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sábado, 18 de diciembre de 2010

14 de febrero del 84: Alumbramiento y muerte

El laberinto y el hilo

Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

La aceptación de LUNA CALIENTE fue algo inesperado. Las notas de prensa se sucedían y eran todas laudatorias. Una tras otra, parecían estimular una rápida reedición, que se produjo, a la vez que la novela era requerida para su traducción a otras lenguas. La Agencia Balcells sabía manejar bien las cosas, pero como yo no había vivido jamás algo similar, confieso que para entonces lo que más me preocupaba era no marearme.

Pienso que lo logré, y nuevamente gracias a Juanito. O a su sabiduría y extremo perfil bajo. Porque su mirada no era juzgadora, pero sí severa y alertada. Y pertenecer a su minúsculo círculo de amigos imponía no sólo lealtad y atención sino también no hacer ni decir pendejadas.

Voy a contar ahora lo que sucedió con la presentación de LUNA CALIENTE, que se realizó en el Palacio de Bellas Artes. Pero antes me permitirán ustedes una digresión para decir que no entiendo por qué mis editores, en los últimos veinte años, han preferido no utilizar ese texto de Juan Rulfo. Me parece un disparate, y a algunos se lo he dicho. Pero sólo se usó ese texto como contratapa en las primeras ediciones del medio centenar que lleva hasta hoy. En la Editorial Bruguera, en Buenos Aires, cuando se publicó en 1984 y se reeditó un montón de veces, esas palabras de Juan fueron fundamentales. Para el éxito y también para la envidia, diría yo, a la vista de un par de críticas condenatorias que aparecieron entonces en revistas porteñas, firmadas por colegas de cuyos nombres prefiero no acordarme. También en muchas traducciones lo reprodujeron. Pero desde la muerte de Juan nunca más, y no sé bien por qué. Y no me gustan las conjeturas que se me ocurren. Un día tengo que preguntárselo a un editor.

Como fuere, retorno en este relato a Bellas Artes aquella tarde del 14 de febrero de 1984. El marco de público era impresionante, y yo me sentía sobrepasado. Era la primera vez que iba a presentar un libro en esa catedral, que es a México lo que a Argentina es el Teatro Colón (al menos el de antes del desastroso gobierno municipal de Mauricio Macri). Había muchísima gente allí, parecía estar toda la prensa mexicana y los presentadores del libro eran lo que en Argentina hoy se llamarían tres "grosos": Juanito, Agustín Monreal y Noé Jitrik.

Era un acontecimiento extraordinario para mí. Que aunque mantenía la calma y gobernaba mi propio nerviosismo y ansiedad, vivía interiormente una especie de fiesta que sería inolvidable. Y así fue, inolvidable, aunque resultó un fracaso, porque luego de las primeras palabras de Noé alguien se acercó a Juan y le susurró unas pocas palabras al oído. Tras lo cual, se mostró visiblemente turbado, tanto que Noé interrumpió sus palabras y le cedió el micrófono. Juan entonces se puso de pie y dijo que acababan de informarle que había fallecido Julio Cortazar en París, y que lo que debíamos hacer en ese instante era rendirle un homenaje al Gran Cronopio aplaudiéndolo a rabiar. Fue impresionante: toda la sala estalló en un sonoro y larguísimo aplauso, mientras algunos se largaban a llorar abiertamente y Juan y todos los de la mesa nos abrazábamos como hermanitos menores.


Para el corcho en la pared:

(Papelitos encontrados en el fondo de una caja)

• Credo: Yo narrador me confieso ante Dios todopoderoso, creador de Homero y de Virgilio, de Don Quijote y Pantagruel...

• Dogma borgeano: La realidad es la única ficción.

• Asesinatos en serie que serían beneficiosos para la Humanidad: 1º) abogados; 2º) taxistas, 3º) jubilados boludos que votan a Menem.

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