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martes, 30 de noviembre de 2010

Continuidad de los relatos

El laberinto y el hilo

Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

Escribo esto último regresando de México, en noviembre de 2010. Como cada vez que voy a ese país que adoro, me resulta inevitable recuperar paisajes, amistades, momentos. Siento como habría de sentir quien pasara todo un día revisando papeles viejos, del año de Ñaupa, y permitiendo que afloren momentos y circunstancias ya vividos pero que nacen de nuevo, espontáneas, con el fluir del texto.

A la vez me pregunto si tiene sentido seguir con esto. ¿Quién soy yo para escribir "memorias"? ¿Qué importancia tiene mi vida; qué hice que sea importante para el mundo, para los demás? ¿Y a quién le importan estos recuerdos personales? Quizás esto no sea más que un gesto de vanidad, me reprocho, y eso no me gusta.

Tampoco quiero sonar pretencioso, pero mucho menos caer en falsa modestia. Natalia, mi mujer, dice que si no lo escribo para publicar y simplemente lo hago para sacarme las ganas, está bien. Y ha de ser, nomás, de hecho todos los blogs son autoreferenciales, aunque detesto esa palabra.

Como sea, lo cierto es que esto es estrictamente una memoria. De las 14 acepciones del vocablo que establece el DRAE, este texto se ajusta a más de la mitad. Pero la que más adecuada me parece, por modesta, es la décima: "Libro o relación escrita en que el autor narra su propia vida o acontecimientos de ella".

De manera que bien podrían tomarlo ustedes, los pocos lectores que se detienen en estas íntimas, casi rutinarias evocaciones, simplemente como un monólogo abierto a la curiosidad de quien quiera leerlo. No tengo más que agradecimiento para devolverles. Y la confesión de que a veces, algunas noches cuando ordeno estos papeles, estos recuerdos, me siento completamente impresionado porque no puedo parar. Ésa es la revelación más contundente a la que me enfrento: la imposibilidad de detenerme, ahora, aún a costa de la parálisis de la novela en que trabajo desde hace algunos años. Un dilema de la gran siete al que se enfrenta todo escritor alguna vez: no puedes terminar una obra; cuestionas lo que escribes al margen; la heterodoxia de la redacción, febril, nocturna, te desvela y desazona. Un espanto que se repite más de lo que uno quisiera. El de la continuidad de los relatos.

Controversias de antaño

Antes de contar la génesis de LUNA CALIENTE, o acaso para poder hacerlo, debo decir primero que por entonces yo militaba intensamente en el exilio. Era una incesante tarea política, de solidaridad y también de pensamiento.

Entre 1980 y 1982 la actividad política exiliar fue intensísima, de tiempo completo. Además, entonces se polemizaba muchísimo en los diarios mexicanos y en algunas revistas de la colectividad argentina. Por supuesto, descuiden que no entraré en detalles y al respecto me remito una vez más al libro que publicamos años después con Jorge Bernetti, pero en lo relativo a esta novela que de toda mi producción fue la que más ruido hizo y sigue haciendo, necesito rescatar de aquella época un par de episodios para mí trascendentales.Uno de ellos fue una polémica frustrada con Héctor "El Toto" Schmucler, que para mí fue determinante.

Entre 1979 y 81 circuló en México una revista de pensamiento y ensayo político llamada "Controversia", cuyo consejo de redacción estaba integrado por notales intelectuales: Héctor Schmucler, José Aricó, Juan Carlos Portantiero, Rubén Sergio Caletti, Nicolás Casullo, Oscar Terán, Ricardo Nudelman, Carlos Abalo y Jorge Tula. En un artículo del 11 de octubre de 1979 en el diario mexicano “unomásuno” firmado por Claudio Aguirre (seudónimo de Nico Casullo) se definía a la revista como una "publicación de carácter ensayístico y polémico (que) busca llenar un vacío en el exilio; (...) examinar críticamente el proceso de la derrota popular en la Argentina (...) volver a pensar casi todas las cosas (...) rechazar el lugar común de las interpretaciones y enfrentarse a los tabúes que hoy saturan la política del exilio”.

En ella se publicó, en el número 9-10, de diciembre de 1980, un muy discutible texto de Schmucler, a quien yo apreciaba desde los tiempos de la JTP, cuando había sido mi “responsable”, como se llamaba entonces a quienes informaban (y observaban) a los militantes de superficie, menos comprometidos o al menos no militarizados y a quienes solía llamarse despectivamente "perejiles".

Ese artículo de Schmucler se refería a los primeros testimonios que se conocían, de boca de sobrevivientes de los campos de concentración, y en particular la ESMA, cuestionándolos en su validez documental. El texto levantó polvareda de inmediato y la revista tuvo que admitir algunas réplicas. Pero no admitió la mía, con argumentos pueriles, elusivos. Entonces, como no quisieron publicarlo, hice circular mi réplica en copias. Una de ellas llegó a "Cuadernos de Marcha", la respetada revista uruguaya (editada también en el exilio) fundada y dirigida por Don Carlos Quijano, el legendario periodista oriental, quien me llamó escandalizado porque se había enterado y no comprendía cómo se cerraba a la polémica un medio como "Controversia", que pretendía discutir el exilio... Me ofreció su revista y por eso mi respuesta a HS se publicó en "Cuadernos de Marcha".

