Rulfo te quiere, luego existes
Con Gustavo fuimos buenos amigos y me alegró acompañarlo cuando su novela "La Princesa del Palacio de Hierro" tuvo un éxito abrumador, superior al de "Gazapo". A modo de homenaje le dediqué un cuento: "Como los pájaros". Es un cuento difícil, críptico, que muchos años después sigo apreciando aunque reconozco que nunca fue ni será popular. De todos modos él jamás me hizo devolución alguna. Supongo que no le interesó. O le pareció un mal cuento, vaya uno a saber. Es el problema de las dedicatorias.
Como sea, luego la vida nos separó nunca supe bien por qué, supongo que porque él se fue a vivir a los Estados Unidos. Pero creo recordar que fue gracias a él que conocí a René Avilés Fabila, de quien antes del exilio había leido una impactante, poderosa novela: "El gran solitario de palacio". De personalidad arrasadora, René y su mujer, Rosario, fueron y son esa clase de amigos inasibles: uno sabe siempre que están allí, divertidos y con buenos tragos a disposición, pero si no vas a buscarlos es como si no existieras.
Algo similar me pasó con toda la chorcha (mexicanismo por "barra de amigos") de "La Onda". Eran tipos encantadores, conversadores profesionales, inagotables bebedores, mujeriegos, divertidos y algunos con un talento descomunal, como José Agustín. Siempre me encantó frecuentarlos, y cada ocasión que tengo los busco y la paso bomba con ellos, y particularmente con José, a quien he visitado más de una vez en su acogedora casa de Cuautla, donde siempre reina Margarita, su esposa.
Por entonces, no sé si ese mismo 1978 o si ya era el 79, presenté LA REVOLUCION EN BICICLETA al Premio Juan Grijalbo. Para mí fue un lance más, porque estaba convencido —y en eso me ayudó el estímulo del maestro Orgambide— de que más tarde o más temprano esa novela sería publicada. No gané el premio, pero resulté finalista. Y no me decepcioné porque para entonces coleccionaba rechazos: por lo menos media docena de editoriales me habían devuelto los originales con respuestas ora muy escuetas, ora mentirosas, ora henchidas de piedad. Tampoco diré que no me importaba, pero para entonces estaba embarcado en otros dos proyectos que me apasionaban: un libro de cuentos (que después fue VIDAS EJEMPLARES) y la que sería mi segunda novela (EL CIELO CON LAS MANOS).
Por los diarios me enteré que el premio lo había ganado no recuerdo quién, y olvidé el asunto hasta un par de semanas más tarde, cuando en "Excelsior" se publicaron unas declaraciones de Juan Rulfo, quien había sido uno de los jurados del Grijalbo. Decía él que no volvería a ser jurado de concursos y manifestaba su disgusto porque en su opinión el premio debía haberse otorgado a la novela de un argentino exiliado... Y elogiaba explícitamente LA REVOLUCION EN BICICLETA.
Casi me infarto. Brincando de alegría, quise agradecerle al gran Rulfo su comentario —que para mí era el mejor premio— pero no sabía cómo llegar a él. Fue entonces que recibí el llamado de Marco Antonio Campos, amigo y colega en la Universidad Iberoamericana, donde ambos dábamos clases de Periodismo y Literatura. "Oye mano —me dijo MAC con su infaltable ironía—, ¿ya viste los periódicos? Rulfo te quiere; luego existes".
Fue él quien me dio el teléfono del venerable autor de "El llano en llamas" y "Pedro Páramo", a quien llamé ese misma mediodía. En cuanto me presenté me trató de "maestro", y cuando le dije que exageraba me dijo que no dijera pendejadas. Y me citó para esa tarde en los altos de la Librería El Ágora, que estaba sobre la Avenida Insurgentes, a metros de Barranca del Muerto.
Ahí nació la amistad con que Juan —Juanito para íntimos y amigos— me distinguió. No me extiendo en este punto por elemental discreción —un valor que Juanito apreciaba en extremo— y porque ya lo hice en dos novelas, en ambas de manera delicada y respetuosa: en SANTO OFICIO DE LA MEMORIA (en el capítulo 22. El Tonto de la Buena Memoria) y en FINAL DE NOVELA EN PATAGONIA (en el capítulo 7).
Sé que me desvío nuevamente, y lo siento. Pero a medida que redacto estos recuerdos me vence la necesidad de dar cuenta de episodios y momentos acerca de los cuales no tengo nada escrito, no hay apuntes de esto en mis libretas, y sin embargo reaparecen como fantasmas inocentes. No sé por qué, quizás porque las urgencias juveniles de los treinta años las grabaron de modo imprecisable. Quién sabe...
