El laberinto y el hilo
Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)
Hace varias entregas conté que mi primera novela —TOÑO TUERTO REY DE CIEGOS— fue incinerada por la dictadura en el invierno de 1976. Ese mi primer libro, abortado entre decenas de miles de otros libros que los militares quemaron en la Editorial Losada, quedó, para mí, de alguna manera en el olvido. Un poco por la frustración y el exilio, otro poco por un natural crecimiento literario que me volvía más exigente, y seguramente por los nuevos proyectos de escritura en que me fui concentrando, lo cierto es que renuncié a publicar ese libro en México. Hasta que después de recibir el Premio Nacional de Novela en Querétaro, y nuevamente a instancias de mi primer editor mexicano, Luis Mario Schneider, cambié de idea y recuperé ese libro que dormía en una carpeta desde hacía siete años.
Luis Mario estaba muy contento con el éxito de LUNA CALIENTE en la Editorial Oasis, y enseguida me preguntó —como hacen todos los editores del mundo ante el buen suceso de un libro— si no tenía otra novela. Y entonces le confesé que todo lo que tenía era ese texto nonato.
Me atreví a publicar esa novela después de mucho pensarlo, y con un nuevo título: ¿POR QUÉ PROHIBIERON EL CIRCO?
No fue una decisión fácil. Sobre todo porque a esas alturas yo sabía que ese texto requería una ardua reescritura. No sólo porque habían pasado ocho años desde que entregara a Jorge Lafforgue el primer original, sino porque en esos mismos ocho años yo había cambiado, había crecido y me reconocía mucho más exigente.
De manera que releí aquel original en galeras (la versión linotipeada era todo lo que había conseguido salvar y llevar a México) y lo sometí a un riguroso trabajo de poda y reescritura. Durante varias semanas reformulé oraciones, quité malezas, limpié lugares comunes y vicios adolescentes, y creo que la mejoré. Al menos la dejé más presentable, si bien continuaba lleno de dudas. Las tuve siempre, de hecho, y confieso que las sigo teniendo. Si no, ¿por qué no incluyo, ni aún hoy, esta novela en mi curriculum, en las fichas bio-bibliográficas que me piden y ni siquiera la reconozco en mi página web?
No tengo respuesta. Y no crean que no me lo pregunto.
Como sea, Schneider tenía una finca, o refugio, en Malinalco, y allá fui un día a llevarle el original reescrito. Era un sitio raro, aquél, un pueblo que se decía privilegiado en las montañas al Sur del Distrito Federal. Se decía que había por allí unas termas prodigiosas, cerca de una laguna muy bella (de nombre Zempoala, si mal no recuerdo), y bueno, la verdad es que ahora me veo como lo que debo haber sido en aquel momento: un joven escritor algo envanecido y algo torpe que va a entregar a su editor un texto que no termina de convencerlo y del cual se arrepentirá toda la vida.
Quizás exagero, lo sé. Pero creo que así me sentía, sin saberlo, veintisiete años atrás.
La novela fue publicada en la colección El Nido del Ave Roc, de la misma Editorial Oasis. Y así como en la primera edición de LUNA CALIENTE la contratapa llevaba la firma de Juan Rulfo, la de ¿POR QUÉ PROHIBIERON EL CIRCO? la firmó José Agustín.
José también era mi amigo y era, y es, un tipo generoso y entusiasta como pocos. Cuando le pedí, por teléfono, unas palabras para el texto, me respondió que lo haría encantado, que le hiciera llegar la novela y que la iba a leer ese mismo fin de semana. Se la hice llegar de inmediato, claro, y ahora pienso que, en realidad, al pedirle ese texto estaba pidiéndole también una opinión acerca del probable error que iba a cometer. Acerca del cual José, cuando fui a su casa en Cuautla a la semana siguiente y le comenté mis dudas, me dijo en su estilo juguetón y atenorado que no mamara, que la novela estaba a toda madre y que le había encantado leerla.
De hecho, el texto que escribió para la contratapa era casi consagratorio, acaso exageradamente entusiasta. Ubicaba a la novela en su justa dimensión histórica (el realismo social de los 60 y 70), rescataba la escritura y la tensión de la peripecia, y sobre todo la vigencia literaria de una propuesta que no moría.
No tengo ese texto a mano en este momento; por eso no lo reproduzco. Ni siquiera sé si me queda algún ejemplar de aquella primera, única edición de esta novela que aún hoy sigo negando. Pero prometo postearlo si lo encuentro.