Quien desee ver esos textos, los encontrará en las respectivas revistas, en la web y/o en el libro que publicamos con Jorge: MEXICO: EL EXILIO QUE HEMOS VIVIDO (Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2005).

Por mi parte, no he vuelto a ver al Toto, y ahora me impresiona advertir que han pasado más de treinta años desde aquella controversia. De él sé que en Córdoba es hoy una especie de prócer intelectual, un maestro de comunicación respetadísimo. Lo celebro porque siempre fue un intelectual de fuste y por eso le dediqué, hace algunos años, un cuento que dio título a uno de mis libros y fue traducido a varias lenguas: "El castigo de Dios".

Y bueno, lo que quería decir en esta entrada es que fue más o menos en aquellos mismos días que parí LUNA CALIENTE, esa novelita que sí me cambió la vida y que seguramente estuvo influenciada también por aquella dura polémica exiliar acerca de la validez de los testimonios de los sobrevivientes.

La gestación de este libro tuvo que ver con eso, y con otro episodio curioso: como ya conté aquí, cuando en 1982 la misma editorial norteamericana que publicó EL CIELO CON LAS MANOS me pidió un segundo libro, les entregué la colección de cuentos titulada VIDAS EJEMPLARES. Lo que añado ahora es que eran originalmente quince relatos, que se redujeron a catorce cuando recibí las galeras para revisar y decidí quitar un cuento corto, de unas tres páginas, que se titulaba "Luna caliente". Ése fue el embrión, digamos, de la novela.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Premio DEMOCRACIA 2010 en Literatura

Palabras de agradecimiento por el Premio DEMOCRACIA, que otorga la Fundación Caras y Caretas

Salón de Pasos Perdidos, Congreso de la Nación, Noviembre 15 de 2010.

Señoras y Señores,

Desdichadamente no estoy en el país, y por ello me resulta imposible asistir a esta ceremonia, para recibir este Premio que tanto me honra, como honra a la institución que presido en el Chaco. Y que no dudo honra también a todos y cada uno/una de quienes me acompañan en la tarea de promover literatura, buena lectura y capacitación docente en el Nordeste Argentino, además de una labor solidaria que en un país como el nuestro nunca resulta superflua.

No sé si merezco realmente este galardón, y me eximo de hacer consideraciones que podrían bordear la sensiblería o la falsa modestia. Pero sí sé, en cambio, y doy fe de ello, que desde mi regreso del exilio en 1984 no he tenido mayor desvelo en mi vida, ni mayor tarea político-cultural, que contribuir con tenacidad de hormiga para fortalecer la Democracia en la Argentina. Desde la única, modesta tribuna que tiene un intelectual —su palabra y su texto— no he hecho otra cosa que bregar por una república igualitaria, inclusiva, horizontal y justa.

Pero además me honra especialmente que a este Premio lo hayan considerado y decidido personalidades tan admirables y de probadas convicciones como las que integraron el Jurado. De hecho, la máxima conmoción interna que este Premio me produce está en el voto de cada uno y cada una de estas personas, que con su pensamiento, su acción cotidiana, su ejemplo y su perseverancia garantizan la fortaleza democrática de la República Argentina de los años venideros.

Y también, si me lo permiten, quiero celebrar en este Premio a la Memoria. Porque sin Memoria no hay Verdad, y sin Verdad no hay Justicia. Y no es posible una Democracia como la que soñamos y venimos construyendo desde hace 27 años, sin Memoria, Verdad y Justicia.

De donde queda claro, me parece, que realmente nosotros, cada uno y cada una, somos nada. Es la pluralidad la que nos constituye. Es el nosotros, el ser parte del noble pueblo argentino lo que da sentido a la pequeña labor de cada uno y cada una. Yo agradezco de corazón y con el corazón —que en esencia es todo lo que tengo—, que ustedes se hayan fijado en la mía y la de nuestra modesta Fundación provinciana.

Les envío un abrazo cargado de emoción.

MG. Ciudad de México, 15 de Noviembre de 2010.

domingo, 21 de noviembre de 2010

De las presentaciones de libros

El laberinto y el hilo


Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

Me quedé pensando en aquel comentario de Elenita Poniatowska, que me significó también el aprendizaje de un estilo de bautizo literario, de sinceridad absoluta en la presentación crítica de un libro.

Eso es algo muy mexicano, que a mí me parece admirable. Presentar un libro no debe consistir solamente en elogiar autor y texto.

