El laberinto y el hilo
Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)
Regreso con terremotos
El regreso del exilio, más allá de emociones, reencuentros y debates, no fue bueno para mí. La primera semana de diciembre del 84, en la Ruta 2, camino a Mar del Plata, volcó el micro en el que viajaban mis dos hijas, pequeñitas, que habían venido a la Argentina a pasar ese primer mes conmigo. Semanas después, durante la Nochebuena falleció Buby Leonelli, quien fue como mi segundo padre y el primer mejor amigo que tuve.
Un día espero escribir largo sobre él, aunque ya lo hice, fragmentariamente, en algunos cuentos y novelas. Buby inspiró varios cuentos, entre ellos "La madriguera", y es el Hipólito Solares de SANTO OFICIO DE LA MEMORIA. También es el protagonista de un cuento que empecé hace más de veinte años y nunca pude terminar. Timbero y quinielero, romántico revolucionario de los que enfrentaron a Stroessner en el Paraguay y militante del radicalismo chaqueño, me encantaría escribir un texto que lo evoque con justicia. Pero no sé si puedo. O no todavía.
Como sea, con ese susto y ese dolor terminó para mí el 84, y el 85 comenzó con el primer número de Playboy en la calle, a lo que inmediatamente siguió una acusación judicial tan inesperada como honrosa: una organización de fanáticos llamada "Tradición, Familia y Propiedad" nos querelló al director (Bebe Martínez) y a mí por atentar "contra la moral y las buenas costumbres". Nos procesó un juez federal de apellido Sabattini, quien era una especie de cruzado ultramontano, rémora de la dictadura y de inocultable simpatía por los muchachos de TFP. El magistrado hizo lugar a la demanda y resultamos querellados por el entonces vigente artículo 128 del Código Penal. Y aunque ese juicio no dejaba de ser honorable, dada la catadura de los demandantes y el juzgador, el caso no fue sencillo y resultamos condenados a un año de prisión en suspenso, fallo que afortunada y rápidamente anuló la cámara de segunda instancia. Como dato curioso, cabe decir que el secretario del juez Sabattini que llevó las actuaciones hasta nuestra condena era un entonces muy joven abogado que con los años sería muy famoso: el hoy juez federal Norberto Oyarbide.
Por si fuera poco, para mí ese primer año de reinserción en el país se completó el 19 de Septiembre, cuando al amanecer se produjo en México el más espantoso terremoto de todo el Siglo XX en aquel país. Yo me enteré esa misma mañana, escuchando la radio del taxi que me llevaba a mi trabajo en la Editorial Perfil. Me alerté en el acto, pero cuando dijeron que una de las colonias (barrios) más castigadas por el sismo era la Cuauhtemoc, donde se habían derrumbado varios edificios, y que el hotel Sheraton había sufrido graves daños, me sentí súbitamente aterrado: mis hijas vivían, con su madre, en esa colonia, en un quinto piso a dos cuadras del Sheraton.
En aquel entonces las comunicaciones telefónicas eran muy problemáticas, pero además México había quedado completamente aislado. De manera que ordené al chofer cambiar de rumbo y regresé a buscar mi pasaporte. Rápidamente pasé por el banco donde tenía cuenta, junté todo el dinero que pude, avisé a la editorial que me iba a México y me largué a Ezeiza decidido a tomar el primer vuelo posible. En tres horas estaba volando a Santiago de Chile, donde por la noche monté otro vuelo que luego de una escala en Quito llegó al Distrito Federal a la mañana siguiente, unas treinta horas después del primer terremoto y sus durísimas réplicas.
No tiene sentido narrar aquí una experiencia dramática tan íntima, pero sí remito a quien pudiera interesarle a un largo artículo que escribí y se publicó en el siguiente número de la revista La Semana. Dicha nota se titula "Yo viví el infierno mexicano" y el copete reza: "El escritor MG viajó a México inmediatamente después del terremoto mexicano, a buscar a sus dos hijas. Las encontró, asustadas pero salvas, y a pedido de La Semana escribió esta nota, en la que cuenta otra cara del desastre que conmovió al mundo".
