El laberinto y el hilo
Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)
No encuentro el discurso, ni modo... Pero mientras revisaba papeles viejos, estuve recordando que por entonces todo lo referido a LUNA CALIENTE se relacionaba con mis primeros planes concretos de volver a la Argentina.
En aquel tiempo, no recuerdo exactamente en qué mes, hice un viaje de incógnito a Buenos Aires. Si bien para comienzos del 83 había ya claros indicios de que la represión y el peligro habían amenguado, fue una decisión bastante irresponsable. Pero después del Premio Nacional sucedió que un día me llamaron por teléfono de una radio de Buenos Aires, del programa de Bernardo Neustadt. Más allá de mi paranoia y sorpresa, apenas disminuidas cuando la productora me dijo que mi teléfono mexicano se lo había facilitado mi amigo Carlos Ulanovsky, aquella charla al aire con Neustadt (quien por entonces se disfrazaba rápidamente de democrático) me hizo pensar que quizás era un tiempo propicio para explorar el terreno.
Lo decidí sin pensar mucho y me largué, y todo salió bien aunque el periplo no dejó de tener su lado chistoso, porque yo aposté a entrar con el mismo pasaporte con el que había salido años atrás, y que en 1981 y en Londres había revalidado sin problemas. Pero sucedió que en cuanto subí al avión y encaré por el pasillo, para sumergirme en el asiento del fondo que me habían asignado, escuché que una voz femenina me llamaba muy alegre y casi a los gritos: "¡Mempo, tantísimo tiempo!"
Primero se me paralizaron las piernas porque no reconocí la voz, a la vez que pensaba velozmente en renunciar al viaje. Pero enseguida miré hacia quien me había botoneado y descubrí a una muchacha de Resistencia, Alicia Della Corte, que entonces trabajaba como azafata en Aerolíneas Argentinas. Enfundada en el elegante uniforme que yo volvía a ver después de tantos años, se largó a preguntarme con toda sonoridad qué hacía yo en México, cuánto tiempo que no iba al Chaco, cómo estaban mi hermana y familia y no sé cuántas cosas más... Ella fue encantadora conmigo, la verdad, pero yo sólo sentía deseos de estrangularla mientras le hacía estúpidas señas para que se callara la boca y habláramos después de decolar.
Con esa carátula, me dije ya en mi asiento, ese viaje sólo podía ser un desastre o un reencuentro hermoso. Aposté a lo segundo y, como ya era tarde para bajarme del avión, me relajé y me encomendé a todos los dioses del cielo. Y sólo un par de horas más tarde, ya en vuelo, fui a la cocina a charlar con Alicia, con quien no nos veíamos desde que éramos adolescentes.
De Buenos Aires seguí directamente a Resistencia, donde el reencuentro con mi familia fue muy emotivo y pudimos saldar velozmente las diferencias. Había en el aire del país un común anhelo democrático y los años de distanciamiento se superaron en el acto. Los detalles pertenecen al ámbito privado.
Cuando regresé a México tenía la decisión tomada de terminar mi exilio. Sólo era cuestión de conciliar asuntos más privados aún —mis hijas, mi vida amorosa— y de resolver la publicación de LUNA CALIENTE.
Y es que durante ese viaje tuve que decidir acerca de una propuesta editorial, pues días después de la ceremonia en Querétaro me llamó un querido amigo, el poeta Sandro Cohen, quien era además colega en el diario "Excélsior", y me propuso hablar con Luis Mario Schneider, un editor bastante prestigioso a quien yo conocía sólo de nombre.
Nos encontramos una tarde en un café de la Zona Rosa. Schneider llegó con Sandro y me causó una agradable impresión. Era un hombre de modales muy europeos, rigurosamente educado y con un aire afeminado que sólo le otorgaba distinción. Curiosamente para mí, resultó que era correntino de nacimiento y estaba lleno de nostalgias del mismo río Paraná y de las mismas siestas que yo añoraba. Aunque él llevaba ya como cuarenta años viviendo en México, y no tenía nada que ver con el exilio político, estaba bien informado y su conversación era inteligente y sutil, además de que denotaba una firme competencia lectora. Había fundado y dirigía la Editorial Oasis, una empresa pequeña y semimarginal pero muy activa de la que era además propietario, o socio, no recuerdo bien ni importa demasiado.
Tampoco recuerdo si él había pedido la entrevista a Sandro, o Sandro había sido el de la idea, pero el encuentro estuvo bueno y de ahí resultó la primera edición de LUNA CALIENTE, que salió a la venta poco después del Premio, prácticamente a fin de año, o sea sólo cuatro meses después de Querétaro, lo que era un record para la época. Fue una edición que literalmente voló; se agotó en menos de un mes y los comentarios recibidos fueron laudatorios. Seguramente, gran parte del éxito se debió a la contratapa del libro, escrita por Juan Rulfo. Quien aceptó mi pedido con una generosidad conmovedora.