De hecho, también presenté varios libros en mis años mexicanos y practiqué ese estilo. Recuerdo que en el 83 presenté "El sitio de los héreos", de Rafael Ramírez Heredia, y dije que no me parecía su mejor novela y señalé algunos reparos. Rafael era mi amigo y lo fue hasta su muerte en 2006, y yo había apreciado mucho su novela anterior ("Trampa de metal") como valoré algunos de los libros que escribió después, en particular "El Rayo Macoy" y "Con M de Marilyn". Pero en aquel momento, ante un montón de gente en la enorme librería "Casa del Libro", de Churubusco y Tlalpan, aunque me sentí algo incómodo me pareció que mi amigo necesitaba sinceridad, no elogios gratuitos. Y así lo entendió Rafa, que en ese momento y después durante años me agradeció siempre lo que yo había dicho.

Pero esa saludable costumbre mexicana de la crítica literaria con rigor y sinceridad, de expresar una opinión sincera y de no solamente hablar loas del libro y el autor, me jugó una mala pasada cuando regresé a la Argentina.

A poco de llegar, en 1984, la Editorial Sudamericana me distinguió pidiéndome que acompañara a Isabel Allende en la presentación de su segunda novela ("De amor y de sombra"). Isabel venía precedida del estallido de su fama internacional por su notable primera novela ("La casa de los espíritus") y yo me apliqué a un profundo análisis de su nueva obra. Lo que escribí y dije fue lo que verdaderamente me parecía (y me sigue pareciendo): que estábamos frente a un nuevo fenómeno literario; que su primera novela estaba demasiado anclada en un realismo mágico que las nuevas generaciones —empezando por la nuestra— debían superar; y que la novela que presentábamos esa noche (en la Librería Clásica y Moderna, de Buenos Aires) era conmovedora por su temática y abría un campo de denuncias (los desaparecidos chilenos) pero no terminaba a mi juicio de ser un texto superador.

Para mi sorpresa, el público se dividió entre los que celebraron mi sincero y fundado comentario y los que consideraron escandaloso que un presentador fuese crítico de la obra presentada. Hubo un colega, incluso —Enrique Medina, a quien yo no conocía pero era un escritor entonces muy reconocido— que me espetó con dureza que yo era "un h. de p." (lo dijo con todas las letras). Me quedé paralizado, me sentí horrible y me asaltó tal incomodidad que esa misma noche, un par de horas más tarde y durante una cena que Martha Lynch ofreció en su casa en honor de Isabel, me excusé públicamente si había sido ofensivo. Ante la editora Gloria Rodrigué y unos pocos invitados, Isabel misma descomprimió el asunto con delicadeza y elegancia. Yo quedé igualmente desolado y desde entonces me juré nunca más presentar libros, lo cual he cumplido con muy pocas excepciones.

Cuentos, guerra y desexilio

Volviendo para atrás, a finales de 1981 ya estaba en otro proyecto. No recuerdo exactamente cuántos cuentos había escrito para entonces, pero tenía unos cuantos, y algo más de una docena me parecían publicables. Hoy sé que esto es natural en todo autor joven, o que se inicia: uno trabaja con rigor, corrige, relee, pule los textos y ve que se suman los cuentos, y aunque no se vea todavía un libro se sabe que ése es el destino inevitable.

Así se publicó, en 1982, VIDAS EJEMPLARES. Los catorce relatos que integran ese libro eran prácticamente toda mi producción cuentística hasta ese momento. Y más allá de la natural inseguridad que siente un autor novato, ya entonces sospechaba que dos o tres de esos cuentos iban a perdurar: "La necesidad de ver el mar", "El hincha", "El paseo de Andrés López" y acaso alguno más.

No es que uno "lo sepa", pero se tienen fuertes sospechas acerca de la valía de algunos textos, de igual modo que se evalúa la dudosa perdurabilidad de otros. Que no están mal y por eso uno los incluye en ese primer libro de cuentos, pero lo hace con algunas sombras de dudas.

No lo recuerdo bien, pero creo que de este libro ya no hice presentación. El 82 fue un año poco festivo, con la Guerra de Malvinas, algunas polémicas públicas, la inminencia de la caída de la dictadura, los primeros preparativos para volver al país y, encima, yo con un libro que me quemaba el cerebro: LUNA CALIENTE.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La carta perdida y después

El laberinto y el hilo


Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

La verdad es que me encantaría encontrar aquella carta, pero no recuerdo si la escribí con copia. Lo que sé es que a la mañana, antes del mediodía, pasé a dejarla en la Agencia y que, esa misma tarde, Magda Oliver me dijo que sí.

Lo que tampoco recuerdo es si tuve ocasión de conocer a la mítica Carmen Balcells en esa ocasión o en una siguiente visita a Barcelona. Como fuere, recuerdo perfectamente la primera vez que entré al despacho de Carmen. Era un espacio amplio, luminoso y acogedor, con las paredes llenas de fotografías de escritores relevantes. Ella me recibió con una amabilidad para mí inesperada, y charlamos de cosas poco importantes hasta que ella declaró, imprevistamente, que había revisado el contrato que yo había firmado con Pomaire y que era leonino. Entonces pidió una comunicación con no sé qué gerente de esa editorial: "Oye Fulano, el contrato con MG está concluido, desde ahora es autor nuestro". Yo me quedé pasmado.

