escritores-símbolo de la lucha contra la última dictadura militar (1976-1983).
Periodista, traductor y narrador, había escrito un primer libro policiaco,
"Variaciones en rojo", que reúne tres nouvelles de corte clásico y fue publicado en B.Aires por la Librería-Editorial
Hachette en 1953. Pero enseguida Walsh devino precursor de un nuevo género literario,
el que hoy conocemos como Non fiction
novel, con tres obras fundamentales: "Operación Masacre" (de
1958), "¿Quién mató a Rosendo?" (de 1969) y "El caso
Satanowsky" (de 1973). También escribió cuentos memorables, entre ellos
"Esa mujer", acerca del secuestro del cadáver de Eva Perón, que bien
puede ser considerado dentro de este género.
(...) En esa línea, y de hecho
siguiendo las huellas de Walsh conscientemente o no, adoptaron el GN como
posibilidad expresiva ante la censura autores como Ricardo Piglia, Beatriz
Guido, Juan Martini y Osvaldo Soriano en Argentina, y Rafael Bernal, Paco Taibo
y Rafael Ramírez Heredia en México, por lo menos. Y años más adelante, ya en la
construcción democrática de los 80, otros autores siguieron esa nueva tradición:
mínimamente cabe mencionar a Ramón Díaz Eterovic en Chile y a Santiago Gamboa
en Colombia, y en mi país a Juan Sasturain y Guillermo Martínez, entre muchos más.
Entonces, ¿existe hoy una literatura policial negra
en América Latina? Desde luego que sí. El género negro existe en el continente
donde vivo y se compone de un cuerpo textual rico y variado, que practican
decenas de autores de muchos países. Tiene una consistencia como no tienen
otros géneros. Y produjo además un cambio espectacular en el tratamiento del
crimen, especialmente porque le reconoce razones, motivos, causas vinculadas
con la realidad en que viven los mismos lectores. Hoy sabemos que son circunstancias
las que llevan a una persona a cometer un crimen.
(...) Los que vivimos en Latinoamérica nos hemos visto reflejados en estas
novelas, desde hace años (...) El GN es determinante para comprender la
literatura latinoamericana contemporánea.
Vincula al crimen con la sociedad en que sucede. El delito no es para nosotros un
problema matemático, un crucigrama, un desafío al ingenio. Cada delito es
producto de relaciones (malas relaciones) entre seres humanos y no hay crimen
gratuito como no hay ausencia de causas (individuales o sociales). Ahora hay
grupos de sicarios, además, como los Maras centroamericanos, o los chicos
gangsters de Colombia, México o Brasil. Todos tienen su autojustificación, y a
cualquiera se le puede encargar un crimen. Es barato, incluso, porque hoy todo
crimen es barato. El que un jefe de barrio le encarga realizar a un chico
semianalfabeto y pasado de paco u otra droga incendiaria; o el que genera sin
saberlo cualquier matrimonio europeo de buen corazón que por diez mil dólares
compra un bebé paraguayo o del norte argentino que fue robado a sus padres.
(...) El delito hoy es producto de
intereses, casi siempre ligados al poder político y económico, a la trata de
personas, el narcotráfico y el narcoconsumo, y otras miserias, muchas de las
cuales son alimentadas desde el mundo desarrollado, que fomenta taras, vicios y
corrupción en los países subdesarrollados para luego analizarlos
"racionalmente" como si fueran de otro planeta y sin asumir
responsabilidades.
Y es que los valores primordiales en que basa su
existencia el género negro siguen siendo el poder y el dinero. Uno puede y
paga. El otro no tiene y cobra. O padece. ¿Quién de ellos es el criminal...?
(...) La novela negra latinoamericana tiene sus
ejes en la violencia que generan las contradicciones sociales, el abuso de
poder, la narcoindustria, el narcotráfico y el narcoconsumo, la corrupción y la
hipocresía. Es la misma violencia que escribieron los maestros del naturalismo
y del viejo realismo social, sólo que ahora no desde ideologías
revolucionarias, sino desde los códigos y tópicos de una posmodernidad entendida
como continuum.
(...) Hoy sabemos que cada crimen, cada delito menudo, cada
acto ilegal tiene, necesariamente, una relación profunda con la sociedad en que
se produce. No hay crimen genético, lombrosiano. El crimen es siempre una
(mala) conducta social, un reprobable producto de la vida colectiva. Y en la
vida colectiva estamos acostumbrados a contemplar intrigas, escándalos
políticos y económicos, e incluso guerras dizque justificadas siempre en
motivos injustificables. El petróleo, las commodities, la minería a cielo
abierto, cualquier ataque financiero desde centros off-shore, el sistema de
corrupción político, bancario, sindical, empresarial y etc, etc, es tan variado
como retorcido (no quiero decir sofisticado) que sobran los temas para el GN
contemporáneo.
(...) La violencia es la materia esencial del género
negro, pero no es una invención de la literatura. El crimen en todas sus
formas, como el incesto y la corrupción, por caso, son moneda corriente en toda
la sociedad industrial moderna. (...) Entonces
deberíamos mirar mejor al crimen literario, como expresión del crimen en la
sociedad moderna, pero sin prejuicios y sin condenar a un continente. Y subrayo
esto último porque todo discurso etnocéntrico que juzga a las periferias es
racista y discriminatorio, aunque no lo sepa o lo niegue. La tragedia
centroamericana, como la de Brasil o Colombia, o la de México, son materia de
literatura negra porque nosotros, autores latinoamericanos, no queremos
silenciarlo. Porque sabemos que en decir y narrar esa violencia estará
también nuestra salvación. Pero yo no conozco la novela del hombre que violó y
preñó a todas sus hijas y las mantuvo encerradas en un sótano durante veinte
años como sucedió aquí cerca, en Austria. Como tampoco conozco la novela del chico
que en Virginia Tech University asesinó en diez minutos a más de 30 estudiantes
porque se sentía agobiado por problemas familiares...
