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domingo, 2 de enero de 2011

Relectura y evocación de Bioy, el Maestro de la calle Posadas

El laberinto y el hilo

Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

Me disculparán nuevamente estos saltos temporales, pero el otro día, escribiendo sobre Bioy Casares, afortunadamente me fue inevitable releerlo. Tengo una larga docena de sus libros en mi biblioteca, e incluso una joyita que me regaló Juan Filloy cuando desguazaba la suya de Río Cuarto: la primera edición de "Luis Greve, muerto" de 1937, con una afectuosa dedicatoria de Bioy a Don Juan.

Eso representa para mí casi todo el valor de ese ejemplar, pues es un conjunto de cuentos bastante irregular, con textos débiles, que Bioy nunca quiso reeditar y que en su libro "Memorias" él mismo colocó entre "los que no debí publicar" y porque esperaba que "fuera el último de mis libros malos".

Por cierto, no me parece menos interesante recordar que el título completo de "Memorias" tiene un llamativo subtítulo que no figura en la portada de la edición de Tusquets pero sí en el inicio del texto, que reza: "Memorias. Infancia, adolescencia y cómo se hace un escritor".

Incluida esta perspectiva, y releído ahora, el libro duplica su atractivo.

Claro que de la relectura de Bioy pasé a otros libros y autores, como sucede cuando uno recorre su propia biblioteca y se detiene al azar —el maravilloso azar— y curiosea este o aquel volumen en tal o cual anaquel. En esa práctica, uno se encuentra con lo que anotó al margen durante las primeras lecturas. Eso hice ahora, y es curioso lo que sucede: veinte o treinta años después muchas de esas glosas, comentarios y hasta signos de interrogación o admiración, al margen o al pie de ciertas páginas, me resultan ahora incomprensibles. Es como si de pronto uno se viera forzado a discutir consigo mismo, aunque la discusión, más precisamente, sería entre el que uno es ahora y el que fue décadas atrás.

Pero además —y es gracioso— me ocurre que en algunas acotaciones ya no entiendo mi letra, o bien ignoro con qué intención fueron garrapateados esos signos o trazos. En otros casos sí, claro, comprendo lo escrito especialmente cuando alude a pensamientos o preocupaciones que pude tener cuando aquellas grafías.

Quizá en futuras entradas comparta las glosas que escribí en los márgenes de algunos libros de mi biblioteca, pero ahora sólo me interesa socializar algunas de las acotaciones a este "Memorias" de Bioy, libro que muestra al Maestro de la calle Posadas en la plenitud de su madurez, que fue la época en que lo visité, precisamente en su departamento de aquel quinto piso que miraba hacia la Recoleta porteña.

Reproduzco lo que escribí en mi libro "Así se escribe un cuento", en la página 319 de la edición en la colección Punto de Lectura (Ediciones B, Barcelona, 2003) y bajo el título de una frase de ABC: "Yo quiero que las palabras sean transparentes":

"Un domingo de enero de 1989 por la mañana, en su casa de la calle Posadas, en Recoleta, Adolfo Bioy Casares abrió la puerta con una sonrisa juvenil, encantadora, que mantendría durante toda la entrevista. Vistiendo impecable camisa blanca y corbata de colores oscuros, bajo una exquisita cazadora de gabardina ligera, con cinturón, me hizo pasar a su estudio, donde conversamos bajo un gran marco ovalado con un retrato de mujer joven y bella de principios de siglo —su madre— presidiendo el estudio. Una enorme ventana miraba a Plaza Francia en esa mañana luminosa, caliente, en la que se tostaban porteñas y porteños casi en cueros.

"Alto, elegante, se nota que practicó muchos deportes (futbol, rugby, tenis, atletismo). Se confesó tímido, pero se mostró en todo momento cordial, amistoso. Por un momento, tuve la sensacion de que jugábamos un fugaz torneo de seducción: había un maestro, claro, y yo era el aprendiz. Sonriendo mientras hojeaba el número 14 de Puro Cuento, se interesó por saber quién era Renata Farhat-Borges. Cuando le dije que era una escritora brasileña asintió: "Ah, con razón". E hizo un comentario sobre los orígenes portugueses de su amigo, Jorge Luis.