Ese extenso artículo (10 páginas, con fotografías) está en la edición Año VIII - Nº 461 del 3 de Octubre de 1985 de esa revista, y acabo de releerlo. Pensé reproducir algunos párrafos, pero, increiblemente para mí, terminé de releerlo sintiendo la misma, vieja angustia de hace un cuarto de siglo. Por eso me disculparán los lectores de este laberinto, pero por pudor y porque no son asuntos de interés literario, los eximiré de detalles al respecto.
No niego, sin embargo, que siendo 1985 un año duro y difícil —mis libretas y papelitos de la época están llenos de signos de interrogación, comentarios irónicos, azarosos e incluso incomprensibles ahora para mí— cuando regresé a Buenos Aires después de esta nueva y traumática experiencia mexicana yo me sentí liberado en varios sentidos. Y la primera decisión fue renunciar a mi trabajo en Perfil, a la vez que acepté enseñar un semestre como profesor invitado en una distinguida y muy tradicional institución universitaria de Boston, Massachussetts: el Wellesley College. La razón fundamental fue que mis hijas, nuevamente contra mis deseos, iban a radicarse relativamente cerca de allí, en Montreal, Canadá.
Era obvio que me resultaba difícil e ingrata la reinstalación en la Argentina. Mis hijas seguían lejos, la nostalgia pegaba duro, de hecho me la pasaba yendo y viniendo a y desde México (era toda una vida la que iba dejando atrás) y todo eso significaba que inapelablemente tenía que postergar, y demorar, la escritura de esa novela mar en la que venía naufragando desde el 82.
Póker de escritores
He mencionado antes a algunos periodistas-escritores de la editorial Perfil. Debo decir que todos, sin excepción, me recibieron con los brazos abiertos. E incluso varios de ellos me invitaron a una mesa de póker muy interesante, que se reunía una vez por semana en diferentes casas. Solían ser de la partida Martelli, Martini, Battista, algunas veces Pliner u otros invitados, y yo muy irregularmente. La verdad es que fue un tiempo muy interesante. La confraternidad pasaba por lo gremial literario, si bien en materia de apuestas algunos —no importa quiénes— eran feroces.
Claro que en materia de póker entre narradores no debe haber existido timbero más tenaz que Juan José Saer. Su proverbial pasión lúdica está maravillosamente plasmada en sus libros y particularmente en esa novela excepcional que es "Cicatrices". Yo no llegué a jugar con él, aunque una vez me invitó a su mesa en París y en casa de uno de sus amigos. Conocedor de su fama y excusado en mi escasez de tiempo, arrugué y no fui. Eso debe haber sido en el año 87, o el 88, después que lo entrevisté en su departamento parisino para "Puro Cuento", ocasión en la que él fue mucho más amable que lo que su reputación anticipaba. Bebimos café que nos sirvió su esposa y recuerdo que era una casa-departamento algo sombría y de muebles pesados, lo que me hizo pensar en una especie de reconstrucción literaria de una novela de Bram Stoker, o de Edith Wharton.
La charla aquella está, si a alguien le interesa, en mi libro ASI SE ESCRIBE UN CUENTO.
Querido Mempo: hemos compartido la imperdible entrevista tuya con Saer, de 'Asi se escribe...' con mis alumnos del taller literario El Aleph, allá en los tiempos en que organizábamos el 'Encuentro con autores nacionales' en la Feria del Libro de Bahía Blanca. Corrían los meses anteriores a la Feria nº XII, a cuya charla inaugural te invitamos, y junté a los grupos para discutir largo y tendido luego de la lectura del libro. Ahora que tu Cosario me lo evoca lo rescato de un estante y espío: sigue tan amarillento, subrayado, lleno de marcas vitales y tan imprescindible como siempre. ¡Gracias, amigo, por tanto fervor y buena leche en la obra y en la vida! Edgardo Ariel Epherra - www.carillalibre.blogspot.com
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