Tiempo después advertí que había sido una clara muestra de poder, a dos puntas. Ya conocería yo a esa mujer impactante y admirable. Pero si en aquel momento quiso impresionarme, lo logró al ciento por ciento.

La verdad es que para mí la Agencia fue una bendición. Con el tiempo establecí allí dentro relaciones que a lo largo de los años se fortalecieron y que siempre valoré muchísimo, incluso durante los años en que opté por alejarme de la Agencia (1993 a 2009).

Allí conocí, también, a Laura Freixas, que hoy es una de las escritoras más relevantes de España pero que entonces, siendo muy joven, fue quien atendió mis asuntos. Aunque trabajó en la Agencia poco tiempo, hemos continuado hasta hoy una amistad literaria, íntima y profunda.

Como se ve, aquella carta decisiva pero desdichadamente perdida abrió las puertas a una etapa inesperadamente positiva de mi vida. Por esos días de 1981 en España mi novela LA REVOLUCION EN BICICLETA aparecía en listas de best-sellers, y me llovían comentarios de lectores entusiastas, muchos de ellos exiliados paraguayos que me contaban cómo sus parientes y amigos que entraban al país llevaban en sus maletas ejemplares de mi novela con las tapas cambiadas y encuadernaciones insospechables. Es intenso y es raro ver afiches de una novela tuya en un escaparate de librería. Es fuerte descubrirte en lucha con la propia vanidad, al momento de esa minúscula salida del anonimato. Se piensa o se dice fácil que uno puede controlar esos sentimientos, pero el ejercicio que es forzoso hacer es tremendo. La vanidad es yuyo malo, dice, si mal no recuerdo, un poema de Atahualpa Yupanqui.

Lo seguro es que por esos días escribía como un loco poseso, corriendo una carrera quién sabe contra quién ni para qué, pero bueno, era lo que me sucedía. Mi vida en México se repartía entre mis hijas, la literatura y mis clases en la Universidad Iberoamericana. Me sentía lleno de ansiedad y de un raro optimismo, mientras me sacaba las pelambres de la desesperación a puro aporreo de la Lexikon 80.

Por entonces yo me ganaba el puchero con mis colaboraciones en el diario "Excelsior", la Ibero y un par de talleres literarios. Parece que no lo hacía mal, porque se corrió la voz y rápidamente tuve muchos discípulos. Y así un día fui invitado a participar —junto a Agustín Monsreal— de un grupo literario que conducía Elena Poniatowska, ya por entonces la más renombrada periodista y narradora de México.

Se reunían semanalmente en casa de Alicia Trueba, una dama muy distinguida de la exclusiva Colonia Pedregal de San Ángel, a cuyo derredor se congregaban dos decenas de señoras y algún caballero con intereses literarios. Era un grupo interesante, obviamente elitista, pero en el cual la literatura ocupaba un lugar relevante, se leía mucho y bien, y se trabajaba con rigor. De allí salieron escritoras mexicanas que hoy gozan de diferentes grados de reconocimiento: Beatriz Graf, Guadalupe Loaeza, Marisol Martín del Campo y varias más. Allí nació mi amistad con Elena, a quien además apreciaba muchísimo Juanito Rulfo.

Por esos días, una mañana me llegó, también por correo, la primera edición de EL CIELO CON LAS MANOS. Era una edición colorida, muy norteamericana y —diríamos hoy— marketinera.

La presentación de EL CIELO CON LAS MANOS fue otro acontecimiento al que asistió muchísima gente. Estuvo a cargo de Elena y de Agustín, dos pesos pesados de la narrativa mexicana. Cuando le pedí a Elenita —como la llamábamos con ese afectuoso uso del diminutivo que es común en México— y me dijo que sí, yo sentí que también en ese sentido ese país, la literatura y la fortuna me eran propicios. Sin embargo el día de la presentación, en el amplio salón de una librería de Coyoacán cuyo nombre no recuerdo, recibí una lección durísima.

Después que Agustín elogió mi libro casi con desmesura y terminó declarando que "si por mí fuera, todo mundo debería leer esta novela", Elena tomó la palabra e hizo un análisis entre literario y feminista. En el primer aspecto rescató méritos y hasta fue generosa, pero en el segundo fue implacable conmigo: se detuvo en los rasgos ciertamente machistas que tenía la novela y la descalificó con poca piedad. Lo hizo con el temible encanto que caracterizó siempre a Elena, con sinceridad blindada y hasta con afecto, pero no dejó de señalar las páginas que cuestionaba por misóginas.

Quedé hecho trizas. Y más allá de los aplausos del auditorio, y de las buenas ventas que el libro rápidamente cosechó, me sentí tratado injustamente y en cierto modo estuve unilateralmente enojado con Elena. No se lo dije, por respeto y porque ella era ya entonces uno de los grandes nombres de la literatura mexicana, venerada después de "La noche de Tlatelolco" y otros títulos imprescindibles, pero la verdad es que me quedé regulando.