Un gesto inolvidable
Por cierto, yo sentía mucho miedo de pedirle un prólogo. Ni una solapa, una frase, nada. Pero a la vez era una tontería no hacerlo, dada nuestra amistad. Si nos tratábamos asiduamente; si nos queríamos y respetábamos, y nos veíamos una o dos veces por semana, ¿por qué no iba a pedirle que prologara mi libro recientemente premiado? Lo pensé mucho, además, porque también sabía —ya entonces— que eso era un incordio. Es un plomazo pedir prólogos a los amigos; es algo que los compromete, incomoda a ambas partes. Lo sufriría yo mismo en el futuro, me decía entonces, como en efecto sucedió y sucede. Pero también sabía que mi cercanía con Juan, la calidad y frecuencia de nuestra amistad autorizaban un pedido semejante. Y hasta podía suceder que él se molestara si yo recurría a otro/a colega.
Aquí debo decir, además, que yo suponía fundadamente que Juanito conocía LUNA CALIENTE porque un tiempo atrás le había entregado una copia encarpetada. Y él leía todo lo que le llegaba, eso lo sabíamos; podía no hacer comentarios, que desde luego nadie le pedía jamás, pero sabíamos que sí leía todo. Más de una vez había deslizado sutiles elogios o críticas sobre los textos de algún miembro de la mesa, a manera de indicaciones de que sí nos leía a todos, y simplemente se usaba agradecer el hecho de haber sido atendido por el Maestro. Y punto. Así había llegado yo a conocerlo, de hecho: por un elogio que él había pronunciado acerca de mi novela LA REVOLUCION EN BICICLETA. Luego supe, por sus comentarios casuales, que también conocía y estimaba EL CIELO CON LAS MANOS y mis cuentos de VIDAS EJEMPLARES, aunque jamás me hubiese atrevido yo a preguntarle una opinión.
Todos sabíamos, en fin, que Juan era austero en sus alabanzas, que su entusiasmo era contenido y siempre muy sobrio, y que no solía escribir acerca de las obras de sus contemporáneos, de hecho casi no hay prólogos de su autoría. Así eran las cosas.
De modo que con muchísimo cuidado pero con absoluta franqueza, se lo planteé una tarde en El Agora. Él se había mostrado muy entusiasta con la noticia del premio, e incluso había dicho, en aquella ocasión, que los cuates debían acompañarme. Eso significaba que él no iría a Querétaro, claro, pero vería con buenos ojos que los demás contertulios me "hicieran la segunda", como decía. Así que la tarde de un viernes, temprano, me adelanté y fui el primero en llegar. Pedí mi café y en cuanto él llegó y estuvimos solos le dije: "Juan, me da muchísima pena y sé que cuento de antemano con tu negativa y no hay pedo, pero no puedo dejar de preguntarte si no querrías escribir algunas palabras. Tú conoces la novela".
Él alzó los ojos, hizo girar entre sus dedos el Pall Mall sin filtro que fumaba y con delicada gravedad me dijo: "Claro que sí, mañana te traigo unas palabras". Y no se habló más, y llegaron otros contertulios, y al día siguiente, sábado casi noche, pasé por El Ágora sin demasiadas esperanzas. Y ahí estaba él, sentado a la mesa y pluma en mano, corrigiendo una hoja de papel cuadriculado que aún conservo, enmarcada, en mi escritorio, y en la que había escrito, de puño y letra, este texto:
El texto de Juan:
"En 'Luna Caliente', Mempo Giardinelli retorna con singular maestría al mundo nostálgico de la provincia argentina, en los límites del Chaco paraguayo, de la cual, a pesar de su constante exilio, no se ha desarraigado. Pero no sólo es el ambiente regional, y mucho menos son aquellos territorios que vivió desde la infancia los fundamentos de su obra, pues lo esencial para el autor de 'El cielo con las manos' o de 'Vidas ejemplares', es el recuerdo torturado y a la vez irónico con que recrea la funesta realidad de sus personajes. 'Luna Caliente' cuenta una historia amarga; una historia que debía ser triste; no obstante, Mempo Giardinelli conoce cómo desvanecer la amargura, quizás porque el destierro le ha enseñado a soportar eso y aún más; tal vez por el arte, el gran artista que hay en él le hace transformar las cosas adoloridas en una literatura hondamente creadora de optimista resignación". Y firma: Juan Rulfo. Noviembre 23 de 1983.
Como me dijo una amiga muy querida y muy porteña, Sara Melul: "Fáaaaa..."
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