Por lo tanto, ¿de qué hablamos cuando hablamos de
violencia? ¿De asesinato, robo, ataque físico, acoso sexual, apropiación de
niños? ¿Violencia de género, familiar, social, política? Pero acaso ¿Muamar
Kadafi era violento pero los bombardeos "civilizadores" sobre Libia
no? ¿Y no ocurre lo mismo ahora en Siria? ¿Como antes en Kosovo, Iraq,
Afganistán? ¿Y Guantánamo? ¿Por qué no está preso ni un solo banquero
irresponsable cuando a media Europa le cortan los salarios? ¿Saben que esta
violencia se vivió ya en Argentina en 2001 y fue un desastre? (...) Podría
pasarme toda la tarde formulando preguntas de este tipo, todas ellas variaciones
sobre la violencia, y materia potencial de novelas negras. (...) Por eso
rechazo esa idea establecida de la violencia como signo y marca, única o
principal, de la literatura latinoamericana. Propongo
en cambio leer la violencia como señal de la bestialidad del ser humano, pero en
todas las culturas y en todas las literaturas.
(...) Y si vamos al cine, género que se afirmó como una
nueva expresión de la literatura, en el caso del cine argentino puede decirse
que nació con y para este género. El
primer filme negro argentino fue "Monte criollo" (de 1935, dirigida
por Arturo S. Mom en base a un tango de Homero Manzi) y dos años después, en
1937, la tremenda "Fuera de la Ley", con guión y dirección de Manuel
Romero y basada en la historia verídica del niño Eugenio Pereira Iraola –cuyos
padres pertenecían a la alta sociedad argentina– quien fue secuestrado y luego
asesinado por una banda de maleantes en febrero de ese mismo 1937, hecho que
mantuvo en vilo a todo el país. La película se rodó de inmediato y se estrenó
en octubre de ese año, y aunque en la ficción la víctima era una niña el
público asoció fácilmente el caso y fue un éxito de taquillas fenomenal.
En
cada uno de los últimos 75 años, en mi país no se ha dejado de producir cine
negro, y en casi todos los casos basados en cuentos y novelas de autores
locales (...) Hoy en la Argentina se
producen y filman más de 150 películas por año, y probablemente la mitad son
de, o se relacionan con, el género negro. (...) Me
parece que son muy pocos los géneros literarios que tienen esta cualidad de
representar tan cabalmente los conflictos sociales, los anhelos y frustraciones
de las clases populares, la cultura de la marginalidad y el cuestionamiento
ideológico al poder establecido.
(...) Quizás por eso la estimación del GN ha ido en
alza (...) y comienza a ser tratado con creciente interés por las academias. Y
eso está bueno. Pero también digamos que hasta ahora con poca originalidad. Se
repiten conceptos, lugares comunes, se hace mucho copy-paste y no sobra la
audacia intelectual. Quizás falten textos renovadores, no lo sé, pero a mí por
momentos me da la impresión de que estamos ante un género al borde del
agotamiento. Se inventan detectives y argumentos cada vez más disparatados,
exóticos o extravagantes, y gran parte de la crítica se dedica a subrayar y
aplaudir esas obviedades. Pero a mí me parece, dicho sea con cuidado, que el
detective no es una figura con un gran futuro, al menos literario. Quizás
porque devino tópico, y a su alrededor se generan temas y tramas, y por ende
recursos, que finalmente se reiteran. Yo creo, en cambio, que el futuro del GN
está en el hombre o la mujer comunes y sus circunstancias, el hombre mediocre
de José Ingenieros, el simple ciudadano que nunca sabrá cómo llegó adonde se
encuentra, y no sabe cómo demonios zafar del cepo en que se descubre. El que
debe improvisar a cada paso y equivocarse y huir, huir como único destino
posible. Y es que la vida siempre va adelante de esta literatura y de cualquier
otra. Por eso es verdadero el viejo axioma de que la realidad supera a la
ficción.
(...) La literatura negra ha tenido algo de
revolucionaria para las letras latinoamericanas del post-boom, por lo menos, o
sea la de los setenta y ochenta del siglo pasado. En esos tiempos de oscuridad
y represión en nuestra América, el género negro fue sin dudas un buen refugio
para escritores. (...) Hoy, en cambio (...) se relaciona con todo lo que hemos
perdido. (...) Es evidente que el sentimiento de pérdida es parte de esta
narrativa. Pérdida de valores, desde luego, vinculados a la pérdida de mejores
niveles de vida. La miseria social absurda y chocante, la corrupción, el abuso
de poder, inevitablemente remiten a tiempos en los que se vivía en paz, con
mayor respeto y tranquilidad. El género negro siempre está cuestionando la
pérdida de esos valores, porque es un género profundamente moral. (...) La
escritura de ficción en Latinoamérica hoy en día tributa en gran medida al
género negro, y por eso este género es revolucionario para nuestra narrativa desde
que renovó estilo y lenguaje, y lo reconoció como se habla en la calle:
violento, duro y machista.
El escritor latinoamericano, creo yo, es consciente de
que el dinero en sus obras es sólo un medio, no fin ni razón. La corrupción no
es una desviación; son causas profundas que corregir y casi nunca se corrigen.
La Ley y la Policía casi nunca son confiables. El poder no son los tipos que
salen en la tele, sino los que están ocultos. Y la literatura, claro, no es
sólo evasión y entretenimiento. Es también un recurso, acaso un arma ideológica,
para desnudar la verdad mediante maravillosos relatos interminables." •
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