Curiosamente la que rescató generosamente esa novela fue otra feminista, ya por entonces notable e igualmente grande escritora: Tununa Mercado. Ella escribió en la revista "Claudia", en su habitual columna de crítica de libros, un texto precioso, reivindicatorio, aunque sin mencionar a Elena ni sus opiniones, que también aparecieron publicadas a página entera en esa misma revista.

Mi ya amiga Beatriz Graf me dijo, entonces, que no me preocupara, porque Elenita era así: no podía querer a alguien sin ser un poco o un mucho irónica; no era mala, sólo que al afecto lo controlaba de ese modo.
Creo que tuvo razón. Mi relación con Elena fue siempre buena, afectuosa, incluso cuando disentimos años después como jurados del Premio Rómulo Gallegos. Pero de eso hablaré más adelante.

jueves, 11 de noviembre de 2010

El cielo en New Hampshire y Barcelona

El laberinto y el hilo

Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

La explicación de por qué EL CIELO CON LAS MANOS se publicó primero en los Estados Unidos, aunque en castellano, se encuentra en algunos hechos fortuitos. Ante todo, y para decirlo sintéticamente, las noticias de España eran muy buenas: LA REVOLUCION EN BICICLETA recibía críticas estupendas y se vendía bastante bien. En aquel tiempo el mundo editorial en lengua castellana era mucho más pequeño que ahora, y la visibilidad era como siempre difícil de conseguir, pero cuando sucedía era mucho más profunda y duradera. Otros editores se enteraban de esas novedaes, y podía ocurrir que pidieran nuevos textos a los autores/as que obtenían cierta resonancia.

Eso pasó conmigo: dos entusiastas editores (Frank Janney y Randolph Pope, ambos hispanistas, Frank ya retirado y Randolph activo en Dartmouth College) que estaban montando en New Hampshire una casa dedicada a publicar literatura para el mercado hispano de los Estados Unidos, me escribieron una elogiosa carta con una interesante propuesta, si es que yo tenía otros títulos en carpeta.

Y por supuesto que tenía; no hay escritor que no tenga siempre textos en barbecho, y en mi caso acababa de terminar EL CIELO CON LAS MANOS, cuyo original les envié de inmediato. Además ellos anunciaban ya en su catálogo a algunos autores notables, con quienes cualquier joven escritor querría compartir páginas: Antonio Skármeta, Ángel Rama, Fernando Alegría...

Así que les envié una fotocopia del original y la respuesta fue casi inmediata: la novela les había encantado y sin dudas querían publicarla.

Yo iba a decir que sí, desde luego, casi sin pensarlo, pero justo en ese momento me salió un viaje a España y decidí recalar unos días en Barcelona, lo que, en cierto modo, me cambió la vida. O ese tramo de ella.


Balcells

Por entonces ya venía pensando en la necesidad de contar con la asistencia de un agente literario, pero la única agencia que conocía era la de Carmen Balcells, ya por entonces mítica y —desde mi punto de vista— completamente inaccesible.

Era la agencia que manejaba los derechos de Gabriel García Márquez, Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, José Donoso, Juan Marsé y muchos otros big-names. Todo el Boom de la Literatura Latinoamericana pasaba por esa agencia, a la que todos los editores del mundo —y no sólo el de habla hispana— llegaban en procesión y casi de rodillas a pedir los derechos de éste o aquél libro memorable...

Pero era también una agencia en expansión, y allí se ocupaban de los derechos de Osvaldo Soriano. Y Osvaldo era muy amigo de Juan Carlos Martini (hoy Juan solamente), quien era un brillante editor en la casa Bruguera, donde dirigía la colección Libro Amigo y una extraordinaria Serie Negra. Juan era también autor de la casa Balcells y —Osvaldo dixit— "un tipo con influencia allí porque es muy amigo de Magda Oliver, el brazo derecho de Carmen".

Cierto o no, y ya que Osvaldo me había enviado desde París el teléfono de Juan, lo llamé por teléfono y le pedí ayuda, con absoluta franqueza. De igual modo, y luego de un amable intercambio, me dio el teléfono de la agencia con esta inobjetable recomendación: "Sé directo y franco; esta gente no se anda con vueltas".

Magda Oliver me citó esa misma tarde en la agencia (que por entonces aún no estaba en su hoy célebre edificio de la Avenida Diagonal), me recibió con toda puntualidad y me despachó en dos minutos: "Escriba una carta diciéndonos qué escribe y por qué; qué espera de la literatura y por qué quiere que lo representemos. No más de cinco cuartillas, por favor. Y traiga esa carta mañana, con sus datos precisos para que le respondamos".

