Jueves 7 de Octubre.
La mesa en que se presenta el "Libro del Bicentenario", a las tres de la tarde, parece el plato fuerte y lo es. Es un volumen impresionante, editado por la Secretaría de Cultura de la Nación, y en él se recogen ensayos alusivos escritos por un montón de intelectuales. Es un acto interesantísimo gracias a algunas intervenciones brillantes. Horacio González y Ricardo Forster, en particular, abordan pedagógicamente la cuestión, subrayando lecturas del primer centenario y haciendo una lúcida e inquietante prospectiva acerca del tercero, que no veremos.
Después hay un hiato hasta las 17.30, cuando se presentan Luis Borda y su quinteto, con la voz de su hermana Lidia. Un lujo tanguero en el Pabellón Argentino, que convoca a una multitud. Pero antes, para mí el lujo y la alegría están en la mesa de espera en la cafetería, con Goloboff furioso por el Nóbel otorgado a su tocayo Vargas Llosa, en contra de la opinión mayoritaria (la mía incluida) de beneplácito por la distinción. Vargas Llosa merece sin dudas este galardón, por su obra excepcional. Sus posiciones políticas, por erradas que nos parezcan, no invalidan la grandeza de por lo menos media docena de novelas que son y seguirán siendo fundamentales para la literatura latinoamericana.
La mesa es mayoritariamente femenina —Silvia Plager, Claudia Piñeiro, María Rosa Lojo, Ani Shúa— y el espíritu que la gobierna es alegre, festivo. Por un instante siento que éstas son las cosas más valiosas de una delegación de la literatura argentina como la que integramos: la amistad sin competencia; la fortaleza de vínculos que se blindan con los años.
A la noche, en el Vita Vera, se consolida lo que ya parece una improvisada asamblea permanente. Dos o tres largas mesas bulliciosas dan carácter a la reunión, entre pizzas y pastas de lo más recomendables. Comparto mesa con Accame, Piñeiro y Teresita Valdettaro, mi flamante editora de libros para niños en Guadal. En la mesa de enfrente, entre un montón de gente que no reconozco, hay un grupo de Editorial Planeta y entre ellos las editoras Paula Pérez Alonso y Mercedes Güiraldes.
Después de un postre inconvenientemente cargado de calorías, me dedico a escribir hasta la madrugada en la habitación. Pero eso es cosa mía.
Viernes 8 de Octubre
Mesa con Osvaldo Bayer y Gerardo Manzur en el estand argentino. Hay mucha gente y mientras habla Osvaldo —interminable, en su estilo provocador y duro— me pregunto qué busca este público extraño, estos alemanes y alemanas que asienten y se interesan genuinamente por ciertas tragedias argentinas. El tema de esta mesa es: "Los pueblos originarios". Me dejan para el final y simplemente aclaro que no soy especialista, sociólogo ni antropólogo; que apenas hay alguna referencia en mi novela "Santo Oficio de la Memoria"; y que todo lo que puedo decir es que vivo en el Chaco, donde hay tres o cuatro etnias populosas, a cuyos miembros veo ante todo como personas que están en condiciones extremas de marginación. Que eso es para mí lo relevante y ésa la razón por la que no me gustan los estudios "sobre" aborígenes, ni me conmueven las canciones o bailes que tanto fascinan a los europeos que los ven como algo exótico, y digo también que en general me fastidian el turismo antropológico y la mirada eurocéntrica, que incluso abunda en nuestra América y que siempre mezcla la compasión con una leve y falsa culpa. No sé si les gusta lo que digo, pero eso pienso y afirmo. Osvaldo no permite preguntas del público y levanta la sesión.
Me voy a uno de los bares cercanos al estand, y trabajo ahí algunas horas, cafeteando, y luego visito la exposición de fotos de Daniel Mordzinski. Notable como todas las que hace, y atinada y oportuna para esta Feria. De mí puso una foto vieja que a él le gusta mucho: estoy en mi vieja casita de Paso de la Patria, a finales de los 90, escribiendo en calzoncillos y a media luz. Por coquetería o por vanidad, observo con nostalgia que entonces tenía más pelo y menos canas.
A la noche vamos casi todos al espectáculo de Luis y Lidia Borda en el Union Halle, un boliche de las afueras de Frankfurt. Buenas empanadas y vino malbec, un epectáculo sobrio y poderoso como todo lo que hacen los Borda, y después una milonga notable y divertida, con muchos alemanes y alemanas que bailan razonablemente bien, varios pataduras nuestros intentando lo imposible (Battista, Goloboff, Quiroga) y los demás de observadores críticos. Por puro azar resulto ser el único que más o menos mueve las tabas (endurecidas, eso sí) y sólo porque fui tanguero hace un par de siglos. Requerido alternativamente por dos Elsas —mi amiga Osorio, y la hasta ahora para mí desconocida Drucaroff— alterno milongas con tangos clásicos hasta el agotamiento. También bailan los de Santis: Pablo discreto e Ivana una maestra, como si fuera tanguera profesional. En mi mesa Piñeiro, Faillace, Guille Martínez, Laura Alcoba, Forster... El clima es festivo, jodón, y subraya la maravilla que es esta fraternidad de escritores y escritoras que constituimos de hecho.
Es un fenómeno que me interesa subrayar, quizás porque en nuestro país los diarios no lo van a hacer, por pura mezquindad negacionista. Nada bueno que haga esta delegación de intelectuales argentinos será reconocido a pleno en el país. Si serán jodidos. Porque esta presencia argentina en Alemania es ejemplar. El clima de camaradería que impera, la buena onda, la confiada seguridad en que la Cancillería tiene todo bajo control y allana todas las dificultades que pueden presentarse, son como nuevos, saludables hitos de conducta. Las estupideces seudomaradonianas que inventa el diario madrileño El País y siguen muchos otros, entre ellos los de Buenos Aires, son lisa y llana mentira.
Cito un comentario de Pía Gagliardi, ex presidenta de la Cámara Argentina de Publicaciones, que me parece justo y preciso: "La verdad es que estamos haciendo quedar muy bien al país; esta delegación es impecable. Ojalá se sepa en la Argentina".
De regreso en el hotel, veo en el lobby a Mame Bianchi, directora de la Conabip, junto a su marido, Pancho Talento. Daniel Filmus acaba de llegar. La noche avanzada propone otras conversaciones, otros tópicos. También el sueño que me vence mientras enumero los reencuentros de estos días con gente que aprecio y veo poco: Ernesto Tieffenberg, director de Página/12; Mónica Herrero, una de las pocas agentes literarias de la Argentina; Marta Kapustín, ex discípula mía en México y ahora escritora radicada en Alemania; Alejandra López, periodista chaqueña ahora en la Radio Pública Alemana, de Berlín; la Dra. Emilia Perassi, de la Universidad de Milano y seguramente la mayor autoridad en Literatura Argentina de Italia.
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