Lo cierto es que aquellos años (del 78 al 80) fueron los de mi mejor aprendizaje lector junto a Valadés, por un lado, y también los de mi acercamiento a otros grandes escritores. A partir del 79 Don Edmundo consiguió regularizar la edición de su revista "El Cuento" en la imprenta de un pariente. Entonces, cada vez con mayor asiduidad (una vez por semana, o por quincena) convocaba a su casa al comité ad-hoc que eran sus amigos: Rulfo, Augusto "Tito" Monterroso, a veces Juan José Arreola, ocasionalmente Juan de la Cabada y/o algún otro venerable cuentista. Yo era, para ellos, una especie de asistente silencioso que tenía por misión, y sólo si me preguntaban, darles una brevísima síntesis de este o aquel texto, con todo cuidado y respeto y jamás presionando en favor de mis gustos. No era el único, desde luego, pues algunas tardes también participaban de esas tertulias Agustín Monsreal o Rafael Ramírez Heredia, e incluso más de una vez el brasileño Eric Nepomuceno, que aún hoy es uno de mis más dilectos amigos.
Era una oportunidad exquisita, disfrutable no sólo por la agudeza de los comentarios, sino también y especialmente por la gracia sin par de esos personajes, veteranos del trago, el humor y la literatura que se abrían ante nosotros como generosas flores de sabiduría. Y si a eso le sumo que casi todos los viernes, durante los años siguientes, Juanito presidió una mesa en El Agora (y después en El Juglar, de la Colonia Guadalupe Inn, también a cuatro calles de su departamento pero en dirección Sur) en la que durante horas corrían el café, los cigarrillos y las más amenas charlas, no puedo sino reconocer que en México fui un joven escritor completamente afortunado.
Lo que sé, también, es que no tenía ninguna prisa. Hoy, años después, me pregunto por qué habré sido así de prudente con lo que escribía, puesto que siempre fui un tipo ansioso y más bien torpe y desbocado. Pero como escritor no. Había pasado los treinta años de edad completamente inédito, pero igual me sentía parte de una movida escritural intensa y estimulante. México tiene esa como generosidad que flota en el aire, o la tenía entonces, no sé ahora. Ojalá que siga.
El hecho es que LA REVOLUCION EN BICICLETA seguía inédita, pero yo sabía, o pretendía saberlo, que en algún momento iba a ser publicada y leída. Quizás porque la historia de esa novela tiene tanto que ver con mi infancia y adolescencia, con los recuerdos de mi viejo y mi cuñado admiradores de ese humilde ladrillero paraguayo, ese militar que despojado del poder y sin un peso vivía con toda dignidad su exilio en el Chaco. O porque de lo único que estaba seguro era de que la había escrito y reescrito muchas veces con obsesivo rigor, con extremo cuidado por el peso específico de cada palabra y al influjo de fervorosas, severas lecturas de los que ya entonces reconocía y para siempre como mis maestros.
Hasta que un día sucedió el milagro en el cielo.
No, no es metáfora. En la próxima entrega les cuento.
Corchario en la pared:
Invención que encuentro en viejos apuntes de fines de los 70:
"No sé por qué algunos historiadores se niegan a darle crédito a Monsieur Raoul Despot, fanático partidario de la tiranía en Francia, circa 1789, un cretino de vocación autoritaria y represora tan fuerte que por él se acuñó el término “despotismo”.
Yo no sé quien es André Lorde, pero sí que si trastavillas "iras" tienes "risa".
ResponderEliminarY lo que más sé es que me ha dado mucha alegría encontrarte para decirte que tus libros "Cómo se cuenta un cuento y Final de novela en Patagonia" tiene un lugar preferente en mi elemental biblioteca y que a ellos acudo cuando quiero inspirarme.
Y que te pongas a escribir que te quiero leer.
Saludos.
Audre Lorde tiene una historia interesantisima, y muy conectada a las discusiones hoy relacionada al feminismo. Intentó mostrar al movimiento feminista como racista y opresiva a las mujeres de color porque mostraba a las mujeres como grupo unido, a base de los valores de los blancos de clase media en los EEUU.
ResponderEliminarHola Mempo! tanto tiempo! te vi en 678 y me gustaron mucho tus intervenciones, en particular cuando denunciaste que canal 7 no se ve en todo el país. En ese momento pareció algo fuera de libreto, en un programa del que tengo algunas eservas. Solo algunas, en fin. Me gustó la cuota de verdad que pusiste en ese momento, ya que creo que cuando algo pretende ser cierto, es bueno escuchar cosas espontáneas, y en lo personal disfruto mucho el ver como los sabiondos se quedan mudos. Bsos, Silvina.
ResponderEliminarUn abrazo, Mempo y gracias por cada cosa y por todo, desde mi rincón...
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