Esa noche, en el hotel de mala muerte en el que me alojaba, pedí prestada una máquina de escribir y me desvelé fumando mientras buscaba el tono exacto. Porque había uno solo, un único tono para esa carta decisiva y yo estaba seguro de que de encontrarlo o no dependía en gran medida mi futuro.


Para el corcho en la pared:

—La neurosis argentina perfecta consiste en no saber callar. Hablar y hablar todo el tiempo, y emitir opinión sobre todas las cosas. Y encima pretendiendo siempre tener razón.

—En Mendoza han construído un moderno auditorio, enorme y precioso, que lleva el nombre de Angel Bustelo y celebra a quien fuera un destacado intelectual y dirigente comunista mendocino. Pero los baños del gran auditorio están anunciados de un modo que espantaría al viejo comunista: Women y Men.

—Un pueblo vencido puede tener esperanzas mientras conserve su lengua. Me encanta esta idea; es de Montesquieu.

—Frase memorable escuchada a mi amiga María Julia: "Las empanadas no dan fiebre, boludo".

domingo, 7 de noviembre de 2010

La noche maula


El laberinto y el hilo


Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)


Nunca hubiera pensado escribir acerca de aquella noche maula del 79 en Bruselas, pero un pequeño apunte me hace revivirlo todo. Parece mentira cómo funciona la memoria personal, que puede tener algo guardado durante tanto tiempo, hasta que un par de palabras en una viejísima agenda te despiertan los recuerdos, que vienen en tropel.

Sintéticamente: un viaje a Bruselas, enviado por Expansión. La misión: unas notas plomazos, alguna entrevista, esas cosas que hacemos los periodistas cuando somos enviados a trabajos que no interesarán a nadie más que a quien los paga (en este caso era la Comunidad Económica Europea, antecesora de la actual Europa unida, y cuya sede era la capital belga). Me alojé en un hotel de cinco estrellas y las dos noches que estuve allí me dediqué a caminar por la ciudad, tomé cafés y fumé como sapo en la plaza principal, antigua y señorial, llena de banderas que colgaban de grandes mástiles, y en general me deprimí a lo bestia. Estaba recién separado, mis hijas eran chiquitas y las culpas, aunque las sabía injustas, me caminaban por la piel a toda hora. Así funcionaba la cosa.

De manera que combatí estúpidamente la soledad escribiendo una serie de intrascendentes artículos sobre la economía europea y su relación con México. Pero cada que terminaba uno todas mis preguntas continuaban sin respuestas, lo más inflacionario que había en el mundo era mi crisis y al cabo de la segunda noche me largué a llorar como un bebé.

Estaba en una habitación enorme, echado en una cama de esas king-size que parecía apta para un combate de lucha libre entre dos grandotes de esos de la tele, y me sentía una perfecta mierdita en un punto inexplicable porque encima en la jodida agenda no podía encontrar el teléfono del Gordo Soriano, único amigo en el universo que podía escucharme y entenderme en esa situación. Entonces hice lo que siempre he hecho cuando estoy desesperado, con miedo o en encrucijadas de las que no sé salir: escribí un cuento; dos en realidad.

Uno me di cuenta enseguida que no valía nada, y lo abandoné. En el otro había un pibe que espiaba a una chica por el ojo de la cerradura de la puerta del baño, mientras ella hacía pipí, hasta que un día la mamá lo descubría y le daba una tremenda patada en el culo que estrellaba al nene, que encima era miope y usaba anteojos, con todo y cristales contra la puerta. Lo cual resultaba involuntariamente muy gracioso y provocaba no importa qué desenlace ominoso para el chico.

En realidad el episodio era bastante autobiografico, porque esa escena del pibe espiando era una escena de mi vida. Yo había hecho eso, y aunque en la vida real me parecía un episodio patético y vergonzante, en el texto me divertía mucho, como si yo —y Osvaldo, en quien no dejaba de pensar— fuésemos los lectores imaginarios y de pronto la pasásemos bomba. Esa noche me reí mucho, después dejé los apuntes (porque entonces todo lo escribía a mano) y supongo que me dormí después de leer un par de páginas de cualquier libro.

Curioso: al día siguiente continué viaje a Edimburgo, una ciudad que todavía me resulta inolvidable, pero no me olvidé de ese cuentito que había escrito. Y una semana más tarde, al volver a México, lo releí y me di cuenta de que en realidad ya se estaba perfilando una novela. Que venía, de paso, nuevamente con el título predeterminado, obvio, sencillo y poderoso, como debe ser todo buen título: EL CIELO CON LAS MANOS.

Esto, a la vez, me llevó a descubrir que no hacen falta planes para escribir, ni se necesita organizar nada. Una novela, al menos para mí, se escribe como se respira, va saliendo por donde y como puede, y uno no tiene por qué saber qué es lo que pasa o va a pasar. Uno es tan testigo como lo será el lector. Y si uno se va interesando el lector lo hará también. Ésa es mi teoría de la novela.