"En el estudio hay libreros que van del piso al altísimo techo, por lo menos tres mil volúmenes. Advierto libros antiguos, muchos en inglés o en francés. En los estantes hay decenas de fotografías: una de Sarmiento en uniforme militar; una de una casa de Dublín en cuyo frontispicio se lee "Margaret Joyce"; varias de hombres con caras de escritores; muchas fotos de chicas jóvenes, en general hermosas quizás porque son jóvenes. Hay una postal que es una dama de corazones y el corazón es rojo. No logro ver fotografía alguna de Borges, pero hay una con Silvina en Mar del Plata. De algunas fotos me da explicaciones: ésta de un tío suicidado ("tengo tres tíos Bioy que se suicidaron"); esta otra montando camellos con el padre y la madre, en enero de 1930, en Egipto. Es él quien inicia la conversación:

"—Me encanta el cuento, déjeme que se lo diga para empezar..."


Glosas y reconocimientos

He dicho que las glosas de este libro pintan cabalmente a Bioy, pero debo admitir que también a mí, o al que yo era hace quince años. Por caso, vean esta cita: "Cuando resolví abandonar los estudios universitarios, Silvina Ocampo y Borges me respaldaron. Silvina estaba persuadida de que la profesión de escritor es la mejor de todas y Borges me dijo: 'Si querés ser escritor, no seas abogado, ni profesor, ni periodista, ni director de revistas literarias, ni editor".

Mi anotación al margen dice: "Grande! La cláusula correcta sería: "Si querés ser escritor no hagas otra cosa y no pares nunca de escribir!!"

En otra página leo: "La imaginación y los sueños me proporcionaban historias que diligentemente yo convertía en páginas que, inéditas o impresas, se transformaban en agobiadoras pruebas de mi incapacidad de lograr una pieza literaria aceptable". A un costado, ésta fue mi glosa impertinente de 1994: "Salvo excepciones, sigue así, Maestro..." Por eso ahora añadí, debajo: "En 2010 repruebo la injusticia de aquella insolencia. Discúlpeme, Maestro!"

Toda relectura permite, además, descubrir ideas preciosas que nos pasaron inadvertidas la primera vez. Cómo ésta de la página 63: "Me pregunté qué posibles errores alentaba la vanidad (porque pensaba que de ella me venían todos los males) y me dije que nunca más volvería a escribir para los críticos (...) No, no escribiría para mi renombre, sino para el libro que tenía entre manos; para su coherencia y eficacia".

La sabiduría que desborda este libro es enorme y a la vez es dulce, irónica y sutil. El homenaje que le hace a Pepe Bianco, por ejemplo, es bellísimo y justiciero. Lo recuerda con generosidad, como autor y como editor. Al releer esta página evoco la vez que conocí a Bianco y me pareció tan deliciosa aquella su costumbre de decirle a los jóvenes escritores: "Vení, querido, que te voy a clarificar". Luego de lo cual prácticamente les reescribía todo y dejaba los textos impecables, rayanos en una perfección de la que el narrador original era incapaz.

Ahora creo entender por qué Osvaldo Soriano admiraba tanto a Bioy. Aunque lo discutimos muchas veces, debo reconocer que quizás entonces yo no entendí bien al Maestro de la calle Posadas. Lástima que ya no esté el querido Gordo para decirle que tenía razón. Valga este texto como reconocimiento póstumo a ambos.

1 comentario:

  1. Resulta agradable el reconocimiento a Bioy y la descripción del encuentro entre ambos. Osvaldo Soriano tal vez percibió desde otro punto de vista.Los cambios que se desarrollan en cada vida, en la percepciones que tenemos, a veces parecen ser las de otra persona.

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