El laberinto y el hilo
Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)
Me quedé pensando en aquel comentario de Elenita Poniatowska, que me significó también el aprendizaje de un estilo de bautizo literario, de sinceridad absoluta en la presentación crítica de un libro.
Eso es algo muy mexicano, que a mí me parece admirable. Presentar un libro no debe consistir solamente en elogiar autor y texto.
De hecho, también presenté varios libros en mis años mexicanos y practiqué ese estilo. Recuerdo que en el 83 presenté "El sitio de los héreos", de Rafael Ramírez Heredia, y dije que no me parecía su mejor novela y señalé algunos reparos. Rafael era mi amigo y lo fue hasta su muerte en 2006, y yo había apreciado mucho su novela anterior ("Trampa de metal") como valoré algunos de los libros que escribió después, en particular "El Rayo Macoy" y "Con M de Marilyn". Pero en aquel momento, ante un montón de gente en la enorme librería "Casa del Libro", de Churubusco y Tlalpan, aunque me sentí algo incómodo me pareció que mi amigo necesitaba sinceridad, no elogios gratuitos. Y así lo entendió Rafa, que en ese momento y después durante años me agradeció siempre lo que yo había dicho.
Pero esa saludable costumbre mexicana de la crítica literaria con rigor y sinceridad, de expresar una opinión sincera y de no solamente hablar loas del libro y el autor, me jugó una mala pasada cuando regresé a la Argentina.
A poco de llegar, en 1984, la Editorial Sudamericana me distinguió pidiéndome que acompañara a Isabel Allende en la presentación de su segunda novela ("De amor y de sombra"). Isabel venía precedida del estallido de su fama internacional por su notable primera novela ("La casa de los espíritus") y yo me apliqué a un profundo análisis de su nueva obra. Lo que escribí y dije fue lo que verdaderamente me parecía (y me sigue pareciendo): que estábamos frente a un nuevo fenómeno literario; que su primera novela estaba demasiado anclada en un realismo mágico que las nuevas generaciones —empezando por la nuestra— debían superar; y que la novela que presentábamos esa noche (en la Librería Clásica y Moderna, de Buenos Aires) era conmovedora por su temática y abría un campo de denuncias (los desaparecidos chilenos) pero no terminaba a mi juicio de ser un texto superador.
Para mi sorpresa, el público se dividió entre los que celebraron mi sincero y fundado comentario y los que consideraron escandaloso que un presentador fuese crítico de la obra presentada. Hubo un colega, incluso —Enrique Medina, a quien yo no conocía pero era un escritor entonces muy reconocido— que me espetó con dureza que yo era "un h. de p." (lo dijo con todas las letras). Me quedé paralizado, me sentí horrible y me asaltó tal incomodidad que esa misma noche, un par de horas más tarde y durante una cena que Martha Lynch ofreció en su casa en honor de Isabel, me excusé públicamente si había sido ofensivo. Ante la editora Gloria Rodrigué y unos pocos invitados, Isabel misma descomprimió el asunto con delicadeza y elegancia. Yo quedé igualmente desolado y desde entonces me juré nunca más presentar libros, lo cual he cumplido con muy pocas excepciones.
Cuentos, guerra y desexilio
Volviendo para atrás, a finales de 1981 ya estaba en otro proyecto. No recuerdo exactamente cuántos cuentos había escrito para entonces, pero tenía unos cuantos, y algo más de una docena me parecían publicables. Hoy sé que esto es natural en todo autor joven, o que se inicia: uno trabaja con rigor, corrige, relee, pule los textos y ve que se suman los cuentos, y aunque no se vea todavía un libro se sabe que ése es el destino inevitable.
Así se publicó, en 1982, VIDAS EJEMPLARES. Los catorce relatos que integran ese libro eran prácticamente toda mi producción cuentística hasta ese momento. Y más allá de la natural inseguridad que siente un autor novato, ya entonces sospechaba que dos o tres de esos cuentos iban a perdurar: "La necesidad de ver el mar", "El hincha", "El paseo de Andrés López" y acaso alguno más.
No es que uno "lo sepa", pero se tienen fuertes sospechas acerca de la valía de algunos textos, de igual modo que se evalúa la dudosa perdurabilidad de otros. Que no están mal y por eso uno los incluye en ese primer libro de cuentos, pero lo hace con algunas sombras de dudas.
No lo recuerdo bien, pero creo que de este libro ya no hice presentación. El 82 fue un año poco festivo, con la Guerra de Malvinas, algunas polémicas públicas, la inminencia de la caída de la dictadura, los primeros preparativos para volver al país y, encima, yo con un libro que me quemaba el cerebro: LUNA CALIENTE.
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