La escribí durante casi dos años, firme y sereno a veces, de a borbotones las más. Se publicó primero en los Estados Unidos, en 1981.

jueves, 4 de noviembre de 2010

El laberinto y el hilo

QUIENES DESEEN LEER LAS ENTRADAS ANTERIORES DE ESTE RELATO, las encontrarán en "El Laberinto y el Hilo" (completo)

Después...

Qué semana que pasamos... El fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner nos ocupó, a todos los argentinos/as, de una manera abrumadora, inesperada. Escribí varios artículos, uno que se publicó en Página/12 al día siguiente pero que circuló desde la primera hora posterior al deceso; otro en el diario Perfil, de donde para mi absoluta sorpresa me pidieron un texto; otro en la siempre querida revista Debate, donde fui columnista varios años.

No quiero abrumar a nadie, pero si alguien quiere verlos, y porque contiene una disculpa, sugiero leer el de Perfil, que incluyo en otra entrada, al final de ésta.

Y también sugiero leer una entrevista que me hicieron del diario La Mañana, de Neuquén, en el que pude redondear mis sentimientos y sensaciones. Está en: http://www.lmneuquen.com.ar/noticias/2010/10/31/88196.php

Otra cosa: el día antes de la infausta noticia, recibí un firme pero amistoso reclamo de Beatriz Sarlo, por haberla incluido en una nota anterior en Página/12 y con gruesa ironía en el supuesto, hipotético gabinete que formaría el Vicepresidente Julio Cobos. Me señaló que yo había sido injusto, pues ella misma, en su habitual columna de "La Nación", había marcado distancias y durezas propias hacia el ya incalificable vicepresidente que padecemos.

Beatriz tenía razón y se lo reconocí en el acto; admití que mencionarla en esa nota había sido una torpeza de mi parte, un grave descuido en un texto pasional, e inmediatamente le envié una nota de disculpa incondicional, que ella aceptó. Sirva ahora este texto como público desagravio.

Y por encima de todo eso, varios lectores de este relato seriado que llamo EL LABERINTO Y EL HILO me reclamaron que siga, que no me desvíe por episodios que, siendo trascendentes, no dejan de ser de relevancia circunstancial.

Así que prometo, desde mañana o pasado, continuar la revisión de mis libretas, papelitos y flaca memoria. Y sepan que no actualicé antes mi blog porque estuve con una gripe fenomenal.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Diario PERFIL - Sábado 30 de Octubre de 2010

Kirchner, el hombre que iba al volante

Por Mempo Giardinelli

Debo confesar que me sorprende la invitación a escribir en PERFIL, y la agradezco. Estas páginas fueron mi casa en los años 80, cuando regresé del exilio, y lo fueron en el 98 cuando las primeras ediciones diarias de este medio. Luego fueron esporádicas mis colaboraciones, hasta que me alejé hace unos tres años cuando sentí que me era incómodo transitar opuestas veredas ideológicas. Por eso mismo ahora agradezco esta invitación, ya que no es un asunto cualquiera el que nos acerca. Es la pérdida de un enorme político llamado Néstor Kirchner, a quien desde estas páginas se combatió con vehemencia y a quien llora en estos días una porción visiblemente mayoritaria del pueblo argentino.

Lo que más me impresionó siempre de este hombre todavía joven —hoy sesenta años son pocos en la política mundial— fue su estilo heterodoxo, que nunca me pareció adecuado y al que he definido como medio desfachatado, inconveniente para la investidura presidencial. También fui suspicaz, como muchos, frente a su militancia setentista y su labor como gobernador patagónico, especialmente cuando aquel asunto nunca del todo esclarecido de los fondos provinciales depositados fuera del país.

No lo voté ni lo conocí personalmente, y sólo tuve con él una conversación telefónica a mediados de 2003, cuando el entonces reciente canciller Rafael Bielsa me ofreció ser embajador argentino en Cuba. Como rechacé la oferta, al día siguiente me llamó el propio Kirchner y mantuvimos una amable charla telefónica (yo estaba en Resistencia, donde vivo) durante la cual le dije que mal podía ser embajador de un gobierno al que no había votado. Kirchner se rió y me dijo: "No se preocupe, si yo tuviera que recurrir sólo a los que me votaron no podría gobernar".

Por cierto, hasta ayer pensaba que ni siquiera había compartido con él espacio alguno. Pero anoche, mientras escribía esto, un querido amigo, el escritor mexicano Gonzalo Celorio, me recordó en un mail que sí lo saludamos fugazmente durante el Tercer Congreso de la Lengua, en Rosario, en 2004.

Como fuere, nada de eso significó acercamiento alguno, más bien lo contrario. Y durante todos estos años —los cuatro de su presidencia, y los tres que lleva Cristina— oscilé entre la sorpresa y la admiración por algunas medidas que me parecían trascendentes, y las críticas y rabietas ante determinadas decisiones gubernamentales.

Tarea difícil la de separar trigos de pajas, admítase, en una sociedad mediáticamente gobernada por la velocidad, la improvisación, el recorte ideológico, la furia y la venganza política.

