Yo
acaté pero lamenté tal disposición, porque si bien no sé si alguno de ellos
hubiese sido galardonado, no dudo de que habrían resaltado aún más el merecido
premio que recibió nuestro compatriota Guillermo Martínez.
Estos
dos libros a que me refiero —y que, insisto, para mi sorpresa el jurado de
preselección ignoró lamentablemente— son obras de consagrados maestros del
género cuento, a los que en este Lecturario quiero rendir ahora homenaje como
el simple lector que soy.
Uno
de ellos es Guillermo Samperio (1948),
enorme narrador mexicano, discutido, admirado y siempre polémico en su país. Con
un oficio de décadas y una malicia literaria que más de uno/a quisiera tener (la
idea, hermosa, es de Edmundo Valadés), su libro llegado a Bogotá se titula
"Historia de un vestido negro" (Fondo de
Cultura Económica) y para mí es un texto estupendo.
Samperio es un cuentista probado, original, prolífico y
con un casi surrealista mundo propio. Su prosa, además, es siempre precisa,
aguda y fuerte. Siempre asoman allí sus lecturas fundacionales y en sus textos
parecen convivir Arreola y Cortázar, y también Monterroso, Rulfo y Borges,
todos bien digeridos y asimilados. Los casi 50 textos que integran este libro,
breves en general, están llenos de encanto y sabrosura, como "Muerte de Vallejo
con mujeres" o "Tempraneros", que para mí son magistrales.
En Samperio lo fantástico es natural y lo sobrenatural se
lee como real, y todo con un humor grueso, a veces audazmente grotesco. Un
libro sin desperdicios, lleno de gracia y que fascina leer, y que no dejo de
pensar que debió ser finalista.
El otro es el maestro rosarino-montevideano Elvio E. Gandolfo (1947), de quien leí
su magnífico y experimental "Cada vez más cerca" (Caballo
negro Editora), un libro raro y originalísimo,
seguramente el más diferente de todos los que se presentaron al Premio GGM.
Es sabido, al menos en la literatura rioplatense, que
Gandolfo es un maestro del género, y ahora que lo escribo pienso incluso que es
una especie de Samperio argentino-uruguayo, como Samperio es claramente y a su
modo un Gandolfo mexicano. Con lo que estoy hablando, entiéndase, de dos consagrados,
atípicos narradores en nuestro Castellano Americano.
Observador minucioso de la realidad, a la que cuestiona y
desequilibra texto a texto, Gandolfo es siempre interesante y seductor, aunque
arduo. No es de lectura fácil, quiero decir, porque exige lectores competentes.
Algunos de sus cuentos se demoran en ritmos pausados, en una poética plena de variaciones
y meandros. Esos cuentos conviven con otros que te dan un golpe en la mandíbula
y te noquean en el acto, dejándote fascinado y con la boca abierta, porque son
sencillamente geniales. "Los pasos en las huellas" y
"Clasificación", por caso, son dos cuentos magistrales.
Particularmente este último, en el que el narrador es un lector que clasifica
niveles o categorías de lecturas, un obsesivo que va y pierde el mejor
manuscrito, uno titulado "Kierkegaard en América" y resulta una
maravilla de cuento cuya lectura yo recomendaría, sin hesitar, a todo el
universo de aspirantes a cuentistas que hay en el mundo. Y miren que es un
universo grande...
Estos solos dos textos alcanzarían para colocar a este
libro de Gandolfo como candidato a cualquier premio. Pero hay más, por ejemplo un
cuento titulado "Pequeño" y otro titulado "Contacto". En
fin, es éste un libro notable, intenso y, sobre todo, completamente inhabitual.
Y es eso lo que, para mí, lo hace tan valioso. A Gandolfo le sobran lecturas y
talento, está claro, y por eso es ya un autor de culto de minorías. Muy de
canon y elitismos, cierto, pero como dicen los chicos ahora, igualmente
re-bueno.
* Leí también,
recientemente, "Cuerpos secretos", la última novela del gran narrador
peruano Alonso Cueto. Con la prosa cuidada y aguda que lo caracteriza y que
admiré en "El susurro de la ballena" (Premio Iberoamericano Planeta-Casa América de Narrativa 2007), y con un preciso sentido del tempo
narrativo, Cueto sale airoso en esta historia de la vida real limeña que a mí
me pareció, de todos modos, más bien un culebrón para la tele. O demasiado
cercano a esa especie, que confieso que a mí no me agrada.
Pero claro, cuando hay un gran escritor detrás, cualquier
historia se beneficia. Y es el caso de esta narración, llevada con mano firme
por el maestro Cueto, a partir del amor prohibido en una historia de adulterios
de clase alta, en este caso la cuarentona y guapísima Lourdes con Renzo, un
joven profesor quince años menor que ella, todo en un contexto de alta
burguesía con marido feroz que es una basura de tipo, un mundo de ricos
hipócritas, un crimen y un final abierto y sin moraleja. Todo eso. (Planeta).
* Leo también, con más curiosidad que esperanza, un
libro titulado "Bogotá contada", que me obsequió mi joven amigo y
colega Antonio García Ángel en la capital colombiana, hace tres meses.
La
idea es interesante y original: son relatos de escritores de diferentes países,
que han sido invitados por el municipio bogotano para pasar unos días, recorrer
la ciudad y escribir lo que se les ocurra. Claro está, y como no podía ser de
otra manera, el resultado es variadísimo porque a partir de la libertad y multiplicidad
de miradas —tal el objetivo buscado por los patrocinadores— el lector se
encuentra con una docena de ocurrencias narradas, diría yo, que son
necesariamente dispares. Y sin embargo algunas me parecieron felices, interesantes.
Entre las más recomendables: las del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, el
argentino Martín Kohan y la chilena Alejandra Costamagna. Claro, se trata de narradores
probados, con oficio y buen olfato.
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