Mientras tanto, y para cerrar esta evocación, diré unas pocas palabras acerca del cambio de título de esa novela. Ahora se me ocurre que es una historia que, aunque modesta, merece ser contada porque ese cambio se debió al vivo impacto de la primera noche que pasé en México, en el 76.
Ya conté (creo que lo conté, y me disculpan si voy pa'trás y pa'lante, pero así funcionan los recuerdos) que del Aeropuerto Benito Juárez me llevaron a la casa de Nicolás Casullo y Ana Amado, que estaba embarazada de su hija Liza, hoy reconocida cineasta. Allí pasé mi primera tarde en México, cenamos con Jorge Bernetti y los Casullo, y luego en la noche me llevaron al departamento de Jorge Lebedev, otro periodista que había sido compañero nuestro en la Editorial Abril.
Pero esa primera noche yo no pude dormir. Estaba completamente acelerado, desolado y excitado por el cúmulo de emociones de los últimos dos días. Así que mucho después de la medianoche salí a caminar, crucé la Avenida Reforma por la calle Niza y entré por primera vez a la turística, casi mítica Zona Rosa. No me pareció nada del otro mundo, y el olor de las taquerías me resultó un tanto chocante. En cambio me atrajo mucho introducirme en el Sanborn's de la calle Londres, que como todos los Sanborn's de México es una especie de kiosco gigante, restaurante típico, joyería, disquería, tienda de artesanías y librería de best-sellers, diarios y revistas.
Allí pasé la primera, melancólica madrugada de mi exilio, iniciando el duro trajín de la nostalgia, preguntándome cuándo volvería a todo lo que había dejado, si podría soportar la diferencia en circunstancias en que el diferente era yo, y por qué no había en este país cafés como los argentinos y en cambio sí había estos sitios agringados y esas olorosas taquerías de mesas de fórmica y plástico y hule con los hornillos encendidos las veinticuatro horas.
Enseguida descubrí que tampoco las librerías Sanborn's eran interesantes: ofrecían muy pocas novedades de autores locales valiosos, mucho libro de negocios, marketing y publicidad, montones de basura disfrazada de autoayuda y puros best-sellers gringos traducidos en Barcelona. Pero como me pasé un largo rato curioseando para comprobar todo eso, de pronto me topé con una obra de teatro de Carlos Fuentes que yo desconocía: "El tuerto es rey". Y lo leí de parado, y aunque la trama refiere a una señora y su criado, ciegos ambos, que esperan la llegada del marido, que todo lo ve y es un tanto despótico —lo cual a mí ni fu ni fa— me sirvió para decidir que era imperioso cambiar el título de mi novela maldita, si alguna vez la publicaba en México.
Sin embargo no recuerdo con exactitud en qué momento decidí el nuevo título. Posiblemente fue después del interés de Luis Mario Schneider, y ahora se me hace que José Agustín no fue ajeno a ello. No lo sé. Pero sí sé que al poco tiempo me arrepentí, porque es real y francamente un título malísimo. Quizás el mejor título debió ser "Colonia Perdida" o acaso algo más ambiguo: "Noticias del Impenetrable"; o "El que llega". Pero bueno, ya está. Y la verdad es que no sé por qué mantuve un título que nunca me convenció.
Así que ya ven: mi relación con esta novela fue y sigue siendo conflictiva, a pesar de que alguna gente que me quiere y conoce bien mi obra opina que debería reeditarla y dejar que sean los lectores quienes decidan si tiene algún valor. Y puede que tengan razón, pero yo no la siento representativa de mi trabajo. Pónganle si quieren que es pura coquetería autoral. De acuerdo.
Capaz que cuando yo muera mis hijas deciden reeditarla. Estará bien.
Creo que el escritor se vuelve más exigente desde la primera línea que escribe. Siempre sostuve que los títulos son algo muy dicotómico porque quizás debieran anticipar una cosa y quizás esté anticipando mucho, quizás el otro no vea la relación con el relato o quizás sólo es puro capricho. Pero el tema es que titular es un problema. Siempre me pregunto si debiésemos recurrir a maniobras de las de antes como por ejemplo Luis Camoens quien simplemente no titulaba sus obras y algún editor ponía por título la primera línea de sus versos...
ResponderEliminarEsta experiencia que centas me lleva ineludiblemente a pensar que en realidad lo importante es la historia, la trama y el conflicto más el exilio y demás factores no pueden quedar desapercibidos en el asunto tampoco. Todo cuanto queda por hacer es continuar escribiendo, así aprende quien escribe y así aprenden los lectores.
Un placer pasar por tu espacio Mempo, un abrazo.
Natu.-