Como fuere, y vista la evolución de este país desde el infierno que era en 2001 y 2002, a mí me parece que este matrimonio fundamental de la vida argentina contemporánea hoy es parangonable con el ya histórico dueto que formaron Juan Perón y Eva Duarte. Y creo que es por eso, dicho sea en esta evocación a vuelamáquina, que ahora que está muerto Kichner hará sentir su ausencia de manera cada vez más ostensible, por lo menos en dos aspectos:

Uno es que faltará el más ingenioso armador politico desde Perón. Podía gustar o no —y a mí no me gustaba— su estilo extremadamente peronista de juntarse con éste y con aquél, de recibir a cualquiera y a cualquiera darle alpiste. Pero era un maestro en ese arte. Venía de la juventud peronista revolucionaria, luego fue menemista, después transversal, luego ortodoxo y cada dos por tres frentista. Podía no gustar, repito, pero qué genio para la costura política. Qué capacidad de persuasión —no a los lectores de PERFIL precisamente, ni a las clases medias porteñas— pero sí a las clases populares.

Se ve en estos días de duelo en la Plaza de Mayo: es el genuino dolor de nuestro pueblo. Es el peronismo puro de las villas, que va a agradecerle a su líder porque se acordó de ellos, de los pobres, y les dignificó un cachito la pobreza. Por eso en el velatorio en la Casa Rosada, por donde pasó tantísima gente llorosa, eran mayoritariamente humildes y sus carteles rezaban: "gracias Néstor por acordarte de los pobres", "gracias porque nos diste trabajo", "gracias por sacarnos del pozo", "gracias porque nos devolviste la dignidad".

La otra es que faltará el ministro de economía que ha tenido este país. Porque por siete años Kirchner en persona manejó los hilos económico-financieros y las divisas. Y lo hizo bastante bien. Lo siento si no le gusta a algunos lectores, pero hoy el Banco Central ejecuta una política independiente del Fondo Monetario Internacional, achicada y refinanciada la deuda externa, y con una cantidad de divisas record que garantizan que la Argentina soporte los sucesivos "golpes de mercado" que chocan contra una economía cada día más sólida. El país se ha reindustrializado, disminuyó el desempleo a un dígito, hay niveles de recaudación fiscal jamás alcanzados y una balanza comercial que no deja de crecer y casi siempre con saldo positivo.

¿Quién va a conducir la economía, ahora? ¿Con quién van a consultar, o de quién van a recibir indicaciones, Amado Boudou, Mercedes Marcó del Pont o Débora Georgi? Yo no lo sé, y me preocupa más allá de sus conocimientos técnicos.

Desde ya, la enumeración de lo anterior no significa terminar con el balance. Porque es obvio que hay mucho para cuestionarle al modelo kirchnerista, y es bueno hacerlo. No para disminuir la grandeza de este hombre que ya se ganó —guste o no, y a quien sea— un lugar en la Historia. Porque con él va a suceder como con Raúl Alfonsín, que también fue cuestionado con saña y sin embargo ha ido adquiriendo una imparable estatura de prócer.

Claro que no estoy pensando en las críticas más escuchadas y que enarbola la oposición, las cuales son de tipo más bien enunciativo: cuestionarle a Kirchner la demagogia en su discurso ante los desposeidos no tiene sustancia. Sí, fue un líder populista. ¿Y qué con eso? A su manera también lo es Obama, como lo es Lula, o Piñera, o cualquiera de los que aquí fascina a los militantes anti K. Cuestionarle que la Argentina se parece a Cuba o Venezuela, y Néstor a Fidel o a Chávez, no resiste análisis más allá de los eslogans. Enojarse con el señor Guillermo Moreno es como enojarse con el señor Mauricio Macri: no les entran las balas. Y son totalmente banales las frecuentes acusaciones sobre los atuendos de la Presidenta.

No, lo que para mí es verdaderamente cuestionable, e irritante, es la persistencia de gordos bolsones de corrupción. En contratos de obra pública, claro, pero también en la vida privada. Eso es gravísimo, pero no porque lo haya inventado el kirchnerismo, que no lo hizo, sino porque el kirchnerismo no ha hecho nada verdaderamente serio para cortar las cadenas de corrupción. No hay un solo preso por corrupción en la Argentina, y eso es lo tremendo.

No soy ni quiero ser exégeta de este hombre al que toda la Argentina despide en estos días, pero establece una norma no escrita que es a la hora de la muerte cuando se evocan los méritos del difunto. Y el que ahora nos convoca es este flaco de andar medio cachafaz, casi siempre despeinado, de mocasines setentistas y trajes cruzados bastante ridículos, informal y de hablar confuso, que dejó tantas y tan profundas huellas sobre la piel de este país.

Desde Perón, seguro, ninguno igual. Guste o no, e irrite a quien irrite. Y eso no es, como se dice, moco 'e pavo. Esto es la Argentina, señoras y señoras, un país feroz. Al que se le murió el conductor que fue al volante los últimos años. •